27 de marzo de 2024
Mi nombre es Yadira Garita Astúa, tengo 63 años y estoy
jubilada hace un año y tres meses. Nací
en San José porque mi mamá se tuvo que ir para allá por el embarazo, pero soy
nativa de Santa Cruz del Carmen de Turrialba. Mi papá era trabajador del campo,
tenía su finquita de café y aparte trabajaba jornaleando. Mi mamá, ama de casa.
Somos seis hermanos, yo soy la mayor. Nací en 1960 y de ahí vienen todos
seguidos, tres mujeres más y los dos hombres son los menores.
Dentro de la pobreza que vivieron ellos, uno muy
limitado a muchas cosas, nunca nos faltó nada. No había luz, no había agua, el
agua se tomaba de los ojos de agua. Éramos muy humildes, pero nunca nos faltó
el arroz, los frijoles; siempre había una vaquilla ahí para ordeñar, y nunca,
nunca nos faltó… Eso sí tenía papá, que nunca pasamos hambre. Él, donde fuera,
trabajaba, y nunca nos faltó. Había
gallinillas, entonces había huevitos, sí, de vez en cuando se hacía una sopa de
pollo, y nos enseñó mucho a trabajar.
Entonces la vida de uno era jugar ahí en las tardes,
después de que llegaba de la escuela, y al otro día igual: otra vez volver a la
escuela. También teníamos que salir para ir a prepararse para la primera
comunión. Todos los domingos había que salir a misa. Íbamos
hasta Santa Cruz, como dos horas caminando… Porque antes todo era caminar. Papá tenía una finca, cogíamos café en tiempos en que se jalaba el café. Recuerdo muy bien que papá iba con un
caballito, una yegua que tenía, y ahí guindaba un saco de cada lado y a mí me
montaba encima para ir a dejar el café a donde lo recogían para procesarlo.
Además de la finca de papá, también íbamos a coger café
a otros lados. Toda esta finca aquí para arriba es Aquiares, una finca
cafetalera, ahí también íbamos a coger café. Mamá casi no, porque eran muchos
chiquillos y ella tenía que cuidarlos. Con mamá a veces nos recordamos de un
día que fuimos a coger café todos porque no había vajilla en la casa, entonces “El
día de hoy cogemos para comprar la vajilla…” Pero ahí en Aquiares yo cogí un
montón de años, porque yo era la mayor. Entonces papá me llevaba con él y me
hice rapidísima para coger el café. De la casa hasta Aquiares había que caminar
un montón y descalzos. Me acuerdo que éramos descalzos, pero teníamos unas
sandalias como de plástico, en ese tiempo eran de hule, y con eso solo los
domingos salíamos. O cuando veníamos a Turrialba ‒teníamos que caminar para ir
a Turrialba‒, pasábamos a una zanjita a lavarnos los pies y ahí nos poníamos
las sandalias de hule. Y para ir a Aquiares, como esa parte es muy fría, yo me
acuerdo que como a mí me da mucho frío, yo metía los pies en una bolsa de arroz,
de esas plásticas, para no mojarme, porque me daba mucho frío.
Como yo era la mayor, tenía que ir con papá donde
fuera, y me acostumbré tanto a andar con papá que hasta a las velas lo
acompañaba. Antes se moría mucho chiquito, antes no era como ahora, y yo
siempre andaba con papá, y nunca se me olvida de los chiquitos que no se le
cierran los ojos, ¿verdad?, quedan con los ojitos abiertos. Esa imagen a mí
nunca se me quita. Hasta a velas de compañeros de escuela fuimos; en ese tiempo
se morían mucho, entonces con papá anduve un montón de lugares.
Papá jornaleaba donde un padrino de él que tenía una
finca más grande. El señor era como de más platilla, entonces ellos se iban,
podaban, preparaban cafetales… O había una finca aquí en Verbena Sur, más
arribita de acá, que también era cafetalera. Era muy grande, ahí les daban
trabajo. Recuerdo que papá padecía mucho del estómago, como de una úlcera, ¡y
le agarraban unos ataques…! Y aquí en Verbena (se llama Verbena porque había
una planta que se llama verbena que es muy buena para el dolor de estómago), y
entonces cuando a papá le daban esos ataques de dolor: “¡Vaya, corra y traiga
verbena!” Entonces me acostumbré tanto a andar con él en enfermedades, en
rezos, en todo lado…
Yo me enfermaba mucho de las glándulas, y como soy tan
blanca, me picaban mucho los moscos. En esos lugares hay muchos moscos,
entonces siempre andaba llena de granos. Me acuerdo que en todo lado donde me
picaban, se me hacían granos, y un día me tuvieron que llevar al hospital y el
doctor le dijo a mí mamá: “Póngale manga larga y póngale pantalón, pobrecita.”
Y me pusieron manga larga y pantalón y no me volvieron a picar, pero de las
glándulas padecí mucho, chiquitilla, esa era mi enfermedad. Y el día que me
dijeron que tenía que operarme, papá no quiso que me operaran.
Nosotros teníamos que caminar como una hora para llegar
a la escuela, solos en un callejón. Mi primera maestra fue doña Rosario Zúñiga,
de estos Zúñiga de Turrialba, una familia vieja y grande. Eran dos hermanas que
trabajaban en la Escuela El Carmen, a donde nosotros íbamos. A mí me tocó el
primer año con ella nada más, ¡buenísima!, y ya el segundo año me tocó con la
hermana, doña Emilce, que es la esposa de don Jorge Solano, el empresario de
buses casi que de Costa Rica. Era muy brava, era bravísima, no me costó nada.
Yo entré en marzo y en mayo sabía leer, entonces la maestra me regaló un libro
y me motivó más a leer, y rapidito lo leí, no me costó mucho. No era muy grande
el grupo, eran grupos pequeñitos porque no había mucha población, pero no
repetí ningún año, me gustaba mucho participar en las actividades de la escuela.
A papá le gustaba ayudar en la escuela, participaba en el Patronato.
Con mis hermanas a veces nos tocaban horarios
cambiados, entonces iba yo sola en la mañana y en la tarde iba la otra y ahí
nos topábamos de camino. A veces yo les decía: “¿Qué hay de almuerzo?”, porque
antes en las escuelas no había almuerzo como ahora. y me decían “Hay sopa.” ¡Y
qué llorada me pegaba yo, porque no me gustaba la sopa! Y cuando mamá me veía llegar a la casa: “¿Ya
le dijeron que hay sopa?”, “¡Sí!”. Y ahora como de todas las sopas que hay, ¿verdad?,
¡qué vida!
Ahí pasaron los años en esa escuela, ahí me gradué.
Estaba yo en sexto cuando a mamá se le murió la mamá,
entonces eso motivó a que mamá se viniera a donde vivía mi abuela, en Verbena
Sur o Río Claro, más arribita de acá, y
se vino mi papá también con todos, y ahí nos quedamos, ya nos salimos un poco
del monte. Nos vinimos a una casa a la par de la de mis abuelos; un tiempito estuvimos
ahí mientras se acomodaban ellos, y después ya papá hizo una casita.
Yo era la mayor, ya nos habíamos cambiado de donde
estábamos viviendo para otro lado, cuando salí de sexto me dice mi papá: “A
usted voy a llevarla para donde una tía mía a San José”, y le digo “¿A qué?” Papá
dice: “A que trabaje en la casa”. Entonces, a los 12 años, me llevó para allá,
un año que no olvidaré porque fue una experiencia traumática…
Uno hacía en la casa lo que podía y a uno le habían
enseñado, pero era una casa en San José, en Guadalupe era, gente con plata, el
esposo de mi tía había sido abogado y ya estaba mayor ‒los dos estaban mayores‒
y tenían dos hijos. ¡Y ese señor me carrereaba por todo lado, qué señor más
atrevido! Y yo llamaba a papá, me
llamaba y me decía “¿Cómo está?” Y yo lloraba y lloraba, y luego: “Papá,
lléveme de aquí, a mí no me gusta aquí.”
Por eso no me mandó al colegio, me mandó a trabajar. Ese
año, seguro como en vacaciones de 15 días, esa misma gente me llevaron a la
playa, a Puntarenas, ¡y me di una quemada! No me pusieron… ¿qué le iban a poner
a uno a nada, si era la empleada?
Yo lloraba y lloraba cada vez que papá me llamaba, y
seguro papá le dio lástima y fue por mí, pero ya había perdido ese año en el
colegio. Eso fue en el 72, ese año yo no fui al cole.
En el 73 pasé al Clodomiro, pero igual, papá siempre de
escasos recursos y no habían becas, no había nada, entonces hice una redacción
a la Municipalidad y gané una beca, entonces ya me puse a estudiar ahí. Entonces en el 73 estuve aquí en el Clodomiro
Picado, el colegio para ir de día. Había otro de noche, pero a partir de los 15
años. Yo iba al colegio, pero si me tocaba la tarde en tiempos de acogida, iba
a coger café en la mañana.
Ese primer año a veces faltaba, porque las cogidas
estaban muy buenas, entonces me acuerdo
que una profesora con unos compañeros fueron a la casa porque estaba faltando
mucho para decirme que volviera al colegio, porque yo casi no había vuelto. Y
volví y terminé; ese fue el primer año. Pasé a segundo y en segundo año se me
puso más difícil la cosa, entonces terminé, pero aplazada en una materia. En
tercero… para ir al colegio de noche, ya nos habíamos trasladado a un lugar más
cerca de Turrialba, porque papá en ese tiempo se había colocado a trabajar con el
MOPT. La finca la vendió, un poquillo barata la vendió, mi abuelo se enojó porque
era como una herencia. y papá tuvo que buscar aquí y empezó a trabajar en el
MOPT. Después se fue para Guáplies, lo trasladaron y esos ya fueron los que
trazaron la Ruta 32. Estuvo allá muchos años. La familia quedó aquí en
Turrialba. Me acuerdo que sí me hicieron la fiesta de 15 años y mi papá sí
estaba, pero viajaba.
Para tercer año me pasé al colegio nocturno, ya
estábamos en Turrialba, ya yo conseguí un trabajo en una soda, ahí trabajaba y
estudiaba de noche. En la soda vendía, más que todo era como panadería y
repostería, entonces en la noche estudiaba, pero conocí al papá de mis hijos y
no terminé el año de estudio, ahí dejé guindando como tres materias.
Papá me pegaba mucho desde chiquitilla, entonces ya uno
grande llega el momento en que uno dice “¡hasta aquí!”, y yo deseaba salir
corriendo. Seguro el matrimonio fue un escape mío: me propusieron matrimonio y
dejé el colegio botado a los 16. En octubre uno tenía que hacer un curso
prematrimonial, entonces dejé todo botado por este hacer el curso, y en enero
el siguiente año nos casamos, yo a los 17.
Papá me pegó tanto, ¡tanto!, que llegó el momento en
que yo ni lloraba. A mi mamá no le
pegaba, era solo a mí por ser la mayor y que los mayores dan el ejemplo. A él
lo agredieron mucho, entonces, papá agredía. Siento que yo corté esa… es como
un círculo… esa cadena, porque yo a mis hijos nunca les pegué. Sí era estricta
con ellos, pero nunca les pegué, solo a la mayor y al menor, una vez, sí, los
agarré y les di durillo, porque se me perdieron de la escuela, se me
desaparecieron, pero yo ahí corté eso, porque era mucha violencia: papá
pegaba con la hebilla de la faja. Papá
maltrataba también a las hermanas, a los chiquillos no, porque ellos se
separaron y papá se había ido.
Ahora pienso que si papá no hubiera sido tan exigente,
tal vez uno no fuera lo que es. Yo era malcriada con papá, yo no me le quedaba
callada, yo le respondía por todo lo que me hacía. La última chilillada me la
dio papá a los 15 o 16 años… Ahí agarré un reloj que él tenía y lo mandé contra
el suelo y papá lloraba, pero me dio mucha cólera. Esa fue la última chilillada
que me dio papá, antitos de casarme. En el 78 yo me casé y ellos se separaron
creo que en ese tiempo, después se volvieron a juntar, pero terminaron
separados.
Me casé con alguien de aquí de la zona. Él era muy reconocido, era chapulinista,
tenía un chapulín. Cuando me casé con él, le dije: “Quiero seguir estudiando”,
y me dice: “Sí, claro.” Él era bachiller, yo le creí, pero qué va, quedé
embarazada inmediatamente, y de año a año vinieron los chiquillos, porque a los
20 años ya tenía los tres. Cuando le dije que iba a ir a estudiar cuando ya
tenía la primera, me dice: “No, no. ¿Quién va a cuidar a los chiquitos? Usted
no estudia.” Y no estudié… Porque se me enfermaban, eran muy blancos, padecían
de la piel y eran alérgicos a la leche de vaca, ¡era algo fatal!, entonces se
me fueron muchos años criando hijos.
Desde que lo conocí, él tomaba mucho; salí de las
cenizas a caer en las brasas. Yo tenía los tres chiquillos y ni sentía pasar los
años, porque criando tres criaturas con mantillas, con biberones, los tres y a
veces no pueden salir, tenía uno que venirse a pie porque se enfermaban.
Vivíamos en una parte que se llama Nochebuena de
Turrialba, era largo, era un lugar alto, entonces uno bajaba, pero después
había que subir. No había buses, él tenía un carrillo, pero a veces lo tenía
bueno y a veces malo, a veces nos tocaba caminar para traerlos porque a veces
se enfermaban los tres juntos.
Él tenía un chapulín, pero después, cuando ya había
tres chiquillos, tuvo que buscar un trabajo más estable, entonces trabajó en
Aragón, que era como un ingenio de café, ahí trabajo unos años como
chapulinero, tamaño poco de tiempo. Él era muy bebedor, todos los días tomaba, fue
muy irresponsable con ellos. Un domingo él agarraba el chapulín, echaba a un
chiquillo a cada lado en el guardabarros, y se iba para la cantina y se los
llevaba…
Después mi papá ya había salido de trabajar del MOPT y
pasó a ser mandador aquí en las fincas cafetaleras, vino a estas fincas de
mandador y le consiguió trabajo a él de mandador en otra finca. Entonces ya nos
trasladamos de Nochebuena, nos trasladamos aquí por RECOPE para arriba, a una
finca cafetalera. Ahí yo viajaba a llevar a los chiquillos a la escuela, todos
los años viajé para que ellos fueran a la escuela. Era muy largo y me daba
miedo que les pasara algo. Ahí empezaron ellos en la escuela.
Después nos trasladamos a otra casa porque lo pasaron a
otra finca, y ahí fue donde yo tomé la decisión de seguir estudiando. Siempre quise
seguir estudiando, hasta jugaba de maestra con los chiquillos. Entonces vine
aquí a la escuela del centro de Turrialba y hablé con una profesora. Primero
fui al hospital a buscar trabajo, yo quería trabajar para estudiar, y me dice
la de Recursos Humanos: “Es que necesitamos el tercer año.” Entonces yo ahí
mismo pasé donde una maestra y le pregunté si daban clases de noche, Me dice:
“Venga y saque el tercero que le falta” (porque eran tres materias que me
habían quedado ahí y las otras me daban). Yo venía a clases; había mucho
muchachillo joven y una estaba más madura, pero lo que yo quería era estudiar.
Entonces empecé en casa, sola, y pasé las tres materias.
Cuando ya tenía el tercero me fui contentísima para el
hospital y me dice la de Recursos Humanos: “¿No ve que nos llegó un correo y
dice que ahora es con bachiller?” Yo sentí que me cayó un balde de agua encima.
Y me dice la maestra: “¡Yadira, sáquelo! ¿Cuál materia le gusta más?” Le digo:
“Redacción y ortografía”. Y la presenté y saqué un 93, porque a mí me gustaba
mucho escribir y me gustaba redactar. Y me dice: “¡Ahora sí, esto es para que
usted siga!” Y de veras, yo seguí: estudiaba
en la casa y presentaba las materias, pero me pegué en matemáticas. Hice el
primer examen y lo perdí, hice el segundo y lo perdí. Mis hijas ya estaban en
el colegio, la mayor ya estaba en bachillerato, ya estaba en quinto año, y ella
me dice: “Mami, yo la ayudo …” Y ella fue la que me preparó para que yo ganara
matemáticas en el colegio por suficiencia.
En ese tiempo habían abierto varias universidades
privadas aquí, entonces había una señora que, como me quedaba solo mate, me
dice: “Vaya, vaya, vaya a la U. mientras la gana”. Le digo: “No, yo hasta que
lo gane voy…” Y cuando la gané, me fui para la universidad,
Cuando gané bachiller, mi hermana menor, que sí tuvo la
oportunidad de estudiar (ya papá y mamá se habían separado); mamá trabajaba y
le ayudaba para que fuera al colegio. Esa fue la única que salió de colegio,
entró a la universidad, empezó a trabajar y se graduó primero que yo, porque
entró mucho antes. Entonces ella me dijo: “Vamos a CONAPE, yo la voy a
financiar para que usted estudie…” Y ahí fue cuando empecé.
Recuerdo que cuando fui a la universidad el primer día,
porque vivíamos muy cerquita de la Universidad Latina, digamos a 200 metros y yo
iba pie, empecé con mi hija, la segunda hija. Ella y yo entramos a la
universidad juntas.
Primero iba a entrar a inglés, porque siempre me gustó
mucho el inglés, pero me acuerdo que bueno, primero que todo ese día, cuando
fui a la universidad, el hombre estaba bravísimo. Antes de irme el primer día,
nunca se me olvida, me dice: “¿Usted no se ha fijado en un espejo lo vieja que
está? ¿No le da vergüenza ir a la universidad a estas alturas?” Yo no le dije nada, pero llegué a la
universidad llorando y me dice una compañera: “¿Qué le pasa?” Y ya le conté. Y
me dice: “No le haga caso a ese borracho”, dice, “No le haga caso, siga
estudiando.” Ese día yo llegué directamente a una clase de inglés y todo era en
inglés, y eso como que me hizo cambiar a Educación de primer y segundo ciclo. Mi
hija también, entonces entramos juntas.
Nosotras nos graduamos juntas de bachiller en la U Latina,
papá fue a la graduación. Papá también tomaba mucho y seguro como que no
entendía mucho, entonces siempre decía: “Cuando usted saque el bachiller, yo le
regaló un carro”; “cuando sea maestra yo le regaló un carro”. Lo invité y papá
fue a la graduación de bachillerato.
Después de que papá se juntó otra vez con mamá, se
fueron a la finca en Verbena, donde él era mandador. Después ya mamá otra vez
se volvió a ir y él se buscó una muchacha que le ayudara a hacer oficio, y con
esa fue con la que terminó, tenían tres hijos, chiquititos, de la muchacha. Él
le crió tres hijos casi desde que nacieron, desde meses, porque igual que yo,
eran seguíditas tres mujeres, y esas fueron los que le dieron fin a papá. Pero
papá rodó por todo lado. Crió a esas muchachas igual como nos criaba a
nosotros, a garrote, cogía para él y todo igual, pero le dieron fin a papá.
Después, ya con el bachillerato de la universidad, no
era tan difícil colocarse en educación, porque había muy poco maestro. Mientras
estudié en la Latina estaba ahí la misma señora que nombraba en la Dirección
Regional, entonces esa señora me dio trabajo apenas empecé a estudiar.
Mi primera escuela fue la de Mata Guineo, que está
yendo hacia San Joaquín. Ahí estuve seis meses, porque era una incapacidad de
cuatro que se alargó hasta las vacaciones En esa escuelita éramos un señor y yo
que estábamos, igual, ya maduros los dos, pero con esas ganas de trabajar… Y ya
nos dicen que tenemos que ir allá, y que había que quedarse y todo. Yo todavía estaba estudiando, entonces a veces
tenía que salir los miércoles en la tarde para ir en la noche a la universidad
y volver a entrar jueves en la madrugada.
Uno siempre se encuentra con ángeles en el camino. Una señora me dio donde
quedarme al puro frente a la escuela, y ahí también comía. Salíamos los
miércoles y volvíamos a entrar jueves, pero había un muchacho que tenía muchos
años de ser maestro, entonces tenía un carrillo de tracción y él nos metía y
nos sacaba. Ese muchacho nos ayudó un montón.
Unos dos días antes de entrar a clases fuimos el compañero y yo a
conocer la escuela, y el día que entraron las clases la señora del frente me
tenía aquella aula como un ajito, porque era de la Junta, y le puso como una
lanita a la entrada, y llegué y me paré… ¡acostada caí!, pero nada me pasó. Esa
fue mi primera experiencia. La comunidad muy bonita, los chiquillos lindísimos,
una familia como la familia de uno.
Después terminó Liberación, que era el que nombraba, el
que estaba en el gobierno en ese tiempo, y usted sabe que eso siempre se ha
manejado así, muy político, ahora no tanto porque hay un medio control. Entonces
no me nombró más porque se había acabado, fui y le pedí trabajo y me dice: “No,
no; usted no es del partido”, entonces desde julio hasta diciembre no trabajé
más ese año 98. En el 99, igual, no trabajé, pero seguía estudiando, porque
como era con CONAPE, había plata.
A mi hija y a mí nos llegó el momento del TCU, entonces
no teníamos plata y nos fuimos a coger café las dos: íbamos y cogíamos café, y
con eso pagamos el TCU.
En el 99, a medio año, me fui para San José y hablé con la gente de allá. En ese momento llegó la señora que me había
dicho que yo no era la liberacionista y le dice el técnico: “¿Y usted, por qué
no nombra ella?” Y ella se quedó callada, no dijo nada, no pudo contestar,
porque ¿qué le iba a decir?
Entonces, cuando llegué aquí a Turrialba, a las 6 me
llamaron para que fuera a trabajar a una escuelita en Pavones. Ahí trabajé
parte de agosto, 22 días, era una incapacidad corta, pero ya yo había hablado
con otra muchacha de Guápiles. Yo tenía una amiga que había trabajado allá, y
ella habló y salió una incapacidad hasta fin de año, entonces me faltaban tres
días para terminar la incapacidad de Pavones y me dice el director: “No, vaya, váyase, esa es más larga
y es la que le sirve a usted”. Y me fui para Guápiles.
Claro, ahí sí ardió Troya, porque yo había tomado la
decisión. Él me decía: “Ahora que usted
va a trabajar, ya yo no trabajo más. Ya los he mantenido mucho”, dice, “Ahora
nos mantiene usted a nosotros…” Pero ya yo tenía mi pensamiento, era otro. Yo
decía: yo me defiendo sola, yo me llevo a mis hijos y no tengo por qué estar
rogando a nadie. Porque sin trabajo muchas veces pensé en dejarlo, pero yo
decía: “¿Y quién me va a mantener con tres hijos? Nadie me va a recibir con
tres hijos.” Yo siempre dije que yo no les ponía padrastro, por eso aguanté 21
años.
Me fui para Guápiles y como ya ganaba, entonces yo les
dejaba empleada. La primera escuela fue en Duacarí, en ese tiempo me tocó un
cuarto grado, eran dos grupos. Duacarí,
es una comunidad bananera, puro banano, y yo no conseguía donde vivir. Usted
llega nuevo y busca y nadie le da porque no lo conocen. Y ya era tarde y tenía
que venirme y entrar el lunes, era un viernes, hasta que seguro una señora se
apiadó de mí, “No, yo lo voy a dar un cuartito en la casa, yo le voy a alquilar…”
En Duacarí trabajé tres meses: parte de septiembre,
octubre, noviembre y diciembre. En noviembre me llegó la propiedad, me llegó el
telegrama de que tenía propiedad en un lugar que se llama Turnón, Escuela La
Victoria, pero había varias escuelas con ese nombre, entonces empecé a
averiguar y ya le conté a un compañero, y dice: “Vamos, yo la llevo en moto”. Y
nos fuimos… ¡Qué camino más remalo!
Administrativamente, La Victoria pertenece a La Rita;
está cerca de Cariari, pero administrativamente pertenece a La Rita. A esa
escuela llegué en el 2001, ya en propiedad. Ahí estuve seis años. Yo dije: “Ya
aquí me vengo, puedo ver a la familia”. Siempre los dejé con empleada, yo
todavía estaba con la pareja, pero sabía que no iba a aguantar.
Entonces empecé ahí. La escuela era bonita, estaba el
director con un grupo de cuatro
docentes y unos 30 estudiantes. Había un maestro de preescolar, otro maestro de
primero y segundo ciclo, estaba yo y estaba el director.
Era una comunidad bananera; como me gustaba el trabajo,
yo veía bonito todo. Había casa del maestro, estaba muy malilla, pero la
lavamos y la pusimos bonita y ahí me fui a vivir. Empezamos en febrero, marzo y
abril; en semana santa, me vine para Turrialba. En menos de 8 días se metieron
a robar y me robaron todo. Entonces, en la misma comunidad, yo buscaba una
muchacha que se fuera a vivir conmigo para no dormir sola, porque inclusive una
noche… Yo me acuerdo que anduve siempre un gas pimienta y lo dejaba así a la
par de la camilla, y una noche empecé a oír como una sierra cuando están
raspando, cortando unas verjas, y la casa tenía verjas, y no pude moverme ni
agarrar el gas. Lo que hice fue bulla para que la persona se fuera. Entonces
ahí yo dije que quería a alguien. Las mujeres en ese tiempo eran muy pocas,
entonces me mandaron un muchacho de la comunidad ‒siempre hay alguien que lo
recibe a uno y le da‒, y ese fue el que me iba a acompañar.
Los chiquillos eran súper humildes, de todo encuentra
uno, porque siempre hay chiquillos con más necesidades que otros, con
problemas, pero eran chiquillos muy buenos. Había tres chiquitos que viajaban a
caballo de un lugar que se llamaba Cocotales. Había solo coco ahí, todavía hay
solo coco, y ellos a veces con esos barriales, porque era muy inaccesible el
lugar. Después llegaron más, porque en la escuelita que había ahí a veces no
nombraban, entonces los traían a una un poquito más grandes que era esa, y después,
cuando vimos que eran tantos, me fui con una de las señoras (porque es gente
muy humilde que hace amistad con uno), hicimos todos los papeles porque me
dijeron que había una tierra, entonces hicimos todos los papeles para que
abrieran una escuela en Cocotales, y se abrió. Eso nos quitó matrícula, pero
uno veía esos chiquillos que viajaban en caballo, otros a pie, con botas y
todo, gente muy humilde,
En ese tiempo hicieron alguna vuelta para que se
abriera un CINDEA de noche en el salón comunal, y se abrió. Entonces, al
siguiente año, yo trabajé con adultos para sacar sexto grado para que fueran al
colegio. Eran muy poquitos, pero la
gente respondía, quería estudiar. Casi todos eran peones bananeros. Ahí daba de
todo: daba Estudios Sociales, daba Ciencias, daba Español a un grupo en la
noche.
De hecho, cuando yo trabajé en esta escuela de Duacarí,
también trabajaba ahí de noche. Yo paré de trabajar de noche en el 2016, porque
empezó el Ministerio a decir que no podíamos trabajar tanto y no sé qué, pero
era para no pagar. Entonces saqué montones de gente, algunos ahorita son profesores.
En el 2001, cuando llegué en propiedad a La Victoria,
allá llegó mi esposo. Teníamos una actividad, en la escuela había un reinado y
había un baile. En ese tiempo estaba La Selección, habíamos llevado a ese
conjunto musical, se había hecho el reinado y habíamos trabajado un montón en
la noche, y al otro día llegó él con mi hijo menor para que viera que yo estaba
con un montón de hombres. Y sí, en la casa estaba el director, estaban los
otros dos maestros, estaba un muchacho que se quedaba conmigo cuidando, y le
dice él a mi hijo: “¿Vio lo que le dije?” Pero él no sabía que en ese tiempo en
que me dieron propiedad a mí, también se la dieron a mi hija, pero en Río
Jiménez, entonces nosotros viajábamos juntas los lunes en la madrugada y los
viernes nos veníamos juntas. Yo tenía un carrillo y la recogía, pero cuando
había actividades, mi hija se iba a ayudarme. Y lo que no sabía él era que mi
hija estaba en el otro cuarto. Cuando él llegó, abrió la puerta viendo a ver
qué veía, se la encontró a ella. Ella le dice: “Papi, ¿qué está haciendo usted
aquí?” Dice: “No, vine a darme la vuelta…” Yo sabía que él iba a buscar un
pleito conmigo, entonces lo llamé aparte y le digo: “Yo no sé a qué viene
usted, pero aquí usted no me va a hacer ningún escándalo. Esta semana llego y
hablamos”, porque era la semana de capacitación. Y de veras me vine.
Entonces llegó a la casa y me dice: “Ahora sí,
hablemos”. “¿Qué quiere que hablemos?” Dice: “Deja ese trabajo o se termina
todo”. Yo estaba en propiedad, ¿cómo lo iba a dejar? “No, ya decidí”, digo yo:
“Voy a seguir trabajando”.
Él, siempre que me decía algo, sacaba una pistola que
tenía, un arma, y la ponía sobre la mesa, a un lado. Y me dice: “Tome una
decisión y yo tomo la mía”. ¡Quién sabe cuál era la decisión que iba a tomar! “Seguro
me va a matar”, decía yo. Entonces le digo: “Más tarde hablamos, vaya a
trabajar y más tarde hablamos”. Se fue a trabajar y me fui yo para donde un
profesor que era abogado y le expliqué lo que me estaba pasando, porque él me
decía que si yo me iba o lo dejaba, él se mataba, se quitaba la vida. “No, él
la está manipulando, él no se la va a matar, y si se mata, usted no le está
poniendo la pistola en la cabeza. Entonces vaya al juzgado de familia.” Y fui y
les expliqué qué era lo que me estaba pasando, entonces le pusieron medidas
cautelares.
Cuando él llegó, ya yo me había ido. Yo le dije a mi hijo ‒mi hijo
estaba ahí‒, le digo: “Vámonos conmigo. Ya yo no vivo más con ustedes. Yo no
aguanto más.” Y me dice: “No, mami. Si usted se va, para mí usted está muerta.”
A mis hijos yo nunca les conté nada del papá, ni nada, para ellos era su papá
y casi que perfecto. En el momento que yo tomo la decisión, pues yo soy la mala
de la película. Mi hijo dijo que me desconocía, mi hija mayor estaba
independizada, ella es enfermera, ya había empezado a trabajar. Ella es muy apegada al papá porque mientras
yo estuve trabajando largo, el papá se encargó de envenenarlos, decirles cosas
negativas mías, entonces ya yo fui la mala.
Mi hija, la que es maestra, que viajó conmigo todos esos años
porque el mismo año nos dieron propiedad y en la misma región (aunque ella en un lado
y yo en otro), pero como era maestra, pues ella entendía más las cosas, el
trabajo mío, porque era el mismo trabajo de ella. Mi hija mayor medio se enojó
conmigo, solo el menor no me habló más, y esa otra nunca dejó de visitarme,
nunca dejó de llamarme. De hecho, ella sigue igual. Mi hijo, como yo me fui,
empezó hacer loco con el papá, a tomar juntos, a andar en cabalgatas juntos. Yo
lo lloré como tres años, porque me dolía lo que había hecho, hasta que un día
yo misma dije: no, ya no más, yo no tengo por qué estar llorando. En algún
momento él va a entender las cosas como fueron. Y como dije hace un rato:
siempre hay ángeles. Alguna señora se arrimó a él y lo arrimó mucho a la
Iglesia, entonces él empezó a ir a la iglesia, y ahí mismo, en eso que él
empezó a ir a la iglesia, me mandó a llamar, pero ya había vivido como tres
años con el papá. Ya entendió las cosas un poquito más como eran, y un día me
mandó a llamar, que tenía que hablar conmigo y pedirme perdón, y que él hasta
ahora entendía por qué yo había hecho las cosas, y de ahí para acá, empezó una
relación normal. La
hija mayor también. Los tres son muy diferentes de carácter y de sentimientos,
pero después empezó una buena relación. Ahora están felices, pues yo estoy aquí
en Turrialba, acá vienen a cada rato. Cada uno tiene un hijo nada más, son los
tres nietos que voy a tener.
Nunca se me olvida: me fui de la casa con un sillón
nada más, un microondas, la cocina se las dejé aunque yo la había comprado con
lo que había ganado, pero no los iba a dejar sin cocinar, y me fui con eso nada
más. El mismo miércoles me regresé a Guápiles, me quedé donde una amiga, y ya
al otro día me fui para el trabajo, a la casa del maestro.
Después de que pasó todo eso y que yo me fui, el mismo
muchacho que me cuidaba en la casa, con ese terminé viviendo yo 12 años,
hicimos una relación. En el 2002 me junté con él. Luego ellos vendieron una
finca que tenían y concursé para cambiar de escuela, y me dieron otra propiedad
en la escuela Sagrada Familia de
Cariari, escuela bananera, casi céntrico.
Los chiquitos con muchos problemas cognitivos. Yo nunca
había llegado a un lugar donde los chiquitos tuvieran tanto problema cognitivo,
de hecho en la escuela primera de Turnón habían, pero no tantos, pero como esa
escuela era más grande (tenía unos 150 estudiantes), pues ya se veían más los
problemas. Les costaba aprender.
En ese tiempo salió todo lo de las “adecuaciones”, y uno
tenía que verlos. Pero yo sí veía que en el lugar había mucho problema de ese
tipo. Inclusive, una vez hicieron una reunión, porque usted estaba en la
escuela y se oían las avionetas donde pasaban fumigando, se veía solo aquello
que caía en el banano, que era muy cerca, la escuela estaba rodeada de
bananales. Una vez que hicieron esa reunión con los bananeros, de hecho con
gente poderosa, porque sí ayudan mucho a las escuelas ‒pero ellos saben por qué
están ayudando‒, yo les dije que había muchos problemas en los niños y que yo
pensaba que era por los productos que usaban, entonces uno de los que iban se
enojó mucho. “¡No!”, dice, “Yo soy hijo de un bananero y no tuve problemas”.
“¿Usted se expuso en las bananeras a que le cayera eso encima?” No, no, era en
las oficinas, jamás se iba a exponer. En esa escuela había muchos, muchos
problemas; ya había drogas, delincuencia, muchos hogares disfuncionales, la
población era más grande y era más céntrico.
Trabajé 10 años en esa escuela, igual: en el día
trabajaba con chicos y en la noche con adultos, en la misma escuela, con sextos
grados, era gente que no tenía su sexto grado.
Entre todos los estudiantes que tuve, algunos lo marcan
a uno. Ahí llegó un muchacho adulto como a tercer grado, hasta ahí había
llegado. De ahí lo arranqué yo hasta sexto, se graduó y ahora está en la
universidad estudiando para profesor de matemática, le costaba un montón y eso
está estudiando…
El primer año en esa escuela de Sagrada Familia me
marcó mucho. Era una escuela grande; cuando uno llega a una escuela grande y es
nuevo, le dan lo peor. Ese año me dieron un primer grado grande. Entre los
estudiantes que me dieron, habían varios con muchas necesidades educativas,
pero había uno en especial, un chiquillo, se llama Johnny, estaba repitiendo
primero y le decían solo Chucky: Chucky para arriba y Chucky para abajo, y él
lloraba. ¿A quién le va a gustar que le diga Chucky? Entonces me fui, hablé con
el director, le digo: “Esto no puede estar pasando”. ¿Cómo no hacían nada por
él? Aparentemente el chiquillo era muy
agresivo. Entonces ya hicimos un proyectito hasta con juegos y todo para
quitarle el apodo al chiquillo, hasta que se le quitó. Pero a él le costaba
mucho, estaba repitiendo primero y no sabía nada nada de nada de nada, era
tremendo. Una vez me acuerdo que se me salió del aula y cuando fui a buscarlo
estaba llorando en una acera y le digo: “¿Qué le pasa Johnny?” “Profe, es que
usted no me va a entender”. “¿Qué es lo que le pasa? Cuénteme.” Dice: ¿Usted
sabía que mi mamá se fue y me regaló a mi abuela?” Le digo: “Sí, yo sé que su
abuela está a cargo”. “No, ella se fue y me dejó, y yo ni sé quién es. Yo no
puedo perdonar a mi mamá.” Y le digo a Johnny: “Su mamá pudo haberlo botado a
un basurero o pudo haberlo matado, en vez de dárselo a su abuela. Ella sí lo
quiere”. Y le digo: “Es que a veces se toman decisiones que son duras, pero hay
que tomarlas”. Lo pasé al aula y ese día se le pasó.
Un día al director que yo había tenido en Turnón lo
enredaron y la cosa es que fue a parar a la cárcel. Nunca en mi vida había ido
a una cárcel. Me voy a verlo a la cárcel a La Leticia, que está cerquita, en
Pococí, ¡y me voy encontrando a Johnny trabajando ahí! Y le digo: “Johnny ¿qué está haciendo aquí? “Me
dice: “Trabajando, cuidando carros.” El papá se lo llevaba sábado y domingo a La
Leticia.
A Johnny le costaba mucho. En ese tiempo estaban las
adecuaciones y a uno mismo tenía que abrir las adecuaciones, llevarlas a la
Regional, que las aprobaran para poder ayudar a un chiquillo de esos. Entonces
yo le dije a Johnny: “Hablemos, yo lo
voy a ayudar a usted, le voy a ayudar con la materia, pero usted tiene que
ayudarme a mí. Entonces, para que usted pase el segundo grado, primero que todo
ese carácter usted tiene que componerlo, usted no puede seguir así, agrediendo
a todo mundo. A fin de año, si usted logra eso, Johnny, yo le doy algo. Nada
más que no le diga a nadie. Le voy a regalar algo, pero usted no le diga
nadie…” Me dice: “Está bien, profe.” Y de veras: el chiquillo empezó a
responder, trabajaba, no molestaba, y pasó el año y aprendió a leer. No leía
como los demás, pero aprendió a leer. Me acuerdo que en la “fiesta de la
alegría” se arrima y me dice: “Profe, ¿usted se acuerda de lo que usted me
dijo?” Le digo: “Sí, Johnny, ahí lo ando en el carro, pero no le diga a nadie. Cuando
usted se va, me avisa, yo se lo doy y se lo lleva para la casa”. Y de veras:
cuando terminamos él fue y se lo llevó para la casa.
A Johnny lo tuve en cuarto año, después pasó a quinto y
sexto. Cuando sacó el sexto, como no tenía, mamá, me dice: “Profe, tengo que
hablar con usted” y le digo: “¿qué fue?” Me dice: “Quiero que usted me acompañe
a la cena y baile conmigo el vals”. Y le digo: “¡Está bien!” Y yo fui a esa
cena y bailé con él. Son cosas que uno más bien aprende de eso, porque qué se
va a imaginar que los chiquillos viven tantas cosas. Johnny me marcó. Todavía
veo a Johnny, porque a veces lo veo en Cariari cuando voy, y él me da ese gran
abrazo. Siguió trabajando. Los abuelos lo enseñaron a trabajar y se hizo de una
familia, hasta la señora con hijos y todo, y él la mantiene. Se hizo
responsable y me dice: “Profe, todavía
tengo el carro aquel.” Lo tiene guardado.
En Sagrada Familia ya se escuchaba de gente que estaba metida en la
droga: el Fulano de Tal, el papá de tal, pero no era tanto como ahora, se
escuchaba, pero como que no afectaba mucho… Ya en los últimos años, cuando
estuve en la nocturna, estando los adultos, sí me dijeron que uno de los que
tenía yo estaba llevando droga y todo, entonces tuve que ponerme detrás de eso
y como que él se salió por su propia cuenta. A la nocturna llegaban jóvenes,
pero de 15 años en adelante.
Cuando estaba ahí en Sagrada, me puse a sacar una maestría
en la Universidad Florencio del Castillo, una privada. Iba hasta Siquirres,
viajé dos años. En el 2017 concursé para ver si me llamaban para dirección, y
me llamaron en varias escuelas, pero todas muy largo de donde yo estaba. Para
ese momento ya me había separado yo de la segunda pareja y vivía en Cariari, en
el puro centro. Al final compré casita; pagué muchos años alquiler, pero al
final compré, porque era casi parecido. Y en el 2018 me llamaron de Barra del
Colorado. Ahí dejé la propiedad y tuve un ascenso interino como directora. Duré
tres años trabajando ahí, un trabajo muy administrativo, algo totalmente
diferente.
Era pasar de la tierra al agua, pero a mí me encanta, a
mí todo eso me encanta, me gusta mucho la naturaleza, entonces yo disfrutaba. A
mí me decían: “Pero, ¿cómo se le ocurre usted irse meter allá?” “Es que yo
quiero”.
Entré en febrero y a la semana tenía un sala
cuartazo encima que no sabía ni cómo era que tenía que defenderme ni nada.
En ese momento la directora anterior ya no estaba, estaba yo, entonces me cayó
a mí. Yo tenía que responder por un chiquito con espectro autista muy muy
severo, pero yo apenas medio conocía el caso, sin embargo, salí bien librada,
hicimos el documento que había que hacer con ayuda de mucha gente, porque
siempre hay gente que ayuda.
Fue pasar a un ambiente totalmente diferente, donde la
gente vive de la pesca, hay mucha droga, para nadie es un secreto que en Barra
hay droga, pero que todo mundo está callado, no hay que meterse. Ahí se
escuchaba que Fulano de Tal, iba al mar a pescar, pero uno sabe que son
paquetes también lo que va a pescar, y que hay muchos que surgen rápidamente
por la droga… Uno no se mete con nadie. Yo estaba en Barra del Colorado Sur; en
Barra del Colorado Norte (porque son dos barras), es más complicado, dicen que hay
más gente vinculada al narco, los estudiantes con muchas limitaciones, los
estudiantes son más vulnerables.
Había mucha gente de Nicaragua, porque se pasan por el San Juan y caen ahí.
También mucha gente que tal vez nació ahí, pero como eso se inunda ‒porque esas
barras se inundan‒ muchos perdieron los papeles, entonces hay mucha gente que
está como en el aire, no existe, existe solo ahí… Algo completamente diferente:
la gente pescando, dos o tres hotelitos que hay por ahí… Es una vida muy dura en
las barras, es otra cosa. Me gustaba mucho allá, yo en las tardes salía de la
escuela, siempre me ha gustado hacer ejercicio, entonces me iba a la playa a
caminar y a la pista a correr, pero no es lo mismo que estar uno en tierra
firme.
Tenía casa en Cariari, pero entraba ahí los lunes y
salía los viernes, y a veces hay que salir a media semana, depende si a usted
le piden documentación, el acceso es carísimo, incómodo. Desde Cariari agarraba
el bus a las 4 de la mañana, llega hasta el río y de ahí en bote otra hora. El
bus dura dos horas, muy malo el camino. Ahorita está bueno, pero había momentos
en que no subía nada nada, entonces había que tirarse por otro lado en un
bote. Otra cosa: los zancudos. Hay que
aprender a convivir con los zancudos, porque hay demasiado zancudo ahí. Y el
agua no se puede tomar, hay que llevarla, hay que jalar la ropa, jalar la
comida, jalar el agua. Era durillo, pero igual uno siempre topa con gente
buena, gente humilde, trabajadora.
Luego, en el 2020, se viene la pandemia, que fue
terrible. Ya yo estaba allá; trabajamos marzo, nos mandan un tiempo para la
casa, pero ya después tienen que trabajar los directores. Ese año trabajé yo
sola desde abril.
Ya de hecho la huelga del 2018, que fueron tres meses,
tuvo consecuencias. Yo no me uní a esa huelga, yo la trabajé, pero eso afectó
mucho porque yo trabajé con mis grupos y yo les decía: “Si quieren, yo los
atiendo”, pero no nos los mandaban, porque aunque yo fuera directora, uno
siempre tiene que trabajar con grupos. Yo tenía dos grupos a cargo, y la otra
docente, cuatro. Hasta cierto tamaño de escuelas, la dirección es un recargo.
Ya en el 21 gané propiedad como directora y entonces
estuve en El Triángulo 2021 y 2022. El
Triángulo es una comunidad bien
complicada: mucho narco, muchas drogas, muchos problemas en los hogares, casi
todas las mujeres solas.
Después de la pandemia todo, a nivel académico, todo se
fue abajo. Afectó muchísimo, porque como era a distancia muchos papás se
encargaron de hacer las tareas y entregar todo hecho. Yo digo que hay un
desfase tan requete grande, porque todavía en estos momentos se ven las
consecuencias de eso: chiquillos que no saben leer, que no saben escribir,
padres de familia muy irresponsables porque quieren que ahora todo lo agarre el
profesor. Y todo tiene que tener 50/50, 50% escuelas, 50% en la casa.
Después de la pandemia, yo siento eso: chiquitos que no
sabían nada nada, no les ayudaban nada tampoco en la casa. Y así siguieron. Y
ahora no, ya ahora todo cambió. Hubo problema en el Ministerio de Educación;
dijeron que los chiquitos no tienen que aprender a leer en primero, entonces
eso fue como decirle a los papás: déjenlos, no hagan nada. Eso fue un gran
error. Le dejan toda la responsabilidad al maestro, y no, las cosas no son así.
En resumidas cuentas, ya ahí me pensioné. Esa fue mi
última escuela, El Triángulo de Cariari, donde estuve en 2021 y 2022.
Fueron 25 años en la docencia. La vida se trata de
oportunidades. Uno aprende todos los días, a veces con muy buenas experiencias,
a veces de malas experiencias. Dije que mi matrimonio iba a ser para toda la
vida y no fue para toda la vida, pero están mis hijos. Si no me hubiera casado,
no hubiera tenido a mis hijos. Ahí están, son parte, son el motor de uno…
Laboralmente, hay momentos en que uno se estresa del trabajo, más ahora, con
tanto protocolo, tanta cosa que pasa, todos esos protocolos que hay que activar
cuando pasan cosas en la escuela. Cuando yo estuve era de bullying, era de
terremotos y de maremotos, pero día a día uno ve que está peor, porque ahora es
de tiroteo… Son cosas que le quitan a uno mucho tiempo que puede aprovecharse
en otras cosas.
Decidí pensionarme porque mi mamá está muy enferma y ya
tenía el derecho. Yo lo podía postergar tres años más y me sentía en capacidad
de hacerlo, porque me gusta, pero mi mamá tenía 12 años de estar solita. Estaba
muy complicada de salud, muy complicada, entonces no quiso irse para allá.
Cuando me vine para Turrialba, mi intención era irme a vivir a Santa Cruz, que es más frío (porque me gusta mucho lo frío), pero por mi mamá no lo hice. Esta era una casita como todas, como la de la par, y yo lo que hice fue agrandarla para no mover a mamá de aquí. Entonces este año pasé construyendo, y con mamá corriendo para el cardiólogo, al hospital y todo. He pasado muy ocupada en eso. Según yo, me iba a poner a escribir, pero todo esto son las horas y no me he podido sentarme solamente a eso.
En el colegio gané varios premios de cuento y poesía,
me gusta escribir, y uno ha pasado, ha vivido tanto, que puede escribir tanto…
Más bien yo a veces me pongo a pensar que uno no aprovecha las oportunidades
que Dios le dio, porque yo tenía (no he
vuelto a tener) sueños que yo podía haberme sentado y levantarme y escribir
todo lo que me soñé, porque a uno se le olvidan, y no lo hice. Pero sí: me
gusta mucho escribir, me gusta mucho leer, me gusta mucho andar en bicicleta,
salgo a correr, salgo al gimnasio, me gusta mucho el senderismo, que es lo que
estamos haciendo ahora. Esas son mis salidas, con eso me desestreso un montón. Aquí no tengo mucha vida social, pero
en Cariari tengo mucha vida social y amistades, maestras, ahí hay un montón.
Siempre me inspiré mucho en las maestras que tuve. La
vocación nos lleva a eso. Cuando me jubilé, publiqué algo en Facebook. Una
chiquilla me ponía: “Profe, yo soy maestra, gracias a usted, usted me inspiró”.
Yo siento que tenemos ese don. Más de uno me ha dicho: “Profe, yo soy maestro
por usted.” A mí me costó mucho llegar,
pero llegué.
Siento que Dios fue muy grande conmigo, porque paré de estudiar, tuve a mis hijos, después empecé otra vez a estudiar, pude jubilarme, cosas que yo creí que no iba a poder hacer, y aquí estoy disfrutando a mi manera, haciendo las cosas que a mí me gustan y viendo por mi mamá, que era una de las razones. Tuve que poner en la balanza la familia o el estudio, pero si yo no hubiera estudiado, no hubiera hecho muchas cosas. Entonces lo veo así, como de que tenía que tomar esa decisión para poder llegar hasta donde llegué. No puedo quejarme, uno a veces hubiera querido hacer más cosas, pero no se pudo. Y sí, me siento satisfecha. Hasta dónde Dios nos deje llegar, solo Él sabe.
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