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ALBÁN FONSECA SEQUEIRA

                            


 

                                                       Terrones de Puerto Jiménez, Puntarenas

19 de abril de 2024

Mi nombre es Albán Fonseca. Nací el 29 de diciembre de 1968 en Golfito, en épocas de la Compañía Bananera. Mi papá era nicoyano, mi mamá también. Mi papá nació exactamente en Quebrada Honda de Nicoya, eso es el primer pueblito después del Puente de la Amistad, pero se criaron en San Joaquín de Nicoya, que es como de Pueblo Viejo cogiendo hacia Nandayure unos 4 km. Somos cuatro hermanos en primera instancia; yo soy el segundo. De los cuatro, el mayor y yo nacimos el mismo año, él el 11 de febrero y yo en diciembre. Cuando mis papás se vinieron de Nicoya para acá, ya mi hermano mayor había nacido; yo venía en el saco. Después vinieron dos más. Mis abuelos por parte de mi mamá se habían venido antes de Nicoya, y ellos se vinieron para Golfito y se acomodaron donde ellos. En ese entonces mi papá era dibujante de la Compañía Bananera, luego pasó a ser director de escuela. Parece ser que mi papá había sido maestro en Brasilia de Upala, me parece que ahí fue donde me procrearon, pero vine a nacer en el sur. Nací en el Hospital de Golfito, que pertenecía a la Compañía Bananera; en ese entonces la Compañía pagaba todo.

En esos tiempos los educadores prácticamente salían del colegio a dar clases, y seguro cuando mi papá empezó como dibujante le vieron algunas cualidades, y como él ya había sido maestro en Upala lo nombraron como director. Él estuvo en kilómetro 1, en Golfito, estuvo en Coto 63 y estuvo en las fincas en Palmar Sur.

Mi mamá siempre fue ama de casa. En ese tiempo los docentes ganaban muy bien, eran muy respetados, en esa época no era necesario que ella trabajara, y menos teniendo cuatro hijos.

 Empecé en primer grado en Finca 3; luego pasé segundo y me trasladaron a Finca 6, Palmar Sur, y ahí estuve en tercer grado. Nosotros éramos hijos de un maestro y de un director, teníamos una vida muy diferente a la de los hijos de los empleados rasos de la Compañía: teníamos derecho al cine, derecho a piscina y a algunas otras cosas como materiales escolares. La época de la Compañía Bananera es una de las más lindas de mi vida; usted corría por los bananales, se encontraba un racimo de banano, comía banano… Era una vida muy de campo, pero con ciertas cosas, porque ya mi papá era director de la escuela, vivíamos en la casa de la escuela, teníamos bicicletas, a la pura par había una cancha para jugar fútbol… Esa época fue desde que nací hasta tercer grado, más o menos hasta los 9 años de edad.

Tengo un hermano sordomudo; mis papás se fueron para San José pensando en ponerlo en la de Fernando Centeno Güell en Guadalupe, pero al final de nada sirvió. Mis papás se separaron cuando teníamos 10 años, nos fuimos de la Compañía, donde vivíamos bien, a empezar a dar tumbos.

Nos vinimos para el Sur los cuatro hijos y mi mamá, y también un primo que estaba en las mismas condiciones nuestras. Mi papá se quedó en San José. Después de toda la época en la Compañía Bananera, y mi papá como director (con los privilegios que teníamos como hijos de docente) tuvimos que pasar a vivir en piso de tierra, a no tener televisión, a dormir en cama de chonta. Fue una época muy difícil.

Terminamos la etapa escolar con mis abuelos maternos que vivían aquí en el Sur, de Chacarita como unos 11 kilómetros hacia adentro, ahora se llama Santa Cecilia. Yo paso por ahí todos los días, pero donde íbamos a la escuela se llama Río Esquinas, que es el límite natural entre Golfito y Osa. Entonces nosotros bajábamos al río, tomábamos un bote y cruzábamos a la escuela. Eso fue quinto y sexto grado que hicimos ahí. A veces el río estaba muy bravo y el abuelo de mi mujer nos pasaba al otro lado, sin imaginarse que en la vida íbamos a tener algún parentesco. Yo hacía negocios con él; recuerdo que un día compré unas botas, y como me gustaban las de él, las cambiamos. Llegué a mi casa y mi abuela me golpeó con las botas que había cambiado y me regañó y tuve que ir a devolverle las botas.

Cuando terminamos la escuela en Río Esquinas, resulta que yo quería estudiar. Entonces mi abuela terminó mandándome a Río Claro donde una señora. Ahí yo iba al colegio. Eso puede haber sido en el año 81 tal vez, pero yo quería vivir con mi papá, y ya estando en el colegio le dije a mi abuela que me quería ir.

Me fui para San José, no recuerdo ni dónde viví con él, y si alguien me pregunta cómo llegué, la verdad es que no sé… Yo quería estar con mi papá, pero cuando yo llego a San José, él me manda para Guanacaste donde mis otros abuelos, donde los papás de él. Mi mamá se quedó aquí en el Sur, pero cuando yo me fui, ella se casó de nuevo, tuvo cuatro hijos más y de ahí en adelante yo ya no conté con ella. 

Yo era un chiquillo de 13 años cuando me fui para Guanacaste, pero no había pedido traslado, iba sin papeles, sin nada, y cuando llego allá, dicen mis abuelos: “¿Ahora qué vamos a hacer con este muchacho? No trae papeles, no trae nada. Él dice que estaba en el colegio, pero no hay nada que avale eso”. Entonces hablaron con una señora que de Dios goce, se llamaba Rosa Alpina Fonseca (el mismo apellido mío, pero no éramos familia) y ella les dice que me metan a la escuela, que ella me da el sexto otra vez.

Resulta que yo entro a la escuela después de que estaba en el colegio, me mandan otra vez a sexto, y otra vez me volví a graduar de sexto. Al siguiente año me mandan al Liceo de Nicoya: sétimo octavo, noveno, décimo, undécimo. Me gradué en el Colegio La Mansión, un colegio técnico. Ahí estudié maderas, producción de muebles, dibujo de maderas.

Fue una época muy dura, pero también le agradezco a la vida el temple que me dio eso, lo hace a uno muy valiente y decir: “yo quiero ser alguien y quiero estudiar, quiero prepararme y quiero luchar”. Yo quería ser bachiller, ese era mi sueño. Pero no es fácil para un niño, uno pasa muchas adversidades. Quizás la vida misma, las necesidades que uno pasó, eso que uno se dice: “yo tengo que salir adelante”, me dio la determinación. Yo iba al colegio sin un colón y regresaba a la casa sin haber comido en todo el día, porque en esa época no existían las becas ni nada de eso,

Recuerdo que de 13 años yo llegaba a la plaza, me metía a jugar bola, pero yo no sabía jugar;  yo iba y me ponía unos zapatos rotos de mi tío que él dejaba porque ya no los ocupaba, me los ponía y me iba a jugar, porque yo jugaba descalzo, no tenía zapatos, solo los del colegio, y resulta que me ponía a jugar.

Mi papá se vino para Guanacaste después de andar metido en el alcohol, apareció porque yo estaba allá y siguió tomando. Lo mandaron a un retiro espiritual de la Iglesia Católica y el hombre venía peor. Mi hermano, el mayor que yo, también se fue para Guanacaste, pero cuando yo estaba en cuarto año, él entró a séptimo. 

Mis abuelos tenían un caserón donde vivían todos mis tíos y mis abuelos.  Ahí me explotaban, me levantaban a las 4 de la mañana. Aprendí a manejar moto, tenía que ir a dejar la leche con 14 años, dos estañones de leche, regresar, bañarme, irme para el colegio sin una peseta... Y llegaba en la tarde: "Vaya a cortar pasto", "Vaya a cortar caña", "Empiece a picar en la picadora", "Vaya a las vacas para ordeñarlas", "Vuelva a dejar los dos estañones de leche" y regresa y se baña para que coma y a dormir… Eso era todos los días.

Ahora yo digo: “¡Pútica, qué gente cabrona!” ¿Cómo no me daban un colón si estaba produciendo? Para Navidad, una vez le compraron a mi primo unas tenis Jaguar media bota, y yo en la noche me levantaba, me ponía las medias de fútbol y me metía las tenis y caminaba para allá y caminaba por acá… “¡Ay, qué rico!”, decía yo, “qué ricas estas tenis”. Para mí no alcanzaba y yo producía. Ahora he traído a mi tía y al marido a mi casa y los he atendido como reyes, porque uno no tiene que pagar igual.  Lo que me he preocupado es por decirles: “Aquí está este chavalo que ustedes trataban muy mal, y vea cómo cambian las cosas…” Pusieron a estudiar a su hijo Agronomía en el Instituto Tecnológico, pero el hombre tomaba guaro como un desgraciado… Ellos vendieron las vacas, vendieron todo; y cuando fueron a ver si estaba estudiando aquí, no lo conocían en la universidad… Esto no me alegra ‒me alegra por mí, claro, no por él‒, porque cuando lo veo lo abrazo. Nunca tuve odio ni rencor en mi corazón, pero sí dije: “Voy a salir adelante para demostrarme yo mismo de lo que soy capaz”

En el camino uno encuentra profesores buenos, otros no tanto; no voy a decir malos, pero gente que a usted lo menoscaba y lo menosprecia. Yo tenía una profesora de Estudios Sociales; un día me trató malísimo y yo me dije: “¡A esta señora le voy a demostrar!” Entonces en un examen me saqué un cien, o sea, porque me daba la gana, no porque alguien me obligaba. Porque esa vida era de “juéguesela como pueda”, pero yo le quería demostrar a ella, y tal vez al final de cuentas todo ese aprendizaje no fue para ella,  fue para mí… Pero es que en la vida puede ser que los mismos obstáculos o te hundan o te manden para arriba, y esa fue siempre mi convicción, salir adelante. 

Mi papá dejó de tomar cuando yo estaba como en cuarto año. Ahí fue otra vida, ya él llevaba plata para comer. Yo fui creciendo y el fútbol me encantaba. Cuando él dejó de tomar, lo que me regaló fue un par de tacos de fútbol porque yo quería ser futbolista, yo tenía condiciones. Siempre tenía esa cuestión con el fútbol. Jugué con Nicoya para Juegos Nacionales, nos eliminó Hojancha. Hojancha nos llama para que mi hermano y yo los reforcemos para ir a los Juego Nacional en el 87, y ahí fuimos.

Me gradué de sexto año en 1987. Entonces ya era una vida diferente, ya tenía dinero para comer, y cuando llegamos a ser bachilleres yo le dije a un compañero que tuve desde sexto de la escuela (soy mayor que él, porque me devolvieron de séptimo a sexto): “¿Y ahora qué hacemos? Ya somos bachilleres. Vamos a tener que buscar vida.”

En eso aparecen unos documentos que yo tenía que traerle a mi abuelo materno, porque en años atrás hubo un accidente, un carro atropelló a uno de mis hermanos menores que no era hijo de mi papá. Me vine al Sur a traer los papeles, porque aunque ese niño no era hijo de mi papá, aparecía con sus apellidos... Yo venía a dejar los papeles en que mi papá autorizaba con un abogado para que mi abuelo  recibiera lo que le iba a dar el INS. Yo traía esa carta, y ahí es donde empieza mi vida aquí.

Llegué con 18 años, casi 19, y me invitan a Río Esquinas, de donde yo había salido de la escuela, a jugar fútbol un domingo. Y voy corriendo con la bola y un muchacho (murió hace como 15 días) me hace una zancadilla y caigo y en la caída me desmonto el hombro. Y resulta que una muchacha, que después sería mi esposa, viene a auxiliarme… Y ahí se enganchó el moreno, ya le gusté, y hace 36 años estamos juntos. Gracias a Dios. Mi hijo menor tiene 26 años, tengo otro de 35 y uno de 32.  El de 32 es empleado del SINAC, el de 26, empleado de la Caja del Seguro en el Hospital de Golfito, y el mayor tiene un negocio particular y se defiende como puede.

Nosotros nos casamos un 14 de julio del 88, mi hijo nació en enero del 89, pero le decía yo a mi suegra que era prefabricado. Uno empieza a jugar con fuego y sale quemado, salió ella embarazada. Mi hijo nació cuando yo cumplo 20 años; él nace el 17 de enero del 89, o sea que yo tenía como 20 años y 19 días.  

De momento seguimos viviendo ahí; ella trabajó en la escuela de Río Esquinas porque éramos bachilleres; en ese tiempo todavía a usted le daban pelota siendo bachiller. Después yo me traslado a Golfito porque conseguí trabajo en la construcción del Depósito Libre; ni siquiera fue cuando el Depósito empezó su funcionamiento, sino en la construcción, yo hacía blocks para la construcción del Depósito Libre, trabajé con Constructora Belén.

Nos fuimos para donde mi cuñada que vivía en Golfito, nos quedamos ahí. Ya con el tiempo una señora vendía una casita (al principio la vendía muy barata, después se fue poniendo más cara);  recuerdo que mi suegro puso unas vacas a responder en el banco por la plata que nos prestaron. Nos cobraron por la casa 200.000 pesos y cada tres meses pagábamos 17.000 pesos, hasta que logramos pagarla. Después botamos esa casa y la hicimos nueva, 12 X 9, era una casa grande en concreto. No sé mucho de construcción, pero me gusta, a mí no me van a dejar algo desplomado.

A todo esto mi esposa seguía trabajando como educadora y yo en la construcción del Depósito. Estando en el Depósito, en el año 94, me ofrecen una plaza en el colegio de Puerto Jiménez y yo me vengo a trabajar. Yo era técnico en ebanistería, ese era un colegio técnico y entonces encajé. Aunque no tenía título universitario, tenía un técnico medio, ya no me pagaban como aspirante sino como técnico medio. Y en el 95 me trasladan a Río Claro. Yo no hacía el año completo, eran solo permisos, pero esas fueron mis primeras experiencias en educación. Después, en 1997, me volvieron a mandar a Golfito, pero no me servía porque gastaba más de lo que ganaba. 

Cuando abrió el Depósito me llamaron a trabajar. Yo era empleado de la Artística, la misma que está en San José, y ahí trabajé unos nueve años. En junio del 98 me operaron de una hernia de disco ‒el Mundial de Francia me lo tiré en el hospital de Pérez Zeledón‒ y en el 99 mi esposa me dijo: “¿Por qué no te metés a estudiar Educación, que aquí es muy fácil?” Siempre tuve una letra muy linda, seguro ella veía que eso me podía servir. En el colegio yo hacía las tareas y los compañeros me pagaban porque yo era el que mejor escribía entonces, yo hacía las asignaciones (como se llamaban en ese tiempo) y ellos me pagaban. 

 En enero de 1999 yo me meto a estudiar Educación en la Universidad Latina en Paso Canoas. Ese mes yo tenía vacaciones, entonces dije: “Voy a meterme a estudiar a ver si me nombran, y ojalá me nombren ese mes, para ya en febrero no volver al Depósito…” Y resulta que me nombran, tal como lo habíamos pensado, exactamente igual. Ya yo tenía unos meses de universidad.

Me nombraron en el colegio de Río Claro y resulta que fui la semana de reuniones, la semana antes de que entraran las clases, y en eso llegó un profesor nombrado en propiedad, y este chavalo ¡hasta luego! Pasé todo el 99 sin nombramiento, yo me quedaba en la casa, pero siempre fui luchador, o sea, yo no supe lo que era estar de vago en la casa, nunca. Me tocó quedarme, estar en la casa, yo me encerraba; cuando llegaba mi esposa abría las cortinas y me pasaba la crisis, tal vez no fue una depresión, pero yo diría que vergüenza.

Seguía estudiando los fines de semana porque yo lo había dejado todo por eso, y le decía a mi mujer: “¿Por qué no me dijiste que esto iba a pasar?”  Había un puesto de delineador en la Municipalidad, éramos como 100 candidatos y solo había 12 vacantes. Entonces un chavalo que era egresado del Tecnológico me dijo: “No te agüevés: somos nosotros y diez más” Y en efecto, quedamos los dos. Los delineadores son los que van y le piden el plano de su casa, lo ubican en una hoja catastral según los azimuth de las coordenadas, entonces esta es su propiedad. Me quedé ahí solo unos meses.

En febrero del 2000 me nombraron en la escuela de Gallardo en el puesto de director, pero no me gustó la administración. Me vine para Gallardo solo, mi esposa se quedó en Golfito con la familia y trabajando en la escuela de Nazareth. En el 2001 me nombran en Altos de Corozal, allá en Miramar, arriba, como dos horas a pie de Puerto Jiménez. Estuve un año completo en una escuela unidocente con solo tres niños, e igual había que llevar la administración de la escuela. Era complicado porque tenía que moverme solo y yo no era muy bueno en la cocina, porque me crié con mis abuelas. Entonces esas señoras no le enseñaban a nadie la cocina porque no era muy bien visto, era complicadillo porque uno tenía que valerse solo. Yo iba a ver la familia a Golfito y a estudiar los fines de semana, salía los viernes, al otro día en la mañana a la universidad todo el día, llegaba en la noche y el domingo ya iba para atrás otra vez. Esa fue una rutina.

Para el 2002 sigo en Altos de Corozal, pero en abril de ese año me trasladan a la Escuela 22 de octubre en Ciudad Nelly, una escuela grande. Llegué ahí, me presenté con el director (que de Dios ha de gozar); no fue muy buena persona conmigo. En el 2001 y 2002 que llegué ahí solo trabajo con un grupo; era atender solo a un grupo por la mañana y a otro por la tarde, eso significa que usted pierde el 50% del horario ampliado. Y resulta que me dicen que hay un tiempo para darle asesoría a los niños que tenían ciertas dificultades de aprendizaje, programas de recuperación integral para alumnos rezagados.

Fui a preguntar pero me dijeron que ahí no sobraba nada, que lo único que está sobrando era una asesoría de Estudios Sociales. “Si a usted le gusta, vaya donde el asesor regional y le dice que usted va a esta escuela, que usted va por los Estudios Sociales…” Y llegué donde el hombre en Ciudad Nelly, un señor de apellido Concepción, y le digo que vengo de la Escuela 22 de octubre, “me dicen que quedó desocupada la asesoría de Estudios Sociales”. Me dice: “Sí, porque el chavalo se trasladó y renunció” y me dice, “¿A vos te gusta Estudios Sociales?” “Te voy a decir, es la que menos me gusta, pero tengo la necesidad de trabajar”, y me dice él, “Está bien y te agradezco la sinceridad.” Resulta que me dieron la asesoría y llegué a esa escuela, pero a mí lo que me gusta es matemáticas; entonces llegaba un profesor y decía “Necesito que me expliquen cómo aplico esto” y yo agarraba la hoja y “Tiene que aplicarlo así, así y así”. Había asesores de todas las materias, nadie preguntaba por Estudios Sociales, y me decían “Es que a vos te gustan las matemáticas”, y yo: “Sí, de hecho, de todas es la que más me gusta…”

Estando ahí me llega un nombramiento en propiedad para la Escuela Elías Jiménez Castro en San Rafael Abajo de Desamparados. Yo hice solicitud abierta; para las únicas zonas que no concursé fueron Limón y Guanacaste por la distancia. Entonces me llega el telegrama: “Tiene nombramiento de propiedad para el 2004 en la escuela Elías Jiménez Castro, San Rafael Desamparados, circuito tal…” Y resulta que ahí en San Rafael Abajo le di clases en quinto grado nada más y nada menos que a Joel Campbell Samuels, goleador de la Selección de Costa Rica…

 Yo no tenía carro, no tenía licencia, y le cuento a la doña, feliz, porque pese a todo eso iba en propiedad, le digo “Me tengo que ir…” Como el viernes antes de la semana de entrar a clases me fui a San José, tuve que hacer el curso de seguridad vial, me conseguí el folletillo, me voy a hacer el examen ¡y pierdo el examen! La segunda vez la doña me dice: “Yo me voy a poner a estudiar con usted.”  Y dele y dele, fuimos a hacer el examen los dos y lo ganamos porque, ahora sí, el niño había estudiado.

A todo esto yo seguía yendo la universidad los fines de semana, viernes en la noche y sábado, todavía no había terminado. Todo ese tiempo que anduve en Nelly, que estuve en Miramar, estaba en la universidad, eso nunca se detuvo. Fue estando en la Elías Jiménez cuando terminé ese proceso.   

Yo corre que corre para sacar la licencia. Voy a ser sincero, terminé pagando por un cupo para hacer la prueba de manejo ‒no pagando por la prueba, sino por un cupo‒ y ya me hicieron la prueba en el MOPT en ese sector del sur,  y viene el señor y me dice: “¿Usted de dónde es?” “De Golfito”. “¿Allá hay semáforos?” “No señor”. Y en un sémaforo a mí se me apagó el carro, como era un carro alquilado que nunca había tocado… 

Compré un carro, yo andaba la plata y me dije: “Mejor lo voy a comprar barato y lo voy arreglando”, y me salió peor el negocio. A las 3 de la mañana nos vinimos con la familia para Golfito; salimos a esa hora para no toparme ningún carro en una rotonda. Y ese año, en junio del 2003, me accidento en el Cerro de la Muerte. Venía viernes, fin de semana; el jueves había habido huelga, mi esposa fue a San José, yo vine a la huelga. Mi esposa se regresó porque yo tenía que trabajar el viernes y ese día yo viajé solo y me accidenté. Estuve incapacitado un mes y ya no volví más a esa escuela, porque yo era operado de la columna, entonces por ahí logré conseguir un dictamen de la epicrisis haciendo constar que yo era operado de la columna, y entonces hice un traslado por excepción debido a mi operación, porque no podía seguir manejando todas las semanas a San José.

Y resulta que en el 2003-2004 me trasladan aquí a la escuela La Independencia en La Palma de Puerto Jiménez... Ya estoy más cerca. Pero cuando estaba en San José, le digo a mi señora: “Usted va a tener que concursar”. Ella concursa y gana propiedad en Cariari de Guápiles, Escuela Campo Kennedy, y yo me traslado para La Palma... Entonces yo me traigo a mis tres hijos para La Palma y ella se va para Cariari. Mi hijo mayor venía para noveno, el segundo venía para sexto grado y el primero venía para primer grado.

Cuando llegamos a La Palma alquilamos una casa. Les digo a mis hijos: “Ustedes se van a encargar de esto, esto y esto, y yo me encargo de la lavada de la ropa de todos”, y ahí fuimos pasando… Varios años estuve ahí, tenía propiedad y me quedé ahí. Trabajaba solo en docencia y cuando llegué ahí me dije: “No vuelvo a administración nunca más en mi vida, aquí me quedo como maestro y aquí termino.”

Resulta que en el 2005 a mi esposa la trasladaron para acá, para Puerto Jiménez, después de estar en Cariari, pero cuando la trasladan a Jiménez la matrícula no alcanza para el grupo de ella, entonces tiene dos opciones: se devuelve a Cariari, que era donde tenía la propiedad, o la trasladan para La Independencia, donde yo estaba. Obviamente ella dijo, “No, me quedo en La Independencia”. Ahí la nombraron.  Desde ahí para acá seguimos ahí; ella se pensionó en el 2022 y yo sigo trabajando. 

En La Palma encontré desintegración familiar, drogadicción, prostitución… Todo eso afecta el trabajo. Usted ve a los padres de familia muy poco responsables; a las 11 de la mañana, 12 mediodía, una de la tarde, uno ve chiquillos en la calle y se pregunta: ¿dónde están los papás de este chiquito?, ¿dónde está la mamá de este chiquito? O sea, no hay responsabilidad. Uno lo nota inclusive en la carretera cuando ve los chiquitos y las señoras en moto y sin casco, sin ningún tipo de protección. ¿Cómo le voy a decir a un muchacho que sea responsable si ellos ven esa irresponsabilidad en los padres? Es muy difícil luchar contra eso. También hay familias muy responsables que hacen el trabajo que les corresponde y no están achacándole siempre toda la culpa al docente… La educación comienza en el hogar; uno lo que hace es ir fortaleciendo esos valores, reconociéndolos. Mientras no haya ese cambio de actitud, va a ser muy poco lo que se avance…

Tengo 21 años de estar en la escuela de La Palma y nunca hemos vivido ninguna situación de violencia. Uno tiene estudiantes en el aula que han sido delincuentes, y así muchas cosas que uno no quisiera; los tentáculos de la drogadicción están entrando por todos lados, pero por lo menos no hemos pasado ningún episodio así, que tengamos que lamentar algo.

Lo que pasa es que hay chiquitos que no tienen límites, en su casa nadie les dice: “Vea, usted con esos pies ahí levantados, ¿podría bajarlos?” o “¿En su casa usted se sienta así?” o “¿En su casa tira la basura igual que aquí?”. “¡No, Dios guarde! Mi mamá me mata…” “Entonces aquí haga de cuenta que está en su casa”. Al final ellos terminan haciendo lo que hacen en la casa; si tirar la basura no les importa,  es parte de su formación.

Cuando yo empecé en La Palma teníamos una fotocopiadora, pero en mis años de iniciación yo tenía que hacer todo con esténcil, entintar el rodillo y tirar hoja por hoja. Ahora tenemos ese recurso, tenemos la impresora, tenemos el examen, lo imprimimos en el momento en que lo ocupamos. Eso nos ha ido agilizando.

Ahora uno ve niños de 3 años, niños de 2 años con un teléfono celular, así el chiquito no molesta, el chiquito está quedito, se porta bien. Pero ese chiquito solo pasa ahí metido en las redes sociales sin ningún tipo de control. Si nos enfocamos en la escuela, el niño no siente que ese sea un recurso para mejorar el aprendizaje, el teléfono es como para ver cosas que definitivamente no están en edad apta para verlas. La formación de los padres es “entre a redes sociales” y listo. En el teléfono existen cosas muy buenas que debemos aprovechar… Ahora yo utilizo mucho la inteligencia artificial, es un recurso que si le pido cinco preguntas de un tema específico, con tres respuestas incluyendo la correcta, lo monto y me lo da de una vez, ahí está listo el examen, eso agiliza mi trabajo. Pero el uso de las tecnologías se ha convertido en un distractor en las escuelas, y no debería ser así, debería ser un medio para aprender, un recurso.

Los estudiantes ahora no quieren pensar: vamos a hablar de X tema, digamos por ejemplo, vamos a hablar del viaje a la playa el fin de semana: ¿A dónde vamos a ir?, ¿por qué vamos a ir ahí, porque los papás lo imponen o porque a usted le gusta? Ellos no quieren pensar más allá de lo necesario y justo. Eso también les va matando la creatividad. Usted pone al chiquito sexto a hacer un texto. Grave: no camina, se queda paralizado.

En tercer grado yo me aprendí las tablas de multiplicar, mi mamá me las enseñó de buena forma, se sentaba conmigo y si se me había olvidado, ¡tome un coscorrón! Ahora los chiquitos salen de bachiller y si les pregunta por la calculadora, tampoco han aprendido a utilizarla, no saben ni encender ni apagar la calculadora científica. ¿De qué sirve que ellos tengan esa posibilidad? Me ha tocado trabajar con chiquillos muy interesados en aprender y he tenido que enseñarles el uso de la calculadora. Me ha tocado aprender, he tenido que recibir clases para que me expliquen eso, es la misma exigencia.

Chiquillos que tuve en noveno año de colegio hoy son profesores de matemática que llegan y me abrazan. Eso para mí no tiene precio; que lleguen con ese cariño, con ese amor,  “Profe, ¿cómo estás, cómo te sentís?” Para mí eso es lo principal. Nosotros nos vemos involucrados en cosas buenas y en cosas malas, o sea, nosotros no, sino nuestros estudiantes… Hay desde esa persona que es egresado de matemáticas del Tecnológico de Costa Rica, hasta gente metida en la delincuencia. Manejamos todos los ámbitos del éxito y del fracaso y en algún momento eso nos afecta.

Los padres de familia tienen que tomar conciencia de que la educación es una inversión y no, como dice el Estado, “gratuita y costeada por el Estado.”  Si nos atenemos a eso, no caminamos. Cuando usted necesita una impresora no hay recursos, porque en mi escuela había 30 millones que le depositaban hace 6 años; ahora le depositan 16. El presupuesto de la educación ha venido el declive, no podemos mejorar por más que los docentes queramos y si los padres no toman conciencia de que la educación es una inversión. Yo como padre tengo que invertir. ¿Vamos a seguir en esa precariedad? No es lo justo ni lo correcto. No sé qué pasa con el gobierno, cuáles son sus pretensiones, porque ellos hablan de apagón educativo, es muy posible, pero apagamos desde el presupuesto… De ahí para acá todo el asunto viene mal.

El año de la pandemia fue muy difícil, nunca habíamos vivido algo parecido, nunca habíamos estado con tanta limitación. Ahora, en la pospandemia, la gente se acostumbró a no hacer nada, la gente no quiere estudiar, los padres siguen justificando “que este chiquito, y que la pandemia y que la pandemia… ” ¡Ya eso pasó! Considero que ya debemos darle vuelta a la página y volver a poner los pies en el suelo, porque antes un chiquito hacía las tareas y pasaban aunque no supiera nada, era muy difícil decirle a un estudiante “Usted se va a quedar porque aunque usted hizo las tareas, no sabe nada.” Después se ha tratado de motivar al padre para que haga conciencia y sobre la participación que él debe tener… La pandemia ya pasó, o sea, no podemos seguir justificando, no vamos a arrastrar eso toda la vida. Considero que en esto hay que trabajar más en motivar al padre de familia, no hay otra salida.

Cuando yo ingreso al Ministerio, entrando nomás, me afilio al Sindicato Educadores y me afilio al Sindicato de ANDE. Me he identificado mucho con la ANDE porque no empezó como sindicato, empezó como asociación. Ahora, por el asunto de la firma de la convención colectiva, nos obligaron a pasarnos a sindicato. En un principio la ANDE estaba muy disconforme o no quería, porque la ANDE era única y exclusivamente de educadores, el resto de sectores que también pertenecen a la educación, como conserjes, guardas de seguridad, cocineras, en fin, no estaban… Cuando nos ponen entre la espada y la pared ‒o pasamos a sindicato o pasamos a sindicato, no hay de otra‒  la ANDE decide de hacer una afiliación masiva de todos los sectores de la educación. Todo ese proceso lo viví.  Cuando yo estaba recién llegado a La Palma aquí existía una asamblea, luego se cerró… Luego yo fui uno de los impulsores de que la Filial 6309 de la ANDE retomara el rumbo y volviéramos a estar activos ‒estamos hablando de todo el circuito escolar‒, entonces ya tomamos la decisión de volver a constituirla como filial.

Nosotros pertenecemos a la filial regional de Ciudad Nelly, había que nombrar un representante para la filial regional, entonces yo me postulo o me postulan, ya ni me acuerdo, porque yo estuve dos períodos, unos 6 años. El primer periodo estuve tres años como miembro de la Directiva Regional; empecé como fiscal y en el segundo (porque esto tiene vigencia de tres años, a los 3 años usted tiene derecho a una reelección), entonces la segunda vez volví a quedar. 

Las reuniones eran a las 6 de la tarde los viernes, y yo tenía que viajar de aquí a Ciudad Neilly, estar allá a las 6 de la tarde y salía del trabajo a las 4:40 de la tarde. Yo tenía un carrito y me iba disparado,  ese camino malísimo, y llegaba allá como a las 6:10, 6:15. A todos nos daban 5000 colones de viático, entonces yo dije: “Vean, yo vengo de largo. Aquí hay gente que vive a 300 metros; no es culpa de nadie, pero creo que debería haber un poquito de consideración en la parte personal, o sea, estos 5000 colones no me alcanza ni para la gasolina.“ Entonces decidieron pagarme 10.000, y ya me alcanzaba para ir y volver, por lo menos para el combustible.  

En algún momento entré de vicepresidente de la filial regional, terminé siendo vicepresidente. Ya nos daban un día al mes para que pudiéramos atender esa reunión. Entonces me iba temprano, iba a la reunión, salía en la tarde de allá, pero no tenía que correr los viernes como antes. Esa situación ha ido cambiando; ahora a las filiales básicas del circuito les dan una tarde para que se reúnan, no tienen que reunirse después de la jornada laboral, hemos ido ganando todo eso.

El año pasado fui delegado al Congreso de ANDE y al delegado por lo menos le dan los viáticos para que vaya tres días allá a San Antonio Belén. Yo no conocía el Centro de Convenciones de ANDE y ese año fui y conocí. Son más de veinte años de trayectoria sindical y creo este va a ser mi último año como afiliado activo de la ANDE.

En enero de este año me llamaron porque en ANDE siempre escogen dos escuelas para hacer la inauguración del curso lectivo, entonces el día de la inauguración del curso ANDE estuvo en La Palma, dieron una donación a la escuela de 400.000 colones y útiles escolares. Vino toda la plana mayor de ANDE, tal vez en reconocimiento al trabajo que he hecho a través del tiempo, eso fue lo que me dijeron.

Ahorita soy afiliado a tres sindicatos del Magisterio: APSE, SEC y ANDE, pero no pertenezco a ninguna directiva en ningún nivel, porque quise irme saliendo de esas cosas. Ahora la gente me pregunta, “Usted, don Albán, ¿usted qué sabe esto?, ¿qué considera usted de esto?” Eso es lo que uno se lleva. Siempre voy a la huelga con un sombrerón muy guanacasteco. No sé si seguir siendo afiliado, porque yo pienso dedicarme otras cosas que dejé pendientes

        Cuando mi esposa se pensionó, compramos una propiedad y construimos una casa grande en Río Claro, y ahí estamos. Ya desde el año pasado completo, como 2 meses del anterior y lo que llevamos de este, estamos allá y yo viajo cada día a La Palma. Ya firmé la solicitud para mi pensión, ya está en trámite.  Son 28 años en educación y nueve de la empresa privada; tengo 55 años de edad y desde que salí del colegio tengo 100 cuotas de la empresa privada más 28 años en el MEP, ya eso me acredita para retirarme… Me gustaría salir, conocer, aprender de lo que quiero hacer… 

En la parte familiar yo digo que me ha ido muy bien. Mis hijos estudiaron y tengo buenos hijos, quizás más de lo que uno se merece. Seguro que uno tuvo que haber hecho bien su trabajo, porque en resumidas cuentas nadie nos prepara para ser padres. Nosotros empezamos, nos graduamos, vino el nacimiento del hijo y después empezamos a estudiar. ¿Y con quién estudiamos? Con ellos mismos. 

De mis ocho hermanos soy el único que estudié, el único que es licenciado en equis especialidad. De los demás creo que uno es bachiller, otro está pulseándola con el bachillerato y ojalá le vaya bien… Pero a veces la misma familia tiene envidia, creo que pasa en algunos casos que sienten envidia de lo que uno es, pero no saben cuánto me costó. Nosotros tenemos dos casas, pero ellos no saben cuánto ha costado. A mí no me lo pusieron fácil, tampoco es suerte, en esto la suerte no funciona, solo en la lotería.  Gracias a Dios me encontré una esposa que también me empujó, porque nosotros empezamos bachilleres los dos.

De chiquillo yo no me visualizaba como educador, porque cuando me vine para el Sur venía recién salido del colegio. Nadie se puede imaginar cómo va a terminar su vida, hay cosas que jamás imaginé que me fueran a ocurrir. Mis tres hijos ya son adultos; anoche veíamos con uno de ellos que a la edad que tiene el mayor ahorita, fue cuando yo llegué a trabajar a La Palma: 35 años. Yo me devuelvo en el tiempo y me digo: “bueno, ¿cómo yo fui capaz de hacer esto?” Que mis hijos ‒o mi hijo mayor, el único que tiene hijas en el colegio‒ pueda decirles a ellas: “Vaya a estudiar a la universidad…” Que le ofrezca una carrera, que se hagan profesionales y vuelen como hemos volado todos…

Ahora que voy a pensionarme me gustaría hacer cosas de ebanistería; además trabajo en cuero y hay muchas cosas que aquí se pueden aprender.  Tengo sierra, canteadora, tengo máquinas portátiles casi todas las que ocupe. Lo que me hace falta ahorita en una sierra de cinta, nada más y una cepilladora tal vez, pero igual tengo un vecino que tiene cepilladora, entonces yo le pago la pulgada.  Hago estuches para pasaportes en cuero; si alguien me dice "quiero una faja", "quiero una billetera", "quiero un monedero", se lo hago, porque mi abuelo, el papá de mi papá, era talabartero allá en Nicoya, y yo le ayudaba a hacer ciertas cosas. En Sándalo hay un señor que hace cubiertas de machete, cubiertas de cuchillo, hace mecates, pero él reconoce que no es fino; yo hago todo eso, pero yo agarro una lija, agarro una crema que tengo, y empiezo a pulir. Tengo máquina para coser, pero todo eso está hecho a mano. No sé por qué me gusta el trabajo a mano, la gente dice que tal vez es herencia de mi abuelo.

Quiero dedicarme más a esas cosas y también a la bicicleta. Yo antes iba de La Palma hasta Golfito en bicicleta, 84 km, pasando por Chacarita y después entrando por La Gamba.  Otro día con mis hijos montamos las bicicletas en la lancha, bajamos Puerto Jiménez para irnos para La Palma… Me gustaría pasear, el tiempo que tal vez uno no ha tenido me gustaría compartirlo con la familia.

Mi hijo el mayor está sacando el bachillerato en la UNED. Ese ha sido siempre el talón de Aquiles de él, que estudie, que saque el bachillerato. Ahora está entusiasmado. Le he dicho a mi esposa que lo que quiero es comprar una propiedad, unas cinco o seis hectáreas, y ponerlo a él a cuidar toretes de engorde, ponerlo a sembrar pasto y ponerme a trabajar con él. Ahora tengo 55; a los 65 años, decirle: “La ley me prohíbe que yo trabaje, pero usted va a seguir con ese negocio y va a seguir produciendo para usted y para mí…” Porque ahora el empujón lo voy a hacer yo, pero el que esto se sostenga en el tiempo va a ser responsabilidad de él… Ahí podría poner el taller de ebanistería y hacer cositas de cuero…


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