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HILDANA HIDALGO


HILDANA HIDALGO


San José


4 de junio del 2024



 

Nací en 1957, soy de Zaragoza de Palmares de Alajuela, un área cafetalera y tabacalera. Nosotros fuimos doce hermanos, se murieron tres pequeñitos, quedamos siete mujeres y dos hombres, en ese tiempo se morían de raquitismo.

Mi papá era el único que trabajaba, era maestro de obras, entonces llegó un momento en que ya crecieron todos y mi papá ya no podía mantener a tanta gente, y dijo: “nos vamos para San José”. En el campo las mujeres solo trabajaban en las casas, y a papá nunca le gustó eso de que mis hermanas trabajaran en casas, porque él decía que los hombres les faltaban el respeto.

Estudié en la escuela Doctor Ricardo Moreno Cañas en Zaragoza de Palmares, ¡bellísima! Le daban a uno comida todo el día. Y parte de la comida que nos daban era la que sembrábamos, porque había huerta. ¡Sembrábamos de todo! Todo tipo de hortalizas. Era bonito sentarse a la mesa y comer lo que habíamos cosechado. En el campo lo que más sobra es comida. Bueno, en el campo de hoy en día es diferente, pero en aquel entonces todo el mundo sembraba y se intercambiaba comida. Recuerdo que mi mamá decía: “¡uy, qué ganas de comer chorreadas! vayan a traer elotes” y nos daba bolsas, y yo me iba con todas mi hermanas, llegábamos a las fincas donde estaban las milpas y de repente uno veía al dueño de la finca, y nos decía: “¡chiquillos, vengan! Este elotito para que usted lo pueda coger tiene que tener el pelito al final bien sequito”. Dice: “si no está seco no lo cojan porque no se ha desarrollado, y no quiebren la matita, porque aquí vienen otros”.

En mi casa había gallinas y muchas matas de chayote, entonces mamá repartía a los vecinos, y todo era intercambio. No recuerdo llegar a la casa y que no hubiera comida.

También era la época de la Alianza para el Progreso, ese período de la Guerra Fría donde los Estados Unidos buscaba aliados, supuestamente para llevar la democracia a los países de América Latina. Estados Unidos, para ganarse a los países, que supuestamente se podían meter en el comunismo, mandaba mucha comida... unos tarros gigantes con quesos amarillos, leche en polvo, harina… Todo eso llegaba a las escuelas y nos pasaban dando comida todo el día y nos mandaban para la casa con queso.

Era muy sana la escuela, muy bonita. No recuerdo “bullying” ni nada de eso. Y uno se juntaba con las chiquillas hijas de los cafetaleros que vivían bien, tenían casas muy lindas, pero lo invitaban a uno a la casa y no discriminaban, como ahora. Había una sola escuela en el barrio, entonces no había para dónde irse, no había todavía escuelas privadas.

En séptimo fui al Colegio de Palmares. Íbamos a pie, eran como 15 minutos caminando. Ese año mi papá decide venirse para San José con todos mis hermanos, porque no podía mantener a tanta gente. Mis hermanas  eran muchachas de 15, 17, 19, 20, 21… porque todos somos muy seguidos. Yo me quedé terminando el colegio de Palmares en casa de mi abuelita Adilia  y cuando yo terminé séptimo año de colegio, ya me vine para San José cuando tenía 12 años. Hice el segundo año en el Colegio México en San José y en ese colegio estuve hasta noveno, y luego me gradué en el Liceo Napoleón Quesada.

Mis hermanos trabajaron en construcción, igual que mi papá. Mis hermanas entraron a estudiar, pero todas dejaron botado todo, es que ellas trabajaban en fábricas en el día y en la noche iban a los colegios, ¿qué iban a tener ganas de estudiar? Todos terminaron la escuela, pero el colegio no. Todas se fueron casando. Antes la gente no se preocupaba mucho por eso, por estar mandando los hijos a estudiar, y menos a las mujeres. Las mujeres salían perdiendo siempre y los hombres eran utilizados como mano de obra.

Salí de sexto grado y no sabía que tenía que ir al colegio. Un día fui a la  pulpería y me topé a mis dos amiguitas de la escuela, con uniforme, las dos igualitas, y les pregunté : “¿por qué andan con esa ropa?”, y me dicen: “diay, porque ya estamos en el colegio”, y le digo yo: “¿qué es eso?”, “¡lo que sigue de la escuela!”. Yo no entré ni a comprar. Me pegué una carrera y lloraba… que ¡por qué yo no andaba con esa ropa! Y me fui y me metí debajo de una mata de café a llorar. Entonces llegó mi abuelita y me dijo que por qué estaba llorando, y yo le dije: “es que quiero ir al colegio y no me mandaron.” “¿De verdad usted quiere ir al colegio? “Sí”. Me dice: “y ¿qué quiere estudiar?” Le digo yo: “quiero ser maestra”, y dice mi abuelita: “bueno, vaya alístese”. Era temprano, como las 12 del día, y dice: “¡ya, ya paso por usted!”. Vivíamos cerquitica, y al ratito llegó mi abuela y me trajo a Palmares ¡a pie! ¡Oiga, debajo de ese sol, a la 1 de la tarde!, y me dice “voy a ir a hablar con el director del colegio”. Yo ni sabía para dónde me llevaba mi abuela, y que entramos al colegio de Palmares, que es tan lindo, y ella entró a la dirección, me dice: “siéntese ahí, afuera”, y al rato salió mi abuelita con un paquete de cuadernos y hasta uniforme me dieron. ¡Qué belleza de Estado, en ese periodo!

Mi abuela era muy visionaria. Ella era demasiado moderna para su época. Llegó y le dijo a mamá: “Hildana quiere ir al colegio así que le compran zapatos, porque no le dieron”, y dice mamá: “bueno”. Y cuando llegó papá en la tarde, yo estaba ahí, le dice: “que Hildana va a ir al colegio, ya la matriculó mamá. Hay que comprarle zapatos”, y yo me acuerdo que dice papá: “¡ay, Marta, qué tirada! Es que yo no tengo ni plata para comprarle zapatos a Hildana” y dice mi mamá: ”mire, viejo huevón, tiene que comprarle… Vea a ver qué hace, pero se los compra”. Yo fui una semana al colegio con esos zapatos de hule horribles que había antes, ya después me compraron los zapatos, y me fue bien ese año. Siempre fui muy aplicadilla, nunca perdí un año ni nada.

Después nos vinimos para San José. No me gustaba, y para peores ¡donde fuimos a vivir! ¡Un barrio horrible de San José! Porque mi papá le dijo a mi prima que le consiguiera una casa en San José, consiguió una casa ahí en Cinco Esquinas de Tibás y ese barrio es muy feo, en San Rafael, que ahí es peligroso. Nosotros veníamos de los cafetales de Palmares y nos metieron ahí, en ese barrio. Mi mamá lloraba mañana, tarde y noche, porque había mucho pleito, mucho alcoholismo, mucha drogadicción, y nosotros no estábamos acostumbrados a esas cosas... Ahí nos quedamos varios años en ese barrio.

Ya después todo el mundo se empezó a casar. A mí papá le dieron un proyecto de vivienda; como mi papá era maestro de obras, el IMAS le dio un proyecto de vivienda para que construyera 80 casas. Las casas las construían las mismas familias, pero la familia no sabía cuál iba a ser su casa hasta que todo estuviera listo, las rifaban. Entonces en la construcción de las casas trabajaban todos, toda la familia. Y se construyeron 85 casas. Era a la par de la León XIII, se llama El Progreso, todavía está.

Cuando papá terminó la construcción mis hermanas ya estaban casadas, entonces ellas también trabajaron en esos proyectos de vivienda y tres de ellas tuvieron casa ahí. Luego ellas vendieron y se fueron, ahora viven en Guanacaste, en Parrita, en San José… en Estados Unidos hay otra. En San José hay una y un hermano, nada más.

Terminé el cole en el Napoleón Quesada y, antes, las universidades llegaban  a visitar a los colegios y lo convencían a uno para que estudiara tal carrera. Era como al revés de ahora, porque necesitaban gente en las carreras. Yo salí en 1975 del colegio, entonces se hacía un solo examen y uno escogía cuál universidad quería: el Tecnológico, la UCR o la UNA. Todavía no estaba la UNED, ni las otras públicas.

En la Universidad Nacional estaba una carrera de Secretariado Profesional, yo dije: “me meto en esta porque tengo que trabajar”, pero a mí nadie me dijo que uno puede entrar a la universidad con una beca, a mí nadie me dijo eso, y yo dije: “no voy a poder estudiar, porque ¿cómo voy a pagar?” Entonces me metí a Secretariado Profesional en la Universidad Nacional. Muy bonito, aprendí demasiado porque es otro nivel. Tenían muy buenas profesoras, a mí me enseñaban mucho, nos daban redacción, documentación, taquigrafía, archivo, esas cosas que me sirvieron cuando trabajé… Eran dos años que usted aprendía eso, y dije: “aquí está, me meto y trabajo. Y cuando terminé, de verdad que trabajé en el Hospital de Niños, y antes de eso trabajé en la Unión Nacional de Cooperativas. Pero yo tenía el clavo de que yo quería ser educadora de secundaria en Estudios Sociales, Geografía y Cívica. Entonces terminé la carrera en la Escuela de Historia de la Universidad Nacional. 

Tuve mucha suerte porque trabajaba en el Hospital de Niños y entraba a las 7 y salía a las 4, trabajé en Neurología. Entonces yo le decía: “doctor, vea, es que yo necesito salir antes porque tengo que estar a las 4 en la universidad”, porque la carrera mía era de 4 a 9 de la noche, ¡qué cansado! Eran esos años en que uno sacaba un bachillerato pero eran un montón de materias que llevaba. ¡Yo llevaba nueve materias por semestre!

Me acababa de casar, pero gracias a Dios que mi esposo siempre me apoyó en eso, siempre. Más bien él era el que me mandaba. Un día estábamos viendo el periódico, y “¡uy, mire, una licenciatura en Educación Cívica! ¡Qué lindo!”, le digo. Dice: “llévela”. “Ay, no, es demasiado”, y un día nos fuimos, “ay, acompáñeme a hacer un mandado”, no sé a dónde, y no ve que cuando lo vi fue que se metió a la U. Dice: “vaya matricúlese, usted ya es alumna regular”, y me metí a la carrera. La carrera de Licenciatura en Educación Cívica duró cinco años.

Ya con el título fui y me recluté, y empecé a trabajar. Mi primer trabajo fue en el Mauro Fernández, cerquitica de mi casa, porque yo vivo por ahí. Por dicha que me dieron los niveles bajitos. Fui a hacer una incapacidad de una muchacha en sétimo, pero hice la incapacidad y ya me nombraron en el Liceo Castro Madriz, y ahí sí fue terrible porque yo era muy jovencita.

Tenía como 22 años. Recuerdo que llegué y me dieron quinto año, casi me muero, porque yo era muy flaquita, muy delgadita, parecía una chiquita de 15 años y entonces me daba mucho miedo, porque diay, los chiquillos que estaban en quinto año eran casi de 20 y también yo sentía que me acosaban. Había uno que me acosaba. No paraba de verme y eso me intimidaba, me daba demasiado susto. ¡Hasta me invitó a salir! Era un chiquillo nicaragüense. Un día me dijo: “profe, salgamos”, le digo yo: “¡cómo se le ocurre, si yo soy su profe!”.

Me acuerdo de una chiquita muy bonita que llegó a trabajar al Colegio Julio Fonseca, una chiquilla de matemática, guapísima, preciosa… Jovencitica. Tuvo que renunciar. Se asustó y se fue. Dice: “no puedo trabajar así”. Los chiquillos la acosaban demasiado. No estuvo ni 22 días. Yo nunca había visto eso. Por lo menos a mí me pasó solo con ese chiquillo. Una vez estaba en la casa barriendo la cochera, cuando veo ese chiquillo parado en la puerta de mi casa. Andaba vendiendo libros de la enciclopedia Océano, y me dice: “profe, ¿¡qué está haciendo aquí!?”, le digo: “aquí vivo”, “¡ay, no puede ser!”, “y ¿usted en qué anda?”, “es que yo ando vendiendo libros, profe, ¿se los enseño?”, dice: “tal vez me compre”, y lo pasé a la sala. Y me estaba enseñando los libros cuando sale mi esposo para la cocina, y dice: “profe, ¿quién es ese?”, y le digo: “mi esposo”, “¿cómo, ya se casó?”, le digo: “sí”. Cuando lo vi fue que metió todo y salió disparado. “Ay, profe, ya me voy, ya me voy”, dijo. Pero ¡la cara que hizo ese chiquito cuando yo le dije: “ese es mi esposo!”

En la universidad nos prepararon con la materia, pero no tanto en cómo manejar un grupo, no nos preparaban en cómo manejar la disciplina, pero nos prepararon en otras cosas como fue la ética y la moral, que es lo que no se da ahora. En la Universidad Nacional hice un año de práctica supervisada, tuve que ir tres meses a observar al profesor y luego el resto del año tenía que dar la clase y el profesor ahí sentado, poniéndome la nota, y llegaba el profesor de didáctica de la universidad.

¡Dios libre usted anduviera con un jean! Ni los hombres ni las mujeres. Cuando ya íbamos a empezar la práctica, dice el profesor: “ahora sí, vayan saquen los taconcitos, las ‘pantis, las enagüitas, los ‘blazer’”, que usábamos antes, dice: “nada de blusitas escotadas”, nada de esto, nada del otro… Así tiene que ir al colegio a dar clase. Y nos metió en la cabeza, imagínese que a mí se me metió tanto que yo en el colegio hasta cuando tuve 55 años cambié mi forma de vestir porque ya me estaba ahogando por la menopausia. Pero yo iba igualita, con vestidos, ‘pantis’, taconcito, chiquito porque nunca pude usar altos, pero así iba ¡bien formal!

Y un día me estaba ahogando y dice mi hija mayor: “mami, ¿por qué no cambia su manera de vestir?”, le digo: “¡¿cómo?!”, dice: “cómprese pantaloncitos de vestir, blusitas fresquitas, zapatito bajito… Mami, usted no puede andar así, vea como llega de cansada”. Y con esos calores tan terribles… Y de verdad, le hice caso.

En el Castro Madriz estuve como tres años. Estaba interina porque nunca llené solicitud para propiedad, porque lo mandaban a uno a cualquier parte del país. Antes era así. Y entonces yo no quería irme de San José, porque había trabajo. Lo que pasa es que en San José yo iba a seguir interina, nunca concursé, entonces siempre trabajé en varios colegios: en el de Calle Fallas, en el Samuel Sáenz, en Heredia, hasta que llegué al Liceo del Sur. Ahí trabajé 10 años y luego me mandaron a Guácimo un año, porque ya ahí sí concursé y tuve que ir Guácimo, pero trabajé pocas lecciones, solo para mantener la propiedad. Iba y regresaba el mismo día, porque no es lejos y era muy bonita la carretera. Nunca me quedé ni allá ni de este lado por derrumbes. Y me gustaba porque era un colegio agropecuario, entonces la pasé bien ahí. Hice el año ahí y luego pedí traslado para San José y me mandaron al Julio Fonseca, donde trabajé 20 años.

A mí no me cuesta adaptarme a los colegios, porque yo a los chiquillos los veo muy parecidos en todo lado. El problema son los estereotipos: “uy, ¿cómo va a ir a trabajar a ese colegio?”. Los chiquillos de esa zona son tan lindos y tan buenos. Es otra cosa. La gente tiene todo el concepto de que en esos colegios es difícil, pero no. ¡Uno tiene tanto apoyo! Por ejemplo, en el Julio había mucho chiquito nicaragüense, casi que el 70% son nicaragüenses, y los papás lo apoyan a uno. Yo me enamoré de Nicaragua.

‘No se ama lo que no se conoce’, ese dicho sí que es cierto, porque empecé a tener tantas relaciones con los chiquillos y con los papás, que me enamoré de Nicaragua. Yo iba a ir a Nicaragua, pero quería ir con mi hija mayor, pero en eso se vino la pandemia, y mi hija está siempre muy ocupada. La cuestión es que empecé a tener demasiado contacto con los estudiantes y quedé enamorada de ese país. Tengo cualquier cantidad de invitaciones. Me gustó mucho trabajar con las mamás nicaragüenses, porque ¡qué diferentes que son! Usted las manda a llamar y llegan con una educación, le ponen cuidado, siempre apoyan. ¡Son otra cosa! Ellas le creen a uno. No es como algunas mamás ticas, que de una vez llegan con las botas puestas, o los papás ticos. Es que ahora los papás no permiten que usted les dé quejas. Yo quedé tan cansada de los papás, ni siquiera los estudiantes me cansaron, fueron los papás. Porque uno no siente el apoyo de la mayoría, no todos, hay papás muy buenos y todo… Pero es una cosa rara, es que los papás piensan que uno anda persiguiendo al chiquillo. Y dígame, si uno tiene un hijo que no está dando la talla y la mandan a llamar, uno agradece, ¿verdad que sí? Los papás ahora creen que uno tiene al chiquito entre ojos. Eso sí que me da tristeza… Por eso es que muchos profesores ya no quieren ni dar quejas, porque uno no siente apoyo de los papás.

En el Julio Fonseca teníamos un grupo de teatro... al final yo aprendí demasiado con esos muchachos. Se crearon obras muy lindas, participamos en muchos festivales estudiantiles, ganamos muchos primeros lugares. Estuvimos muchos años en eso, no sé cuántos. Trabajé con David Chaves durante cinco años. Hacíamos ‘casting’ con los estudiantes. Se escogían entre ellos. Es que el teatro es una maravilla, qué lindo que es el teatro, cómo se hacen amigos y ¡qué disciplina! Bueno, nunca me imaginé que el teatro fuera así. Imagínese que todos esos chiquillos que salieron conmigo todavía son amigos. Se van a pasear, se reúnen. ¡Y no se salieron del colegio! Creo que el arte no puede desaparecer de los colegios porque el arte une a los muchachos. Ellos tienen un amarre ahí con el arte, ellos necesitan ir y estar en algo, les encanta, hacen amigos, son disciplinados, ¡cómo aprenden!

Nos invitaron a una actividad muy linda en una institución pública, uno de los chiquillos dio un discurso. Había 400 personas. Cuando terminó,  llega y me abraza y me dice: “uy, profe, yo jamás creí que iba a hablar delante de 400 personas”. Gracias al teatro fueron a un colegio de Puntarenas, se quedaron de un día para otro. Y después los llevaron también a la Zona Sur.

Hasta participaron en una teleserie. Los chiquillos me decían: “viera profe, mi mamá lloraba”, dice: “mi abuelita, todos lloraban”. Entonces, buscábamos cines, teatros prestados aquí en San José, sobre todo en la Compañía Nacional de Teatro, y traíamos a toda la familia de los chiquillos. Ay, eso fue lo que más me gustó, porque vi a las abuelitas llorando, a todos, porque ellos nunca habían visto a un chiquillo actuando.

Una vez invitamos al ministro Garnier. Me conseguí el correo, y entonces lo invité y le puse en el asunto: ‘La cosecha de Garnier’ y lo invité. Era un domingo aquí en la Compañía Nacional, estaba afuera esperando a los papás, cuando veo por allá un señor con el pelillo blanco, así que se movía todo, y digo yo: “mirá, sí es Garnier” y llegó. “¿Cómo está?”, le digo yo: “bien ¿y usted? Yo soy Hildana, la que lo invitó”, “muchas gracias, doña Hildana, por invitarme” y se quedó toda la tarde ahí con nosotros.

Un problema del Julio Fonseca es que es un colegio trampolín... hay colegios 1, 2 y 3; dependiendo del colegio así gana el director, pero un director no puede llegar al 3 de entrada, tiene que llegar al 1, que son los colegios que tienen 600, 700 estudiantes, luego el 2, 1500, luego el 3, de 1500 a 2000 y resto. De modo que ahí los directores llegan y  se van rapidito, si acaso duran 2 años. Uno no tiene apoyo de ese tipo de directores, porque ya uno sabe que nada más vienen a que se pase el tiempo.

Algunos no tenían intención de ayudar en teatro, más bien le ponían a uno muchos peros: que no pueden sacar los chiquitos, que la Junta no tiene plata para pagar los buses…  todo eso. Y yo me la tiré jalando esos chiquitos para todo lado. Me pude haber expuesto, me expuse a que me pasara algo, porque yo no puedo subir chiquitos al carro, y teníamos un carro grande al que le caben 8 personas, entonces me los llevaba para todo lado. La última directora que llegó era de Español y pensé: “ya la hice toda” porque los de Español aman el teatro, juré, y me puso peros.

¡Qué tristeza lo que pasé yo con esa señora! Una vez estábamos ensayando y a los chiquillos les bajaba el sudor, eran como las 3 de la tarde. La gente no sabe que en teatro se hacen muchos ejercicios físicos... estaban sudando, entonces yo me voy a la cocina y le digo a la cocinera: “¿usted me puede hacer un fresquito para los chiquitos y unas galleticas? Y ¿sabe qué hizo la señora? Se fue a pedirle permiso a la directora, y llega y me dice: “profe, no puedo” y le digo: “¿por qué?”, dice: “la directora dice que usted tenía que haber mandado una carta” y le digo: “pero ¿usted por qué fue y le dijo? Ahí hay cualquier cantidad de jugos y galletas, ahí hay cualquier cantidad de eso, ¿por qué usted fue y le dijo a ella?”, “ay, profe, es que yo no puedo mover nada porque a ella no le gusta”. ¡Y no nos dieron el fresco!

Como ensayábamos todos los sábados, mi esposo hacía almuerzo y nos llevaba. Mi esposo fue demasiado gentil ¡Cómo gastaba!, porque eran 18 y entonces les llevaba hamburguesa, fresco, todo lo que lleva la hamburguesa, arroz con carne, porque no hacía solo con pollo, le echaba otras cosas. Entonces un día me dice un compañero: “Hildana, ¿por qué usted no le escribe a la Junta y le dice que le dé algo para que ustedes vengan a ensayar los sábados?” Y yo le hago una carta a la Junta… Las juntas no sacan, no gastan, por eso tienen superávit, porque no gastan. La Junta acordó darme la comida cruda de la cocina. Y llega una cocinera con un pollo congelado y un puño de arroz. Dice: “aquí me mandaron que le diera esto a usted.” Le digo yo: “¿para qué es eso?”, dice: “no sé, que usted va a hacer un arroz con pollo para ensayar con los chiquillos mañana”. Ni aceite ni nada: un puño de arroz y un pollo. Y le digo yo: “vea, yo de aquí me voy para otro lado, yo no puedo andar jalando eso”. Nunca más volví a pedir nada.

Algunos profesores apoyaban, otros no, porque no me querían prestar los chiquillos para ensayar. ¡Dios libre! Que no le sacaran los chiquitos de la clase porque se atrasaban, y más de un profesor llamaba a las casas para que los sacaran de teatro, y más de una mamá me sacó el chiquito de teatro. Cómo se pusieron los chiquitos de mal y todo, y la mamá: “que no, que lo suyo es estudiar” y no entendieron y le metían miedo a los chiquillos. Tantos años después y ahí siguen todos juntos.

Un chiquillo -Peje, le decían- era terriblísimo. No era que andaba en malos pasos ni nada, sino que se quedaba dormido y llegaba tarde, que no llevaba la tarea… Y todo el mundo decía: “no ese chiquito no, ese chiquito no va a llegar a quinto”. Llegó a quinto, quedó en la universidad y ahora es psicólogo. Él hacía monólogos, y era tan bueno que ya iba a lugares, fuera, a hacer presentaciones. Lo contacté con Colypro. Fue a hacer presentaciones a Colypro. El chiquillo era muy bueno, pero como que no tuvo apoyo de los profesores. No lo querían ni mandar a hacer bachillerato. Ahí al final lo mandaron y ganó todo bachillerato, y de una vez para la U.

Quedé de finalista para el premio Mauro Fernández, nos hicieron un homenaje. En el premio Mauro Fernández, hay finalistas por todas las provincias, entonces, de la provincia de San José, yo quedé entre las cinco finalistas y San José tiene más de 350 escuelas y colegios. Entonces la Municipalidad de San José nos hizo un homenaje.

La forma de trabajar antes era muy simple, no lo llenaban a uno de tantos papeles como ahora. Al final, hay que hacer seis veces exámenes en un periodo. ¡Seis veces! ¿Y sabe cuántos hacía yo? ¡16 exámenes! Porque ahora hay que hacerle un examen a cada uno por adecuación curricular, porque usted puede tener a un chiquito en octavo que está viendo materia de sétimo, y en cada grupito había cuarenta chiquitos. Eran 180 alumnos, más o menos.

Pero al final, cuando ya estaba a punto de pensionarme, todo era al revés, uno tenía 42 alumnos por grupo, y además gente con adecuación. Ahora está peor porque están quitando las escuelas de educación especial. ¡Ya quitaron un montón! Entonces, en las aulas tienen chiquitos con Síndrome de Down, y ¿qué sabe uno de eso? Yo no estudié nada de eso. Entonces los profesores se enojan mucho, no saben qué hacer. Tal vez están dispuestos a ayudar, pero ¿cómo va uno a atender un chiquito con Síndrome si usted no estudió eso? O con Asperger, que ahora hay mucho chiquito con Asperger. Lo único que tenía uno era disposición para ver qué hacía, pero uno no puede darles enseñanza individualizada a esos chiquitos. ¡No puede, es imposible eso!

Yo pasaba sábado y domingo haciendo exámenes. Llegaba del colegio a hacer exámenes. ¡Cómo me cansé! Desde que me pensioné no quería ver una computadora para nada, porque quedé como traumatizada. Fue demasiado trabajo, es inhumano.

También participé en el grupo Asociación Ciudadanía Activa, de la Universidad de Costa Rica. Es un grupo de profesores pensionados de la UCR, somos siete. Todos son de la UCR. Solo yo y un compañero somos de secundaria. Lo que hacíamos era actualizar profesores en diferentes temas de Estudios Sociales o de Cívica. Entonces invitamos a politólogos, economistas, pero ad honorem y ellos llegaban, daban el curso, se le daba un reconocimiento, y eso lo llevaban al MEP y el MEP le subía un puntito al profesor, para la carrera profesional. Teníamos 20 años de estar en eso y se vino la pandemia. Y el MEP eliminó los puntos de carrera profesional.

Tengo 45 de casada, Melisita tiene 43 y Melina tiene 33. Cuando Melisa nació no trabajé cuatro años, y cuando Melina nació, me tomé tres. No soy de esas mamás que dejan a los hijos con alguien. Yo no pude. Por eso Melina nació 10 años, casi 11 años después de la otra, porque no iba a pedir a Melina, solo quería quedarme con Melissa, la mayor, porque dije: “no voy a poder dejar a estas chiquitas con otra persona”. Yo no puedo hacer eso, no sé, soy muy desconfiada. Nació Melina entonces no fui a trabajar, y por eso me pensioné a los 60. Yo me hubiera pensionado a los 52, como se pensionan muchos educadores, porque los educadores empiezan a trabajar a los 21, 22, y en el MEP son 33 años y medio de servicio para que uno se pensione. Entonces tuve que trabajar más, hasta los 60 me pensioné.

Pero aprendí demasiado con esos muchachos...

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