Higuito de Desamparados
2 de marzo de 2024
Mi nombre es Lorena Zúñiga Arias. Nací en Santa Rosa de Río Nuevo ‒un pueblo situado como 11 kilómetros al noroeste de San isidro del General‒ en el cantón de Pérez Zeledón, en el año 1973. Mi papá nació en ese mismo pueblo, donde mi mamá todavía vive a sus 85 años y donde papá murió hace un año, a los 91 de edad.
Uno de los abuelos de mi papá fue don Patrocinio Barrantes,
fundador de Pérez Zeledón. Él y mi bisabuela Cristina cruzaron el Cerro de la
Muerte llevando a mi abuelita de 10 años; se afincaron en Pérez Zeledón y allá
mi abuela se casó y tuvo a mi papá y a sus otros hijos.
Mi mamá tenía tres años cuando sus papás se fueron para
allá desde Guaitil de San Ignacio de Acosta. Viajaron en avioneta porque ella estaba
muy pequeña, pero los hombres de la familia sí pasaron el Cerro arriando una
carreta con todo lo que llevaban para San isidro.
Mi mamá tuvo trece hijos, pero nosotros somos los
menores, entonces crecimos más juntos. En una familia tan numerosa había
hermanos más afines, ¿verdad? Después de mí hay tres hermanas más. Cuando
nosotros éramos chiquillas, ya los hermanos mayores estaban casados y trabajando
en la finca.
Mi papá fue ganadero y agricultor y mi mamá siempre fue
ama de casa. Ambos llegaron hasta tercer grado en San Isidro. Los dos firmaban,
leían, eran muy inteligentes y analíticos. Mi papá siempre llevó las cuentas de
la finca. Para ellos era muy importante que nosotros estudiáramos y eso fue una
motivación. De hecho, los primeros libros de literatura que leí, como Doña
Bárbara y Marcos Ramírez, fue porque estaban en la casa, eran los
libros que habían leído mis hermanos.
Las fincas de papá eran cafetales, pero también había caña de azúcar para
el uso de la casa. Mi papá molía caña y a menudo nosotras pasamos el día en el
trapiche. Mi papá me ponía a arrear los bueyes, a veces hacía viajes en la
carreta para llevar madera o leña y yo iba con él. Mi papá contrataba gente
para que cogiera café. ¡Siempre había gente diferente en la finca! Nunca nos
faltó nada y tuvimos unos buenos ejemplos de gente trabajadora.
En la finca
jugábamos todo el día, íbamos a la escuela y ayudábamos a mi mamá en algunas
cosas. Jugábamos de todas las rondas infantiles, ambo y esas cosas, íbamos
a la quebrada, porque cerca de nuestra casa había una quebrada… Teníamos mucha
libertad, mi mamá a veces ni sabía lo que estábamos haciendo. A mis abuelitos
no los conocí; a veces pasaba uno que otro tío que vivían por ahí o los visitábamos,
y en épocas de cogida de café venían a la casa. Que me acuerde, además de
nosotros, en la finca solo estaban los hijos del peón, que eran nuestros
amigos, pero no mucho. Nosotros ayudábamos en las cogidas, pero papá nunca se
aprovechó de nuestra fuerza laboral, por ejemplo, yo iba a coger café y él me
pagaba.
Recuerdo cosas muy lindas de la infancia, como cuando
mi mamá me mandaba a dejarle almuerzo a mi papá y yo llegaba con el almuercito
y me sentaba con él y lo acompañaba. Él almorzaba, yo recogía y me devolvía.
Fui a la escuela de Santa Rosa. Entré a los cuatro años
a preescolar en el 78, cuando se difundió mucho la enseñanza preescolar. Ese era
el primer kínder que había allá, entonces no sé si por necesidad de alumnos o qué, fui la primera vez a los cuatro años y luego otro año al kínder. Entonces
cuando fui a la escuela yo ya sabía leer, leía Paco y Lola y tenía un montón de
libritos en la casa. Y casi sabía escribir, bueno, mi nombre, y algunas
cosas… Recuerdo bien que un día le
pregunté al maestro por qué unas letras eran más grandes que otras, y él me
explicó lo de las mayúsculas… Nunca se me olvidó, recuerdo exactamente ese momento. Siempre tuve a ese maestro, porque como era un pueblo,
generalmente ahí iban varones. Nunca tuve una maestra, solo la que me daba
religión, que era la única materia especial. Una temporada tuvimos maestro de
música, educación física y manualidades, pero las hacíamos con el maestro. Él
nos daba primer grado, una daba segundo grado y otra tercer grado, y por
la tarde otra daba cuarto grado y quinto… Era horario alterno.
Viví en la finca como hasta los doce años, cuando mis
papás construyeron una casa en el centro de Santa Rosa. Como éramos tantos hermanos, la casa tenía seis
cuartos, parecía un hotel. Estaba frente
a un río en el que aprendimos a nadar. A
veces desearía que mis hijos vivieran esas cosas, porque ahí uno aprende a ser
creativo, a intentar cosas, a inventar juegos, a inventar modos de ganar con
astucia alguna cosa a los hermanos…
Entré al Liceo UNESCO
en 1986. Para ir al colegio nosotros no podíamos ir de
la finca, porque en aquellos años salía un bus de Santa Rosa a las 6 de la
mañana, otro a las 12 del mediodía y otro a las 4 de la tarde, entonces mi papá
nos pagaba un apartamento en el centro de San Isidro. En una época viví con mi
hermana Janet, que vivía cerca de San Isidro y viajaba caminando con mis amigas
al cole; después alquilamos un apartamento. Mi hermana Estela estaba en los
últimos años del cole y ella me ayudó a instalarme en San Isidro, pero como teníamos
hermanos que ya habían estudiado antes, el “modus operandi” de ellos también era
el de uno… En el apartamento vivía con mis hermanas Estela y Miriam; mi hermano
Rafa ya estaba en la universidad. Mi papá siempre quiso que mi hermano Rafa, uno
de los mayores, estudiara, y después mi hermana Miriam comenzó a estudiar en el
colegio nocturno, mientras en el día ella estudiaba en el INA. Eso nos ayudó
mucho a los demás también.
Irme para San Isidro fue un gran cambio, pero yo lo veía
como como parte de la vida, porque yo no me iba a quedar en Santa Rosa, yo
tenía que estudiar y estudiar implicaba eso. El hecho de estar lejos de la mamá a uno lo
independiza, lo hace más autónomo. A veces me pongo a pensar en los chiquillos
de ahora que no viven ninguna de esas cosas y tal vez crecen con más
dependencias. Con menos necesidades, porque a veces uno tenía que hacerse la
comida, no solo comprarla, también prepararla, y resolver las cosas que uno
ocupaba ‒comprarse su champú, su jabón, sus zapatos, etcétera‒. Aunque mis
papás siempre nos dieron la plata que necesitábamos, desde la época de la
adolescencia una tenía que organizarse.
En esa época empecé a leer. Una hermana llamada Merce
me decía que quería estudiar literatura y yo también comencé a interesarme por
la literatura. Ella me motivó. Comencé a leer; yo leía y leía y cada vez me
enredaba más, porque leía sola y leía un libro de por allá y otro de por acá, y
me preguntaba cómo sería estudiar eso, qué estudiarían.
No me veía como profesora de español, pero sí estudiando
literatura. Desde chiquilla sabía que iba
a ser profesional, y como en tercer año del cole ya quería estudiar literatura y
leía Murámonos Federico y Mi madrina, todas esas cosas. De las
lecturas colegiales me acuerdo de El sombrero de tres picos. Leí Don Quijote
en décimo año y después lo he leído un montón de veces más… Por ahí tengo
libros que eran de mis hermanos como Juan Varela, como El moto,
que aún uso con mis estudiantes.
Mientras estudiaba en
San Isidro hice buenas amistades, hay amigos de
aquella época que todavía conservo. También tuve mis noviecillos y a veces me
acuerdo… Ahora, con mis hijos y mis estudiantes adolescentes, recuerdo y revivo
algunas cosas. Por ejemplo, es muy difícil la convivencia social con los
diferentes grupos, porque cuando uno es adolescente a veces hace o asume
comportamientos que son como de inmadurez, de presión social. Creo que todos los
hemos tenido; esa es una etapa dura y difícil. Por ejemplo, yo nunca me he
maquillado, pero en el colegio me maquillaba porque uno entra como en una en
una crisis de identidad en la que uno va en contra de lo que le digan. Y como
el reglamento del colegio lo prohibía, pues entonces yo me maquillaba. Un día
le contaba eso a mis alumnos: “que las faldas por dentro y si no, una boleta”.
Eso hacía que uno como adolescente se rebelara. Pienso que es normal. Más bien,
cuando veo un adolescente que lo acepta todo, me digo que ahí hay un problema.
Cuando estaba en noveno año se instauró el examen de
bachillerato y me quedé en Matemática porque tenía un profe que no era nada
bueno. Pasé las otras materias de lo más bien. Me acuerdo que hice un dictado y
que hice redacción, pero matemática me costaba y no tenía buenas bases y mi
profesor no era bueno. Por eso me gradué en el 91, debí haberme graduado en el
90, pero tuve que hacer matemática en el 91 para graduarme.
En el 92 empecé Estudios Generales en Pérez Zeledón,
pero allá no daban la carrera de Español, entonces me vine a San José a
estudiar literatura. Mi hermana ya estaba en la universidad ‒dos de mis
hermanas estudiaron educación; una ejerció y otra se acaba de pensionar‒. Mi
hermana Miriam, la que estudiaba en el INA y además estaba en el nocturno, ella
estudió Educación, pero no ejerció. Trabajó como maestra de religión, no en
docencia. Otra de mis hermanas sí trabajó y se pensionó con la ley vieja, antes
de cumplir 50. Mi hermano Rafa también fue docente. Hay gente que me pregunta por
qué tanta gente de mi familia estudió docencia. Actualmente mi hermano menor,
Alex, es profesor de Estudios Sociales en el colegio de Buenos Aires de
Puntarenas. Mi hermana Irma estudio también Estudios Sociales, trabaja en el
Colegio de San Pedro de Pérez Zeledón. Ahora somos nosotros tres los que
estamos en educación, pero otros ya se pensionaron. Mi hermana Estela se
pensionó, mi hermano Rafa se pensionó; mi hermano Pedro estudió Medicina, y mi hermana Tita es maestra unidocente.
Todos nosotros hablamos de educación y sabemos cosas de educación. Mi hermana Merce estudió Salud Pública y vive en Estados Unidos donde trabaja como salubrista para el gobierno, con un programa de los Seguros del Estado. Aquí ella estudió Trabajo Social y planificación, allá estudió salud pública. De los hijos, casi todos estudiamos, y los que no lo hicieron se dedicaron a la finca o tienen otros medios para vivir… Además, a los que no estudiaron mi papá les dio doble herencia, les dejó más tierra, y nosotros lo aceptamos sin ningún resentimiento de nada.
Me vine a San José de dieciocho años, a Desamparados. Tenía una amiga que me buscó un
cuarto y me recomendó y así alquilé un cuartito y me gustó. Creo que ya soy desamparadeña.
Vivía en Desamparados y viajaba todas las mañanas a la
Universidad Nacional. Los primeros años entraba a las 7 de la mañana, llevaba
Lingüística y Literatura y no había matriculado nada de Educación, no sé por
qué… Después de algunos años empecé a llevar cursos de Educación, pero siempre
un poquito desfasada, porque era un horario distinto y en otra escuela.
Vivía sola en un cuartito y viajé en bus desde Desamparados hasta
Heredia como hasta el cuarto año, cuando saqué el bachillerato universitario. Después,
cuando me matriculé en licenciatura, las clases eran en la noche, entonces iba
de seis a nueve de la noche y ya para los últimos cursos que llevaba me había
comprado un carrito.
En la época de la universidad me dediqué a estudiar,
fui súper disciplinada. De hecho, un año me dieron el título de Mejor Estudiante porque mi promedio era muy bueno pues lo que estudiaba me gustaba. Cuando saqué
el Bachillerato en la Enseñanza en el CIDE, ya iba a la universidad todas las
noches. Fue una época muy motivadora. Como no estaba trabajando en el día, yo llevaba cursos que no eran ni
parte de la carrera, por gusto o interés… Después los programas cambiaron mucho;
entonces eran semestrales y cambiaron a cuatrimestres.
En esos años hubo como un plan de emergencia porque no
había profesores de Español; la gente trabajaba entre semana y estudiaba los
sábados. Toda esa generación de profesores nuevos surgió mientras yo estaba
estudiando, tuve profesores buenísimos como María Eugenia Villalobos que nos daba
gramática. Ella trabajaba ad honorem para que no nos mezcláramos con los
que solo iban a estudiar los sábados, porque decía que eso era “como cocinar algo en microondas”. En esa época, en la
Escuela Literatura sí había un pleito entre los que venían y ya estaban
trabajando y nosotros que llevábamos ahí metidos hacía muchos años, pero nunca
tuve ni el anhelo ni la necesidad de salir a trabajar (como en este momento que
la gente me pregunta cuándo me voy a pensionar… No lo sé). Igual en esa época
ya había gente que se iba a trabajar con el bachillerato, y yo seguía ahí
metida, estudiando.
Después, ya con la Licenciatura en Literatura ‒porque había
que escoger entre Gramática, Literatura o Lingüística, pero a mí la Lingüística
no me gustaba como para estudiarla‒, me puse a buscar trabajo.
Me fui primero a Pérez Zeledón. Mi papá me dio un
montón de consejos; como los señores de antes me dijo que ahora que yo era profesional
y que iba a trabajar, que me fijara muy bien con qué hombre me iba a meter, porque
hay hombres que solo se iban a fijar en mí para que los mantuviera. Yo tenía entonces
24 años, y estando donde mis papás me llamaron.
El año anterior se había abierto el programa de tele
secundaria y ocupaban un profesor de español para la tele secundaria de Los
Ángeles de Páramo… Se lo conté a mi papá y mi papá me dijo que le parecía muy
bien, porque Los Ángeles de Páramo es por la misma zona, pero en las montañas.
Respondí que sí me interesaba, fui a una entrevista y
me dijeron que era un programa nuevo que el presidente Miguel Ángel Rodríguez
había instaurado, lo habían traído de México y requería una capacitación como de
15 días antes de empezar a trabajar. Otra vez me vine para San José para la
capacitación, pero tuve que irme donde una amiga porque yo no tenía dónde vivir
entonces. Iba todos los días al CENADI, que es el Centro Nacional de Didáctica
que quedaba allá por las instalaciones del periódico La República; me dieron
capacitación en evaluación, porque era un sistema de evaluación diferente, me
dieron capacitación de talleres, me dieron capacitación de todo, porque yo iba
a ser profesora de todas las materias.
Aquella época en Los Ángeles fue muy bonita, mi primera
experiencia con estudiantes. Tenía
alumnos muy humildes, muy lindos, muy trabajadores, gente del campo. Algunos
iban a caballo y lo dejaban amarrado al frente mientras recibían clases. Era el
segundo año que funcionaba la tele secundaria y al principio trabajamos en un
salón comunal. Yo era profesora de Física, profesora de Matemática y de Español,
y había un compañero que daba Química y Estudios Sociales, porque siendo un
programa mexicano, se requería adecuar los contenidos, también el de Español,
para adecuar la literatura.
Yo me sentaba a planear con un libro de lectura y un
libro de trabajo --los chiquillos tenían ambos libros-- y había un cassette con vídeos grabados en México, con chiquitos de México, donde se explicaban,
por ejemplo, las ecuaciones. Ellos planteaban como situaciones problemas entre
ellos, y luego yo como profesora les explicaba ese contenido. Y así venía por
módulos y lecciones.
Las lecciones era
presenciales, todos los días, pero se llamaba “telesecundaria” por la
distancia, en el sentido de que se llevaba la secundaria a lugares de difícil
acceso y se llevaba a través de la tecnología, pero ellos iban al lugar.
Ese año me fui a vivir al pueblo, porque para entrar y
salir duraba como dos horas. Entraba los lunes con un señor en un Toyota Land
Cruiser y yo le pagaba como dos mil pesos y me quedaba en la casa del maestro
que proveía la comunidad, bien acondicionada. Ahí había una Casa del Maestro
que compartíamos varias personas; había un área común, pero cada uno tenía su
habitación.
Fui la primera profesora que llegó. Ahí siempre habían
trabajado varones y mi compañero era varón. Eso sí me caló, llegar a trabajar a
un pueblo donde nunca habían visto a una mujer profesional. Hasta podría
decirse que sufrí violencia de género, porque por ejemplo, siento que el señor
de la Junta de Educación a veces me sentía incapaz. Recuerdo que un día me preguntó
si estaba el profesor; yo le dije que no estaba y le pregunté si podía ayudarle
en algo. En la U, yo estaba acostumbrada a hacer proyectos y tesis y demás, y
él me dice: “no, es que ocupo redactar una carta. ¿Usted sabe redactar cartas?”
Eso es un ejemplo. Además, como llegué como mujer sola, no me faltaban los “novios”,
y claro, el acoso, por ejemplo que me robaran mi ropa interior… Me hice amiga de señoras del pueblo, me hice
amiga de familias, de modo que si por ejemplo el maestro o el profesor tenían
que ausentarse, yo no me quedaba ahí sola, me iba a donde una familia o alguna
señora mandaba a una hija para que se quedará conmigo.
La gente ahí es muy linda, muy bella, pero de los
hombres sufría cosas. Por ejemplo, un día le llamé la atención a un alumno, entonces
él me dijo: “profesora, usted debería estar barriendo como a todas las mujeres”.
Yo le dije que en esos lugares hacía falta educar en el género y tal vez le di una lección de vida.
Había seminarios en la universidad a los que yo estaba
acostumbrada a asistir, pero ahora era imposible porque implicaba un día para
salir y otro para regresar. Entraba los
lunes y salía los viernes, cuando me iba para donde mi mamá. Entonces llegó un
momento en que me agoté y pedí traslado para otra tele secundaria, porque el
sistema me había gustado y teníamos proyectos muy bonitos.
De hecho, como a los dos años de que me vine de ahí, se
construyó el colegio, una infraestructura nueva con sus aulas, su dirección.
Nosotros trabajamos con lo mínimo. Había una impresora de aquellas en las que uno
le metía las hojas con huequitos que sonaban cuando iban imprimiendo, una
impresora de puntos creo que se llamaba.
Me vine a decirle a don Raúl, que era el señor
encargado del programa a nivel nacional,
para que me ayudara a irme a otra tele secundaria que estaba cerca de
Rivas de San Isidro, y don Raúl me hizo una carta y me dijo que fuera con ella al
MEP. Llegué a la Dirección Regional de Pérez Zeledón con la carta y me atendió
una señora que me trató muy mal. Me regañó, me dijo que yo debería darle
gracias a Dios por tener trabajo, pues había mucha gente sin él. Me enojé, le dije que yo no le estaba pidiendo
un favor, tal vez le falté el respeto, pero que esa carta y mis credenciales me
daban la posibilidad de trabajar en otra tele secundaria, y entonces ella dijo:
“saquen a esa muchacha de aquí porque yo no la quiero ver”. Y yo me dije, “¿ahora
qué hago”, porque ya no tenía trabajo en Los Ángeles.
Entonces hablé con un amigo que era director de un
colegio privado aquí de Desamparados. Él me dijo que podía ayudarme a conseguir
trabajo en el MEP, se ofreció a contactarme con la Regional, pero también me
ofreció ir a trabajar al colegio que dirigía, donde faltaba un profesor de
Español.
Entonces era el año 1999 y me vine otra vez para
Desamparados y comencé a trabajar en el colegio San Michael, donde estuve hasta
el año 2017. Puede decirse que mi formación de docente fue ahí.
En esa institución está el kínder “Tió Conejo”, que
tiene más de 40 años. Después se hizo la escuela y después se hizo el cole ya
de la misma población, casi como una necesidad del cantón para ese tipo de
personas que querían que los chiquillos fueran bilingües y no tuvieran que
viajar mucho hacia otros colegios. Es un
colegio católico. Existe una
asociación que se llama Anadec de Asociación Nacional de Colegios Católicos a
la que ellos pertenecen. Organizan campeonatos deportivos de Anadec, como para
proteger a los chiquillos, no sé. Los alumnos son de clase media, generalmente
hijos de profesionales, hijos de gente que estudió y que puede pagarles el
colegio.
Yo trabajaba en el colegio; llegué cuando tenía hasta
décimo año, aún no había quinto. Desde entonces ha habido muchos cambios; por
ejemplo, hubo una época en que había tres grupos de cada nivel, ahora de algunos
hay dos y de otros tres, porque el costo de vida ha hecho que muchos papás
cambien a sus hijos a otra institución.
Me interesaron mucho los programas de estudio del colegio,
porque se trabaja con los programas del MEP pero también teníamos “libertad de
cátedra”; entonces inventé darles ortografía por aparte, y los chiquillos respondieron
muy bien. Me hice “profesora estrella”, por decirlo así. Me sentía realizada.
En el Saint Michael a nosotros nos evaluaban y también los estudiantes nos evaluaban y
esas evaluaciones eran tan importantes que de ellas dependía casi que el
trabajo de uno. Entonces, comenzando ‒yo entonces ni tenía hijos‒ me evaluaron,
seguro muy realistamente y la evaluación decía que yo me burlaba de ellos, que
les hacía sarcasmo y que no tenían confianza para hablar conmigo. Fue una gran
lección para mí, porque esa es la profesora que uno no quiere tener. Aprendí a
ser consciente; cada vez que iba a decirle algo a algún estudiante, me
preguntaba si le estaba faltando el respeto como persona, porque a nadie, a
ningún ser humano, le gusta estar en un lugar o con una persona donde no se
sienta respetado. Mis hijos me ayudaron mucho; hasta aprendí a ver casi en cada
chiquillo, una situación: si fuera mi hijo, ¿qué pasaría?
En el 2004 conocí en el mismo colegio al que sería mi
esposo y el papá de mis hijos. Él trabajaba ahí en el proyecto de matemáticas,
porque en ese colegio daban matemáticas más avanzadas, cálculo y esas cosas. Él
es ingeniero electrónico; en esa época estaba terminando su carrera y, aunque
no era docente, trabajaba dando esos cursos en universidad. Después siguió
trabajando en la Universidad de Costa Rica con cursos de la Escuela Ingeniería Eléctrica
y en el colegio, donde estuvo como cuatro años.
Yo tenía un Bachillerato en la Enseñanza del Español y
trabajando ahí comencé a estudiar los sábados en una universidad privada para
sacar una Licenciatura en la Enseñanza del Español. Fui a la Universidad de las
Ciencias y el Arte, ahí saqué la licenciatura, aunque yo no la ocupaba. Fui
para aprender, no solo para tener un título. También saqué una Licenciatura en Evaluación
de los Aprendizajes. Entonces ya tenía tres licenciaturas y siempre iba a
capacitarme, el colegio me dio la oportunidad inclusive de ir a España a un
colegio hermano que tenían para aprender algunas cosas de las metodologías
interactivas. Trabajando ahí fui a muchas
capacitaciones. Ahí se les daba los chiquillos un programa de lectura llamado Progrentis,
que incluye lectura y razonamiento.
Ahí hay profesores de mucho renombre, todos son
graduados, la mayoría pertenecen a COLIPRO. Hay una asociación solidarista en
la que uno va ahorrando, y cuando yo me fui me dieron casi tanto dinero como si
me hubieran echado.
Mis hijos estaban planeandos, yo quería tenerlos después
de que me graduara. Cuando ellos nacieron, yo tenía mi apartamento, tenía mi
trabajo, tenía un poco de estabilidad. Nacieron en una familia tradicional. A
mí me dieron un cambio, un vuelco. Con ellos he vivido cosas muy lindas y me
gusta llevarlos a lugares bonitos. Subimos el Chirripó cuando tenían 10 años y
12 (porque tienen dos años y 8 meses de diferencia). Este año fuimos a Europa,
ellos nunca habían ido a Europa y les encantó. Me realizo mucho también como
mamá, pero no soy una mamá absorbente, como de estar llamando a ver si vienen
hoy o si vienen mañana, pues tienen cuarto donde el papá y también en mi casa.
Trabajé en ese colegio 17 años, coordinaba evaluación,
coordinaba materias especiales, daba clases de Español y coordinaba también la
cátedra de los profes de Español. Ahí estudiaron mis hijos, becados por ser
hijos de una funcionaria. Mis hijos estaban ahí desde los dos años, en “Tío
Conejo” en maternal, prekinder, kinder, preparatoria… Después pasaban a
primaria y a secundaria, y para mí era una gran cosa tenerlos cerca.
En el 2016 una amiga me contó que había un concurso en
el MEP. Entonces yo me dije que tenía el “MT6”, que es importante, y un buen expediente
de cursos adicionales de capacitación, porque yo siempre iba a los cursos en la
UCR; daban capacitación para docentes y yo le decía a la directora que quería
ir a un curso de tal cosa y la institución me lo pagaba. Para mí fue algo muy, muy bueno.
Y en el 2018, cuando ya mi hijo iba para el colegio, me
dieron propiedad en el MEP. Fue un poco triste, no sé cómo decirlo. Yo era una
de las profesoras de confianza y ayudaba ahí en un montón de cosas, Incluso el Padre
me ponía a ponerles la cruz de ceniza a los alumnos, porque había esa gran fila
de chiquitos en la misa y el padre me pedía que le ayudara en eso o a hacer la Consagración, yo hacía de todo, pero cuando en un colegio privado usted ya no
sirve, simplemente le dicen “¡Chao!”
Me fui en el 2018, cuando me dieron propiedad en el MEP.
Ese año llegué al Colegio Rubén Odio, donde había ocho compañeros de español,
un departamento grandísimo, y más de 2,500 estudiantes en total. En la
actualidad tengo ahí 40 lecciones en propiedad y cinco interinas, que es lo
máximo que un profesor puede tener. El
MEP tiene como directriz que para abrir un grupo tiene que haber como 30
estudiantes mínimo, y yo tengo nueve grupos, son como 270 alumnos, y este año
solo trabajo con décimos años.
Para mí, que estaba acostumbrada a un colegio con una
población de 300 o 400 estudiantes, era algo grandísimo, algo diferente. Hay estudiantes
con muchas necesidades de toda índole, sobre todo de índole económica… Por
ejemplo, donde yo trabajaba pedía un libro y al día siguiente los estudiantes
lo tenían ahí; aquí los chiquitos te dicen: “Profe es que compré las copias y
me tuve que ir a pie hasta mi casa”, y yo: “¿Dónde vive usted?”. “En Aserrí”. Hay
chiquillos que en el aula los tenía casi descompuestos, “Profe, es que hoy no
pude comer por tal cosa”. Bueno, pues uno los manda al comedor estudiantil y
trata de ayudarles a conseguir una beca o algo. Ahí he tenido la oportunidad de
aportar al sistema educativo con toda la experiencia que he tenido en el campo
académico
Acostumbrarme fue difícil, porque ahí se pierden muchas
clases: que la huelga, que la pandemia… Pero bueno, la pandemia fue otra
cosa.
En esos años hubo una huelga; nunca estuve afiliada a ningún
sindicato, en la actualidad tampoco. Entonces no fui a la huelga. Yo me quedaba
trabajando con los grupos que citara el director. No estaba acostumbrada a que
no hubiera clases, entonces la mayoría del tiempo estaba en mi aula o en la sala de profesores. En el colegio
Saint Michael yo tenía una biblioteca, tenía mis cosas donde los chiquillos podían
buscar. En el Ruben Odio el aula la comparto, a veces tengo que barrer o
limpiar, cosas muy comunes. Yo estaba acostumbrada a trabajar con aquellos
programas enormes, aquí tuve que aprender hasta a priorizar contenidos, porque
llevar a la práctica lo que está en el papel no es tan fácil en el MEP.
Este año (2024) se cambiaron programas; también en 2019
se cambiaron los programas. Los cambios
de gobierno han sido fatales porque proponen cosas… Yo trabajo lo que me digan.
Si la Directora me dice: “Lorena hay que hacer tal cosa”, yo la hago. No sé los
compañeros en todo el colegio, pero a pesar de todo a mí me gusta el sistema. A
veces, eso sí, quisiera tener más tiempo para trabajar con mis alumnos.
En los dos colegios los estudiantes son adolescentes
con necesidades de todo tipo, sobre todo afectivas; tal vez aquellos no tienen necesidades económicas, pero tienen otras. Aquí son chiquillos que aprenden igual que como
aprendían aquellos. Intelectualmente tienen las mismas capacidades, pero no las
mismas oportunidades. Del colegio
privado salen mejor preparados porque reciben más lecciones, porque
nunca se pierde una clase… Por ejemplo, ahora aquí en Desampa los martes
y los jueves se va el agua. La bomba y los tanques del colegio alcanzan solo
para la mañana, de modo que los de la tarde no tienen clases. En cambio mi hija
que está en el Saint Michel, ella ni cuenta se da de que no hay agua. ¡Eso es
lo que hace la diferencia! No la calidad profesional. Hay otros factores…Por
ejemplo, en el colegio donde actualmente trabajo hay grupos que no pueden recibir
todo el horario seguido, entonces tienen cajones, como que de una y media a dos
y veinte tiene libre, por ejemplo. Entonces hay chiquillos que después de eso
ya no regresan a clases, se quedan por ahí o se escapan, y como es un colegio
tan grande, no es tan fácil controlarlos. Pienso que la calidad académica está
muy mediada por este tipo de cosas, pero la calidad profesional de mis
compañeros es indudable.
El aprendizaje es exactamente igual: las expectativas
son las mismas, todo lo que uno les enseñe, ellos lo aprenden… ¡Pero qué
difícil cuando el alumno no va a clases! Ahí hay debidos procesos por
indisciplina, y los chiquillos se retiran de clases como un mes, un tiempo
largo, mientras hacen el proceso los retiran para hacer el el estudio, y luego otro
tiempo adicional ya como parte de una sanción. Entonces hay alumnos que cuando
llegan de vuelta, uno tiene que ver cómo les hace una adecuación, pero ya ellos
no van a aprender igual… ¡Eso es lo que hace para mí la diferencia!
En el Rubén Odio hay chiquitos que vienen de
Torremolinos, un precario; mamás que me cuentan que su hijo solo come lo que le
dan en el colegio. Una vez que tenía unos alumnos que no llegaron a hacer
examen, dos hermanos, yo le pregunté a la mamá el motivo y ella me explicó que
no tenían para pagar los pasajes del bus. Hay chiquillos que no compran el
libro o la lectura que estamos haciendo porque no tienen plata para comprar las
fotocopias…
Hay chiquillos que llegan a hablar con una y le cuentan
cosas de maltrato familiar, cosas así. Y es triste porque en esos casos una de
tiene que ir y hacer un proceso, no se puede quedar callada. En el cole ha
habido problemáticas de violencia y de drogas, hay un lugar al que le dicen “el
callejón de la puñalada”. Ahora hay mucho control de eso, porque al menos en
este colegio hay un convenio con la Policía. Es muy común ver policías con
perros, van al cole y entran en algunas aulas y los perros olfatean. Entran aleatoriamente
a cualquier aula o la administración
les pide que vayan a alguna porque hay sospechas… Se llama a los papás,
encuentran algo, hacen pruebas anti doping… Uno trata de no meterse mucho como
profesor, porque eso no nos compete, eso es algo puramente administrativo.
En los primeros años en que trabajé aquí, tenía un
alumno que llegó con golpe en la cara y yo estaba dando clases. Vi que estaba
golpeado y me le acerqué y le pregunté qué le había pasado, y me explicó que él
le compraba marihuana a unos muchachos, pero había decidido no volver a fumar y
ya no les iba a comprar más, y como respuesta ellos lo prensaron y lo golpearon.
Los muchachos tratan de que esas cosas queden entre
ellos, pero si a uno como profesora se lo cuentan, no puede quedarse callada,
tiene que hacer el reporte de lo que escuchó y pasárselo al profesor guía, al
orientador, y que ellos se encarguen.
El MEP tiene un montón de protocolos para estas
situaciones y a veces en las reuniones se explican, por ejemplo el protocolo de
violencia: qué se considera agresión con arma blanca o ese tipo de cosas,
todo está escrito. A veces en los consejos de profesores o en las reuniones de
personal se trabaja algún producto y lo exponemos, en tal parte se dice tal
cosa en la otra esto. Nosotros sabemos; cuando se activa algún protocolo ningún
alumno sale del aula aunque toquen recreo, uno permanece con ellos y los que
están libres se van a la biblioteca donde hay un profesor o el bibliotecario
los cuida.
Nunca he tenido que resolver una situación de violencia
en mi aula. Como adolescentes, ellos se pelean por cualquier cosa ‒que le dijo
que el bulto, que le dijo tierrosa, que le dijo…‒ y a veces se agarran a
golpes. Eso ha disminuido mucho, pero aquí fue donde vi por primera vez a chiquillos
con esas conductas de que no aguantan nada…
A veces yo aprovecho la literatura para hablarles de
eso, de los comportamientos, de cómo uno tiene como que vivir por uno y no por
los demás, y que si los demás hacen tal cosa, el problema de ellos, no de uno.
Ellos me dicen: “profe, pero uno no se va a dejar“.
Una vez se agarraron dos chiquillos al salir de mi
aula, pero ya era el recreo. Yo ni fui porque no tenía a cargo la vigilancia en
ese momento. Después los chiquillos me contaron que mientras yo daba la clase
el pleito se estaba fraguando porque una le dijo a otra algo del maquillaje, tonteras
así, sin mucho sentido, y yo no me di cuenta… Y entonces ya fueron expulsadas
las dos… Bueno, no expulsadas, porque se van para la casa para hacer el debido
proceso, que es el estudio con los papás, se llama a los papás, se entrevistan,
y luego el docente guía y el orientador toman la decisión, siguiendo el
reglamento, de cuál es la sanción para ese tipo de falta.
En cuanto a las cargas administrativas, yo he tenido
cargas más grandes, el doble o tres veces más grandes, en el programa de tele
secundaria y en el colegio privado. Ahora hago mi planificación mensual; cuando
comencé a trabajar eran planes semanales, eso descarga mucho. El plan lo mandamos en un correo electrónico a una carpeta del MEP
a la que tiene acceso también la directora. Es como un control cruzado que
tenemos, pero es normal que un docente tenga que hacer su plan, desde mi punto
de vista eso no es una carga académica.
En cambio, lo de la adecuación curricular sí puede ser
cansado. Una “adecuación no significativa” es cuando el estudiante trabaja
lento y hay que explicarle más, por ejemplo, o se tiene que sentar adelante o hay
que hacerle la letra de las evaluaciones más grande o tiene alguna situación
psicológica como ansiedad o cosas así. Uno tiene que estar pendiente. Pero cuando es una adecuación significativa, que
ya es asociada con la parte intelectual, hay que adecuar los ejercicios, hay que
evaluar diferente, eso sí requiere más, porque según la ley número 7.600, uno tiene que
tener evidencia de que uno está aplicando la adecuación.
Actualmente tengo en décimo tres alumnos con adecuación
significativa y a cada uno hay que darle seguimiento. En el colegio hay una
persona encargada de la adecuación curricular, y ella siempre está pidiendo actualización
para el expediente de esos alumnos, o llega a preguntar: “¿profesora, qué está
trabajando con tal estudiante?”. Hay una profesora de español, específicamente,
que ella llega a mi clase para atender a tal estudiante, porque está
nombrada para eso, para trabajar con ellos.. Además de lo que se está haciendo
en el aula, está ella.
A veces en evaluación piden cosas que resultan
cansadas, por ejemplo, un diagnóstico. Uno como profesor sabe que basta una
pregunta que yo le haga a un estudiante para saber qué nivel tiene ese alumno
en esa materia, no ocupas hacerle un examen y menos a principio de año y menos
entregar una tabla con todos las
rúbricas de lo que yo evalúe en el resultado… Esa es la parte cansada y
hasta sin sentido. Cosas que sí tienen sentido son evaluarlo, calificar su
trabajo cotidiano con ética, llevar la asistencia --si la asistencia tiene un
valor, hay que llevarla--, hacer los planeamientos, llevar orden en la minuta ‒qué
hice hoy, qué me falta‒, todo eso me parece normal. Entonces yo sinceramente no
siento que haya tanta carga administrativa.
Con mis estudiantes me siento bien. A mí no me no me
cansa trabajar; yo no digo “ojalá que hoy se vaya el agua y no haya clases” cuando
estoy dando clases, me siento realizada. En la parte administrativa me
acostumbré a trabajar sola.
Yo creo, y así se lo digo a mis amigas, que hay
jefaturas y que las jefaturas tienen una función. Si a mí la directora me llama
la atención porque llego tarde, y he llegado tarde, ¿qué puedo hacer? No me voy
a enojar, no voy a demandar a la directora por acoso. Hay personas a la defensiva siempre, “que la
directora dijo”, y sienten que es algo dirigido a ellas… Yo me alejo un poquito
de estas cosas para que no me afecten, porque de tanto oírlas, uno hasta podría
terminar creyéndolas
Entre los docentes falta motivación e interés. Algunos
solo piensan en cuando se pensionen o qué dichoso aquél que ya se va a
pensionar, lamentablemente. Yo siempre trato de mantenerme motivada porque mi
objetivo es enseñarles a mis alumnos a leer, a escribir bien y tenerlos ahí
mientras ellos aprenden muchas cosas y crecen y van a hacer su vida. Esa es la
función mía como profesora.
Un día de estos me mandaron un meme que decía: “Los
fines de la educación son el fin de semana, el fin de año, el fin de no sé qué…”
En el MEP hay unas políticas que uno ni las entiende: que si va a haber FARO,
que si no va a haber FARO que si va a ver esto, que sí va a haber lo otro...
Nadie sabe. Cuando cambian las cosas, a veces se llama al asesor y él tampoco
sabe. Eso desmotiva un poco, es como hacer por hacer desde arriba. A veces se siente
uno como un títere del sistema. Yo le digo a mis amigas que al fin y al cabo
uno lo puede hacer, está preparada para hacer eso, y si el sistema está
desordenado, ¿qué se puede hacer? La próxima semana en mi cole no hay clases
porque los alumnos van a hacer una prueba comprensiva que manda el MEP, y como
son tantos alumnos no se puede hacer todo de una sola vez porque no alcanzan
las aulas, entonces los séptimos van a una hora, octavos a otra, décimos a
otra. Entonces la otra semana no hay clases. Solo hay que aplicar esas pruebas,
se llaman “diagnósticas comprensivas” o algo así, pero el objetivo es hacerlas
ahora y hacerlas al final del curso para ver si los estudiantes han avanzado. Y
luego una pasa días enteros revisando eso.
Me separé de mi esposo en el 2018, cuando empecé a
trabajar en el colegio público. Mi mamá todavía ama a su yerno, él ha ido a
visitarla. Ahora que murió mi papá él estuvo muy pendiente. No tengo que pelear
nada con él, nada más que nosotros ya no podemos vivir juntos. Él ha sido un
papá muy presente, muy presente.
Entonces pensé en hacer algo diferente, tal vez más
enriquecedor a nivel de mi ser, a nivel personal. Estuve involucrada en un
grupo espiritual, leí mucho, aprendimos mucho y me ha ayudado también muchísimo
a ver no solo la superficie del problema, sino a ir un poquito más abajo, a
tener mucho equilibrio en las cosas que hago y pienso y actúo. Tengo en mi
biblioteca un montón de libros de los maestros, porque a uno en la sociedad lo
programan para pensar y vivir acorde con ciertos principios, y le enseñan que
todo lo que no sea conforme a eso o es malo o es el demonio o son sectas o esto
o lo otro… Hice de la meditación una parte de mi vida. Y no solo eso, recibí
cursos para ser instructora, entonces enseñé y guié a mucha gente hacia este
camino. Ahora no estoy ahí, porque ese camino exige un poco de sacrificio en el
sentido de ser constante. Nosotros cuando vamos, por ejemplo, a la Iglesia
Católica, ¿qué importa si voy hoy y qué importa si no voy? No pasa nada. Pero
en estos ambientes sí pasa algo, porque es como parte de la disciplina y de la
voluntad que uno tiene que educar. Entonces me hice instructora y enseñé cosas
del camino a partir de los libros que había leído y de instrucciones que recibí…
Todo eso me ayudó en mi vida personal, tanto en la separación como con mis
hijos y alumnos.
En ese mundo estuve metida de lleno como cuatro años.
Ahí uno aprende a ver lo superficial, por ejemplo, cosas como las modas… O la
sexualidad como se vende en el mundo, para buscar la aceptación de los demás,
el no vivir para uno sino vivir para crear una percepción al otro… En ese
ambiente aprendí muchas cosas que aplico a mi vida, en todos los niveles: como
mamá y como profesora.
A mí me encanta estar sola, en primer lugar, porque nunca
me siento sola, pero estar así en silencio, sentarme ahí un rato, ojalá que
esté oscuro y o sentir el agua y quitarme los zapatos y andar descalza un rato.
Todas esas cosas para mí tienen mucho valor.
Hay un conocimiento que tiene que ver con el intelecto y otro con el
corazón, el del corazón y la sabiduría diaria para vivir, esa nadie se la da,
solo uno. Para mí vivir así, en el presente, cada día, es muy importante. Mis
hermanas dicen que que no soy ambiciosa, porque en esos términos se podría ver
o definir, pero a mí no me desespera buscarme una pareja, ni me importa tampoco
que si alguien me gusta y me invita, yo salgo… No me importa lo que piensen ni
mis hijos ni nadie, porque soy yo.
La pandemia para todos fue difícil, fue muy duro, estábamos todos
perdidos, precisamente porque hay una población muy diversa socialmente
hablando, económicamente hablando, y había estudiantes que no tenían computadora,
estudiantes que no podían hacer las guías que una subía, que no podían
conectarse. Hubo una plataforma web que se llama Teams, nosotros recibimos
capacitación para utilizarla, uno tenía los grupos y programaba reuniones con
el horario. Ese año yo daba quinto, entonces al 11-1 le tocaba a español a las
9:30 a.m., entonces yo programaba la reunión con el 11-1. En otras palabras, yo
siempre estaba conectada con algún grupo, pero los estudiantes que se conectaban
eran dos, tres, cuatro, cinco.
Además hay temas que no resultaban fáciles. Por
ejemplo, ¿cómo va a enseñar usted redacción en la computadora? ¿Cómo les va a
explicar cómo se hace un diagrama o un esquema de ideas previo antes de una
redacción? Yo lo puedo explicar, pero la presencia ‒ese “profe, revíseme, ¿cómo
está”‒, se perdía, porque no es lo mismo hacerlo manualmente en su cuadernito,
que ahí. Había gente que ni siquiera estaba acostumbrada, a veces yo sentía que
perdía el tiempo. Había alumnos que no sabían subir los trabajos (porque ellos
tenían que hacer el trabajo y subirlo a la plataforma a un archivo que era de
la materia de uno, y eso uno lo iba revisando). Hubo un momento en que los chiquillos me
decían: “Profe, es que no pude subir la guía”. Entonces yo les decía que me lo
mandaran por WhatsApp. Y luego a otro que me lo mandara por el correo. A veces ni
siquiera le podía poner una X de otro color porque se deformaba todo… No fue
fácil. Yo lo que hacía era hablarles de acentuación y ponerles una práctica en
línea, hablarles de lectura, hacíamos muchas lecturas y las comentábamos. Pero
no fue fácil, se cambió la evaluación, se cambió la metodología, se cambió todo,
y cuando llegó el fin de año, todos los estudiantes que hubieran estado activos
iba a ganar el año, entonces hubo mucha gente que se graduó así. Hasta las
graduaciones fueron muy propias, porque este año 2020 la graduación fue con un
grupo de 30 alumnos con su mascarilla, después venían otros 30, después otros…
Así todo el día hubo graduaciones.
Algo muy triste en mi vida, es que después de la
pandemia, por tanto encierro, mi hija se enfermó, entró en depresión y no comía…
La pandemia en nuestra familia fue terrible. Busqué ayuda y gracias a Dios mi
hermano que trabaja en el Hospital de Niños, me ayudó mucho, me orientó… El
papá de ellos ya no vivía conmigo, pero mi hija dice que eso a ella no la
afectó, fue el encierro durante la pandemia y los doctores lo confirman. La
graduación de ella de sexto grado de la escuela fue virtual, fue algo tremendo,
y entró a séptimo igual… Entonces entró
en ese estado y no fue al colegio y a mí me dieron una licencia especial para
cuidarla. Me quedé con ella casi medio año, cuidándola. Mi hija es nadadora;
antes de la pandemia ella nadaba. De hecho, está en la selección de waterpolo,
es una buena nadadora y es excelente en sus notas. Todo la llevó a vivir el encierro
en forma más fuerte. Primero, no poder ir a nadar. Ella es perfeccionista; y
hasta sentía miedo de que se murió tal, de que se murió el otro… Yo opté por no
ver noticias y que no me importara nada el COVID, porque ya íbamos a hacernos
locos con la situación de mi hijai. Dichosamente ella se recuperó y la dieron
de alta el año pasado, pero fue muy duro, cosa de ir al Hospital de Niños todas
las semanas.
Siento que después de la pandemia la mentalidad de uno
como docente también ha cambiado, porque a veces uno se pone tan estricto en
que aprenda esto, haga lo otro, y de pronto recuerda que hubo alumnos que no
sabían nada y aprobaron, o que copiaron la guía y la enviaron, o que no pudo
enviarla por ese medio, entonces se le dio la oportunidad de llevarlas
físicamente… Se perdió el sentido de
orden y organización que uno traía de años anteriores.
Ahora estoy dando a décimos; en séptimo año ellos estuvieron en pandemia. Costó que en octavo y en noveno ellos entendieran que ya la pandemia había
pasado. Ha sido una transición difícil, porque algunos nunca se conectaron, no
fueron a clase nunca y pasaron, y algunos creen que pueden seguir haciendo lo
mismo.
Por eso, yo como docente a veces enseño un tema
pensando que no saben nada. Por ejemplo, acentuación: empiezo desde cero a
explicarle las sílabas, el acento, que la sílaba tónica, que la sílaba átona, y
ahí voy hasta explicarles la ley de acentuación y que ellos hagan sus
prácticas, porque ellos en sexto grado de la escuela estaban en el 2020 y no
vieron nada de eso. Tengo un método personal
para enseña ortografía, cada vez que tenemos clase escribo una palabra en la pizarra. (Yo llevo
en mi plan, ¿cuál es la palabra de esa semana o la de esa clase?) Ellos tienen
que copiarla y hacer una oración con ella. Son palabras que tienen dificultad
ortográfica, así vemos ortografía todos los días. Y he visto que da resultado,
pero eso en eso no está en ningún lado, lo inventé yo. Después esas palabras yo
las pego para que los alumnos las vean, por ejemplo, esta semana vimos “excelencia”,
y yo les explico por qué se escribe así, pero sin copiar regla, nada más les
digo y que pensemos en palabras que terminan en “encia”, por ejemplo. Todo eso se
dura minuto y medio cuando mucho y el aprendizaje es para siempre. Todo eso
uno se lo va dando como la vida docente.
Me siento muy motivada, la docencia me gusta y me gusta
que mis alumnos vean que el ideal es hacer más, no menos. Si ellos están
trabajando en grupo, yo paso a ver qué están haciendo y les ayudo, los oriento…
No es ponerlos a trabajar en grupo para no hacer nada; me gusta que ellos
vean motivación.
En la “U” tuve una profe que decía: “ustedes van a
trabajar con muchachos de clases muy pobres, piensen que ustedes son el
ejemplo. Traten de ir bien vestidos, bien presentados, contentos, sin mucho
chunche en la mano, que se vean relajados…” Ese consejo hará más de 30 años me
lo dieron y se me quedó… Que los estudiantes jamás me vean enojada ni mal
presentada. A veces más bien me dicen: “Profe, ¡qué lindo vestido!” O: “Profe, ¿dónde
compró esos zapatos?” “Profe, ¿qué hizo en vacaciones?” “Viajé…” Pues ellos
también tienen que ver que su vida puede cambiar con el estudio. Y me preguntan
cosas: “Profe, ¿cómo era usted cuando pequeña?” Cosas así. Y yo les cuento. Pienso
que es muy importante la figura del profesor; no ponerse a la altura de ellos,
sino que lo vean siempre como un ejemplo.
Mis hijos se sienten orgullosos de que yo sea docente,
y más si alguien les dice: “¿ustedes son hijos de la profesora Lorena?” Eso
también es bonito para mí como mamá. Es muy feo que lo vean a uno estresado,
que lo vean renegando de lo que uno tiene que hacer, o que sientan lástima de
mí por lo que tengo que trabajar.
Uno les da séptimo, octavo, noveno, décimo. Conozco sus
nombres, sé lo que le pasó a uno, a otro, la novia que tuvo, el novio que tuvo,
porque ellos a veces me lo cuentan. Creo que es muy bueno que uno tenga
continuidad con los grupos, conoce a los papás, conoce los problemas de
aprendizaje y las habilidades de cada uno.
Hace un año mi papá se enfermó. Yo el lunes llego a trabajar
y me dice un alumno: “Profe, a usted le pasa algo, noto algo en su mirada…” ¡Qué curioso como los chiquillos perciben! Yo
le dije que era una situación de salud de mi papá que me tenía un poco
preocupada. Así como uno los conoce a ellos, ellos conocen todo: el tono de la
voz, conocen si la profe está contenta, si está triste, si anda estrenando, si
se hizo algo en el pelo. A mí me gusta.
El otro día me preguntó mi mamá cómo me iba con el
trabajo este año. Yo le digo que bien. Y
me dice: “¡qué bonito escuchar eso!”. Es que mi hermana, que es profesora de Estudios
Sociales, a veces se queja o le cuenta problemas de sus estudiantes. Pero me
dice mi mamá: “¡Qué bonito escuchar eso, porque yo sé que usted tiene vocación,
qué lindo!”. A mí eso me encanta. Si volviera a nacer, vuelvo a estudiar lo
mismo.
El otro día mi hijo me preguntó: “mamá, ¿cuánto gana
usted?” Yo estaba cocinando y pensé que me iba a pedir algo. Le conté cuánto
gano y me preguntó si consideraba que es un buen salario. Le respondí que sí,
es un buen salario. “Mamá, ¿y por qué los profesores se quejan del salario?”, me
dice mi hijo, el que ya es universitario. Y yo: “mi amor, porque cuando uno es
profesor, cuando tiene un trabajo estable y es trabajador del Estado, a veces
uno se endeuda y después, cuando no le llega a la plata, se da cuenta…” Pero
con mi salario, nosotros como familia tenemos estabilidad, o sea, así podrían
vivir todos. Y eso me gusta, porque él me dijo: “Si, mamá, es que a mí me gusta
pensar que usted es feliz con su trabajo…”
Yo me compré el uniforme de los chiquillos y a veces
voy a trabajar con la camisa del uniforme del colegio, me lo compré porque me
gusta y porque también me identifico con eso… Y a los alumnos les gusta ver que
una llega vestida así. Yo digo que es importante identificarse uno con la
institución. Yo tengo varios años de trabajar en “el Monse”, y si alguien me
quiere hablar mal del colegio, no lo dejo. Y cuando han pasado cosas que salen
en las noticias (como la puñalada que hubo el año pasado) hay amigas que me
preguntan cómo estoy, y yo les respondo que bien, pues sé por qué me lo preguntan.
No pasó nada. La gente a veces inventa o cree que la vida de uno peligra.
Considero que el del colegio es un ambiente sano. Hay
4, 5, 6 alumnos que se salen del canasto como en todos los lugares… Los
adolescentes son iguales, no importan donde estén.
Siempre va a haber gente que presume de algo. Por
ejemplo, las mismas problemáticas de la diversidad de género que había allá o aquí
o en cualquier lado.Tengo una alumna que se llama Mariana en la lista y cuando
la llamo el primer día, ella me dice: “Profesora, es que no me llamo así”, “¿Y cómo
se llama? “Soy Daniel”. “¿Usted quiere que le diga Daniel?” “Sí”. Yo lo anoto.
Es el primer caso que he tenido; en el colegio hay varios de chiquitos que no
aparecen en lista, pero es que tienen otro nombre. Y las relaciones homosexuales y lesbianas están bastante legitimadas.
Es curioso, pero es muy común que las chiquillas se hacen novias. Con mi propia
hija yo hablo de estos temas porque ella está en esa edad. Y ella me dice un
día: “Mamá, vieras que Fulana me pidió un beso” Yo le digo: “¿Y eso?” Es normal
entre amigas, pero veo que entre muchachos no es así.
Tuve el caso de dos muchachas. Me llamaron a declarar lo
que pasó y lo que vi fue que ellas estaban besándose y tocándose. Entonces tuve
que decir eso delante de la mamá. Yo le pregunté al orientador si la mamá
estaba al tanto, porque sería muy grosero decírselo a una señora que tal vez ni
se imagina eso de su hija. Yo expliqué que no tenía ninguna situación
homofóbica; si hubieran sido un hombre y una mujer y a mí me piden que diga lo
que vi, tengo que decirlo, no es por ser dos mujeres, es porque eso fue lo que
yo vi.
De las tecnologías digitales puede decirse en teoría
todo lo que uno quiera. En mi aula tengo internet para mí y en mi computadora
programada por un señor que fue a ponerle una clave, pero tengo que usar los
datos móviles de mi teléfono porque ahí no hay wifi. Entonces nos dicen:
“utilicen la tecnología”. Yo no le voy a pedir a un alumno que lleve su
computadora, ¿dónde se va a conectar? Incluso con el teléfono: “Vamos a buscar
tal aplicación y a bajarla para hacer tales ejercicios”. Me dirían: “Profe, no
tengo datos”; “profe, mi teléfono es prepago”, “no tengo saldo…” De tecnología
los chiquillos lo saben todo, pero no están los medios para ponerlo en
práctica, para utilizarlo, no están las condiciones. El papel lo aguanta todo,
pero a la hora de llevarlo a la práctica, lo que funciona en mi materia es
escribir, leer y pensar en el papel. Y yo lo hago así.
A veces desearía tener más tiempo. Por ejemplo, ahora
que estoy viendo La Odisea, me encantaría ver la película Elena de
Troya para darles una contextualización de cómo se imaginaban ellos las
cosas, pero para ponerles una película… Bueno, el problema no es descargarla en
mi compu, eso es muy fácil… Lo que pasa es que tengo que ir a la
biblioteca, pedir un vídeo proyector, instalarlo, que sea compatible con mi compu,
llevar mi parlante… Lo he hecho, pero no es fácil. Y mientras uno está dando
lección a otra clase, los chunches están ahí atravesados, porque hay que
ponerlo en una mesa y un cable aquí el otro hacia el otro allá. En el papel
todo es lo más lindo, pero a la hora de ponerlo en práctica, sigue funcionando la
pizarra, los lapiceros y las hojitas para leer. Aún en el otro cole, yo tenía
en mi aula equipada con una pantalla y un video proyector, tenía una pizarra
inteligente, y yo hacía lo mismo y lograba lo mismo que logro con borrador y
marcador, y ellos en su cuaderno.
En el colegio mi hija utiliza libros digitales y ella
me dice que no es lo mismo subrayar. A veces yo hasta le imprimo cosas, porque
para esas cosas la tecnología casi no sirve; tal vez sirve para otras materias,
pero en Español, comprensión de lectura, habría que tener un programa muy
específico. Ella está en décimo año, yo la dejé en el colegio donde antes
trabajaba porque ellos iban ahí desde pequeñitos y porque le queda muy cerca.
La experiencia en un colegio público es una cosa diferente, podría aportarle
tal vez un poco más de conciencia, no tanto aprendizaje cognitivo, intelectual,
sino el otro aprendizaje, el que es de la intuición y el corazón…
En el sistema en que hemos sido educados, si un
chiquito tiene iniciativa para algo, es malcriado; si dijo algo que el papá no
acepta, es rebelde y entonces les pegan, los agreden… Y después quieren que los
chiquitos sean creativos, que no les dé miedo hablar. Pero póngalos a hacer una
redacción, un ensayo sobre la violencia, porque eso es lo que ellos viven en
sus familias: “Profe mi papá le pegó a mi mamá…” A veces yo los dejo que hablen,
pero a veces no, porque una persona puede contar algo comprometedor, y hay
muchos profesores que viven con miedo por una ley que se llama nueve nueve-nueve-no
sé cuánto, según la cual el alumno amparado en esa ley puede decir cualquier
cosa y se le cree. Entonces el profesor es reubicado mientras se hace la
investigación. Hay gente que vive con un temor y puede ser despedido por un
montón de cosas. Hay que tener mucho cuidado, pero no vivir temeroso de que si
yo digo algo, me pueden acusar.
A nivel laboral, me imagino en el futuro trabajando
como profesora, porque estudié para eso, para ser profesora. No pretendo nada
administrativamente; quiero pensionarme un día ‒si me pensiono‒ siendo
profesora. No me precisa mucho una pensión… Sin estar pensionada, yo puedo
hacer cosas que hace la gente pensionada: utilizar mis vacaciones para viajar e
ir un fin de semana a la playa, yo puedo hacerlo. Entonces a mí la pensión no
me desvela. Tengo un lote allá en Pérez Zeledón, en donde quiero construir, ya
está en mi proyecto construirlo… Me lo compré así, bonito, donde me gusta, y lo
voy a construir
Quiero ir los fines de semana a mi casa. ¿Por qué necesitaría
pensionarme para tener una casa y para ir allá? Quiero hacerme mi lugar, eso es
lo que proyecto. Si algún hermano ocupa vivir conmigo, que viva conmigo, como
hermanos que somos, en mi casa. Si mis hijos me quieren visitar, que me
visiten. Siempre les he dicho que ellos no tienen una obligación moral de
quedarse a mi lado, la vida es un proceso y yo no sé qué van a hacer ellos en
el futuro, pero si ellos necesitan irse del país, pueden hacerlo, porque la
etapa que nos ha tocado juntos, tal vez ya ha terminado y punto. Si tuviera la
oportunidad de poder sembrar las cosas que me voy a comer, las sembraría. Aquí
no puedo hacerlo porque no tengo terreno. Eso me gustaría. Todos los domingos
voy a caminar con un grupo de caminadores, vamos a la montaña, hacemos desayuno
en la montaña, y ya mis hijos también se han ido acostumbrando a eso, han ido
aprendiendo a respetar mi espacio. Uno se acostumbra a ese tipo de vida y
acostumbra a los hijos también.
Yo no ocupo un director que me diga qué hacer ni una
ley que me diga cómo comportarme. Tengo muchos años de experiencia. Me siento
muy bien en mi contexto educativo y le enseño a los chiquillos lo que yo creo
que deben saber: leer bien y escribir bien. Me gusta que les guste leer porque
eso es ocupar la mente.
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