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VIVIAM DURÁN RETANA

 




Palmar Sur de Osa

17 de abril, 2024

        Mi nombre es Viviam Durán Retana. Nací el 6 de febrero de 1964 en el Hospital San Juan de Dios, en San José. Por parte de mami mi familia es de Alajuelita, y por parte de mi padrastro, de San Pedro de Montes de Oca.  Mi padrastro era albañil y carpintero; también recuerdo que un tiempo cogía pájaros con jaulitas de esas que ponen en los corredores.

Cuando yo tenía como dos años, ellos se vinieron de Alajuelita para Pérez Zeledón. Ahí estuvieron un tiempo; mami trabajó en el hospital y después supieron que había trabajo aquí en Palmar, en la zona bananera, y se vinieron para acá. Soy la hija única de mi mamá, pero ella tiene cuatro hijos más que son de mi padrastro y de ella. Soy la mayor y la única mujer. De mis hermanos, los dos chiquitillos nacieron acá.

            De esos primeros años en San Isidro recuerdo la pila donde mi mamá lavaba la ropa y un lugar a donde íbamos cerca de los bomberos. Ahora mi mamá dice que era que cuidábamos ahí; ellos trabajaban y nosotros cuidábamos ese lugar de un señor que tenía tierras, entonces les dieron para cuidar ese lugar.  

Calculo que llegamos a Palmar Norte cuando yo tenía cuatro años. A mi padrastro rápido le dieron trabajo porque la Compañía estaba contratando. Vivíamos cerca del río. Ahí hay historias de familias que nos querían mucho, una señora que nos quería mucho, historias de mami cuidándola. Ella siempre ha tenido un pensamiento de mujer libre, de mujer empoderada, entonces le ayudaba a las mujeres a que no se dejaran agredir, que no buscaran pleito ni nada, sino que se cuidaran ellas mismas con formas, con actitudes bonitas. Me acuerdo que una vez el río se metió no hasta la casa, sino a la orilla, y veo el río café chocolate donde llegaba… Luego se iba.

Entré con seis años a la escuela de Palmar Norte y estuve dos o tres años en esa escuela, la escuela Eduardo Garnier Ugalde. Mami fue a que me matricularan, porque no se permitía que entrara con seis años ‒era con siete años‒, entonces el maestro le dijo; “No tiene edad”, “Pero déjemela, mire…”, “¡Que no!”. Entonces fue donde el otro maestro, donde Carlos Castillo,  y él le dice: “Tráigamela y ahí vemos qué avances tiene.” Y mami cuenta que yo hacía las “a” cuadradas, no había kinder, no tenía aprestamiento ni nada. y el maestro decía: “¡Qué lindo que está eso, está muy lindo!” Y seguí. Ahí me dejaron porque fui sacando buenas notas, mami las guarda, puros 10 me sacaba a pesar de que entré antes.

Hice parte de la primaria en Palma Norte y luego nos vinimos a Palmar Sur porque a mi padrastro le dieron trabajo aquí, siempre en albañilería y carpintería, y le dieron una casa, porque la Compañía le daba a casa a la gente. En Palmar Norte había que pagar alquiler, agua, luz, todo, y aquí la Compañía le daba todo. 

En Palmar Norte tengo un recuerdo muy feíllo. Nosotros vivíamos aquí en el sur, pero yo tuve que terminar el año en la escuela de Palmar Norte, entonces viajaba hasta allá en una bicicleta azul que tenía una canastita negra para el bulto, y una chiquilla ‒es la envidia que sale en los chiquillos, tal vez ella no tenía nada‒ me empujó, me acuerdo donde me empujó y la bici cayó y yo me fui llorando… Mami siempre ha sido mi protectora, inmediatamente supo y vino. Me acuerdo cuando yo pasaba con la bici  frente a la escuela de Palmar Sur, porque ya vivíamos aquí y tenía que ir allá, y los chiquillos salían a la baranda a gritarme: "¡La ley del Norte, la ley del Norte!",  porque el Norte y el Sur eran pueblos muy separados, el Sur era lo próspero, la gente tenía trabajo, casa, muchos muchachos tenían moto, compraban mucho y botaban, había polacos que traían cosas muy caras y botaban porque no pagaban agua, luz ni casa; si se dañaba un cedazo ‒porque las ventanas de las casas eran con cedazo por el calor‒ ellos, los gringos, la Compañía, lo reparaban, y la chapia la hacía la Compañía.  Las casas estaban alrededor de una plaza en el centro, entonces ahí jugamos bate. Era como el béisbol, una adaptación del béisbol, no era como el diamante del béisbol sino un cuadrado y no había nada de reglas, nada más si llegaba a cierto punto y lo quemaban tenía que devolverse. En los Años Nuevos y los 25 de diciembre muchas familias nos íbamos para el río, llevábamos comida o cosas para cocinar y toda la chiquillada ahí, metiéndose en el río.

Las escuelas de Palma Norte y de Palmar Sur eran diferentes. Aquí la Compañía proveía mucho, entonces nos pasaban en fila a darnos un alimento, como una sopa que se llamaba minestrone que la traían en unos sobres, y otro que se me asemeja como a maíz quebrado muy fino (no sé si estará bien la comparación) pero nos daban un alimento y unas pastillas de bacalao. La Compañía nos daba muchos materiales. En cuanto a la medicina, había un llamado “dispensario” y ese personal era pagado por la Compañía directamente. Cuando se fue la Compañía, el personal pasó a la Caja.

Hay un maestro que ya falleció, el maestro de música, “Denis Chicharrón” le decíamos. Él nos enseñó unas canciones que hasta el momento no se me olvidan; tenía un acordeón, tocaba en un grupo que se llamaba "Los Bacher" y era de los más famoso de aquí del Sur. Nos daba clases don Gerardo Barahona, que hasta el momento somos amigos. Sin embargo, hay recuerdillos feíllos que mejor no, pero a “Chicharrón” siempre lo recordamos. Después, ya de adulta que yo volví acá ‒porque me fui a estudiar un poquito a San José‒  nos hicimos amigos, cantábamos y hablábamos mucho.

A veces mi mamá, de seguro cuando necesitaba un esparcimiento, decía: “Vamos a dar una vuelta”, entonces llevaba café, llevaba un pan, llevaban cositas y entrábamos en un potrero, tendían manteados, ponían un fuego y hacíamos café, hasta comida. Ahí nos quedábamos toda una tarde. Como había mucho animalillo, mucho bichillo, entonces mi padrastro cogía boñigas secas y las ponía alrededor de todo el campamento, las prendía y ya no te molestaban los zancudos.

El alcoholismo ha sido protagonista en casi todas las familias, aunque sean de cualquier estrato. Entonces a veces sufríamos esos embates del alcoholismo y en Palmar Norte tengo esa escena de mi mamá con nosotros, porque el señor tomaba y nos echaba de la casa. Entonces mi mamá con nosotros por ese Palmar Norte, esas calles, y algún vecino: “Flor, ¿para dónde va? ¿Cómo se le ocurre, a las 11 de la noche con sus chiquitos...?” Nos pasaban y ahí estábamos un tiempito. Cuando ya se mejoraba y se contentaba el asunto, volvíamos. Siempre fue esa la sombra. Pero mi mamá fue una mujer muy fuerte y muy inteligente, nunca sentimos el recargo de aquello, uno lo recuerda y en aquel momento casi no lo percibía, ¿o será que el niño no percibe? No sé...

Ella estuvo siempre ahí. Cuando he tenido ideas de escribir algo, hay una frase que se me ocurre, un título que se me ocurre: “Las mamás que cocinan”. Porque mi mamá siempre cocinó, ella siempre nos mantuvo muy sanos. Ella no era de arroz, frijoles y mortadela o arroz, frijoles y el salchichón, si no que era arroz bien hecho, frijolitos cocinados con guineítos, picadillos... Nosotros sabíamos lo que eran las cremas, toda la vida cremas de ayote, cremas de zanahoria, nos hacía carnitas con papas, sopas, todo… Nunca gaseosas, en la casa siempre hubo jugo de frutas de la época, de mango, de guayaba, de marañón… Nos mantuvo y trabajó mucho. 

A veces, cuando se quedaba sin nada o el señor se iba por el problema, entonces ella hacía cosas para vender: tortillas palmeadas, tacos, mis hermanos se acuerdan de como ella hacía los tacos que ya estaban encargados: “Vaya, déjele”, “Vaya, vaya”, y yo volvía sin tacos y con la platita.

Terminé la escuela aquí y entré a primer año al Liceo UNESCO en Pérez Zeledón. La familia de mi mamá era de San José y se había venido para Pérez Zeledón. Uno de los hermanos de mi abuela se vino con los papás, con mis bisabuelos, compraron tierras en Palmares de Pérez Zeledón, ahí hicieron finca. Yo vivía con ellos, con ellos vivía yo. A veces, cuando se me acababa la platita (mami mandaba un diariecito y un poquito de plata), una de las nueras de la señora me decía: “Vivi, si usted quiere hacer platita, vamos ahí a la empacadora para que ayude a seleccionar…” Entonces yo me iba, ayudaba: primera, segunda y tercera clase del tabaco.

Irme para Pérez lo tomé como algo normal; tal vez por el ejemplo de mi mamá, siempre he tomado la vida como “esto es lo que hay”. Tengo escenas en mi cabeza donde a veces no había tiquete del bus de Tracopa y mami estaba afuera, esperando que me fuera, y me quedo viendo a mami donde va el bus y yo voy… A veces sí había campo y me dormía en el bus, me pasaba, y yo andaba con una maleta de los once mil, grandísima, porque traía la ropa lavada, me pasaba y yo con esa maleta… Un día me acuerdo que estaba lloviendo y tenía que entrar ese cruce hasta el fondo con la maleta al hombro, con esa edad y lloviendo… 

¿Hace cuántos años fue esto? Como 50 años. Entonces todavía había aquella posición de que los niños trabajan, los niños ayudan, los niños tienen que hacer… Yo no siento que era tan exagerado, pero a veces sí era duro el asunto, porque no sé, nunca me hicieron parte de ellos, de la familia, como que yo no sentía amor o qué sé yo, sino que vivían diciéndome: “Antes de irse al colegio tiene que repasar dos tolvas de masa…” Entonces, bueno, yo no estaba acostumbrada a eso, porque mami ha sido muy maternal. “Viviam, lave las aceras de la casa”, “Viviam, tiene que limpiar la refrigeradora…” Una vez que estaba lavando las aceras me fui con la olla, una olla de esas de loza, de puntitos azules y blancos, eché el agua y me resbalé y caí… La señora se vino y no me vio a mí, qué me había pasado a mí, y hacen chistes de eso “¿y a la olla qué le pasó?” Ellos habían hecho una casa muy linda al frente en la que había cuartos desocupados y atrás había quedado la casa vieja, la casa donde vivían antes, y a mí me dieron un cuartito de la casa de atrás, entonces yo dormía sola y como separada. Con esa edad estaba acostumbrada a dormir en un cuarto con mis hermanos… Cositas así: “Vaya a traer las boñigas…”,

¡Y qué torta! Porque mi mamá decía: “¡Qué lindo! Voy a sembrar rosas.” Entonces traía estacas de rosa y las sembraba, y cuando ella se iba, yo las quitaba. Y ella: “¡Qué raro! Sacaron las estacas”. Y otra vez ella traía estacas de rosa y yo las quitaba… Y un día digo yo: ¿por qué hago eso? Y me acordé que con un carretillo yo tenía que ir atraer las boñigas para echárselas a un jardín de rosas que tenían ellos. Hace dos o tres años descubrí qué era, porque cuando uno le pregunta al universo “por qué” o uno quiere saber, el universo le responde. Eso es verídico: se me vino el recuerdo donde yo estoy con una pala echando todas las boñigas en el carretillo, jalando el carretillo y echando la boñiga en los rosales.

Y en las noches era siempre: “¡Viviam, los terneros!”. Se iba Joaquín, el hijo de ellos, a traer los terneros, “Vaya con Joaquín a traer los terneros” y me consiguieron pantaloncitos porque yo no tenía y yo me los ponía y me iba a atajar a los terneros y me daba miedo que se me viniera uno encima, o la vaca… Yo siempre esperaba un “¡Qué bien!”, “¡Qué lindo que trabajaste!” o “Muy bien, Viviam”, pero nunca lo recibí. Y en la noche a veces estábamos ahí hablando, después de haber hecho toda esa labor, y me decían: “Viviam, ya vaya a dormir…” “Durán”, me decían a veces, porque como yo era hijastra, el señor que me crio me dio el apellido, entonces se burlaban de mí en ese sentido: “Durán”, me decían, “Durán, vaya a dormir…” Eran las seis de la tarde: “Vaya, vaya a dormir, ya es muy tarde, vaya a dormir…” Y en la mañana yo me levantaba, pasaba por afuera de la casa y veía en el corredor las basuras de paletas de chocolate, de confites que habían mandado a comprar después de que yo me venía a dormir…

            Hice sétimo año en el Liceo UNESCO y octavo y noveno mami me mandó al Colegio Técnico Agropecuario de Palmar Norte, un colegio grande, como de dos mil estudiantes, pero era un colegio agropecuario y ella quería que yo estudiara secretariado y así llegué al Vocacional Monseñor Sanabria de Desamparados, donde yo calculo que había tres mil o cuatro mil estudiantes… ¡Una ciudad! El laboratorio o la especialidad de Dibujo Técnico eran edificios, era gigantesco y los chiquillos de diferentes estratos sociales. En aquel entonces mami tuvo que hacer fila un día y una noche, dos días de fila, para inscribirme, y a partir de ahí ella tenía que hacer tortillas palmeadas que mandaba a vender para mandarme a mí los 300 pesos del mes.

Llegué a vivir donde mi madrina, en Concepción de Alajuelita. Desde ahí viajaba a Desamparados, dos buses cogía: uno de “Conce” a San José y de San José a Desamparados otro. Viajaba sola. Una vez me acuerdo que me estoy montando al bus, no había el orden que hay ahora, las filas; entonces la gente se apiñaba, y un tipo metiéndome la mano debajo de la enagüita y tocándome… Yo me quedo así, lo veo donde está y plá, plá, lo golpeé, “¿Qué le pasa?, ¿qué le pasa?”, me dice, y yo: “Nada, nada me pasa”. Ese es un ejemplo de lo que yo hacía con las cosas que me pasaban: solución y va para adelante. Y oí a algunas personas comentando: “La estaba tocando”, “¡Qué rico que le dio ese golpe!”

Mi madrina me trataba con mucho amor, con mucha confianza, me contaba cosas de ella, hablábamos mucho. Ella tenía como esa vocación de tener siempre gente en la casa para ayudarle, había ancianos que eran tíos de ella… Demetrio era un tío de ella; otro señor, Julián, era como hermano de la mamá; un hijo del esposo, un hijo por fuera; un sobrino de ella; a veces un hermano de ella, Rolando; una sobrina de ella, otro que se llamaba Edgar... Uno en ese momento decía: “Pobrecito Demetrio, ya lo mandó a acostarse a las 7 de la noche…” A esa hora tenían que estar los viejitos ya dormidos, pero es que era mucho el trabajo, a las 7 estaba todo el mundo ya como buscando camita y ella se acostaba a las 10 de la noche porque todavía le faltaban tareas que hacer. 

Algunos dormían en el suelo porque ya no había camas para todos, entonces era importante el orden, las cobijitas bien lavaditas recogiditas todos los días, todo eso era de mucho orden, ella tenía violetas y entonces: “Viviam, usted lava, usted limpia los vidrios.” Y había que bajar las violetas, yo bajaba las violetas y a veces me hacía la tonta, pero en general aprendí mucho de ella en lo emocional, ella me reforzó la confianza en mí misma. Eso es lo que yo he determinado a través del tiempo.

Llegué el primer año al Monseñor Sanabria. Llevaba muy malas bases en inglés porque en esos colegios rurales (como el de Palmar Norte) se acostumbraba que a los profesores les daban propiedad rápidamente. Entonces ellos, utilizando la ley, cogían las lecciones en propiedad tres meses y después se trasladaban… Siempre hacían eso y los de inglés todavía más. La ley les daba esa potestad de que tres meses después de haberse ratificado la propiedad se podían trasladar. Nos daban clases dos meses, apenas estaba acomodándose el profesor y se iban, los trasladaban a sus lugares de origen, porque eran gente graduada en San José… Ahora se gradúan profesores en todo el país, pero antes, en ese tiempo, casi si no había universidades por estos lados. Además los profesores que nos llegaban a enseñar eran muy académicos, nunca ponerse a hablar, no escuchaba uno un profesor hablando inglés, todo era gramatical y lo basiquito… ¡Yo llegué a San José y me sentía tan insegura de inglés! Tuve muchos problemas, me quedé, creo que en matemáticas también, aunque era muy buena en mate…  Me quedé, pero hice la convocatoria y la gané.

 Mi vida social era muy cerrada, pero las de mis compañeras, no. Ellas eran: “Viviam, usted con esa enagua tan larga ¿quién la va a ver?” La enagua había dicho el MEP que era corte A, cuatro dedos para abajo de la rodilla. Así era mi enagua, la blusa metida, zapatos, medias, todo reglamentario, y ellas con la enagüilla acá, tratando de subirla y con maquillaje, y yo con mi pelito largo, pero un poco descuidado… Mami me lo cuidaba mucho, pero ya en la casa de mi madrina, no, yo tenía mucho que hacer… “Ese pelo, ¿por qué no se lo corta?”, me decían las compañeras, “Venga para pintarla”, y “Venga para…” Y no y no…  Yo si acaso tenía una amiga, pero no recuerdo a ninguna de mis compañeras, a la que a veces recuerdo es a Betsabé, ¿dónde estará?, pero no recuerdo ni el apellido.

Apenas había un día libre, Semana Santa o vacaciones, yo estaba en el bus y ahí mis hermanos me recibían todos cariñosos. Un día llegué y un hermano me tenía preparada una dramatización con unas canciones ‒siempre lo recuerdo en la cama, porque era un cuarto para todos‒. Me recibían muy lindo. 

En el 82 yo estaba en San José y mami hacía sus ventas y sus cosas para mandarme a mí la platita del gasto, siempre mandaba una cajita con cosas y a mí me daban una beca. Apenas me daban la beca yo estaba deseando salir para irme al bus a comprar un helado de POPS, y hasta la fecha los helados de POPS son para mí lo máximo. Ella me mandaba esa platita para ajustar. Y en el 82 no sé qué surgió acá; estaban como en la huelga con la Compañía que finalizó en el 84, creo que eso fue, y tuve que salirme…

Yo estaba en sexto año; en sexto son dos bimestres nada más, ya había cursado el primer bimestre, y me salí… Pero yo dije: “No me tengo que quedar sin el bachillerato, voy a ver qué hacemos…” Y me fui al Colegio Nocturno de Hatillo y ahí me aceptaron… De ahí me gradué.

Ese año también conseguí trabajo en una fábrica de vinos. Como yo había estado en secretariado en el Monseñor Sanabria, me consiguieron trabajo de oficina, entonces terminaba mis labores de oficina, de archivar y todo eso, y me iba a ayudarles a lavar botellas. Me acuerdo de esa época porque tenían vinos en toneles, ellos llenaban las botellas y yo les ayudaba. Fue en el 82, yo todavía estaba allá con mi madrina.

Luego, como en 83, 84, mi mamá se va para San José, ya definitivamente se fue y dejó al marido. Vivíamos en Alajuelita, ella trabajaba dos turnos de 6 de la mañana a 10 de la noche para poder sostener todo lo que había que sostener. Y ella me dice un día: “Viviam, quiero que usted termine el secretariado.” Ella veía muy importante el técnico, el profesionalizarme, que por lo menos tuviera eso, y entonces yo, después de dos años de estar trabajando y de ya no usar uniforme, le digo: “Mami, bueno, está bien”. Ella siempre me dice: “Es que usted hizo caso, Viviam.” Por haber hecho caso fue que yo después me profesionalicé, me hice profesora de secretariado y ahora pensionada.

Vivíamos en Alajuelita, entonces me fui, nos fuimos para el COTEPECOS, para el Colegio Técnico Profesional en La Sabana y ella habló, no sé qué habló y le dijeron: “Bueno, sí, la vamos a dejar que haga solo el técnico”, porque ya yo era bachiller… ¡Qué avanzados ellos en ese tiempo! Yo no sé si ahora va un chiquillo a pedir eso se lo permitirán, creo que no, pero en ese tiempo el profesor Donaldo, el director Donaldo, me dejó y yo iba solo por la materia técnica.

Me gradué en el 84 de técnico medio e hice la práctica en el ICE. Me querían mucho ahí, los jefes decían que podía hacer los exámenes para que me quedara con alguno de ellos, pero yo siempre he tenido aversión a las pruebas, es una actitud mía, no las soporto. No sé si había un examen escrito ahí, no sé cómo me fue en eso, creo que bien, pero cuando estaba estudiando en el COTEPECOS las prácticas finales de las muchachas de sexto eran en máquinas electrónicas (la primera máquina eléctrica que no tenía memoria, era como una bolita) y llego al ICE  a trabajar también con máquina electrónica… Pero cuando me llevan a hacer la prueba, me ponen en una máquina manual toda tiesa, con un carro enorme y entonces se me iba, y con aquel nerviosismo perdí la prueba y no la fui a hacer más. Eso sí me ha dado, no me atrevo a devolverme en ese sentido. ¡Me dio una vergüenza de no haber ganado y no fui…! Entonces mi destino se fue por otro lado, porque si hubiera ido otra vez, quizás hubiera terminado mis días en el ICE.

Estuve ahí, sin trabajo. Por influencia de mi madrina yo asistía a la iglesia metodista en ese tiempo… Ella me llevó a la iglesia y ahí me realicé mucho. En esa edad tan importante, en la casa de mi madrina y en la Iglesia Metodista, afiancé muchos valores… Ellos son una iglesia muy fundamental, una iglesia formada, muy firme, muy sólida. Todos los fundamentos, todo lo aprendí ahí. Ayudaba en las asambleas, ingresé en el liderazgo en los grupos de jóvenes, ahí reforcé muchos valores.

Y cuando estaba en eso, que no tenía trabajo, estaba un día muy triste, muy atareada y me dice el pastor: “Vivi ¿qué le pasa?, ¿qué tiene? La veo a usted como nerviosa, como perdida.” “Es que no tengo trabajo.” No tenía ni 18 años. Entonces me dice “Viviam, la esposa del pastor Trino necesita una muchacha en la casa. ¿En cualquier cosa trabajaría usted? Porque yo sé que usted se acaba de graduar de un colegio técnico”. “En lo que sea.” “Vaya donde Yolanda.” Y me fui a entrevistar con ella. Esta es una historia que le cuento a mis estudiantes de técnico medio para que entiendan cuán importante es un técnico medio. Cuánta fuerza tiene un técnico medio. Entonces llegué y ella me entrevistó y me dice: “Viviam, ¿pero qué has estudiado?” Ella era la directora del Departamento de Educación de la Iglesia Metodista a nivel nacional, la esposa del pastor, una de las primeras teólogas graduadas en el país. Se llama Yolanda Bertozzi, estuvo en el gobierno. Me dice: “¿Qué estudiaste vos? ¿Ya te graduaste de bachiller?” “Sí, soy técnico medio, secre...” Y entonces me dice: “El lunes, venga”. El lunes llegué a la casa y me dicen que vaya arriba, a las oficinas, entonces subo y me dice Yolanda: “Viviam, es que no puedo ponerte a trabajar de empleada doméstica con todo lo que sabés, con la preparación que tenés… Yo necesito una asistente para el Departamento de Educación.” Y ese fue mi primer trabajo como técnico medio, como secretaria. Yo le cuento esta historia a los chiquillos.

Ahí trabajé como un año. Después otra vez me quedé sin trabajito; trabajé en unas casas ahí, pero una amiga me llamó. No había teléfonos en todas las casas en esos tiempos, me llamó a la casa de la vecina que tenía teléfono, ahí llamaban a todo el mundo. Entonces: “Viviam, la llaman.” Y me dice una amiga por teléfono: “Es que estoy trabajando para tres jefes aquí en el sur”.  Se había ido la Compañía y estaba entrando el movimiento cooperativo acá en el sur, había entrado CONACOOP, CENECOOP UNASUR y UNACOOP. “Es que estoy trabajando con tres jefes, haciéndole las cosas a tres jefes acá, entonces van a abrir una plaza.” Entonces yo le digo: “¿Pero, cómo hago?” “No está abierta la plaza todavía, pero la van a abrir…”  “¡Ah, yo me voy! ¿Pero qué hago? ¿Dónde vivo?” “En mi casa, te venís para mi casa.”

Eso me lo dijo ella un viernes en la noche y el sábado en la mañana estaba con las maletas, con todo listo para venirme en el bus de las 8:30 de la mañana. Me vine 15 días, estuve todas las tardes yendo, ya había aplicado, llenado la formulita, entregado currículum y todo… Quince días yendo a ayudarle a ella a la oficina, porque de verdad ella atendía tres jefaturas: cartas de una cosa, cartas de la otra, llamadas…  ¡Loca! Entonces yo me iba, todo lo hacía, y el jefe que tenía era al que le estaban contratando. Como a los 15 días de yo ir a ayudar en las tardes, me dice: “Mirá, Gordilla, vení, vení.” Dagoberto Rodríguez, ya se murió. Me dice: “Mirá, aquí están estos 20 currículum que mandaron para pedir el puesto, pero vos sos la que has trabajado aquí estos 15 días y me gusta como trabajás, así que mañana empezamos.” Y me contrató y me quedé.

Estuve como seis años en CENECOOP, Centro de Capacitación del Movimiento Cooperativo, trabajando como secretaria. Esa es otra historia de técnico medio que también le cuento a los chiquillos, porque yo entré como secretaria… Luis Alberto Monge estaba en el poder y era muy afín al cooperativismo y a todo lo que había pasado aquí en el Sur, entonces él le dio al CENECOOP un centro de capacitación que está allá, detrás del parque de Palmar Sur, un edificio blanco que fue antes el club de los trabajadores de la Compañía. Ese año yo llegué y UNESUR, CONACOOP, CENECOOP estábamos todos apiñados en una casita: los escritorios pegados, los jefes y las secretarias ahí pegadas, y había capacitaciones que organizar. Alquilábamos ese centro para hacer las capacitaciones, pero ahí no había cocina, no había los implementos, no había nada. Entonces le digo a mi jefe: “¿Pero, por qué no nos vamos para allá, para el centro?” Había un guarda. “Digámosle a Alejandro que limpie eso.” Nos pasamos para allá y cada uno con su oficina y su lugar para trabajar. Hacíamos capacitaciones. Entonces nombraron un administrador del centro y yo de secretaria.

Nos pasamos para el centro de capacitación, que fue otra cosa… Entonces: “¿Pero cómo hacemos con las sábanas?” Yo fui la que organizó todo. Mi jefe era sociólogo y esas cosas no se le daban. Entonces le digo: “No, no, yo voy a comprar telas y le voy a pedir a Sandra que me haga las sábanas, dos juegos por cama, y las y ponemos.” Treinta camas metimos en esas habitaciones. Y ya las organizaciones tenían que solicitar lo que ocupaban por carta, yo no permitía eso de que: “Ocupamos…” No, no, tiene que hacer un documento, me lo manda por fax y yo le mando a decir cuánto le va a costar eso, y tiene que adelantar tanto, porque la primera vez que hicimos eso ocupábamos comprar cucharas, vasos, no teníamos nada… INFOCOOP fue quien nos contrató el primer evento, y a partir de ahí fui administradora del centro por seis años…

El administrador era graduado de un colegio académico y yo de un colegio técnico y yo tenía las herramientas con las que me habían formado a mí en un colegio técnico. De pronto me decía: “Viviam, viene un grupo de 300 que quiere que le demos almuerzo…” "Si; yo hago la lista, yo hago los materiales, esto es lo que hay que comprar, contratemos cinco cocineras." A veces me decía: “Viviam, una capacitación de 30, toda la semana y almuerzo desayuno, refrigerio, hospedaje…” “Okey sí, sí, sí sí… Entonces vamos a hacer…” Y yo hacía la lista de materiales y hacíamos las compras. Yo hacía el análisis de costos: el plato cuesta tanto y se va a cobrar a tanto y el hospedaje tanto y se le paga tanto… ¿Me explico? Yo era una chiquilla de 18 años, lo más 19, pero yo era técnico medio y hacía todo eso.

El administrador era hijo de alguien adinerado de aquí, hijo del dueño de una de las bombas de gasolina, y un día dijo: “Yo me voy, no quiero más hacer esto, no me gusta.”  Se fue y dejó la administración del centro botada.  Yo deseaba que me dieran la administración porque había estado haciendo el trabajo… Y me dice mi jefe: “Mirá, ya me dijeron que recomiende, pero quien ha estado haciendo el trabajo sos vos… Andate para San José, allá te están esperando a ver cuánto vas a pedir de salario…”  Y de verdad, me entrevisto con el director administrativo (habíamos sido compañeros de colegio en el vocacional) y me dice: “¿Cuánto quiere ganar?” Yo ganaba diez mil. “Dieciseis mil”. “Está bien” Y como lo vi tan suavecito: “No, mejor diecisiete para lo del Seguro, que me quede en dieciséis…”  Y a partir de ahí, seguí… Esa es otra historia que cuento de mi técnico medio, de las herramientas que te da un técnico medio. Yo me vi pesando el poquito de arroz que se utilizaba en un plato para ver cuántos poquitos salían y cuántos comían con una bolsa, por ejemplo; si había que hacer comida para 30 personas durante una semana: los pintos, los almuerzos, las cenas, los refrigerios, inventar y hacer el menú, yo hacía menús, los plasmaba en una hojita, se los ponía a las cocineras para que no hubiera enredos, todo lo organizaba con esas herramientas de técnico medio.

En 1989 nació mi hija, ahora tiene 34 años. Yo no estaba casada ni tenía nada como un noviazgo. Debe ser bonita una relación de pareja permanente, esas sólidas, pero nunca vi buenos ejemplos a mi alrededor, siempre vi mujeres maltratadas, siempre vi a las señoras que envejecían enfermas con el esposo, cancerosas, malhumoradas, mal... Entonces nunca pensé que era buena idea hacer eso, pero sí quería tener una hija. A los 15 años le dije a mami: “Mami, yo te digo una cosa: no sé si yo iré a encontrar un hombre como el que yo pienso que debe ser una relación con uno, pero si no tengo eso, a cierta edad yo voy a tener un hijo, porque sí quiero ser mamá…”

Y a los 25 años tuve relaciones y tuve un bebé. Tampoco es que yo dije de entrada que no quería con él, yo lo amaba, pero no esperaba ser esposa. Yo no he esperado ser esposa por todo lo que conllevaba ese concepto en la sociedad… Claro que ahora se están haciendo conscientes de que no era correcto, que una relación es de los dos, más ahora que los dos trabajan… Todavía hace diez años el hombre esperaba que la mujer trabajara, él trabajara, y la mujer fuera la que hiciera todo lo de la casa.

A veces le he dicho a mi hija: “¡Qué torta! Creo que sí tenía que haber sido más cuidadosa y haberte dado un papá como correspondía…” Y ella me dice que no, pero de pronto podría ser que sí, principalmente siento que es por la presión de la sociedad, que los amigos tienen papá…  Ella sabe quién es su papá y se conocen y han tenido acercamientos, pero él es… Yo no sé determinarlo a él ahora… Es que uno estaba joven, 24, 25 años, ¡qué pendejada no haberlo buscado mejor!, pero yo me enamoré de él.

Ahora ellos se han acercado y han estado hablando durante meses. En el transcurso de estos años he hablado con él, lo había buscado, “hablá conmigo”. Me ha pedido perdón y me ha hecho ver el buen trabajo que he hecho con mi hija, porque mi hija lo respeta y lo atiende como si no hubiera pasado ese distanciamiento de él, porque usted como mujer puede decir: “No, es que yo no quiero”, pero el papá con el hijo sí puede establecer una buena relación. Yo nunca se la negué, él por diversas circunstancias no lo hizo.

Entré a estudiar Administración de Negocios en la UIA en San José. En aquel entonces era terrible viajar desde aquí hasta San José a estudiar, era muy duro porque las carreteras eran muy malas y el transporte no era como ahora. Me iba los viernes a la una o las dos de la tarde para San José para entrar a las seis, siete de la noche; el sábado estudiaba y el domingo viajaba de nuevo para acá. Si había un evento dejaba todo listo, escritas las instrucciones, en reunión con el personal les explicaba todo, dejaba el menú para los tres días, cuatro días.

En eso llegaron acá ciertos funcionarios del movimiento cooperativo que andaban como queriendo tener el control de algunas cosas de aquí, de estos lados. Uno de ellos era un funcionario de UNACOOP que no tenía ni dónde atender. Yo le ofrecí una oficina, todas las ayudas que se le pudieron dar se le dieron, y yo calculo que a él le gustó mi puesto, porque ya yo no era secretaria, sino solo la administradora, entonces él vio que estaba bien pagado, no tenía que pagar hospedaje ni comida (la tenía ahí mismo) y con prestigio a nivel de la comunidad. Entonces empezó a querer el puesto mío y a hacer cosas para que me despidieran.

Lo de mis estudios en la universidad fue parte de lo que utilizó el chavalo que me quitó de CENECOOP. Apenas me iba, él decía: “¿Qué hay en la cena hoy?”, “Pollo con papas”. Entonces él decía: “No, vamos a hacer arroz con pollo”. “Pero es que no…, “No, yo soy el que está aquí, eso se va a hacer…”   Al final, un domingo, él mismo me trajo la carta de despido.

Entonces me quedé sin eso y empecé a buscar otras opciones. Trabajé en algunas empresitas por acá. Ese fue un año en el que mi hija se fue para donde mi mamá porque yo no estaba estable: sin trabajo, sin donde vivir, entonces ella se la llevó un añito para allá. Al final yo también me fui para San José; estuve como dos años en San José, en la casa de mi mamá. En eso entré a trabajar en ventas con Starline, una venta de ollas por comisión… Como tres o cuatro años estuve en eso. Luego me regresé para acá, para Palmar, y seguí con las ventas. Y apenas pude retomé mis estudios de Administración.

Cuando estuve en CENECOOP tuve relación con el INA, con el MAG, con todas esas instituciones, entonces alguien me dijo: “Viviam, están ocupando una profe de secretariado en el INA.” “¡Ah! ¿De veras?” “¿Cómo que “ah de veras? ¡Usted buenísima en secretariado! ¿No trabajabas ahí en CENECOOP? Vaya aplique, vaya a ver qué le dan…” Hice caso y me llaman de instructora en el INA… ¡Con un técnico medio! Esa es otra historia que le cuento a los chiquillos: con un técnico medio, yo fui instructora de secretariado del INA.

Tenía como un año o dos de estar trabajando de instructora aquí en Palmar y en San Isidro, y en eso me dice el director regional del INA, que había sido amigo por el trabajo con CENECOOP… (No fue por influencias ni nada, porque yo me fui a San José a dejar mis papeles y de San José lo llamaron a él…) Y me dice: “¡Qué bárbara usted! ¿Por qué no me contó, Viviam?” “Es que no quería que te vieras comprometido”. Entonces me dice: “Aquí me llamó la encargada de reclutamiento a preguntarme si yo tenía alguna referencia de Viviam Durán… ¡Claro que la conozco!” Entonces me contrataron y me fui.

Trabajé en el centro de Río Claro y después me dijeron: “¿Quiere pasarse para la Regional de Pérez Zeledón? Y me fui para allá. Allá viví un tiempo.

En el INA, cuando usted llega, lo capacitan. Siempre son feas las comparaciones, pero a veces comparo el MEP con INA… Podrían ser mejores los técnicos medios del MEP, pero los docentes del MEP no tenemos una capacitación para dar clases técnicas… Porque usted puede saber mucho de su profesión, puede ser mecánico automotriz y saber mucho, pero puede que no sepa dar clases. En el INA me dieron folletos, cinco o seis folletos. Me los tragué, los estudié y ahí estuve un tiempo. Cuando tenía como dos años de dar clases, me dice mi jefe: “Viviam, ¿qué es lo que está estudiando usted?” “Administración de Negocios”. Me dice: “Bueno, vea a ver qué hace, porque vienen bachilleres universitarios y licenciadas en secretariado y la van a sacar a usted…” Entonces yo inmediatamente entré al bachillerato en secretariado, pero cuando me faltaba como un cuatrimestre para terminar, llegó una licenciada y ya no me dieron el siguiente curso.

Entonces el INA había entrado en una modalidad en que los instructores tenían que hacer empresas para que los contrataran. Inmediatamente yo hice una empresa y más bien yo le contrataba personal al INA: ingenieros de sistemas para que les vieran el sistema. Yo ya no podía trabajar porque me había sacado una licenciada, pero tenía la empresa, entonces ahí me mantuve, siempre estudiando el Secretariado. Y cuando faltaba como un trimestre para terminar, me contacta la directora de un colegio: “¿Viviam Durán?” “Sí…” “Es que a usted me la recomendó la decana de la Universidad Metropolitana Castro Carazo en su sede en Pérez Zeledón. La decana dice que usted puede ser la profesora mía de secretariado en el colegio...” “Ay, muchas gracias, es que yo no he terminado, pero además tengo una empresa con el INA” y me dice, “Ah, pero tal vez pueda llevar las dos cosas, no se preocupe…” Y me enredó, le di los datos y se los mandé.

Yo vivía en Pérez. Llaman a la casa y contesta mi hija: “¿Es la casa de Viviam Durán?” “Sí”. “¿Está ella?” “No, no está”. “¿Quién es usted?” “La hija”. “Dígale que ya está el nombramiento aquí en el colegio, y que si no viene a atenderlo, cinco años la castigan sin nombramiento en ninguna parte del Estado…” Y me voy… Y 23 años me quedé en el MEP.

Vivía en San Isidro y empecé a trabajar en Pejibaye de Pérez Zeledon, como a 60 km. Ahí abrí la especialidad de secretariado.

Yo venía de dar clases en el INA, en donde la estudiante que está ahí es porque quiere estar, porque necesita esa herramienta. Se matriculan porque la ocupan, no porque el papá les dice que tienen que estudiar. Y llego al MEP y el año anterior el MEP había dejado de calificar conducta (¡esos inventos!), y los güilas hacían lo que se les daba la gana. El profesor de Taller se los llevaba para la finca a que recogieran los productos de la finca y ellos se acostaban debajo de los palos a comerse las papayas maduras y no podía hacerles nada porque no se calificaba conducta. Así llegaron conmigo, que venía de ser instructora del INA.

El INA le da a uno todo, hasta la tiza, los marcadores, hasta el papel higiénico… Si usted daba clases en otro lado que no fuera la sede, el camión llegaba con todo: las máquinas, el folleto de los estudiantes, todo… Y llegué al MEP donde todo eran carencias, donde había que comprar los marcadores, había que comprar la tiza…  Compraba tizas de colores y les dividía la pizarra: “Aquí, con estas tizas de colores, pueden escribir todo lo que quieran, todo eso que quieren escribir en la mesa lo van a escribir ahí, no en las mesas…” Y esos güilas todos indisciplinados. Y yo “¿Qué es esto, qué estoy haciendo aquí?”

A las dos semanas, un viernes por la tarde, le digo a la directora: “¿Me permite un momento? Es que ocupo hablar con usted antes de irme hoy.” Porque yo iba a renunciar, le iba a decir que no volvía: “No, no puedo atenderla Viviam, es que voy a una reunión, el lunes hablamos…” Ahora ella me cuenta que sabía que yo iba a renunciar y por eso no me atendió, pero ese sábado y domingo yo me metí en mí misma y dije: “¿Cómo es posible que estos chiquillos me vayan a quitar, a impedir lograr lo que yo tengo que lograr aquí? ¿Cómo es posible?”

Y el lunes era otra, fue otra la que llegó, no les aguantaba nada, no los dejaba nada, disciplinándolos, porque yo quería que ellos fueran igual que los del INA, que era gente adulta… Entonces cambié, me hice un poco más fuerte, más firme, y me quedé. Entré en el 2000; estuve ahí tres o cuatro años y en el 2004 me vine para acá, para Palmar Norte, ya de directora.  

Me llamaron no sé si del MEP o de Casa Presidencial y me explicaron que había sido recomendada, que tenía todo lo que se ocupaba, los atestados y la capacidad, que me viniera aquí a Palmar, que en ese colegio había suficiente dinero para trabajar, que había un montón de plata acumulada, porque los colegios técnicos se mantienen con una ley, la 7372, y había no sé si 200 o 300 millones, por ahí, que por una u otra cosa no se habían ejecutado. En algún momento se le preguntó al presidente de la Junta de ese entonces qué había pasado, y dijo que era tan peligroso todo, que mejor no gastar antes de entrar en problemas.

Llegué en el 2004. Lo que sí me dijeron es que los profesores estaban muy divididos; había una división entre profesores técnicos y académicos, que el profesor académico no entiende o no entendía, y yo me encontré a uno de los líderes y le expliqué cómo era eso del salario del técnico, porque eso era lo que ellos decían, que los técnicos ganaban mucho. Un día lo escuché: “Nosotros mandamos bachilleres que ganan una prueba académica”, y entonces yo le dije: “¿Sabe qué? El técnico también hace una prueba igual a la de ustedes, se llama la prueba técnica. En la prueba técnica, el estudiante tiene que demostrar los tres años de estudio que ha tenido. Un estudiante de Contabilidad tiene que hacer una prueba igual que la de Estudios Sociales y la tiene que ganar, igual que la de Español, es decir, no son cinco pruebas las que ganan, son seis.” Ellos: “Ahhhhh” “Y además las lecciones de ustedes son de 40 minutos y los técnicos trabajan una hora. ¿Sabías eso, que las lecciones del técnico son de una hora? Por eso un técnico gana un poquito más.”  Ahí empezó a darse una pequeña cercanía y el colegio fue mejorando un poco.

Trabajé muy cerca con doña Alice, la directora del colegio de Pejibaye. Yo la había apoyado mucho. Ella tenía mucho don de mando, mucha capacidad, mucha firmeza, y cuando me vine para Palmar me dio un montón de videos, llaves con información y fórmulas y cosas… Y yo me dije: tengo que tener uno o dos mentores para llevar a cabo bien esta labor. Entonces a ella y a otro director yo los llamaba, ¿qué hago con tal cosa?, ¿cómo hago aquí?, ¿cómo hago allá? Ellos me apoyaban, me daban los consejos y luego yo tomaba la decisión.

Traté de hablar con todos los departamentos: qué les faltaba, en qué podíamos ayudarles. Todos fueron contándome las carencias, lo que pasaba, lo que les hacían, lo que les habían hecho. Empecé a mandar, por cada actividad que se hacía, una felicitación, una cartita, un agradecimiento. Eso es lo que ocupaban nada más, un poquito de reconocimiento.

Un director tiene dos brazos, el asistente de dirección, pero tiene el coordinador técnico y el coordinador con la empresa, que son sus ayudantes en todo lo técnico. El coordinador técnico ve la administración de todos los recursos de la ley, la compra de recursos para el colegio, para las especialidades. Me reuní con ellos y tratamos de hacer un plan grande para que lográramos las cosas, pero yo me topé con un presidente de Junta Administrativa corrupto. Era corrupto él y el director que había estado ahí.

La ley prohíbe a los miembros de la Junta Administrativa y al director venderle al colegio, pero el director tenía un negocio que le vendía al colegio, el presidente de la Junta tenía un negocio que le vendía al colegio. Entonces yo llego ahí y me encuentro con eso. Yo me quedaba hasta las 11 de la noche leyendo actas, viendo cosas, todo lo que había pasado…, y yo decía ¿cómo hago? Porque yo no vine aquí a meter a nadie a la cárcel, yo lo que quiero es que este colegio surja, tiene años de estar retrasado, esta infraestructura es tan horrible.

De pronto me dice el coordinador técnico: “Doña Viviam, ¿cuándo va a ir a conocer la finca?” “¿Cuál finca?”  “La finca de palma. El colegio tiene una finca de palma de 17 hectáreas, vamos la otra semana…” Alistamos las cosas y nos fuimos.

La recorrí toda, todos los linderos, para ver qué era y cómo era, y empecé a estudiar en qué consistía el negocio de la palma, y yo decía, “Pero, ¿cómo es posible que nos nieguen tantas cosas, si una finca de palma de 17 hectáreas tiene que estar produciéndole al colegio por lo menos 900.000 pesos libres por mes? ¿Cómo no hay presupuesto?”

Entonces le digo al presidente de la Junta: “Mirá, ¿por qué no recibimos los informes de cuánto se produce en la palma? ¿Usted tiene eso?” “Ah si, se lo voy a llevar, doña Viviam.” En la próxima reunión: “¿Trajo los informes de la producción de palma?” “Ay, se me olvidó...” Tres meses, yo pidiéndoselos y nunca los llevó.

Entonces nos vinimos el coordinador técnico y yo a ver al gerente de la Regional de Palmatica, al que había conocido en el tiempo de CENECOOP. “Mira Byron, le digo, es que aquí vengo con Roberto a pedirte los informes de producción del colegio, ¿a dónde es que los mandás, a dónde llegan?” “El presidente ha pedido que se manden al fax de él, a la empresa de él.” “¿Nos lo podés mandar a nosotros al colegio también? Mandáselo a él, pero mándánoslo también a nosotros.”  Tres meses de llegarnos los informes y empecé a hacer los cálculos… Se gastaban, qué sé yo, 80.000 colones en corta cada 10 días; 80.000, tres cortes al mes tres 240.000 y se recibía 160.000 de venta de palma. Entonces, al final de tres meses hago un estudio que dice que nosotros, del presupuesto del colegio, estamos aportándole a la palma 50.000 pesos mensuales para poder salir adelante.

Yo estaba muy extrañada los dos primeros meses que hice el estudio: ¿cómo vamos a estar gastando más de lo que se vende? ¿Qué es lo que pasa?

En el universo como que todo se une y te pone ahí por algo, porque entonces empecé a preguntarle a todos los cooperativistas que habíamos capacitado en aquel centro de capacitación que tenían palma: “Mirá, ¿pero, cómo funciona la palma?, ¿en qué consiste?, ¿cómo se abona?, ¿qué se hace?” Entonces empecé a decirles: “Vea, esto hace falta, hay que hacer esto…” “¿Pero de dónde vamos a coger la plata?”  Y todo era: no se puede y no se puede, no se puede…

Entonces uno de ellos me dice: “Mirá, ya no soporto verte tan desesperada de no saber qué es lo que está pasando…” Y un día nos reunimos así, como en las películas de espionaje, en un lugar donde nadie nos podía ver porque él no quería que nadie me viera hablando con él, de carro a carro: “Te voy a contar lo que pasa, porque ya es demasiado: el colegio produce cinco toneladas cada semana; cada diez días el camión se va de camino, hay un camión privado que lo espera. Ahí le bajan dos toneladas. El colegio vende tres y el privado vende esas dos… Pero yo no te sirvo de testigo ni nadie te va a servir, de todos los que sabemos, nadie te va a servir. Te lo estoy diciendo para que lo sepas y ve a ver qué hacés.”

Entonces, ¿qué hizo Viviam? Viviam esperó un mes más a ver qué pasaba y siguió lo mismo. Entonces les digo a los de la Junta Administrativa: “Compañeros, estamos perdiendo. ¿Por qué no vendemos esa finca?“ “¿Cómo, pero por qué?” Por esto y esto. Cuando yo di ese informe, me dice el presidente: “¿Usted de dónde sacó esos informes, de dónde sacó esa producción, cómo sabe cuál fue la producción?” Él sabía que era parte de la prueba de lo que pasaba. Entonces le digo: “A nosotros nos la empezó a mandar PalmaTica al colegio, porque como usted no la trajo…” Yo tenía que hacerme la tonta, no podía ir de frente porque una mujer… Si hubiera sido un hombre, tal vez se amedrenta, tal vez razona, pero una mujer, ¿qué le va a llegar a decir a un chavalo que ha estado aprovechándose durante años?

Entonces les digo: “O vendemos, o vamos a tener que cortar por lo sano. Yo quiero que quitemos al que corta y al que lleva el producto, al del camión”, que eran cómplices. “Aquí hay tres nombres de tres posibilidades para que ustedes decidan a quién contratan. No es que yo traigo a alguien que sea mi amigo ni nada; aquí están tres nombres. Y quiero que sean diferentes los que llevan y los que cortan” (Porque el mismo cortaba y llevaba el producto, entonces era más fácil.). “No, eso no se puede. ¿Cómo se le ocurre? ¿Qué es eso?”

Al que cortaba y llevaba en dos o tres oportunidades ya le había pedido yo que me llevara las facturas de cobro: lo que usted cobra por la corta y de lo que usted cobra por el transporte… “No, eso solo se lo doy al presidente de la Junta, a usted no tengo que darle nada…” 

Ahí me impuse: se quita a esta persona y lo aprobamos hoy. Hoy ustedes deciden a quién se le contrata. Bueno, contrataron a uno y a otro para la corta. “Y esta persona de la corta quiero que también trabaje la finca porque tiene experiencia, y el de Palma Tica nos dio todas las recomendaciones y él está dispuesto a implementarlas por el salario que le vamos a dar como administrador y para cortar…” Tuvieron que aceptar. Y el señor que contratamos empezó a meter todas las recomendaciones, era fácil, era poner puentes, era chapear, era cortar bien, era hacer lo que correspondía… ¡Y de perder 50.000 pesos por mes, en el siguiente mes ganamos 200.000, en el siguiente 400 en el siguiente 900.000!

Entonces el presidente de la Junta Administrativa empezó a hacer denuncias con la directora regional nueva, que no había ni entrado: que mire, que esta mujer que está aquí… “¡Ah, no! A mí no me venga con esto; yo todavía no he entrado, estoy en política todavía…”

Yo había estado documentando todo, al final tenía como cuatro AMPOS de pruebas de lo que estaba pasando…

Él se fue, hizo una denuncia en la Fiscalía de que yo había hecho una feria de la cual había un informe detallado de cómo se había gastado la plata y dónde estaba depositada, los tiquetes de depósito de cada comisión… Le dijo el fiscal que yo me había dejado esa plata y que había estado robando en combustible… Yo estaba en el colegio y andaba con los AMPOS, porque en un diciembre anterior él había entrado a la oficina de dirección y cogió un AMPO que yo tenía con facturas en donde se probaba que él le vendía al colegio… Yo no iba a denunciar, pero era mi defensa. Entonces se lo llevó y hubo un muchacho testigo de eso, un estudiante. Entonces los AMPOS yo los andaba en el carro, me los traía para la casa.

Ese día yo iba para la Corte a hacer un trámite ante el fiscal y dejé los AMPOS en el colegio. Al fiscal le dijeron: “Ahí está Viviam Durán.” “A usted la tienen que aprehender por la denuncia del presidente de la Junta.” Y ahí me aprehendieron.

Yo andaba con mi hija que estaba como en quinto o sexto del colegio. Me detuvieron ahí con mi ropa de trabajo, con mis taconcitos y me encarcelaron en una de las peores cárceles, hedionda a orines, a excrementos… Me esposaron. Dormí esa noche esposada a los barrotes porque el fiscal dijo que yo era peligrosa. Al día siguiente me trasladaron a las cárceles del OIJ en Ciudad Neilly. El abogado que me conseguí trató que me dieran medidas cautelares, pero el fiscal estaba empecinado en que yo tenía que tener cárcel y no aceptó ningún diálogo y se dictó la prisión preventiva en el Buen Pastor.

Allanaron la casa de mis compañeras, las casas de mis compañeros, mi casa; allanaron mi casa y a mi hija no la dejaron entrar… Esa noche que yo estaba encarcelada, mi hija durmió en el parque porque no pudo entrar a la casa… Eso terminó porque el abogado mío tenía toda la información, en las cárceles del OIJ lo conocían a él y lo dejaron entrar para que yo le explicara todo lo que había pasado, y le digo: “Ah, hay unos AMPOS que si allanaron, ya los tienen: ahí está todo el proceso que yo he traído, los informes que he dado, lo que pasa con él.” El abogado sabía eso y por eso me dieron orden de libertad y medidas cautelares, porque si no, hubiera estado ahí todo el tiempo hasta que se hizo el juicio…

Estuve reubicada desde el 2006 al 2010. Esos cinco años el MEP me tuvo reubicada, me quitaron una cuarta parte del salario, yo recibía 60.000 pesos de salario, porque al reubicarme perdía un porcentaje que era la triple jornada. Fui reubicada en una oficina, estuve en la Dirección Regional un año y otros en Supervisión Escolar ayudándole a un supervisor de escuelas, algo que luego me sirvió porque en un momento también fui supervisora de escuelas. Ahí llevaba mi vida tranquila, sin amarguras, trabajaba, ayudaba… Yo me encuentro con supervisores que me dicen: “Ay, usted me salvó a mí la vida con todo lo que usted sabía…” Nada. Organizaba las ferias, les organizaba las actividades, les organizaba la reunión de directores, etcétera, siempre dándome a la labor, a la vida, a lo normal, a lo que corresponde.

Cuando me percato de que me están quitando esa plata y que yo estoy trabajando con el mismo horario, de 7 a.m. a 4:30 p.m. le dije a mi supervisor --un hombre de lo mejor que ha podido encontrarse uno en esta vida, un jefe genial, muy comprensivo--, le dije que me estaban quitando la triple jornada, que eran como 250.000. “Entonces” le digo, “yo no puedo salir a las 4:30, si no me están pagando eso”. “Sí, tiene razón”. “¿Y qué dice usted que hagamos?” Yo en ese tiempo vendía Ebel, una marca de maquillaje y de cuido de piel, y le digo: “Entonces necesito salir a partir de las dos.” Pero me iba a almorzar y me iba a las escuelas a entregar los catálogos de Ebel para hacer esa plata, porque mi hija estaba en la universidad. Ella estudió con CONAPE, pero yo tenía siempre que reforzarla y de ahí mis gastos. Entonces esos años gané con Ebel. Yo pasé de vender en Ebel 150.000 (que era para comprarme mis cositas, mis cremitas y no pagar una crema que vale 60,000), de vender 150.000 para ganarme mis cremitas, pasé a vender un millón, millón doscientos mil cada 22 días. En Ebel fui una de las 50 mejores vendedoras de toda la región.

En el 2010 terminó ese proceso y me fui a trabajar al Colegio Técnico de Buenos Aires, pero ya de coordinadora técnica. Todo este tiempo he vivido aquí en Palmar Sur. Mi hija puede haber tenido cuatro o cinco años cuando hice esta casa.  Tengo 30 o 40 años de tenerla.

Entre Pérez Zeledón, Buenos Aires y aquí en Palmar, los estudiantes son muy diferentes. Buenos Aires todavía agarra una colita de todo ese pensamiento de progreso, de hacer, de irme de estudiar, de mejorar… Llegamos a Osa y acá es otra cosa. A esos chiquillos de Buenos Aires uno los veía graduarse y tres años después uno se los encontraba,  “¿Y qué está haciendo?” “Me gradué de Geología” “Ah, me gradué de Filosofía…”, “Me gradué de…” Todos en un empoderamiento del conocimiento y de las ganas de ser y trabajando en lo que correspondía y de ser empresarios… Los de acá, menos. Usted los encuentra de técnicos medios y no hacen nada, no están haciendo nada, no hicieron nada… Muy pocos, me explico, muy pocos…  Hay una gran diferencia.

En Corredores, donde también trabajé, encontré un pensamiento de irrespeto a eso que se está aprendiendo, un no entender que ese técnico medio es importante, que sí se puede hacer algo con él. Por eso, cada vez que puedo les cuento mis historias a los chiquillos, para que se empoderen, para que entiendan que con eso se puede lograr mucho…

En Corredores está muy metido el narcotráfico, eso es en lo que ellos viven pensando, algunos sufriendo, otros no, otros son conscientes, pero la mayoría viven aquello como que de ahí no va a surgir nada, no se va a hacer nada. La misma gente piensa: “No, es que aquí no se hace nada.” Los de aquí, de Osa, igual: “No, es que aquí no se hace nada…” “¿Pero, no estás trabajando? “¿Pero cómo, no has buscado?” “Sí, pero no se encuentra…”; “No. es que aquí no hay nada…” No reconocen que tienen unas herramientas en esas cabecitas. Una muchacha graduada en Buenos Aires, hija de un conserje, vino aquí a poner una sucursal de su empresa de contabilidad… Y aquí se gradúan muchachos de contabilidad y una persona que vino de allá a poner una sucursal de su empresa, una empresa buenísima de contabilidad.

En General Viejo estuve de coordinadora, hice ahí un tiempo de una incapacidad; en Pejibaye estuve de profesora; estuve en San Vito. En 2019 me dieron 40 lecciones en el CTP de Corredores y yo las acepté. Fue terrible ese año para mí, porque tenía muchos años de no dar clases, entonces volver a planear, volver a traer el extracto del conocimiento,. Y hay algo que no tiene el MEP y sí tiene el INA… El INA te dice: estos son los contenidos, este es el folleto de los contenidos y usted con su conocimiento lo adapta, con sus experiencias usted lo narra… En el MEP le dan a uno el programa y usted vea a ver qué hace.

Siempre me he preguntado cómo esos chiquillos ganan los exámenes, si en Aserrí un profesor les está dando los contenidos de administración con un concepto que él tiene de un libro, y aquí en Osa un profesor les está dando los mismos contenidos de administración con algo que él buscó…  El MEP no tiene un estándar como el INA, que te dice: estos son los contenidos del programa y este es el folleto de los contenidos. Yo llego ahí, me estudio el folleto y refuerzo; otro profesor llega, estudia ese folleto y refuerza. El INA se asegura que el estudiante tenga ese conocimiento básico; el MEP te dice: este es el programa y vea a ver cómo lo usa.

Mi último cargo en el MEP fue un cargo administrativo como directora del IPEC de Agua Buena…El IPEC es una modalidad de estudio para la gente que no ha terminado bachillerato, entonces ellos le preguntan a un grupo qué horario quieren, de la mañana, de la tarde, de noche, ¿cuál les sirve? Entonces ese horario se monta y dan cursos libres, los módulos son diferentes, semestrales. Es otra modalidad del MEP, IPEC quiere decir Instituto Profesional de Educación. Pienso que es una buena respuesta para gente que no ha terminado y que necesita un horario específico… Incluso este IPEC de Agua Buena tiene una guardería, porque ellos empezaron a ver que las muchachas o los estudiantes (las estudiantes, principalmente mujeres) salían porque no les cuidaban al niño por la noche o en la tarde… Lo primero que hicieron fue como un aula, ahí se quedaban unos chiquitos cuidándolos y las profesoras ayudaban y cosas así… Luego se formalizó mejor, entonces tienen un lugar con diferentes áreas para los niños donde se cuidan los niños de las muchachas.

La pandemia fue terrible para nosotros.  En una reunión que hubo con la viceministra en ese tiempo (solo podíamos entrar como uno o dos hablar con ella), yo inmediatamente levanté la mano, porque quería preguntarle… En el MEP los docentes siempre estamos dispuestos a todo, a nosotros nos piden cuotas para todo, nosotros hacemos tamales, nosotros hacemos bingos, hacemos todo para comprar los materiales que el MEP debería mandarnos, y lo peor es que el director y alguna gente cree que eso está bien, que es normal que tengamos que hacer eso… Pero en ese tiempo nos dijeron: “¡Váyanse a dar clases!” Muchos tuvimos que comprar Internet (porque uno tenía con los datos del teléfono) entonces hubo gastos de Internet, hubo que adaptar en las casas una oficina, porque ¿cómo va a estar usted dando clases aquí cuando la familia tiene que funcionar? Hubo que comprar el mobiliario. Me acuerdo que mi mamá me regaló una silla de rodines buenísima, que ahora es la reina de aquí. Tuvimos que adaptarnos con la plata. Y por ejemplo aquí no teníamos Internet, no había quién nos la vendiera. El ICE, que es la entidad de nosotros, ¡sesenta mil pesos el router y pagar no sé cuánto por mes! Entonces yo le dije a la ministra que cómo era posible que ni siquiera el ICE, la entidad del Estado, se había preparado, cómo era posible que el ICE, que ha sido nuestro bastión, no nos haya ayudado… Y no, no fue así…

Nosotros no podíamos enseñarle a los chiquillos, porque nosotros podíamos tener Internet, pero el chiquillo compraba 500 pesos de datos y a la mitad de la clase decía: “Profe, me tengo que retirar porque ya se me acabaron los datos...” Fue un año semi perdido, porque sí, hicimos esfuerzos y hacíamos las guías y les explicábamos… Yo hacía videos de cómo entrar a Word, cómo abrirlo y cómo iniciar y se los mandaba por Whatsapp, cortitos para que los abrieran, y muchos tampoco tenían computadoras… Muy duro también para ellos.

En ese tiempo había mafias de chiquillos, mafias de gente que hacía las guías y las vendía, vendía la guía de español ya hecha a los chiquillos… Se les rogaba a los chiquillos que  estuvieran en la casa haciendo las tareas, haciendo las cosas como si estuvieran en el colegio, pero no había quien los supervisara, porque los papás estaban trabajando…  Finlandia se estuvo preparando durante dos o tres años, preparó a los papás, a los maestros, un año estuvieron los maestros en capacitación y a los mismos niños en valores y en todo lo que correspondía para que ese cambio fuera correcto, pero nosotros queremos inventar hoy y que mañana la gente lo estuviera haciendo… Los chiquillos no entraban a clase, yo llamaba lista, Fulano, Zutano… “No profe, ese no va a entrar”, “Ese no va a entrar”, “Ese no va a entrar…” Entraban 3 o 4 chiquillos. Yo hacía el video para mandarlo al Whatsapp para que lo vieran y ni así…

Hay que hacer algo, yo no sé qué, pero hay que hacerlo ya… Lo yo que le estoy enseñando a los muchachos aquí, en un minuto lo ven en un vídeo. Entonces, ¿qué es lo que tenemos que hacer? ¿Cómo tenemos que cambiar eso? ¿Qué es lo que importa ahora aprender? Algo hay que hacer, estamos en otro nivel, ellos están en otro nivel y ellos no te están prestando atención…

Estuvieron en la casa todo ese tiempo y ahí aprendieron a entrar a todas las aplicaciones, a ponerlas y uno está ahí, hablando y hablando, y ellos están pensando en otras cosas… Después de la pandemia aquello ha sido otra cosa. Ese 20% de atención que nos decían que el chiquillo tiene, está como en un cinco.

Me jubilé el primero de marzo de este año. A veces me pongo a pensar que si hubiera aguantado un poquillo más la decisión de jubilarme… No me arrepiento, ya no quería ese estrés… Es que desde los 15 años trabajo, había cansancio de haber vuelto a la docencia. Mi expectativa era volver a la docencia al INA y no al MEP, yo quería el estudiante del INA y el diseño del INA, donde al estudiante uno le da una materia durante 3-4 meses; luego otra materia y luego otra, y ahí vas pasando. No es como en el MEP… En el MEP les da un tema hoy; mañana, otro; pasado, otro, en la misma semana… Uno anda loco porque tiene que dar clases a cuatro, a cinco grupos para tener sus 40 horas… En el INA usted gana parecida cantidad con un grupito de 15 a 20 estudiantes, toda la semana los ves nada más a ellos… Quería volver al INA y sí se me hubiera dado… Pero por angurrienta… Porque a mí me hicieron otra vez los exámenes del INA (porque hacía muchos años había estado), entonces me los hacen otra vez, los gano y me dicen, “¿Usted cree que ahora en noviembre puede entrar? Porque el grupo está está muy atrasado, el profesor renunció…” Y yo estaba toda angurrienta con la dirección allá en Agua Buena, entonces le digo a la muchacha: “¿No podría ser como a final de diciembre o enero?” “Ah, bueno, vamos a ver…”  Y ya no me llamaron.





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  Santa Rosa de Turrialba, Cartago 27 de marzo de 2024 Mi nombre es Yadira Garita Astúa, tengo 63 años y estoy jubilada hace un año y tres meses.   Nací en San José porque mi mamá se tuvo que ir para allá por el embarazo, pero soy nativa de Santa Cruz del Carmen de Turrialba. Mi papá era trabajador del campo, tenía su finquita de café y aparte trabajaba jornaleando. Mi mamá, ama de casa. Somos seis hermanos, yo soy la mayor. Nací en 1960 y de ahí vienen todos seguidos, tres mujeres más y los dos hombres son los menores.   Dentro de la pobreza que vivieron ellos, uno muy limitado a muchas cosas, nunca nos faltó nada. No había luz, no había agua, el agua se tomaba de los ojos de agua. Éramos muy humildes, pero nunca nos faltó el arroz, los frijoles; siempre había una vaquilla ahí para ordeñar, y nunca, nunca nos faltó… Eso sí tenía papá, que nunca pasamos hambre. Él, donde fuera, trabajaba, y nunca nos faltó.   Había gallinillas, entonces había huevitos, sí, de...

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HILDANA HIDALGO San José 4 de junio del 2024   Nací en 1957, soy de Zaragoza de Palmares de Alajuela, un área cafetalera y tabacalera. Nosotros fuimos doce hermanos, se murieron tres pequeñitos, quedamos siete mujeres y dos hombres, en ese tiempo se morían de raquitismo. Mi papá era el único que trabajaba, era maestro de obras, entonces llegó un momento en que ya crecieron todos y mi papá ya no podía mantener a tanta gente, y dijo: “nos vamos para San José”. En el campo las mujeres solo trabajaban en las casas, y a papá nunca le gustó eso de que mis hermanas trabajaran en casas, porque él decía que los hombres les faltaban el respeto. Estudié en la escuela Doctor Ricardo Moreno Cañas en Zaragoza de Palmares, ¡bellísima! Le daban a uno comida todo el día. Y parte de la comida que nos daban era la que sembrábamos, porque había huerta. ¡Sembrábamos de todo! Todo tipo de hortalizas. Era bonito sentarse a la mesa y comer lo que habíamos cosechado. En el campo lo que más sobra e...