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ADRIÁN JOSÉ CÁRDENAS MARTÍNEZ

 


Tayutic de Turrialba

26 de marzo de 2024

Mi nombre es Adrián José Cárdenas Martínez -José por parte de mi papá, pues él se llama José Francisco Gerard-. Nací en 1985 en el Hospital Escalante Pradilla en el cantón de Pérez Zeledón. Cuando nací, mi familia vivía en el distrito Daniel Flores, en un barrio llamado La Aurora. Ese barrio era una antigua finca municipal, porque la Municipalidad de Pérez Zeledón tenía el proyecto de conservar el agua y hacer un parque infantil para que las familias fueran a comer los domingos y estuvieran debajo de los árboles. Entonces, aunque estábamos muy cerca de la ciudad, mi infancia fue una mezcla de ciudad y de campo, donde uno veía ese montón de buses, talleres mecánicos, pero también gallinas a la par. Mi abuela criaba gallinas; mi abuelo en algún momento, cuando yo era niño, tenía su vaca y andaba descalzo. Fue uno de los últimos viejitos en andar descalzo en la comunidad.

Mis abuelos paternos venían de San Ignacio de Acosta, pero mi abuelo Toño ‒Toño le decíamos siempre‒ decía que era huérfano. Por mi apellido Cárdenas creo que ellos eran nicaragüenses. La familia de mi mamá viene de Buenos Aires, pero mi bisabuela era de Chiriquí, Panamá, y uno de mis bisabuelos que se llamaba Silvano Vargas era de Turrialba. Según parece, en un momento se les escapó una mula y como mi tatarabuelo era muy enojón, huyeron para que él no los golpeara. Entonces se fueron a vivir a Buenos Aires de Puntarenas. La gente era muy agresiva entonces. 

Mi abuelo materno nació en Cacao de Buenos Aires, que pertenece al distrito de Volcán, y luego conoció a mi abuela que venía de La Unión de San Pedro, y se casaron. Entonces tengo una familia que es medio indígena, medio chiricana, que fueron los constructores de un pueblo en Volcán de Buenos Aires que se llama Cacao. Mi abuelo se fue de ahí porque casi no había trabajo y vivió en diferentes regiones de Pérez Zeledón. Mi mamá creció casi toda su infancia en Pérez Zeledón y fue ahí donde conoció a mi papá, pues él siempre vivió en San Isidro. El barrio en el que yo crecí es el mismo barrio donde creció mi papá; tenemos fotos de mi abuela de aquella época en donde todo era potrero.

Mi papá y mi mamá se conocieron en la Escuela 12 de marzo, que quedaba muy cerca de donde nosotros vivíamos, en un lugar llamado Villa Ligia. Después la pasaron a otro lado porque San Isidro se fue modernizando, entonces era mucha la bulla de los carros y los pedagogos decían que los niños no podían recibir clases a la orilla de la calle con tanta bulla.

     Soy el mayor de mis hermanos; mi mamá me tuvo a los 19 años. Nosotros éramos tres y cuando yo tenía ya como 21 o 22 años, mi mamá quedó embarazada. Ahora somos cuatro, todos varones. Aunque mi papá quiso tener hijas, no pudo.  

Mi hermano se fue este año a trabajar a Estados Unidos, porque ya revivió otra vez ese “sueño americano” que siempre ha estado en Pérez Zeledón. Yo nací en Pérez Zeledón y ahora estoy viviendo en Turrialba. Algo que nos enseñan es que nosotros tenemos que salir del cantón, porque ahí no hay posibilidades de trabajo.

Tuve un papá con una profesión que todos los niños hubieran querido para su papá, porque él fabricaba bolis, es decir trabajaba en una fábrica de bolis. Comenzó a trabajar en eso desde los 14 años; salió de la escuela y de una vez lo pusieron a trabajar ahí como hasta los 30 años. Cerraba una fábrica de bolis y entraba a otra. Él aprendió a controlar los inventarios, pero en realidad era como peón único o si acaso tenía uno o dos compañeros más; uno que andaba vendiendo con el dueño y otro que le ayudaba a él.

Él llegaba todos los días a la casa a la hora del almuerzo, pobrecito, porque siempre le daban algo para tomar café, y nos llevaba un pedacito de pan o algo que le daban a él. Después llegaba a las 4 de la tarde, tomaba café en la casa y salía otra vez a trabajar, salía o a chapear el lote de algún vecino en dos o tres horas, o en las noches trabajaba lavando buses o lavando taxis.  Éramos bastante pobres.

Cuando yo era niño se alquilaba casa, después mi abuelo le dio un pedacito de lote a mi papá, y con un préstamo él logró hacer su casita. Cuando nos pasamos a vivir a esa casa no había ventanas, no había agua, no había electricidad. Poco a poco mi mamá fue impulsando a que mi papá hiciera eso. Mi mamá siempre fue ama de casa; a veces iba a planchar en otras casas. A veces nos decían que cuidáramos la casa de un vecino X, porque en el barrio donde vivíamos había gente que tenían mucho dinero, con casas muy grandes y ocupaban gente que les cuidara la casas, y a mis papás les tocaba cuidar casas. Recuerdo que había un señor que le vendió su casa a un señor que era piloto de avión; ese señor se había casado con una doctora y le decían a mis papás: ”Hágame el jardín”, “hágame esto”, “lleguen en las noches a darle vuelta a la casa, que no me le hagan nada…”

Mi papá fue explotado, muy explotado. Una vez, cuando lo echaron de la fábrica de bolis, comenzó a trabajar de jardinero. Trabajaba de seis de la mañana entrada hasta las 11 de la noche y nunca le pagaban horas extra; tenía que andar supervisando, alimentando perros, abriendo puertas y ventanas, chapeando, cuidando la casa si el señor o la mamá del señor no estaban.. El señor era un diputado y yo decía, “juepuña, este mae es diputado y no paga bien”. Vi mucho esas situaciones de explotación laboral con mi papá.

A veces había que aguantar hambre, yo era muy niño cuando ocurría eso. Mi papá en una época fue muy enfermo y entonces no había pan. Dos veces intenté escribir sobre esto, tantas veces, la historia de que no teníamos nada que comer y como alquilábamos una casa con un montón de rendijas, de pronto llegó alguien y dejaron 5000 colones, los tiraron por ahí y mi mamá los encontró. ¡Nunca habíamos visto un billete de 5000 colones en aquella época! Yo tenía unos seis o siete años y ese día fuimos a comprar pan y fue una contentera porque de verdad teníamos hambre. Ese fue como un pequeño milagro, así lo llamamos. 

Fui a la Escuela La Aurora que me quedaba como a un kilómetro. Duraba como 10 minutos caminando, en aquel momento por camino de lastre, ahora ya está todo asfaltado. Era una escuela muy grande ‒todavía lo es‒, tenía montones de zacate, de patios, podíamos correr, tenía dos canchas donde nosotros nos embarrialábamos jugando bola.

Yo era un niño que me costaba muchísimo académicamente, nunca fui brillante, siempre me costó leer, incluso recuerdo que cuando estaba en el kínder una maestra llegó y le dijo a mi mamá: “vea, este muchacho no va a aprender a leer, no va a aprender a escribir, no vaya a creer usted que él va a lograr hacer grandes cosas en la vida…” Recuerdo que yo me quedé como así, como escuchando… Y había un problema, que yo todo lo pintaba de color negro.

Fui un niño muy enfermo, pasaba mucho en el Hospital de Niños. Siempre fui un niño muy gordo, muy gordo, y entonces me estudiaban, no sabían si tenía diabetes insípida, no sabían si tenía… Hasta que a un doctor se le ocurrió que lo que tenía eran adenoides. En esos casos lo que hay que hacer es una operación en la nariz, le quitan unas pequeñas pelotitas, entonces va a poder respirar bien y no tiene que andar tomando tanta agua ni despertándose tanto en las noches, va a poder dormir sin roncar, pero tiene que saber que cuando sea adulto, si usted no se cuida, le puede ocurrir lo mismo y va a necesitar otra operación. A mí me tenían que estudiar hasta los 19 años, pero uno deja de ir al hospital de niños.

Yo caminaba, corría, pero no era igual que mis compañeros, mis amigos de infancia, mis vecinos y mis primos… Ellos corrían más rápido. Mi mamá se preocupaba de porque yo era tan gordo, pero todo era porque yo tomaba agua en exceso.  El exceso de agua siempre ha sido y es una cuestión psicológica, yo lo he visto conmigo. Cuando no tomo agua siento como que algo me va a pasar, y mi mamá decía: “él hace todo, pero en las noches se levanta un montón, no nos deja dormir y se pone a tomar agua. Incluso cerramos la llave de la casa para que no ande tomando agua, pero él se escapa y se va y toma agua en la vecindad.”  Me pegaba a un tubo y nadie podía quitarme de ahí. Después vomitaba mucha agua, vomitaba agua hasta que apareció ese ese profesional en medicina, el doctor Ávila, que fue el único que identificó la causa entre tantos profesionales del Hospital de Niños. Me sacaban sangre a montones, me dejaban amarrado dos o tres días. Por eso no me gustan los hospitales, porque yo viví una experiencia horrible, todo eso antes de los cinco años, antes de que fuera a la escuela.

Con cinco años yo llegaba al kínder y me quedaba dormido toda la clase, no escuchaba nada, la maestra nada más decía “traigan el paño para que duerma”. Me dieron el título de kinder, pero yo no sabía nada, no me sabía los colores, no sabía nada. En primer grado de la escuela me enseñaron todo lo que tuve que haber aprendido en kínder. Repetí primer año de la escuela. A veces le cuento a mis estudiantes que yo me quedé en primero de la escuela y me quedé en cuarto de la escuela, no me avergüenza decirlo, y los chiquillos me dicen: “¿Pero cómo usted se va a quedar en la escuela? ‒se burlan‒ Nadie se queda en primero en la escuela, tiene que ser muy tonto…”, me dicen los chiquillos del colegio. A mí me da risa porque ellos no entienden y yo no les cuento la otra versión, la que más sufre uno, la que más le recuerda uno… Durante mucho tiempo creí que era muy tonto.

A mucha gente le hace mal el mundo religioso, pero conmigo fue diferente.  Tengo una prima lejana y esa gente iba a una iglesia evangélica: no les hace falta comida, me dije yo, no les hace falta nada… La chiquilla sale bien siempre en todo. Y yo comencé a ir solo, sin que mi papá ni mi mamá me dijeran nada, comencé a ir cuando ya estaba terminando sexto de la escuela a una iglesia evangélica.

Mi papá era católico y mi mamá evangélica, siempre había un choque en eso, porque yo aprendía las cosas de las dos religiones, pero mi mamá me decía: “no crea en eso. Va a aprender a hacer eso del catecismo, pero no crea en eso, eso no existe…” En la iglesia evangélica hablaban mucho de prosperar y le decían a la gente: “usted no tiene por qué ser pobre, no tiene que creerse eso de que es tonto. Usted es inteligente, usted tiene la mente de Cristo”, y comenzaban con ese discurso. Entonces yo comencé a creer que podía salir adelante. Y recuerdo que en el colegio fui pasando sin problema. Sí, me costaba, sacaba 70 o 65, apenas tallado, más de un profesor me pudo haber ayudado.

Cuando entré a primer año de colegio ya me habían operado y ya yo era normal. Eso me ayudó un montón, incluso me hizo adelgazar mucho. El doctor le recomendó a mi mamá la dieta para mí y mi mamá comenzó a hacer más ensalada rusa, papas sancochadas, zanahorias sancochadas. Recuerdo que eso me ayudó un montón y perdí un montonazo de peso, pero siempre seguía siendo gordo, entonces ya no era tan acomplejado, era como un mundo muy interior en el que solo veía problemas en mí y mis primos no tenían esos problemas.

Había muchos primos cerca porque en el lote donde construyó mi papá vivían varios tíos. Incluso a la escuela yo iba con una prima, y esa primera era flaquita y mi papá era súper flaco ‒sigue siendo super flaco‒ y entonces uno se dice: “¿Pero, por qué Fulana de Tal es flaca, y yo no soy flaco?” Uno comienza a compararse, y yo me decía: “Pero si yo veo que a veces ellos comen más que yo; mi primo Guillermo come tres platos más que yo, y él siempre flaco y yo gordo…” En esa época uno no entiende que todos tenemos un metabolismo diferente. Uno crece con muchas cosas psicológicas mal. Después comencé a ver que yo era gordo, pero no tanto, había muchos compañeros de la escuela más gordos, pero nunca vi que dijeran que ellos tenían alguna enfermedad extraña, eran gordos porque era la naturaleza de ellos.

Mi abuelo Toño siempre estuvo cerca de nosotros. En el período que va de kínder a tercero de la escuela, nosotros alquilábamos en el mismo barrio La Aurora donde todos nos conocíamos, después fue cuando mi papá consiguió un préstamo por medio de un primo y ya dejamos de alquilar y nos pasamos a la par de mis abuelos. Todos los días yo iba donde mi abuela, era una costumbre verme con mis primos. Yo creía que iba a ser más amigable, que iba a ser más bonito porque ahora íbamos a estar más cerca, pero ya viviendo cerca uno comienza a ver otras problemáticas y más bien eso en cierta forma nos alejó.

Mi abuela fue importante. A veces a nosotros nos hacía falta algo de comer porque no alcanzaba el salario mi papá y entonces íbamos a pedirle a mi abuela. Ella cogía cosillas de comer y nos las daba, principalmente papas, siempre me recuerdo de las papas. “Vea Nachito ‒no me decía Adriancito, me decía Nachito‒ tome estos huevitos, vaya y comase algo”. Mi papá siempre tenía la costumbre de que los fines de semana, cuando le pagaban, compraba un pedacito de carne, pero el resto de la semana comíamos espaguetis con mortadela, mortadela frita, salchichón y esas cosas, mucho pan con mantequilla, pan con natilla, esos eran los desayunos. La alimentación era muy pobre, porque eso era lo que podía pagar mi papá en aquel momento.

Con los abuelos paternos vivimos toda la vida; los otros abuelos vivieron en San José, se habían ido de Buenos Aires desde hacía mucho tiempo. Ellos fueron de los primeros en construir Los Cuadros de Purral, mi abuelo materno fue uno de los que llegó a organizar el conjunto de casas en el proyecto de Los Cuadros, creo que era de Liberación Nacional, y mi abuelo fue uno de los que llegó y dijo: “Bueno, ustedes, que son los primeros, van a tener este lote; ustedes este otro”, y después él se dejó esta parte de terreno allá en Los Cuadros. Con los abuelos maternos teníamos menos cercanía porque estaban a kilómetros de distancia.

En cuarto me quedé de la escuela, pero ahí ya fue culpa mía. La verdad es que me puse a competir con unos chiquillos a ver quién sacaba las peores notas, ¡y cómo no iba a quedarme haciendo esas cosas! Años después mi mamá me dijo: “En realidad usted no se quedó en cuarto de la escuela, lo que pasa es que la maestra vio que usted estaba muy inmaduro para ir a quinto y ella me preguntó si podía dejarlo para que retomara  cuarto y después hiciera un buen quinto y un buen sexto y saliera como corresponde de la escuela…” En esa época los maestros observaban que a los chicos les hacía falta madurez y seguramente supo que andábamos haciendo competencias a ver quién salía peor. Después a uno le queda eso de que "ahora sí tengo que ponerme a estudiar, tengo que ponerle, tengo que socar, tengo que hacer esto bien..." Me sirvió de mucho, me cambió el pensamiento.

Las maestras que me tocaron en quinto y en sexto, una era buena en matemáticas y ciencias y la que me daba clases de Español y Estudios Sociales también era muy buena y nos ponía muchas prácticas de oratoria. De ahí nace mi deseo de aprender Estudios Sociales, historia, la Revolución Francesa… Recuerdo que a ella hasta que le brillaban los ojos, le encantaba hablarnos sobre cómo podíamos mejorar en oratoria y nos ponía a practicar las exposiciones. La maestra se llamaba doña Claudia, era buenísima; yo la escuchaba hablar y me parecía una profesional en Estudios Sociales. A mí nunca se me olvidó lo de las Trece Colonias norteamericanas, la idea de la Revolución Francesa. El director había sido especialista en Estudios Sociales y también llegaba a reforzarnos en esa área. Incluso tengo un compañero, Bernardo, que está trabajando en otro liceo rural, que se hizo profesor de Estudios Sociales; yo, profesional de Español, y ¿de dónde nació eso? Ahora uno se pregunta de dónde viene a lo que uno se dedica, y fue doña Claudia la que nos alimentó, nos puso en este camino. Otra docente que me enseñó a auto corregirme a la hora de estudiar y a ser sincero con mi conocimiento fue doña Betty, que durante mucho tiempo me dio “aula recurso”. Porque de primero a tercero de la escuela ellos vieron que me hacía falta “aula recurso”; después de las clases normales ellos decían: “a usted le cuesta tal área, venga para enseñarle cómo se tiene que estudiar; hay que hacer esto…” Y nos daba tal vez una hora, hora y media, un poquito más de clases, nos orientaban para aprender técnicas de estudio. En aquella época yo no sabía que eso era lo que en realidad nos estaba enseñando la maestra. Ella y la niña Elsy nos ayudaban muchísimo. A mí me quedó mucho lo de doña Betty porque yo sentía que ella sí lo entendía uno, era cariñosa pero al mismo tiempo muy reglamentaria.

Siento que mis profesores siempre fueron directo y al grano: “a usted le cuesta esto y esto, hágalo de esta forma”. Como profesor yo intento ser así, soy tan serio en algunas cosas porque lo aprendí de ellas, y siento que si a mí me funcionó, a otros también les puede funcionar. También me recuerdo de doña Hermida; fue vecina de nosotros y estando en sexto de la escuela a veces yo iba a estudiar a la casa de ella nada más por estudiar, ya en aquel momento todo se había superado y yo no ocupaba ayuda pedagógica ni nada, pero siempre iba a repasar porque quería llegar a séptimo con buenas notas, teniendo buen conocimiento.

Me recuerdo que en séptimo escogieron a todos los estudiantes de La Aurora que teníamos muy buenas notas y nos pusieron en un solo séptimo, y ese séptimo fue muy bueno, tal vez fue anti pedagógico (dirían en esta época) porque reunir a todos los chicos que tienen las mejores notas y ponerlos en un solo aula y a todos los que tienen las peores notas y ponerlas en otra, vas a tener el mejor séptimo y al peor séptimo…

Yo todo se lo debo a la escuela, esos profesores de verdad querían educar. Tal vez no eran personas con muchísimos conocimientos (uno tampoco estaba para mucho conocimiento, porque cuando uno está en la escuela a uno le interesa también divertirse), pero aprender lo básico. A mí me enseñaron a leer en voz alta, a hacer copias, pero hacía falta una cuestión que eso no lo aprendí en la escuela: el amor a la literatura fue en el colegio, hasta que cambié a otro colegio… Porque fui a dos colegios: primero fui a la Unidad Pedagógica José Breiderhoff ‒una unidad pedagógica llega desde kinder o pre kinder hasta noveno‒ y nosotros, los de la escuela La Aurora, teníamos que ir a esa unidad pedagógica, que está en otra comunidad, siempre en el mismo distrito, que se llama Los Chiles. En la José Breiderhoff la profesora de Español desde séptimo a noveno año era la peor, ¡odiaba Español!, pero me quedó algo de la escuela que era leer, y entonces aunque yo no entendía nada de lo que leía, a veces me iba en los recreos a leer, principalmente para prepararme para los exámenes de noveno (en aquella época se hacían exámenes de noveno) y me ponía a leer poesía.

Yo había escuchado que la poesía ayudaba a mejorar el lenguaje, que mejoraba la imaginación, que mejoraba los sentimientos, y entonces, aunque no entendía ningún poema  (recuerdo que eran autores mexicanos los que comenzaba a leer), no me interesaba tanto el autor, era nada más cómo hacía el esfuerzo mental para leer esto. Eso era lo que yo buscaba.

En sexto de la escuela uno comienza a pensar: “bueno: o estudio y voy al colegio o trabajo”, y en la iglesia cristiana me decían: “usted tiene que estudiar, usted tiene que estudiar, no puede quedarse en la casa”. Porque a nosotros, los de Pérez Zeledón, nos enseñan que si uno no sirve para estudiar tiene que irse a trabajar o irse para los Estados Unidos. Y yo me decía a veces: “¿de dónde voy a conseguir plata; mi familia no tiene fincas para hipotecar, mi familia no puedo contratar a un coyote… O sea, tengo que estudiar, lo que me queda es esto”. Y ahí es donde uno se envalentona y sigue adelante.

Pero fue hasta que cambié de iglesia, empecé a ir a una iglesia más grande. Yamil Jiménez Tabar era el pastor. En esta otra iglesia lo conocí, estuvimos en contacto, me comenzó a prestar libros de Filosofía. Él había estudiado Filosofía en la UCR y me prestaba cualquier libro y nos llevaba a su biblioteca. Él me llevó un día a la casa; yo nunca había visto una casa con tantos libros. Él tenía libros en cada pared, la biblioteca estaba en los pasillos, en las gradas, en la sala… Libros no solo religiosos, él leía filosofía, historia… Después, como a los 15 años de conocerlo, supe que él tenía como 20 años de estar haciendo una investigación sobre la Guerra de 1856. Por eso nos decía: “cada vez que alguien me invita a otro país, voy a la biblioteca a buscar documentos de la guerra en 1856 y de ahí saco información para mi libro”. Años después me enteré de que él públicó ese libro con la Editorial Costa Rica, es un diccionario de filibusterismo. Pero él no nos decía “estoy escribiendo esto”, no. Nada más nos decía: “lean, lean, lean. Todos los días hay que leer sin cesar. El ser humano dedica mucho tiempo a dormir y poco a la literatura, poco a leer para aprender, ninguna persona que vaya a prosperar, va a hacerlo sin leer…”

Yamil es de la Teología de la Prosperidad. El primer libro que escribió se llama Dios quiere prosperarte, y él cuenta la historia de que para hacer la foto de la portada tuvo que poner papeles debajo de los billetes, porque él todavía no era próspero, no tenía tantos billetes, y puso billetes encima para poder tomar una foto que supuestamente aparentara que había un montón de billetes para la portada de ese libro.

Él fue quien me dijo: hay que leer sin descanso, hay que animarse a conocer cosas, a probar comidas que uno nunca ha probado, aprenda otro idioma, aprenda cosas que usted no conoce. Esas cosas las escuché de él, las escuché en mi casa y de la gente de Pérez Zeledón que había ido a Estados Unidos. Entonces yo me digo: la educación y el contexto de donde uno viene es lo que lo ayuda a uno o a salir de pobre o a quedarse más pobre.

Vuelvo otra vez al tema de la escuela. La Unidad Pedagógica todavía tiene algunas características de escuela, uno no vive como cuando va a un colegio, que es solamente colegio, hay como cierto cariño, pero al mismo tiempo los profes tienen que ser más estrictos porque ya están en secundaria. A mí me costaba muchísimo, pero yo me esforzaba, me esforzaba mucho.

Un día  ‒estábamos como en cuarto de la escuela‒, y don Francisco, que era nuestro profesor de música, era músico y fue árbitro de Primera División, saca de una maleta un calzón y unos brassieres y nos dice: “vean, este calzón y estos brassieres, se los compré a mi mamá en los Estados Unidos. Yo dejo de trabajar acá tres meses, que son las vacaciones, me voy a trabajar a Estados Unidos a un supermercado, paseo, conozco los Estados Unidos…” Desde niño uno escuchó a la gente decir que tenía que trabajar para lograr tener cositas, lograr tener carro, tener casa, tener muchas cosas buenas en la vida, o sea, que a nadie le regalan las cosas. Y don Francisco nos dijo esas palabras y se me quedaron grabadas.

Entonces yo ya trabajaba con un primo mío, aprendí eso en la escuela, que nadie le regala a uno las cosas. Terminando sexto de la escuela, al mismo tiempo que aprendía cosas de los evangélicos, le fui a pedir trabajo a mi primo que venía de los Estados Unidos, había hecho una pequeña riqueza y se montó un negocio. Entonces otro primo que era hermano de él y yo nos fuimos trabajar con él.

Recuerdo que la Unidad Pedagógica era tan pequeña, tenía tan pocas aulas que tenían que hacer horarios desde las 7 de la mañana hasta las 4:45 pm., tres días por semana y un día salíamos a la 1:40. Además teníamos un día libre; se le daba a cada sección un día libre para que pudieran completarse los horarios de forma adecuada, no sé cómo montaron esos horarios, pero el asunto es que en séptimo yo tenía los miércoles libres, exceptuando los días que había examen. Entonces yo me iba y trabajaba con mi primo los miércoles y los sábados.  

Trabajaba vendiendo productos para bares y restaurantes, para sodas: vendíamos papas precocidas, salsa de tomate, mayonesa en sobrecitos, vasos de estereofón, cucharas desechables, platos, copas… . Todo lo que vendía Tip´s, lo que vendían empresas de Chepe, nosotros lo vendíamos en aquel San Isidro que se estaba desarrollando económicamente, todavía no estaba la carretera que va de Dominical asfaltada en aquel momento. Primero visitaba los locales, tomaba la orden y luego les iba a entregar el producto.  ellos me decían: ocupamos vasos de estereofón para café con tapa para llevar, ocupamos cucharas desechables, etc. 

En el 2002 ya iba saliendo de noveno y dejé de trabajar con mi primo miércoles y sábados y me iba con un hermano de la Iglesia a trabajar vendiendo repostería en Dominical, en las zonas alejadas donde no había panaderías. Íbamos mucho a Quepos, íbamos a Manuel Antonio, a las playas, a Parrita. Siempre me recuerdo que andábamos todos sudoroso y vendiendo productos.

Para el último ciclo pasé a un colegio técnico porque yo quería, después de salír del colegio, tener una profesión. Entonces, terminando noveno, ya con el título, me fui a dormir una semana al colegio técnico, al CTP de Pérez Zeledón, para obtener matrícula. Yo vivía cerca y fui a darme una vuelta y vi a dos personas haciendo fila: “¿Y por qué están haciendo ustedes fila aquí?” “Para ver si nos dan campo en el colegio, que la matrícula es tal día” Y yo también me quedé haciendo fila. A veces mi papá o mis hermanos me iban a dejar comida, me fueron a dejar una cobija, porque como pude yo llamé a mi mamá de un teléfono público. A veces nos dejaban entrar a los baños del colegio a tomar agua, todo eso para entrar en el 2003 a décimo año al Colegio Técnico.  En un momento el subdirector nos dijo: “me da pena, pero solamente hay 10 campos en este colegio”, y y ya teníamos a 50 personas ahí y yo era el tercero. Entonces dice mi papá: "¿usted para ir al colegio va a hacer fila aquí?” “Es que yo quiero venir a este colegio, yo quiero tener una profesión cuando salga del colegio, yo no sé si voy a poder pagar la U, pero ya teniendo profesión, me voy a poder ayudar…” Yo creía que un técnico medio ayudaba en algo.

Total, pude entrar a estudiar contabilidad con énfasis en costos, eso es lo que dice el título. En el colegio me comenzaron a costar las materias, apenas lograba pasar con 7. Yo sabía que no tenía mucho conocimiento de contabilidad, menos de computación, me di cuenta principalmente en la práctica, porque me tocó una buena empresa, me tocó el ICE en La Sabana.

Lo último que se hace en el CTP es la práctica y yo decidí irme para San José aunque no tuviera plata, aunque no me manejara tanto. Vivía en Los Cuadros de Purral con mi abuelo y todos los días iba a Sabana Norte. En el ICE nos daban un pequeño salario, como 75.000 colones. Ahí me di cuenta de que no tenía capacidad para administración de empresas ni para contabilidad. Me lo hizo ver el señor que me calificó la práctica. Me dijo que sí, que trabajaba, que me empunchaba que siguiera adelante, pero además hizo otra cosa: algunas tardes, en lugar ponerme a trabajar en contabilidad, me mandaba a ver los museos, me decía: “vaya a conocer el museo tal y tal…” Yo veía las pinturas y me ponía a leer todo lo que decía. Él captó que yo pasaba hablando de filosofía, pasaba hablando de arte, y entonces dijo: “a este muchacho mejor le voy a dar oportunidad de que vaya y conozca museos; él está terminando el colegio, él está descubriendo qué es lo que le gusta…” Fue muy sabio don Gustavo Molina, así se llamaba el señor, perdí contacto con él pero yo le agradezco mucho. Quizás para alguna gente sea un despilfarro del Estado porque eran fondos públicos, pero ¿qué hicieron esas personas? Me incentivaron a que yo me preparara más.

Terminé el colegio y me quedé dos años sin hacer nada, trabajando de guardia en La Oca Loca, trabajando otra vez con mi primo, trabajando en lo que apareciera. Hasta trabajé pelando y vendiendo camarones, pero yo cargaba libros y me reunía con los escritores de la Asociación de Escritores de Pérez Zeledón. Doña Margarita, que era la profesora de Español del CTP de San Isidro, me mandó a la Asociación de Escritores de Pérez Zeledón. Ella vio que yo tenía capacidad y me dijo: “yo no le puedo enseñar a usted a arreglar poemas, pero lo voy a poner en contacto con Marcos Valverde" (que en aquel momento dirigía los talleres de la Asociación). Además yo seguía haciendo el examen de admisión para la Universidad Nacional. Había escuchado que era más fácil entrar a la Universidad Nacional y más fácil obtener beca.

Intenté entrar a la UNA. Las dos veces gané el examen de admisión, pero había algo personal mío, no me animaba porque sentía que la U era muy fuerte y no me animaba: “En la U no es jugando; aquí tengo brete, allá no voy a tener brete; aquí la gente está tratando de ayudarme: que mi papá conoce a tal Fulano, que don Jesús, el presidente de la Asociación de Escritores, conoce a tal Fulano; que me están buscando brete para trabajar en la Muni en contabilidad... Allá no conozco a nadie. ¿Qué hago? ¿Qué decido? ¿Me quedo como contador, sigo estudiando contabilidad o me pongo a estudiar en la UNA?  

En eso hice el examen de la UNA y vi que tenía chance de estudiar la Enseñanza del Español,  porque había 26 campos y casi nadie quería estudiar Español. “Esta es mi oportunidad para lograr una beca y para irme de San Isidro del General y aprender nuevas cosas.“ Yo estaba pensando que tal vez hallaría talleres literarios más pichudos que los de PZ, yo quería aprender más de literatura, solo pensaba en literatura…

Entonces me animé, agarré el salario de una semana de trabajo con mi primo ‒creo que como 58.000 colones‒ y me vine donde mi abuelo y con eso resistí una semana.  Pronto me dieron residencia, dejé de vivir con mi abuelo y ese primer año ya tenía la beca: al principio eran como 44.000 colones, después subieron las becas porque los estudiantes hicimos unas grandes protestas y nos subieron las becas. 

El segundo año perdí la oportunidad de obtener residencia porque me quedé en unos cursos de la U. Por más que intenté entender, me costó mucho. Entonces regresé a vivir con mi abuelo a Los Cuadros de Purral. Me daban la plata, pero perdí la residencia.

Viví en Los Cuadros de Purral el 2009 casi completo, hasta que me asaltaron y me fue de lo más feo, me golpearon, eso no se lo deseo a nadie. Entonces me dieron residencia, y el 2009 lo terminé en la residencia otra vez. Hubo estudiantes que no resistieron el proceso, en una habitación dejaron libre un espacio y me lo dieron a mí. Las trabajadoras sociales dijeron: “usted puede seguir así, usted tiene buenas notas este año, usted está para que le volvamos a dar a la residencias…” Entonces estoy en residencias el primer año completo, el segundo año desde septiembre (como un mes y medio) y luego el 2008, el 2009 y el 2010. 

Muchas veces quería salirme, sentía que no servía para la U. Llamaba por teléfono a mi mamá cuando podía y ella intentaba darme palabras de aliento, intentaba ayudarme psicológicamente, me decía: “usted sí puede, usted sí tiene capacidad… Aquí siempre han estado los trabajos, lo han llamado de la Municipalidad, pero si usted siente que eso es lo suyo, siga con eso…”

Y yo sentía que lo mío era la literatura, no tanto ser profesor, voy a ser franco: no tanto ser profesor… Ya mucho después de que uno termina la U, conoce personas, gente que le dice a uno: “no se preocupe, eso lo que usted siente lo han sentido muchas personas”. Hasta el sexto o séptimo año dando clases esas personas descubrían que les gustaba la docencia, al principio no era así.

El 2008 cuando entré a la universidad fue durísimo. Sentía unos conflictos psicológicos enormes, porque la Literatura Griega era durísima. Voy a reconocerlo: yo entré a la carrera de español y doña Lilian hablaba de adjetivos y yo me decía, pero ¿qué son esos y qué es un morfema? Y veía que los compañeros entendían la materia tan fácil. Me fue dificilísimo, sé que los profes me ayudaron mucho, sé que los profes lo intentaron. Yo iba a las tutorías con el profesor Jorge Ramírez Caro; él intentó enseñarnos a investigar desde el primer año. Yo no sabía qué era una investigación, además tenía que preocuparme por hacerme algo de comer, tenía que hacer los trabajos de la universidad y tenía que andar de laboratorio en laboratorio pasando los trabajos en computadora. A veces trabajaba dos o tres horas, se le acaba el tiempo y no había guardado bien el trabajo y se me borraba todo. También estaba aprendiendo de informática, a usar las computadoras de la Universidad Nacional. La Universidad Nacional nos ayudaba a los que no teníamos los conocimientos; una vez tuve que ir a la ayuda psicológica de la Universidad Nacional y el psicólogo me orientó con técnicas de estudio. Tengo que reconocerlo, sin ellos yo no sería nada.

Ese año de verdad fue durísimo, sufrí montones. Fue también un proceso de conocerse uno mismo como ser humano, cuáles son mis límites, para qué tengo habilidad, qué puedo hacer sin la mamá. Yo hablaba mucho con mi mamá; no era tanto que no pudiera hacerme la comida, no era tanto de que no pudiera lavarme la ropa, porque yo ya había hecho la práctica de dos meses en el ICE. Ahora era todo un año, pero yo sabía que había algunos lapsos en donde llegaba a descansar a mi casa, tal vez 22 días, 15 días en vacaciones de medio año.

Para mí fue un choque el primer año de la universidad. Suena feo lo que voy a decir, pero cuando llegué a San Isidro otra vez mi lenguaje era tan académico, vivíamos en un círculo tan cerrado pensando solamente en estudiar, que cuando llegué a la parada de San Isidro del General, me parecía que la gente no hablaba en español, sentía que la gente andaba perdidísima porque no hablaban la lengua académica, sentía que con esas personas no podía conversar y me recordaba la clase de la literatura griega, de que solo los griegos tenían lenguaje y los demás eran perros. Suena fea la expresión, pero fue un choque. Siempre recuerdo ese momento…

Durante los cinco años que estuve en la Universidad Nacional para mí fue como una explosión lingüística, me costó mucho después aprender otra vez que la gente habla diferente, que en los pueblos se habla un español distinto, fue como deseducarme de todo lo que me habían enseñado en la universidad.

Durante los cinco años del bachillerato recibí beca; al terminar, algunos profesores me llamaron para que entrara a la licenciatura, pero yo ya me había cansado, quería tener mi propio salario porque desde los 14 años yo tenía mi platica, aunque fueran 3000 o 10.000 colones, y en aquel momento yo era estudiante universitario casi con un título (todavía no me lo habían dado) y no tenía plata, me sentía mal. Usted estudia una carrera, usted es profesional y usted quiere tener su propio salario, eso lo dignifica. Sentía que me hacía falta eso. Por eso no continúe la licenciatura, aunque la universidad me podía dar un año y medio más de beca ‒un año para terminar los cursos de licenciatura y seis meses para hacer la tesis‒.  Yo tenía tema de investigación, en aquél momento andaba con el tema del olvido ‒lo veía como un juego‒, y ahora con la neurociencia están saliendo un montón de teorías que tienen que ver precisamente con la posibilidad del olvido.

En cuarto año me dieron unas horas de estudiante asistente y vine a trabajar en un proyecto de la Universidad Nacional que se llamaba Esperanza Joven. Veníamos a visitar las zonas indígenas para ayudarles con los exámenes de bachillerato. En aquella época me tocó conocer Amubri, Shiroles, por el lado de San José Cabécar. Esa fue mi primera escuela donde aprendí sobre los cabécar y los bribis, principalmente los cabécares… Y años después me mandan para acá, me mandan al lado Turrialba y caigo con indígenas… Yo me recordaba de todo lo que había aprendido cuando era estudiante, la timidez que tienen los indígenas que no se atreven a veces a preguntar, pero que algunos sí tienen muchas ganas y deseos de estudiar, de aprender…Todo eso me ayudó.

Debí haberme graduado en el 2013, pero me quedó en el 2014 porque en la universidad uno termina los cursos y se tiene que graduar después. Salí de la universidad y fue un choque psicológico porque no tenía trabajo.

Recuerdo que un día saludé a una compañera de escuela (habíamos ido a la misma escuela La Aurora, pero ella se quedó toda la vida en Pérez Zeledón), entonces comenzamos a hablar. “Ah, usted estudia español”. “Sí, yo estudio español”, le conté. “Ay, vieras yo también estudié español”, me dice ella, “pero yo estoy estudiando en la UICIL” (que es una universidad privada). Y me dice la compañera: “¿usted está estudiando?” “No, ya yo estudié en español completo, el bachillerato por lo menos, en la Universidad Nacional.” “¿Cómo? ¿En serio? ¿Y no lo han llamado a trabajar?” “No, no me han llamado”.  “Bueno, vaya a la Regional, hable con el encargado de Recursos Humanos, porque de seguro ellos no saben ni que usted existe. Cuando ellos necesitan un profesor ellos acuden a la UICIL y preguntan cuál estudiante tiene libre o tiene disponibilidad para ir y hacer 15 días, ocho días…” 

Así fue como comencé a trabajar, por medio de esa compañera que me dio el número de una persona de Recursos Humanos. Yo había ido y había llenado las boletas utilizando el procedimiento de forma adecuada, pero nada y nada, porque no podía presentar el título -la universidad no me había dado todavía el título-, pero yo le expliqué a ese muchacho Recursos Humanos la situación y él me dio chance y me dijo: “okay, le voy a dar algo apenas pueda, apenas alguien que se incapacite, yo le voy a dar… ¿Está dispuesto a hacer aunque sea ocho días o tres días?” “Sí, estoy dispuesto a ir…”

Me tomaron la palabra y en el 2013 hice unos trabajos, como mes y medio, algo así, y después en el 2014 despegué…

Me llamaron de la Regional de Limón y me dijeron que me tenían una oportunidad. Era una persona que se iba a incapacitar todo el año, no podía dar clases. Ella era la que tenía el puesto, el nombramiento, pero esa persona no era la dueña de la propiedad, era otra persona que estaba de subdirectora. En fin, la persona no iba a regresar nunca más a dar clases, “entonces usted quédese tranquilo”, me dijeron.

Pero yo ocupaba plata, y después me di cuenta de que el MEP no le paga rápido a los profesores que están haciendo incapacidades, dura un montonazo por toda la tramitología que hay… Y uno ocupa alimentarse.  En Limón, en el CTP, una profesora de religión me dio chance de estar en la casa de ellos alquilando un cuarto, todos me trataron biensísimo, la gente me prestó plata sin conocerme, me encontré gente muy amable. Después me pasé a alquilar a otro lado, más cerca del colegio, un barrio que se llama Corales, la gente súper amable, me decían: “sigue estudiando, sigue luchando…”

Otro día me llamaron de San José, igual, para ofrecerme un trabajo en Coronado, y digo yo: “de Coronado a Pérez Zeledón, está más cerca. De Limón duro hasta Pérez Zeledón 6 horas y me están haciendo ride los traileros.” Porque yo no tenía tanta plata, no tenía posibilidad de nada. Entonces el esposo de una hermana de la Iglesia era camionero, él me conoció por medio de la hermana y hablaba con otros camioneros que me hacían ride desde Limón hasta Pérez Zeledón. Alguien dijo que yo era profesor pero que no me estaban pagando todavía y todos se pusieron a ayudarme; fue una experiencia que pocas veces en la vida y yo tengo que ser agradecido porque he topado con gente que ha visto algo en mí y han sido muy generosos conmigo. Aprendí de esas experiencias que si alguien le pide ayuda a uno y uno puede y uno los ve luchar, que quieren bretear, hay que ayudar a la gente, porque a mí me han ayudado…  Si yo tengo la posibilidad, ¿por qué no voy a ayudar a alguien? Fue una experiencia muy muy bella, la verdad… En Limón estuve como dos meses.

Estaba trabajando en Coronado, casi estaba nombrado por un montón de meses, el nombramiento era hasta final de año, pero una profesora peleó porque ella le había hecho antes una incapacidad a la profesora dueña de la propiedad… Y resulta que si una persona que es propietaria se incapacita y es reemplazada por un interino, a esta persona interina le tienen que seguir dando el nombramiento, y me lo dieron a mí en lugar de a ella. Ella fue y lo peleó con los sindicatos, sabía cómo se mueven las cosas, y los sindicatos lo pelearon y me quitan a mí de ahí. Y me voy y hablo con la chavala de Recursos Humanos y le digo: “Esto fue un error de ustedes, ustedes no tenían que haberme llamado a mí. Yo iba a estar nombrado en Limón todo el año. Aunque fueran nombramientos de 22 días o de un mes, me iban a estar renovando el nombramiento, pero estaba por todo el año, los que se jalaron la torta son ustedes, los de Recursos Humanos.” Entonces llega la muchacha de Recursos Humanos y me dice: “Quédese hasta que termine la semana en San José”. Pero yo me sentía mal, yo me había ido a buscar ayuda donde unos familiares de mi mamá que casi nunca se veían y estaba viviendo en Coronado, ya yo me había pasado a vivir con esa gente, había dejado todo lo de Limón botado. Entonces de desesperación agarré las cosas y me fui para Pérez Zeledón. Cuando llegué a Pérez Zeledón mi mamá me tenía un platico de arroz y frijoles y un pedazo de chuleta o algo así, y estaba yo comenzando a comer cuando recibo la llamada como a las 2:30 de la tarde de los de Recursos Humanos del MEP diciéndome que tenía nombramiento en Hatillo. ¡Para qué me fui! ¡Fue más el gasto de las maletas! Hubiera sido más fácil pasarme de Coronado a Hatillo…

Estuve dos años trabajando en el Liceo Roberto Brenes Mesén en Hatillo. Ahí me tocó comprometerme como profesor, aunque al principio yo no lo quería. Estaba muy acostumbrado a nombramientos cortos, no me comprometía mucho, no terminaba de conocer a los estudiantes de forma adecuada, nada más era como por cumplir, pero llegué a Hatillo y comencé a darme cuenta de la realidad; me doy cuenta, por ejemplo, de que hay estudiantes de un proyecto que tenía el gobierno para ayudar a las personas sordomudas que pasaron por ciertos procesos educativos, se les hace una operación, les ponen un implante y ya pueden incorporarse en aulas distintas; comienzo a darme cuenta de la realidad, de que estudiantes a los que les cuesta muchísimo, de los estudiantes nicaragüenses (había mucha población nicaragüense en Hatillo.) 

El Brenes Mesén había tenido en algún momento mucha gloria, pero en ese momento había mucho conflicto social, no solamente por la migración sino por la caída que habíamos tenido como país… Al principio eran hijos de profesores o de gente de clase media que habían educado a sus hijos desde cierta perspectiva y habían hecho crecer el colegio; pero entonces nos enfrentábamos a estudiantes que venían de la Alajuelita y de otras regiones, se notaba que muy pobres, pero siempre uno se encuentra algunos con muchos deseos de estudiar. Yo no lo comprendía muy bien en aquel momento. Años después, muchos años después, todavía hay dos o tres estudiantes que me hablan y me escriben por messenger y me dicen: “profe, lo recordamos a usted”.

    Siempre pensé que mi clase era muy fea, muy aburrida, porque hacía lo que a los jóvenes no les gusta, que era intentar leer el texto en voz alta en la clase, concentrarse, hacer preguntas sobre ese tema. Así aprendí yo a leer y me gusta enseñar de esa forma, y algunos jóvenes me han dicho que esa era la clase que más les gustaba del Brenes Mesén… Ahora una de las estudiantes es doctora en un hospital público; veo que hay gente que pasó por un proceso parecido al mío, seguramente venían de hogares muy pobres y se han ido superando con mucho esfuerzo. Creo que en parte funcionó esa metodología que es molesta para la gente de esta época, leer el texto en voz alta y hacer las preguntas y enseñarles a analizar la gramática. En aquel momento yo enseñaba gramática y ahora no, ya no está dentro del Plan de Estudios de Español, eso ha sido modificado. Además yo pensaba mucho en análisis, quería que ellos aprendieran como me enseñaron a mí en la universidad… Ahora no, ahora intento centrarme en cómo puedo hacer que esto sea rápido, funcional y que vayan a hacer el examen, pero que aprendan lo básico.

Algunos chicos me decían: “Profe, es que usted habla diferente, usted no habla como nosotros…” Yo leía en voz alta, intentaba pronunciar las letras como estaban escritas y entonces ellos se enredaban, claro, se enredaban porque los papás eran migrantes, el español que tenían era muy básico, a ellos nunca les habían leído en voz alta. En aquel momento yo no lo entendía, estaba comenzando a ser profesor. A veces me frustraba porque ellos no se concentraban, tenían bajo rendimiento, notas pésimas… Nunca en mi vida ‒ni aquí en Turrialba, con tantos años de trabajar con estudiantes indígenas‒ he visto notas tan bajas como las de esos chicos de Hatillo. Pero de algo funcionó, porque después de muchos años  algunos de estos chicos (mujeres principalmente) se aproximaron para decirme: “profe, lo recordamos.” Cuando en un aula hay 30 o hay 15 y aunque sea uno de esos sí quiere y sí le gusta como usted está explicando, es satisfactorio.

En Hatillo luchábamos contra la drogadicción, este es un tema de nunca acabar; ahora también tenemos el problema, pero en aquel momento había unos narcos que habían metido a un grupo de estudiantes en el colegio, principalmente a un estudiante que tenía como tres o cuatro años de repetir el mismo nivel... Andaban tenis buenísimos, tenían cosas que no tenemos actualmente, mucha plata, esos chicos podían gastar 50.000 colones como si nada y uno decía ¿de dónde sacan tanta plata estos chicos? También había chicas que se prostituían.

Había que luchar contra estas cosas, pero digamos, “de a callao”, como si no nos interesara, porque si hacíamos muchas boletas a esos chicos que estaban bajo la influencia del narco y la drogadicción o que se estaban vendiendo, podía ser un problema…  En aquel momento Canal 7 hizo un reportaje y veo lo que está sucediendo en el cole: chicas que tienen un cuerpo muy bonito y que para tener una pantalla de X tamaño, para tener un diario, los papás las vendían con personas adultas. Uno no podía hablar tan directo de estas cosas porque los chicos la tienen en contra de uno y uno es siempre el malo, no entienden la importancia de la crítica, porque además todo se lo dejan al orientador… No estoy diciendo que el trabajo de los orientadores sea malo, hacen muchas cosas bien, pero todavía no hay herramientas para nosotros los docentes, más bien nos han quitado herramientas porque no nos dejan meternos en temas que son críticos o información sensible que solo ellos manejan y no nos la pasan a los profesores.

En la universidad hace falta preparación sobre cómo abordar estos temas con personas que se dedican a la prostitución, personas que se dedican a la venta de drogas, porque eso de la venta de drogas no tiene que ver con solamente Hatillo, está sucediendo aquí en Turrialba, aquí en el liceo de San Joaquín. Aquí hay lugares donde los narcos se apoderan de los indígenas que están en la montaña y hacen como si fuera café, pero tienen sembrada marihuana. Acá hay pueblos que se han ido quedando sin gente porque no hay oportunidades de trabajo, la escuela tiene que cerrar porque no hay suficientes chiquitos, hay docentes que pierden el trabajo…

Los chicos ahora tienen otra cosa: ya nadie quiere ser profesor. ¡Dios guarde, eso es mucho brete, pagan muy poco, son muy explotados! Pero tampoco quieren ser abogados porque no hay trabajo, tampoco quieren ser médicos porque tienen que trabajar mucho y les pagan poco. Yo no escucho a ningún estudiante decir “quiero ser ingeniero”, lo que escucho es “quiero cenar rico.” La gente no visualiza, y menos los adolescentes, que se puede ser honesto,  tener un trabajo honesto y tener algo bueno: ahorita solamente pueden tener cosas buenas los que se dedican al narco.

Cuando la gente piensa en prosperidad, piensa solamente en plata… Con las iglesias evangélicas aprendí que la prosperidad es en todo, en la salud, en lo financiero, en la forma de pensamiento, en la paz con la que usted vive. Tanta televisión con las temáticas del narco, el hacerle tanta bulla a Pablo Escobar como si fuera un héroe, eso está mal. Digo abiertamente lo que está sucediendo ahorita en los pueblos, usan el campo para sembrar hierba.

Y no solamente voy a hablar de ese tipo de droga, porque ahorita ¿qué es lo que se le mete más a los chicos? El azúcar blanco. Así como se mete la marihuana, se mete el azúcar blanco y se van metiendo otros tipos de droga. Este aparato llamado celular es otro estimulante que impide el aprendizaje. La gente, los estudiantes, se enojan porque usted les dicta. ¿Por qué? Porque requiere concentración. La gente no quiere estar concentrada para escuchar a su amigo, escuchar a su hermano, no quieren escuchar si hay un accidente no quieren escuchar… Es la otra droga, la de la comunicación.  

Los profesores se tienen que enfrentar principalmente a tres drogas: los azúcares refinados, la marihuana y el celular. Los tres están echando a perder nuestra educación, incluso a mí como persona adulta. Estas drogas no nos están dejando que salga algo que es el odio que tenemos hacia los otros, guardamos muchos resentimientos, resentimiento porque aquél está ganando mejor que mi papá, a mi papá casi nunca lo veo, a este lo tengo que ver todos los días aunque no quiera verlo… Hay un resentimiento social que se está alimentando, la marihuana lo que hace es tapar un poquito eso, igual el licor…

Tenemos que guiar a los adolescentes para que quieran algo distinto a ser narcos. Ocupamos gente que no solo sea Youtuber ‒porque o soy narco o soy youtuber o quieren conseguirse el gran sugar dady‒. Yo lo escucho de los adolescentes y me quedo callado. A veces, cuando tengo oportunidad y estoy enseñando, intento hacerle comparaciones con la vida real y los critico. Algunos se quedan callados, no dicen nada porque me conocen desde hace mucho tiempo y seguro dicen después: “solo habla papaya”. Pero ahí va quedando la semillita. Yo les digo: “chicos: las mujeres, las feministas hicieron estas novelas para que se diera una lucha, para que ellas pudieran estudiar. ¿Cuántas mujeres tuvieron que trabajar y luchar y esforzarse para que ustedes hoy puedan estar aquí estudiando a la par de un hombre? ¡Y usted diciendo “quiero un Papi Sugar”. ¡Eso no se vale! Porque el hombre que le da hoy plata para el celular y le da un celular nuevo, le va a decir también con quién va a hablar usted por teléfono.

En Hatillo estuve dos años interino hasta que regresó la señora dueña de la propiedad. Ella, que es profesora de Español, estaba de subdirectora en un colegio y me dijo: “usted me dijo que cuando yo me quedara sin nombramiento de esto, lo llamara y le avisara…” Entonces me preparé psicológicamente unos meses, pero esa preparación también era devastadora porque no tenía nombramiento.

Y me tuve que ir para las oficinas del MEP en San José, en aquel momento estaba en el centro de San José, y le dije al muchacho que yo tenía título, que tenía experiencia laboral, que era un MT5, que esto y que el otro, y entonces me planteó tres posibilidades, me recuerdo de dos: una era Puriscal, la otra era Turrialba. Yo elegí Turrialba sin pensarlo porque esta es la tierra de Jorge Debravo, dije yo, a esta gente sí le debe gustar leer, mi pensamiento todavía seguía buscando lectores…  

Así llegué al colegio Liceo Rural San Joaquín de Tuis; le llamamos “de Tuis”, porque hay dos colegios más que se llaman “liceos rurales de San Joaquín”, por eso los profesores siempre decimos “de Tuis”, pues solamente hay un Tuis.

El liceo tiene 104 estudiantes desde séptimo hasta undécimo. Hay una mezcla de estudiantes indígenas y no indígenas, por lo menos unos 30 estudiantes dentro del colegio son indígenas, la tercera parte de la institución. Se intenta respetar mucho la cultura indígena. Por ejemplo el tiempo, el tiempo del blanco es diferente del tiempo del indígena. Para ellos entregar la tarea tal día con fecha límite no es tanto así, pero para los que no son indígenas sí se lo toman muy a pecho. El “sikua” dice: hasta tal día, tal hora, hay tiempo, y va a haber estudiantes que lleguen súper afanados trayendo la tarea… Y los indígenas no trajeron la tarea, porque además ellos llegan a la realidad de la comunidad, ¿y qué es lo que les toca en la comunidad? Picar leña porque ya casi va a oscurecer cuando llegan a las 3 o 4 de la tarde a la casa. De los indígenas, los más más cercanos  pueden vivir a unos 40 minutos del colegio caminando, pero el Gobierno da becas de transporte y hay una buseta que los lleva hasta cierto punto, de ahí lo que les tocaría caminar son unos 20 minutos, pero el estudiante más lejano vive a 4 horas, entonces se vienen a vivir más cerca con otra familia, y para ellos eso es una hora y media. 

Aquí soy profesor de Español pero además terminé dando talleres. Ahorita estoy comenzando unos talleres de dibujo, pero también con cuestiones de reciclaje; damos clases de deportes, dos lecciones de deporte a la semana y también damos de Desarrollo Social y Productivo, lo que quiere decir, emprendimiento. Es un proyecto con el BAC y les enseñamos a los estudiantes que ellos no tienen que esperar solamente a que el gobierno ayude, sino que pueden buscar en la comunidad qué es lo que se necesita y cómo hacer un emprendimiento… Ahora, con el grupo de noveno, estamos haciendo pulseras, estamos comenzando con el emprendimiento de las pulseras y vamos a vender en algún momento pulseras, al menos con este grupo.

Un sábado o un domingo muchos de nuestros estudiantes pueden estar trabajando chapeando charrales, cogiendo café; algunos piden permiso para irse a coger café al final de año; los papás de otros son artesanos, trabajan cositas de artesanía, pero son los menos. La mayoría son jornaleros y son muy explotados, porque a algunos les pagan 5 mil, 6.mil colones al día. El que no es indígena, en la época de guayaba se dedica más a juntar guayabas, también es duro andar agachado todo el día juntando guayabas para echarlas en un canasto y llenar 10 canastos diarios durante mes y medio, dos meses. Y  dos meses después todavía no le han pagado. A principios del año pasado se llevaron la planta para procesar mermeladas y otros productos de guayaba para Atirro, antes estaba en San Joaquín.

Llevo ocho años trabajando aquí, pero he aprendido muy poco de cabécar, si acaso saludo, pero les enseño que otros cabécares que fueron estudiantes míos ya son profesores o profesionales. Por ejemplo, le digo a uno de esos estudiantes que me haga un mensaje en cabécar en video y me lo envíe por Whatsapp para enseñárselo a los estudiantes que tengo ahora y que ellos vean y entiendan.  Entre mis estudiantes cabécares hay chicos que no hablan la lengua indígena, solo el español, y hay otros chicos (muchos, al menos estudiantes míos) que sí hablan la lengua indígena. El primer rasgo de racismo es eliminar la lengua. Hay otros chicos “blancos” ‒usted los ve blancos, pero la mamá es indígena‒ que no hablan el cabécar. Yo sí le digo a algunos ‒y esto es meter el dedo en la llaga‒: “el que dice que es indígena y no habla lengua indígena, ya no es indígena”.

De los compañeros y compañeras docentes nadie habla cabécar y eso está mal. Nosotros hemos llevado algunas capacitaciones, pero para entender la cultura indígena deberíamos tener un profesor de lengua y cultura indígena. Según la ley, debería estar, pero no se ejecuta la ley como corresponde porque eso sería contratar a otra persona. Hay dos modalidades de liceos rurales: en una es un grupo de ancianos indígenas el que pone a los profesores, le dicen al MEP “estos son los profesores que queremos para este liceo rural”; en otros los docentes somos directamente nombrados por el MEP. Este liceo es de la segunda modalidad, los profesores fuimos nombrados por el MEP.

La convivencia entre los estudiantes indígenas y no indígenas es buena, hemos luchado siempre por mucho respeto, sin embargo sí existen ciertos rasgos de racismo, y es que además hay una cuestión… Por política se defiende mucho la cultura indígena, y al defenderse tanto, a veces los blancos comienzan a pensar que están perdiendo oportunidades. Eso pasa cuando una mamá ve que sus hijos no tienen dinero y que ocupan una beca, y se la dan al indígena, se la dan al nicaragüense, pero no se la dan al chico nacido en Costa Rica aunque tenga|n necesidades. Los tres pueden tener necesidad, pero se le dan primero al indígena, segundo al nicaragüenses; entonces el costarricense (que no es ni blanco ni es indígena, y puede que sus papás hayan sido nicaragüenses, pero ya es “blanco” costarricense) no tiene el mismo acceso a una beca. 

     Toda la literatura y lo que tratamos de hacer, al menos como profesores de español, es siempre criticando el racismo por medio de las obras costarricenses… Uno intenta también mostrar más obras de mujeres, enseñar, por  ejemplo, cuentos de afrodescendientes que ahora hay en la literatura. Intento enseñar eso para que los chicos de acá conozcan un poco y no solamente los Cuentos de mi tía Panchita, uno intenta meter cuentos de otras cosas. Siento que a los chicos que son hablantes de lenguas indígenas se los debería evaluar en cabécar y no en español; para ellos graduarse de bachillerato, deberían pasar una prueba de cultura y no una de español.

El año después de la pandemia fue muy difícil, los estudiantes venían de la casa, y es feo decirlo pero venían con malas conductas del hogar, los papás les habían quitado la disciplina que se forma en los centros educativos. Algunos dicen que la disciplina no es importante, pero uno nota que les faltan mucho el respeto a los papás.  Se acostumbraron a socializar solamente con adultos, entonces rompen la barrera que se debe tener para respetar el liderazgo, no entienden que una cosa es el profesor, una cosa es el jefe, una cosa del Presidente de la República, otra cosa soy yo… Porque yo estoy en contra del Presidente de la República, no significa que vaya a faltarle el respeto, esa jerarquía es importante, no todos somos iguales, se creen que un papá no les puede dar órdenes, ¡menos el profesor! Dios guarde decirles algo, se alcahuetea mucho la vagabundería, se les justifica todo. Yo no voy echarle la culpa al profesor porque no entendí la materia; ahora el profesor es siempre el culpable.

No voy a decir que solamente es culpa de la covid, es culpa de nuevas culturas que se van introduciendo. Tal vez la época de nosotros fue muy adulto-céntrica y debe modificarse el adultocentrismo, pero hay una cuestión que es el respeto. Hay chicos que creen que todo es como la canción de reguetón y quieren hablar así todo el tiempo, ahora dicen “chita, ¿por qué me está llamando a mí la atención?”, Ese tipo de lenguaje no lo tienen los indígenas, ellos son más respetuosos, hablan poco o se agachan, sonríen con una sonrisa como queriendo decir “a mí no me importa eso”. ¿Qué sucede con estos chicos? Como cantan, así se lo escriben a usted en el examen. Ellos no entienden esta cuestión del lenguaje, que es diferente estar en la misa que en el barrio, con los amigos o con el papá. Ellos no entienden que al maestro o al papá hay que hablarle diferente…

El mundo se está haciendo muy absurdo y los jóvenes no se dan cuenta, no comprendan ciertas cosas, usted no puede llegar a donde un empresario a pedirle trabajo hablando de esa forma, o no puede llegar a pedir un préstamo al banco para hacerse su empresa.

Este es una carrera muy desgastante psicológicamente, a veces uno se siente muy maltratado por el gobierno, por el exceso de cuestiones que van poniendo; también por algunos chicos, no todos, hay chicos muy buenos, pero hay una carga negativa y esa es la que nos cansa.

Entro a trabajar a las 7 de la mañana y salgo a las 4:20; cuando salgo ya no puedo ir a un banco porque están cerrados, no puedo hacer muchos de los mandados que se ocupa hacer. Uno como que sin vida llega a la casa a descansar y a veces las lecturas son más relacionadas con el trabajo. Entonces uno desea desahogarse.

Lo que deseo es terminar de escribir mi novela, quiero terminar de escribir una novela. Por otro lado, como profesor mi sueño sería cambiar de colegio para terminar una etapa acá, pero al mismo tiempo soy agradecido por lo que tengo.

Gracias a este trabajo he podido salir del país. Quisiera volver a salir del país, conocer otras culturas indígenas, conocer Bolivia, ir al Salar de Uyuni, ver cómo anda el pensamiento indígena en Bolivia. Al mismo tiempo quisiera conocer esas regiones de Perú y en Bolivia donde hay estudiantes indígenas que se están graduando para ver cómo son los estudiantes, qué consejos pueden darle a uno sobre cómo el estudiante indígena puede llegar a la universidad, eso me gustaría aprenderlo. Pero en lo mío, en términos personales, sería terminar algunos proyectos literarios, un libro sobre el café que estoy trabajando desde hace como cinco años: explicar el proceso de cómo la gente habla, se comporta, filósofa alrededor del café, y las vivencias personales, las temáticas que la gente tiene alrededor del tema del café, y principalmente tener una casita… Ya uno va buscando estabilidad en ese sentido…

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