San José
4 de junio del 2024
Nací en 1957, soy de Zaragoza de Palmares de Alajuela, un área cafetalera y tabacalera. Nosotros fuimos doce hermanos, se murieron tres pequeñitos, quedamos siete mujeres y dos hombres, en ese tiempo se morían de raquitismo.
Mi papá era el único
que trabajaba, era maestro de obras, entonces llegó un momento en que ya
crecieron todos y mi papá ya no podía mantener a tanta gente, y dijo: “nos
vamos para San José”. En el campo las mujeres solo trabajaban en las casas, y a
papá nunca le gustó eso de que mis hermanas trabajaran en casas, porque él
decía que los hombres les faltaban el respeto.
Estudié en la escuela
Doctor Ricardo Moreno Cañas en Zaragoza de Palmares, ¡bellísima! Le daban a uno
comida todo el día. Y parte de la comida que nos daban era la que sembrábamos,
porque había huerta. ¡Sembrábamos de todo! Todo tipo de hortalizas. Era
bonito sentarse a la mesa y comer lo que habíamos cosechado. En el campo lo que
más sobra es comida. Bueno, en el campo de hoy en día es diferente, pero en
aquel entonces todo el mundo sembraba y se intercambiaba comida. Recuerdo que
mi mamá decía: “¡uy, qué ganas de comer chorreadas! vayan a traer elotes” y nos
daba bolsas, y yo me iba con todas mi hermanas, llegábamos a las fincas donde
estaban las milpas y de repente uno veía al dueño de la finca, y nos decía: “¡chiquillos,
vengan! Este elotito para que usted lo pueda coger tiene que tener el pelito al
final bien sequito”. Dice: “si no está seco no lo cojan porque no se ha
desarrollado, y no quiebren la matita, porque aquí vienen otros”.
En mi casa había
gallinas y muchas matas de chayote, entonces mamá repartía a los vecinos, y
todo era intercambio. No recuerdo llegar a la casa y que no hubiera comida.
También era la época
de la Alianza para el Progreso, ese período de la Guerra Fría donde los Estados
Unidos buscaba aliados, supuestamente para llevar la democracia a los países de
América Latina. Estados Unidos, para ganarse a los países, que supuestamente se
podían meter en el comunismo, mandaba mucha comida... unos tarros gigantes con
quesos amarillos, leche en polvo, harina… Todo eso llegaba a las escuelas y nos
pasaban dando comida todo el día y nos mandaban para la casa con queso.
Era muy sana la
escuela, muy bonita. No recuerdo “bullying” ni nada de eso. Y uno se juntaba
con las chiquillas hijas de los cafetaleros que vivían bien, tenían casas muy
lindas, pero lo invitaban a uno a la casa y no discriminaban, como ahora. Había
una sola escuela en el barrio, entonces no había para dónde irse, no había
todavía escuelas privadas.
En séptimo fui al Colegio
de Palmares. Íbamos a pie, eran como 15 minutos caminando. Ese año mi papá
decide venirse para San José con todos mis hermanos, porque no podía mantener a
tanta gente. Mis hermanas eran muchachas de 15, 17, 19, 20, 21… porque
todos somos muy seguidos. Yo me quedé terminando el colegio de Palmares en casa
de mi abuelita Adilia y cuando yo terminé séptimo año de colegio, ya me
vine para San José cuando tenía 12 años. Hice el segundo año en el Colegio
México en San José y en ese colegio estuve hasta noveno, y luego me gradué en
el Liceo Napoleón Quesada.
Mis hermanos
trabajaron en construcción, igual que mi papá. Mis hermanas entraron a
estudiar, pero todas dejaron botado todo, es que ellas trabajaban en fábricas
en el día y en la noche iban a los colegios, ¿qué iban a tener ganas de
estudiar? Todos terminaron la escuela, pero el colegio no. Todas se fueron
casando. Antes la gente no se preocupaba mucho por eso, por estar mandando los
hijos a estudiar, y menos a las mujeres. Las mujeres salían perdiendo siempre y
los hombres eran utilizados como mano de obra.
Salí de sexto grado y
no sabía que tenía que ir al colegio. Un día fui a la pulpería y me topé
a mis dos amiguitas de la escuela, con uniforme, las dos igualitas, y les
pregunté : “¿por qué andan con esa ropa?”, y me dicen: “diay, porque ya estamos
en el colegio”, y le digo yo: “¿qué es eso?”, “¡lo que sigue de la escuela!”.
Yo no entré ni a comprar. Me pegué una carrera y lloraba… que ¡por qué yo no
andaba con esa ropa! Y me fui y me metí debajo de una mata de café a llorar. Entonces
llegó mi abuelita y me dijo que por qué estaba llorando, y yo le dije: “es que
quiero ir al colegio y no me mandaron.” “¿De verdad usted quiere ir al colegio?
“Sí”. Me dice: “y ¿qué quiere estudiar?” Le digo yo: “quiero ser maestra”, y
dice mi abuelita: “bueno, vaya alístese”. Era temprano, como las 12 del día, y
dice: “¡ya, ya paso por usted!”. Vivíamos cerquitica, y al ratito llegó mi
abuela y me trajo a Palmares ¡a pie! ¡Oiga, debajo de ese sol, a la 1 de la
tarde!, y me dice “voy a ir a hablar con el director del colegio”. Yo ni sabía
para dónde me llevaba mi abuela, y que entramos al colegio de Palmares, que es
tan lindo, y ella entró a la dirección, me dice: “siéntese ahí, afuera”, y al
rato salió mi abuelita con un paquete de cuadernos y hasta uniforme me dieron. ¡Qué
belleza de Estado, en ese periodo!
Mi abuela era muy
visionaria. Ella era demasiado moderna para su época. Llegó y le dijo a mamá:
“Hildana quiere ir al colegio así que le compran zapatos, porque no le dieron”,
y dice mamá: “bueno”. Y cuando llegó papá en la tarde, yo estaba ahí, le dice:
“que Hildana va a ir al colegio, ya la matriculó mamá. Hay que comprarle
zapatos”, y yo me acuerdo que dice papá: “¡ay, Marta, qué tirada! Es que yo no
tengo ni plata para comprarle zapatos a Hildana” y dice mi mamá: ”mire, viejo
huevón, tiene que comprarle… Vea a ver qué hace, pero se los compra”. Yo fui
una semana al colegio con esos zapatos de hule horribles que había antes, ya
después me compraron los zapatos, y me fue bien ese año. Siempre fui muy
aplicadilla, nunca perdí un año ni nada.
Después nos vinimos
para San José. No me gustaba, y para peores ¡donde fuimos a vivir! ¡Un barrio
horrible de San José! Porque mi papá le dijo a mi prima que le consiguiera una
casa en San José, consiguió una casa ahí en Cinco Esquinas de Tibás y ese
barrio es muy feo, en San Rafael, que ahí es peligroso. Nosotros veníamos de
los cafetales de Palmares y nos metieron ahí, en ese barrio. Mi mamá lloraba
mañana, tarde y noche, porque había mucho pleito, mucho alcoholismo, mucha
drogadicción, y nosotros no estábamos acostumbrados a esas cosas... Ahí nos
quedamos varios años en ese barrio.
Ya después todo el
mundo se empezó a casar. A mí papá le dieron un proyecto de vivienda; como mi
papá era maestro de obras, el IMAS le dio un proyecto de vivienda para que
construyera 80 casas. Las casas las construían las mismas familias, pero la
familia no sabía cuál iba a ser su casa hasta que todo estuviera listo, las
rifaban. Entonces en la construcción de las casas trabajaban todos, toda la
familia. Y se construyeron 85 casas. Era a la par de la León XIII, se llama El
Progreso, todavía está.
Cuando papá terminó la
construcción mis hermanas ya estaban casadas, entonces ellas también trabajaron
en esos proyectos de vivienda y tres de ellas tuvieron casa ahí. Luego ellas
vendieron y se fueron, ahora viven en Guanacaste, en Parrita, en San José… en
Estados Unidos hay otra. En San José hay una y un hermano, nada más.
Terminé el cole en el
Napoleón Quesada y, antes, las universidades llegaban a visitar a los
colegios y lo convencían a uno para que estudiara tal carrera. Era como al
revés de ahora, porque necesitaban gente en las carreras. Yo salí en 1975 del
colegio, entonces se hacía un solo examen y uno escogía cuál universidad quería:
el Tecnológico, la UCR o la UNA. Todavía no estaba la UNED, ni las otras
públicas.
En la Universidad
Nacional estaba una carrera de Secretariado Profesional, yo dije: “me meto en
esta porque tengo que trabajar”, pero a mí nadie me dijo que uno puede entrar a
la universidad con una beca, a mí nadie me dijo eso, y yo dije: “no voy a poder
estudiar, porque ¿cómo voy a pagar?” Entonces me metí a Secretariado
Profesional en la Universidad Nacional. Muy bonito, aprendí demasiado porque es
otro nivel. Tenían muy buenas profesoras, a mí me enseñaban mucho, nos daban
redacción, documentación, taquigrafía, archivo, esas cosas que me sirvieron
cuando trabajé… Eran dos años que usted aprendía eso, y dije: “aquí está, me
meto y trabajo. Y cuando terminé, de verdad que trabajé en el Hospital de
Niños, y antes de eso trabajé en la Unión Nacional de Cooperativas. Pero yo tenía
el clavo de que yo quería ser educadora de secundaria en Estudios Sociales,
Geografía y Cívica. Entonces terminé la carrera en la Escuela de Historia de la
Universidad Nacional.
Tuve mucha suerte
porque trabajaba en el Hospital de Niños y entraba a las 7 y salía a las 4,
trabajé en Neurología. Entonces yo le decía: “doctor, vea, es que yo necesito
salir antes porque tengo que estar a las 4 en la universidad”, porque la
carrera mía era de 4 a 9 de la noche, ¡qué cansado! Eran esos años en que uno sacaba
un bachillerato pero eran un montón de materias que llevaba. ¡Yo llevaba nueve
materias por semestre!
Me acababa de casar,
pero gracias a Dios que mi esposo siempre me apoyó en eso, siempre. Más bien él
era el que me mandaba. Un día estábamos viendo el periódico, y “¡uy, mire, una
licenciatura en Educación Cívica! ¡Qué lindo!”, le digo. Dice: “llévela”. “Ay,
no, es demasiado”, y un día nos fuimos, “ay, acompáñeme a hacer un mandado”, no
sé a dónde, y no ve que cuando lo vi fue que se metió a la U. Dice: “vaya
matricúlese, usted ya es alumna regular”, y me metí a la carrera. La carrera de
Licenciatura en Educación Cívica duró cinco años.
Ya con el título fui y
me recluté, y empecé a trabajar. Mi primer trabajo fue en el Mauro Fernández,
cerquitica de mi casa, porque yo vivo por ahí. Por dicha que me dieron los
niveles bajitos. Fui a hacer una incapacidad de una muchacha en sétimo, pero hice
la incapacidad y ya me nombraron en el Liceo Castro Madriz, y ahí sí fue
terrible porque yo era muy jovencita.
Tenía como 22 años.
Recuerdo que llegué y me dieron quinto año, casi me muero, porque yo era muy
flaquita, muy delgadita, parecía una chiquita de 15 años y entonces me daba
mucho miedo, porque diay, los chiquillos que estaban en quinto año eran casi de
20 y también yo sentía que me acosaban. Había uno que me acosaba. No paraba de
verme y eso me intimidaba, me daba demasiado susto. ¡Hasta me invitó a salir!
Era un chiquillo nicaragüense. Un día me dijo: “profe, salgamos”, le digo yo:
“¡cómo se le ocurre, si yo soy su profe!”.
Me acuerdo de una
chiquita muy bonita que llegó a trabajar al Colegio Julio Fonseca, una
chiquilla de matemática, guapísima, preciosa… Jovencitica. Tuvo que renunciar.
Se asustó y se fue. Dice: “no puedo trabajar así”. Los chiquillos la acosaban
demasiado. No estuvo ni 22 días. Yo nunca había visto eso. Por lo menos a mí me
pasó solo con ese chiquillo. Una vez estaba en la casa barriendo la cochera, cuando
veo ese chiquillo parado en la puerta de mi casa. Andaba vendiendo libros de la
enciclopedia Océano, y me dice: “profe, ¿¡qué está haciendo aquí!?”, le digo:
“aquí vivo”, “¡ay, no puede ser!”, “y ¿usted en qué anda?”, “es que yo ando
vendiendo libros, profe, ¿se los enseño?”, dice: “tal vez me compre”, y lo pasé
a la sala. Y me estaba enseñando los libros cuando sale mi esposo para la
cocina, y dice: “profe, ¿quién es ese?”, y le digo: “mi esposo”, “¿cómo, ya se
casó?”, le digo: “sí”. Cuando lo vi fue que metió todo y salió disparado. “Ay,
profe, ya me voy, ya me voy”, dijo. Pero ¡la cara que hizo ese chiquito cuando
yo le dije: “ese es mi esposo!”
En la universidad nos
prepararon con la materia, pero no tanto en cómo manejar un grupo, no nos
preparaban en cómo manejar la disciplina, pero nos prepararon en otras cosas
como fue la ética y la moral, que es lo que no se da ahora. En la Universidad
Nacional hice un año de práctica supervisada, tuve que ir tres meses a observar
al profesor y luego el resto del año tenía que dar la clase y el profesor ahí
sentado, poniéndome la nota, y llegaba el profesor de didáctica de la
universidad.
¡Dios libre usted
anduviera con un jean! Ni los hombres ni las mujeres. Cuando ya íbamos a
empezar la práctica, dice el profesor: “ahora sí, vayan saquen los taconcitos,
las ‘pantis, las enagüitas, los ‘blazer’”, que usábamos antes, dice: “nada de
blusitas escotadas”, nada de esto, nada del otro… Así tiene que ir al colegio a
dar clase. Y nos metió en la cabeza, imagínese que a mí se me metió tanto que
yo en el colegio hasta cuando tuve 55 años cambié mi forma de vestir
porque ya me estaba ahogando por la menopausia. Pero yo iba igualita, con
vestidos, ‘pantis’, taconcito, chiquito porque nunca pude usar altos, pero así
iba ¡bien formal!
Y un día me estaba
ahogando y dice mi hija mayor: “mami, ¿por qué no cambia su manera de vestir?”,
le digo: “¡¿cómo?!”, dice: “cómprese pantaloncitos de vestir, blusitas
fresquitas, zapatito bajito… Mami, usted no puede andar así, vea como llega de
cansada”. Y con esos calores tan terribles… Y de verdad, le hice caso.
En el Castro Madriz
estuve como tres años. Estaba interina porque nunca llené solicitud para
propiedad, porque lo mandaban a uno a cualquier parte del país. Antes era así.
Y entonces yo no quería irme de San José, porque había trabajo. Lo que pasa es
que en San José yo iba a seguir interina, nunca concursé, entonces siempre
trabajé en varios colegios: en el de Calle Fallas, en el Samuel Sáenz, en
Heredia, hasta que llegué al Liceo del Sur. Ahí trabajé 10 años y luego me
mandaron a Guácimo un año, porque ya ahí sí concursé y tuve que ir Guácimo,
pero trabajé pocas lecciones, solo para mantener la propiedad. Iba y regresaba
el mismo día, porque no es lejos y era muy bonita la carretera. Nunca me quedé
ni allá ni de este lado por derrumbes. Y me gustaba porque era un colegio
agropecuario, entonces la pasé bien ahí. Hice el año ahí y luego pedí traslado
para San José y me mandaron al Julio Fonseca, donde trabajé 20 años.
A mí no me cuesta
adaptarme a los colegios, porque yo a los chiquillos los veo muy parecidos en
todo lado. El problema son los estereotipos: “uy, ¿cómo va a ir a trabajar a
ese colegio?”. Los chiquillos de esa zona son tan lindos y tan buenos. Es otra
cosa. La gente tiene todo el concepto de que en esos colegios es difícil, pero
no. ¡Uno tiene tanto apoyo! Por ejemplo, en el Julio había mucho chiquito
nicaragüense, casi que el 70% son nicaragüenses, y los papás lo apoyan a uno.
Yo me enamoré de Nicaragua.
‘No se ama lo que no
se conoce’, ese dicho sí que es cierto, porque empecé a tener tantas relaciones
con los chiquillos y con los papás, que me enamoré de Nicaragua. Yo iba a ir a
Nicaragua, pero quería ir con mi hija mayor, pero en eso se vino la pandemia, y
mi hija está siempre muy ocupada. La cuestión es que empecé a tener demasiado
contacto con los estudiantes y quedé enamorada de ese país. Tengo cualquier
cantidad de invitaciones. Me gustó mucho trabajar con las mamás nicaragüenses,
porque ¡qué diferentes que son! Usted las manda a llamar y llegan con una
educación, le ponen cuidado, siempre apoyan. ¡Son otra cosa! Ellas le creen a
uno. No es como algunas mamás ticas, que de una vez llegan con las botas
puestas, o los papás ticos. Es que ahora los papás no permiten que usted les dé
quejas. Yo quedé tan cansada de los papás, ni siquiera los estudiantes me
cansaron, fueron los papás. Porque uno no siente el apoyo de la mayoría, no
todos, hay papás muy buenos y todo… Pero es una cosa rara, es que los papás
piensan que uno anda persiguiendo al chiquillo. Y dígame, si uno tiene un hijo
que no está dando la talla y la mandan a llamar, uno agradece, ¿verdad que sí? Los
papás ahora creen que uno tiene al chiquito entre ojos. Eso sí que me da
tristeza… Por eso es que muchos profesores ya no quieren ni dar quejas, porque
uno no siente apoyo de los papás.
En el Julio Fonseca
teníamos un grupo de teatro... al final yo aprendí demasiado con esos
muchachos. Se crearon obras muy lindas, participamos en muchos festivales
estudiantiles, ganamos muchos primeros lugares. Estuvimos muchos años en eso,
no sé cuántos. Trabajé con David Chaves durante cinco años. Hacíamos ‘casting’
con los estudiantes. Se escogían entre ellos. Es que el teatro es una
maravilla, qué lindo que es el teatro, cómo se hacen amigos y ¡qué disciplina!
Bueno, nunca me imaginé que el teatro fuera así. Imagínese que todos esos
chiquillos que salieron conmigo todavía son amigos. Se van a pasear, se reúnen.
¡Y no se salieron del colegio! Creo que el arte no puede desaparecer de los
colegios porque el arte une a los muchachos. Ellos tienen un amarre ahí con el
arte, ellos necesitan ir y estar en algo, les encanta, hacen amigos, son
disciplinados, ¡cómo aprenden!
Nos invitaron a una
actividad muy linda en una institución pública, uno de los chiquillos dio un
discurso. Había 400 personas. Cuando terminó, llega y me abraza y me
dice: “uy, profe, yo jamás creí que iba a hablar delante de 400 personas”.
Gracias al teatro fueron a un colegio de Puntarenas, se quedaron de un día para
otro. Y después los llevaron también a la Zona Sur.
Hasta participaron en
una teleserie. Los chiquillos me decían: “viera profe, mi mamá lloraba”, dice:
“mi abuelita, todos lloraban”. Entonces, buscábamos cines, teatros prestados
aquí en San José, sobre todo en la Compañía Nacional de Teatro, y traíamos a
toda la familia de los chiquillos. Ay, eso fue lo que más me gustó, porque vi a
las abuelitas llorando, a todos, porque ellos nunca habían visto a un chiquillo
actuando.
Una vez invitamos al
ministro Garnier. Me conseguí el correo, y entonces lo invité y le puse en el
asunto: ‘La cosecha de Garnier’ y lo invité. Era un domingo aquí en la Compañía
Nacional, estaba afuera esperando a los papás, cuando veo por allá un señor con
el pelillo blanco, así que se movía todo, y digo yo: “mirá, sí es Garnier” y
llegó. “¿Cómo está?”, le digo yo: “bien ¿y usted? Yo soy Hildana, la que lo
invitó”, “muchas gracias, doña Hildana, por invitarme” y se quedó toda la tarde
ahí con nosotros.
Un problema del Julio
Fonseca es que es un colegio trampolín... hay colegios 1, 2 y 3; dependiendo
del colegio así gana el director, pero un director no puede llegar al 3 de entrada,
tiene que llegar al 1, que son los colegios que tienen 600, 700 estudiantes, luego
el 2, 1500, luego el 3, de 1500 a 2000 y resto. De modo que ahí los directores
llegan y se van rapidito, si acaso duran
2 años. Uno no tiene apoyo de ese tipo de directores, porque ya uno sabe que
nada más vienen a que se pase el tiempo.
Algunos no tenían intención
de ayudar en teatro, más bien le ponían a uno muchos peros: que no pueden sacar
los chiquitos, que la Junta no tiene plata para pagar los buses… todo eso. Y yo me la tiré jalando esos
chiquitos para todo lado. Me pude haber expuesto, me expuse a que me pasara
algo, porque yo no puedo subir chiquitos al carro, y teníamos un carro grande al
que le caben 8 personas, entonces me los llevaba para todo lado. La última
directora que llegó era de Español y pensé: “ya la hice toda” porque los de
Español aman el teatro, juré, y me puso peros.
¡Qué tristeza lo que
pasé yo con esa señora! Una vez estábamos ensayando y a los chiquillos les
bajaba el sudor, eran como las 3 de la tarde. La gente no sabe que en teatro se
hacen muchos ejercicios físicos... estaban sudando, entonces yo me voy a la
cocina y le digo a la cocinera: “¿usted me puede hacer un fresquito para los
chiquitos y unas galleticas? Y ¿sabe qué hizo la señora? Se fue a pedirle
permiso a la directora, y llega y me dice: “profe, no puedo” y le digo: “¿por
qué?”, dice: “la directora dice que usted tenía que haber mandado una carta” y
le digo: “pero ¿usted por qué fue y le dijo? Ahí hay cualquier cantidad de
jugos y galletas, ahí hay cualquier cantidad de eso, ¿por qué usted fue y le
dijo a ella?”, “ay, profe, es que yo no puedo mover nada porque a ella no le
gusta”. ¡Y no nos dieron el fresco!
Como ensayábamos todos
los sábados, mi esposo hacía almuerzo y nos llevaba. Mi esposo fue demasiado
gentil ¡Cómo gastaba!, porque eran 18 y entonces les llevaba hamburguesa,
fresco, todo lo que lleva la hamburguesa, arroz con carne, porque no hacía solo
con pollo, le echaba otras cosas. Entonces un día me dice un compañero:
“Hildana, ¿por qué usted no le escribe a la Junta y le dice que le dé algo para
que ustedes vengan a ensayar los sábados?” Y yo le hago una carta a la Junta…
Las juntas no sacan, no gastan, por eso tienen superávit, porque no gastan. La
Junta acordó darme la comida cruda de la cocina. Y llega una cocinera con un
pollo congelado y un puño de arroz. Dice: “aquí me mandaron que le diera esto a
usted.” Le digo yo: “¿para qué es eso?”, dice: “no sé, que usted va a hacer un
arroz con pollo para ensayar con los chiquillos mañana”. Ni aceite ni nada: un
puño de arroz y un pollo. Y le digo yo: “vea, yo de aquí me voy para otro lado,
yo no puedo andar jalando eso”. Nunca más volví a pedir nada.
Algunos profesores
apoyaban, otros no, porque no me querían prestar los chiquillos para ensayar. ¡Dios
libre! Que no le sacaran los chiquitos de la clase porque se atrasaban, y más
de un profesor llamaba a las casas para que los sacaran de teatro, y más de una
mamá me sacó el chiquito de teatro. Cómo se pusieron los chiquitos de mal y
todo, y la mamá: “que no, que lo suyo es estudiar” y no entendieron y le metían
miedo a los chiquillos. Tantos años después y ahí siguen todos juntos.
Un chiquillo -Peje, le
decían- era terriblísimo. No era que andaba en malos pasos ni nada, sino que se
quedaba dormido y llegaba tarde, que no llevaba la tarea… Y todo el mundo
decía: “no ese chiquito no, ese chiquito no va a llegar a quinto”. Llegó a
quinto, quedó en la universidad y ahora es psicólogo. Él hacía monólogos, y era
tan bueno que ya iba a lugares, fuera, a hacer presentaciones. Lo contacté con
Colypro. Fue a hacer presentaciones a Colypro. El chiquillo era muy bueno, pero
como que no tuvo apoyo de los profesores. No lo querían ni mandar a hacer
bachillerato. Ahí al final lo mandaron y ganó todo bachillerato, y de una vez
para la U.
Quedé de finalista
para el premio Mauro Fernández, nos hicieron un homenaje. En el premio Mauro
Fernández, hay finalistas por todas las provincias, entonces, de la provincia
de San José, yo quedé entre las cinco finalistas y San José tiene más de 350
escuelas y colegios. Entonces la Municipalidad de San José nos hizo un
homenaje.
La forma de trabajar antes
era muy simple, no lo llenaban a uno de tantos papeles como ahora. Al final,
hay que hacer seis veces exámenes en un periodo. ¡Seis veces! ¿Y sabe cuántos
hacía yo? ¡16 exámenes! Porque ahora hay que hacerle un examen a cada uno por
adecuación curricular, porque usted puede tener a un chiquito en octavo que
está viendo materia de sétimo, y en cada grupito había cuarenta chiquitos. Eran
180 alumnos, más o menos.
Pero al final, cuando ya
estaba a punto de pensionarme, todo era al revés, uno tenía 42 alumnos por
grupo, y además gente con adecuación. Ahora está peor porque están quitando las
escuelas de educación especial. ¡Ya quitaron un montón! Entonces, en las aulas
tienen chiquitos con Síndrome de Down, y ¿qué sabe uno de eso? Yo no estudié
nada de eso. Entonces los profesores se enojan mucho, no saben qué hacer. Tal
vez están dispuestos a ayudar, pero ¿cómo va uno a atender un chiquito con Síndrome
si usted no estudió eso? O con Asperger, que ahora hay mucho chiquito con
Asperger. Lo único que tenía uno era disposición para ver qué hacía, pero uno no
puede darles enseñanza individualizada a esos chiquitos. ¡No puede, es
imposible eso!
Yo pasaba sábado y
domingo haciendo exámenes. Llegaba del colegio a hacer exámenes. ¡Cómo me
cansé! Desde que me pensioné no quería ver una computadora para nada, porque
quedé como traumatizada. Fue demasiado trabajo, es inhumano.
También participé en
el grupo Asociación Ciudadanía Activa, de la Universidad de Costa Rica. Es un
grupo de profesores pensionados de la UCR, somos siete. Todos son de la UCR.
Solo yo y un compañero somos de secundaria. Lo que hacíamos era actualizar
profesores en diferentes temas de Estudios Sociales o de Cívica. Entonces
invitamos a politólogos, economistas, pero ad honorem y ellos llegaban,
daban el curso, se le daba un reconocimiento, y eso lo llevaban al MEP y el MEP
le subía un puntito al profesor, para la carrera profesional. Teníamos 20 años
de estar en eso y se vino la pandemia. Y el MEP eliminó los puntos de carrera
profesional.
Tengo 45 de casada,
Melisita tiene 43 y Melina tiene 33. Cuando Melisa nació no trabajé cuatro años,
y cuando Melina nació, me tomé tres. No soy de esas mamás que dejan a los hijos
con alguien. Yo no pude. Por eso Melina nació 10 años, casi 11 años después de
la otra, porque no iba a pedir a Melina, solo quería quedarme con Melissa, la
mayor, porque dije: “no voy a poder dejar a estas chiquitas con otra persona”.
Yo no puedo hacer eso, no sé, soy muy desconfiada. Nació Melina entonces no fui
a trabajar, y por eso me pensioné a los 60. Yo me hubiera pensionado a los
52, como se pensionan muchos educadores, porque los educadores empiezan a
trabajar a los 21, 22, y en el MEP son 33 años y medio de servicio para que uno
se pensione. Entonces tuve que trabajar más, hasta los 60 me pensioné.
Pero aprendí demasiado
con esos muchachos...
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