Puerto Cortés de Osa
23 de abril de 2024
Mi nombre es Freddy
Jiménez Cabrera, nací el 9 de noviembre de 1974, hace casi 50 años en el
Hospital San Juan de Dios. Nosotros somos vecinos de la Zona Sur, pero en esa
época vivíamos en San José. Mi padre y mi madre se habían conocido en San Isidro de Pérez Zeledón y viajaron a San José buscando oportunidades de crecer laboral y económicamente y
allá fueron haciendo su familia. Tengo dos hermanas, una mayor y una menor. Los
tres nacimos en San José. Ellos mueren cuando él tiene 33 años y mi madre 30;
yo en ese entonces tenía cinco años y para esa fecha mi padre era un hombre
muy triunfador, tenía una ebanistería y tenía un bar restaurante en San Antonio
de Coronado. Uno de los empleados de ellos había tenido un hijo y el regalo que
le estaba haciendo mi padre a ese señor era una cuna para su bebé. La
terminaron muy tarde en la noche, tipo 11 de la noche, y decidieron ir a
dejarla a la casa de ellos para que cuando la señora llegara se encontrara la
camita en su casa. Salieron de la casa a esa hora y había un bus mal
estacionado, ellos chocaron contra el bus y murieron los dos. Mi
hermana mayor en ese entonces tenía ocho años, yo estaba con cinco y la pequeña
estaba con cuatro meses de nacida.
En el momento que mis padres mueren nosotros por obligación tuvimos que regresarnos para Pérez Zeledón. Mi familia materna son Navas, del sur; entonces nos tuvimos que venir a vivir con mi abuela materna. Los Navas provienen directamente de Colombia, migran hacia Panamá y después vienen migrando a Costa Rica, se establecen aquí en la zona de Térraba y empiezan a crecer. Ahí hay muchos Navas. Hay indígenas que son Navas. Ellos tenían mucho aprecio por mi abuelo, entonces le daban al hijo a bautizar y él les daba el apellido. Yo sí soy directo: mi abuela es hija de don Juan Navas Villanueva y de doña Marciana Beita. La familia Navas venía migrando y los Beita se encontraron aquí con ellos y fueron haciendo familia; este famoso jugador de fútbol, Keylor Navas, es primo de nosotros. El abuelo de Keylor y mi mamá (mi abuela) son hermanos. Todo este semillero Navas – Beita viene directamente de aquí, de la zona sur.
Mi mamá, doña Silvina Navas Beita tiene que hacerse cargo de nosotros. Ella es una señora sin educación formal, porque lo que había estudiado en una escuela fue primer grado; estuvo, dice ella, un lapso de 9 meses, ahí aprendió a leer y a escribir. Entonces ella trabajaba en lo que podía, en esa época, hace 43 años, en el Hotel del Sur, un hotel que sigue siendo muy significativo en San Isidro del General.
Ella había tenido que
salir de Térraba por lo mismo: una señora que se casó relativamente joven, tuvo
sus hijas, por muchas circunstancias de la vida fue haciendo su capital que se
traducía en terreno y ganado. Pero la familia Navas Beita es muy numerosa,
había como 18 hermanos más o menos y algunos no eran así como muy benditos. En
ese entonces el machismo era muy fuerte; lo que decía un hombre era santo
remedio. Entonces los hermanos vendían dos o tres reses de ella y un día nada
más llegaba alguien a recogerlas, “no, es que Pablo me vendió tres reses, me
dijo que las viniera a buscar…”, y el otro y el otro, y de pronto ella fue
perdiendo su capital. Mi abuelo era un indio de cepa, era un Cabrera Zúñiga, un
señor al que no le gustaba producir mucho. Así le quitaron el terreno, le
quitaron la finca que tenía, le vendieron todo el ganado, o sea, la despojaron
de sus bienes.
Entonces ella decide
separarse y fue cuando vio la oportunidad de viajar a San Isidro con sus cinco
hijas. El único varón que tuvo nació en el hospital viejo en San Isidro
del General y cuatro meses después falleció. Fue el único hijo que tuvo en el
hospital y el único que falleció de niño, después falleció mi madre, pero
falleció siendo una señora de 30 años.
La
familia Jiménez venía migrando hacia el sur del lado de San Ramón; ellos venían
en ese movimiento que se estaba dando hace 60-70 años atrás, todavía había
mucha migración, mucha gente viniendo aquí a abrir camino. Y en San Isidro mi
mamá conoció a mi papá.
Cuando mueren mis papás, nosotros nos volvimos para San Isidro. Fue muy difícil para nosotros. Mi madre es una señora muy trabajadora, pero no tiene una preparación académica, no tiene nada, un sustento económico para sostenernos. Yo nací en cuna de oro, tal vez va a sonar arrogante, pero yo nací en cuna de oro. Cuando nací mi padre tenía dos carros, tenía su taller, tenía su restaurante, nosotros teníamos televisor a colores en la casa, materialmente no nos hacía falta nada, y afectivamente éramos unos niños muy amados, definitivamente de las cosas que uno puede constatar es que éramos muy amados.
Cuando mis padres mueren
hay un conflicto entre los Jiménez y los Cabrera; nosotros nos venimos con los
Cabrera, con los Navas, con mi abuela, y los Jiménez, los hermanos de mi padre,
empiezan a pelear lo material y prácticamente se dejan todo. Nos vinimos para
San Isidro con la ropita que teníamos puesta y las camas donde dormíamos, eso
era todo. Entonces, después de haber vivido muy bien, nos vinimos a vivir con
mi madre en unas condiciones muy diferentes, pasamos tiempos muy
difíciles donde definitivamente lo que había en la mesa se agradecía, porque en
ocasiones no había nada.
Asistí a la escuela
gracias a los a los útiles que me daba el gobierno. Al principio de año
seleccionaban a ciertos estudiantes y les daban cuatro cuadernitos, una caja de
lápiz Mongol y tal vez un borrador, algo así, pero no había beca de nada. Con la muerte de mis padres había quedado una ayuda que era de dos mil
colones por mes y con eso nos sosteníamos y con la que trabajaba mi madre
lavando en casas y planchando.
En San
Isidro vivimos por
muchas partes, pero principalmente en el barrio Villa Ligia, en Sagrada
Familia. Y hubo situaciones complicadas. Recuerdo que vivíamos en Sagrada
Familia y yo venía llegando de la escuela y vi un montón de muebles, sillones y
sillas, todo ahí afuera, en la calle, y cuando llegué al frente de la casa era
que nos habían hecho desocupar porque no había dinero para pagar el alquiler. Entonces
un primo hermano de mi madre, un señor Beita, tenía un corral para
ganado y lo tenía techado, entonces le dijo a mi madre: “mire Silvina,
si usted quiere yo le doy una partecita del corral y ustedes se van a vivir
ahí, pero yo el corral lo sigo ocupando con ganado, tengo que estar ordeñando…”
Y ahí nos fuimos para ese corral, en una finca que tenía él en Pavones. Ahí
vivimos muchos años.
¡Era una situación
económica tan difícil! De esa finca a la escuela donde yo estudiaba pueden ser
cinco kilómetros, seis kilómetros, y hubo una época donde tuve que venir
descalzo a la escuela porque no había cómo comprar zapatos. Traía mis cuadernos
en una bolsa de arroz porque tener un bulto era un lujo. Ahora tengo una
anécdota curiosa. En aquellos años vivíamos cerca del botadero de basura de
Pérez Zeledón; no era algo que hacíamos a menudo, pero una vez, jugando con
unos amigos, nos fuimos para el botadero y me encontré un portafolio… Yo lo
recogí y eso fue una bendición. Lo lavé y lo restauré y le pasé betún y ahí
eché mis cuadernitos, ya no los llevaba en la bolsa de arroz. Muchos años
después tuve la oportunidad de viajar a Estados Unidos a trabajar, y
curiosamente el portafolio que tengo ahora ‒claro, es diferente‒, también lo
recogí del basurero. Hoy gracias a Dios y gracias a la vida soy un profesional,
y vengo a trabajar con un portafolio que recogí de un basurero. Hay mucha
enseñanza de vida, son cosas que lo van marcando a uno.
Terminé sexto año de la escuela en la Escuela Laboratorio donde tuve el gusto de que me dieran clases don
Luis Enrique Arce, don Ricardo Valverde, doña Gina, doña Marielos Jiménez,
muchos maestros que fueron muy significativos porque conocían mi condición y
fueron un apoyo importante para que uno saliera adelante. Mis hermanas asistían a la misma escuela, nos
graduamos los tres de la Escuela Laboratorio y mi hermana mayor estuvo
estudiando en el Colegio Técnico hasta noveno año; yo fui al UNESCO y mi hermana
menor estudió en el Técnico, y por algunas situaciones salió de ahí y terminó
estudiando en San José, ahorita no preciso en cuál el colegio, pero sacó el
colegio. Mi hermana mayor no terminó el estudio.
En ese proceso, antes de
yo salir de la escuela, siempre por situaciones familiares nos separamos los
tres. Mis dos hermanas se fueron a vivir a Paso Real, un paso que hay ahí entre
Buenos Aires y San Vito, donde antes, en aquellos años, había un paso con un
ferry. Ahí vivía una tía que tenía una soda, entonces ellas se vinieron a
trabajar ahí. Mi hermana mayor era una niña en aquel entonces de 15 años,
debería estar estudiando, pero la situación económica lo va empujando a uno a
cosas, mi hermana menor se vino a vivir con ellos y yo me
quedé con mi madre en San Isidro, en esa finquita.
Ahí empezamos nosotros a
producir. Mi tío nos dijo: “ustedes pueden agarrar esas vacas, venden leche…” Hicimos
una chayotera, hicimos una chilera de chile dulces y teníamos sembrado pepinos,
y entonces ya en la tarde, cuando yo regresaba de la escuela, mi trabajo era
atender esos productos que teníamos ahí, culantro, apio, algunas hortalizas, y
yo alistaba en la tarde bolsitas y me las echaba en un saquillo al hombro y a
pata pelada, como dice uno, iba al pueblito a vender de casa en casa para
generar para el arrocito y los frijoles.
Desde que salí de la escuela, ingreso en
el Liceo UNESCO, pero estuve solo seis meses. Antes, no sé si sería por ignorancia
de uno o que no existían, pero antes no estaban las becas de transporte,
entonces yo vivía bastante largo del colegio, muy largo, y no podía uno
estar pagando el transporte. Entonces yo decido, sin el consentimiento de mi
madre, dejar de ir al colegio, pero yo salía todos los días como si fuera para
el colegio, y era que había conseguido trabajo. Poquito tiempo después ella se
dio cuenta, porque fue a retirar calificaciones y le dijeron que yo tenía días
de no ir, y ella me dice “¿qué es lo que pasó?” “Madrecita, es que esto y
esto…” Y ella comprendió, por la necesidad que estábamos viviendo ella
comprendió y me dijo: “Lo que yo quisiera es que usted estudiara, pero está
bien.”
Entonces yo me pongo a
trabajar, desde los 13 años empecé trabajando en un taller de enderezado y
pintura, después trabajé en mecánica, después trabajé en tapicería, después
trabajé en auto tapicería… Después, un poco más grande, me di cuenta de que yo
sabía hacer muchísimas cosas, pero no era especializado en nada, porque si
usted me dice si yo le puedo pintar un carro, yo solo no puedo, pero si yo
le estoy ayudando a alguien o alguien me está ayudando, yo siento que puedo…
Trabajo en construcción, trabajo en mecánica, trabajo en pintura, trabajo en
tapicería, trabajé como express, trabajé en seguridad, trabaja en panadería,
trabajé en las famosas maquilas en aquellos años, trabajé en la bananera en
Limón… Entonces yo sí he andado mucho, he andado mucho…
A los 13 años empecé a
trabajar en enderezado y pintura hasta que mi patrón cerró el taller, pero a la
par había un taller de tapicería, se tapizaban muebles y se tapizaban carros
también, entonces empecé a trabajar ahí. Era un señor nicaragüense; cuando
tenía 14 años al señor le dieron ganas
de emigrar y se fue para Estados Unidos. Entonces yo me vine aquí para el sur a
trabajar en Paso Real, propiamente en el servicio de la balsa. Era una balsa,
un ferry pequeño donde cabía solamente un tráiler o 3 ó 4 vehículos pequeños,
dependiendo de los carros. El señor, el concesionario, era una persona muy
allegada a la familia que me dio la oportunidad de trabajar con un muy buen
salario en aquellos años.
Yo tenía la responsabilidad de cobrar, de
estar pendiente de que las otras personas que trabajan ahí, que sí eran
personas adultas, cumplieran su horario… Yo trabajaba de 4 a.m. hasta las 7 u 8
de la noche, más que todo cobrando y manejando el dinero. A mi madre hacía unos
años atrás le habían dado una casa el INVU el Clavel. En aquellos años las
casas no se regalaban, se cobraban; había que pagar una mensualidad, entonces
yo pude empezar a aportar para esa mensualidad. Gracias a mi trabajo pude
empezar a terminar la casa, porque a nosotros nos daban la cocina, el baño de
servicio y un aposentito que tenía la función de sala, no era como ahora que
les dan la casita terminada hasta con cielo raso, entonces yo poco a poco fui
comprando materiales fuimos construyendo la casita. De hecho esa casita ella
todavía la tiene, porque está viva, tiene 99 años. Poco a poco fuimos
construeyndo la casita, haciéndola más bonita y más confortable. Recuerdo ‒y me
lleno de alegría como que si fuera hoy‒ el día que fui por mi madre y le dije: “vamos
a Golfito a comprar.” Y nos vinimos en Tracopa, compramos un coffee maker, compramos una olla arrocera, un sartén
eléctrico y todo eso lo llevamos para la casa… Son cosas que definitivamente le
llenan a uno el corazón, ver que que de poco uno puede empezar a proveer, uno que
ha crecido con esa con esa situación de que uno tiene que ser proveedor en la
casa con mucha responsabilidad.
Trabajé ahí como hasta los
16 años, tal vez un poquito más. Salí porque tuve un conflicto con una de mis
tías y entonces el señor decidió no darme más trabajo. Me fui para San Isidro
nuevamente para la casa donde mi madre, y se me hizo un poco difícil conseguir
trabajo por la edad, estaba muy joven.
Y llegó una amistad que
me dijo que se iba para Limón a trabajar a las bananeras, “por su edad yo no le
ofrezco fijo el trabajo”, me dijo, “pero si usted se va conmigo yo hago todo lo
posible para que consiga trabajo allá.”
Entonces viajé con él
para Limón con 16, casi 17 años. La verdad es que no preciso muy bien dónde
estuve, me acuerdo que ellos le llamaban finca 1 y finca 10 y las finca las numeraban… Fue un paso breve. Me fui con él y nos instalamos en un bache;
ahí estuve como tres o cuatro días sin trabajar hasta que él me ayudó a
colocarme. Empecé a trabajar en el campo, jornadas muy extensas, el clima muy
lluvioso, me acuerdo, y el ambiente totalmente diferente a lo que yo estaba
acostumbrado, muchos vicios, mucho alcohol, muchos cigarros, había mucho
extranjero, muchos nicaragüenses. Al principio me costó un poquito adaptarme,
aparte de que físicamente soy muy pequeño, el trabajo era muy pesado, entonces
me dijeron que no podía trabajar en eso y me pusieron a amarrar.
Estuve como 15 a 22 días amarrando y después terminé trabajando en la planta, desmanando racimos. Estuve como seis meses nada más en la bananera, porque con el muchacho que me fui, yo llegué y mi instalé con él el bache… Y un día estoy en la pila desmando bananos y llegó un compañero de trabajo y me dice: “Chino, yo sabía que usted iba a terminar trabajando aquí en la planta…” Digo yo: ”¿Por qué?” Me dice: “porque usted es la mujer de Fulano (el amigo con el que yo me fui)…” Y yo: “¿cómo así que la mujer?” “Sí, sí. Aquí todo el mundo sabe que él es homosexual y usted vive con él y usted es la mujer de él…” Uno el machismo lo lleva adentro y yo definitivamente me sentí ofendido, fue algo que me causó un shock en mi mente.
Yo lo esperé, porque
él trabajaba en otra finca y ya había compartido con él 6-7 meses en el mismo
bache, son apartamentos sumamente pequeños donde usted tiene un camarote y un
ropero de tablitas y listo. Yo compartí ese tiempo y nunca me dijo nada, nunca
me faltó el respeto, nada, absolutamente nada. Lo esperé y quién sabe la cara
que yo tenía cuando él llegó, porque yo estaba sentado en el
camarote, él entró y le digo: “Necesito hablar con usted…” Y me dice: “¿qué
pasó?” “Necesito hablar con usted.” Y me dice: “Ya sé qué fue lo que pasó…” Fue un primer contacto directo que tuve con
una persona homosexual y marcó mi vida. Nos sentamos a conversar y él me dijo: “Sí,
es cierto, soy homosexual. Tuve problemas en la finca donde trabajaba antes
por eso, porque descubrieron que soy homosexual…” Y le digo: “Está bien, no
pasa nada, pero me hubiera gustado que usted me lo dijera y no darme cuenta de
esta manera…” Yo intenté seguir trabajando, pero por mi crianza, pienso yo, por
todo lo que a uno le enseñan, no pude, para mí era incómodo llegar en la noche
y saber que él estaba ahí. Entonces yo le dije: “No, mejor me voy a retirar, voy
para San Isidro otra vez…”
Como a la semana después
de que me di cuenta de eso, me regresé para San Isidro. Estuve tratando de
conseguir trabajo en Pérez y no conseguí, entonces me fui para San José a vivir
donde una tía con prácticamente 18 años. Ahí empecé a trabajar en maquilas, con
mis primos que me ayudaron a colocarme. Estuve en una maquila que hacía pantalones Levi´s,
después pasé con una que hacía Lee, con otra fábrica que hacía sacos de vestir, como operario de plancha y de overlock, y de ahí aprendí a manejar varias
máquinas. En lo que va haciendo uno trata de hacer lo mejor
que puede, entonces siempre destacaba dentro del grupo en el trabajo.
Y de los 18 años en
adelante ya empieza una segunda etapa, porque tengo cinco hijos. Conocí a la mamá de mi primer hija y esas
situaciones también atropelladas… A pesar de que había andado mucho tiempo en
la calle, era una persona muy inocente y mi madre me había inculcado que la
mujer se respeta ante todo, entonces esa vida sexual yo no la había vivido.
Llegué a San José y conocí a esta señora, que es como un par de años mayor que
yo. Éramos dos chiquillos todavía y nos involucramos, empezamos a tener una
relación y ella quedó embarazada. Mis principios eran “está embarazada, yo voy
a cumplir responsablemente.” Empezamos a convivir en San José; yo trabajando de
operario, ella trabajaba en la misma maquila. Por ahí el asunto se enreda un
poco con la familia de ella en San José. Ella da a luz en el Hospital Calderón
Guardia, y después de que da a luz, tomamos la decisión de venirnos para San
Isidro. Yo consigo trabajo en una maquila en San Isidro y ella se queda en la
casa, pero cuando mi hija tiene 4 meses, yo llego a la casa un día y ella no está
ella, no está mi hija y no están las dos o tres cositas que teníamos.
Entonces yo le pregunto a
mi hermana que vivía al frente y ella me dice: “No sé, vi que llegó un carro,
montaron unas cosas y se fueron…” Eso lo recuerdo muy bien porque fue a finales
de septiembre y yo cumplo años en noviembre. Entonces me quedé esperando unos
días, digo, "de pronto regresa…" Y se estaba acercando el día de mi cumpleaños y
ella no regresaba y yo no sabía nada, no sabía qué se había hecho, lo único que
me di cuenta fue que se había venido para Potrero Grande, porque la familia de
ella es de ahí. Entonces yo agarré Tracopa, me bajé en Paso Real y me fui
caminando desde Paso Real hasta Potrero Grande, por lo menos unos 25 kilómetros.
Y cuando llegué a la casa donde ella le pregunté “¿Qué fue lo que pasó?” Usted
se vino, no sé nada”, me dice: “No, es que yo estoy tranquila aquí con mi mamá.
Mi mamá alquiló este bar y me da trabajo. Yo estoy tranquila aquí, no quiero
volver a San Isidro. Si usted ama a su hija y me ama a mí, usted se queda aquí
con nosotros, y si no, usted da media vuelta y se va, usted se olvida de su hija
para siempre…” A pesar de ser un
chiquillo, y tal vez suena hipócrita por lo que soy ahora, pero en aquel
entonces, con la inocencia que tenía yo, dije: “No, está bien… Se vino, se quiso
venir para acá, yo me voy para Pérez.” Me acuerdo que en ese momento empezó a
llover y caminé esos 25 kilómetros otra vez hasta llegar a la Interamericana para
tomar un bus para San Isidro…
Pasó relativamente muy
poco tiempo y yo cambié de trabajo, me fui a trabajar al Mercado Municipal en
Pérez. Trabajaba en un chinamito
vendiendo chucherías, como dice uno. De todo vendían. Pasaron como tres meses
cuando conocí a una muchacha que fue la que terminó siendo mi esposa. La conocí
en el mercado, ella era hija del dueño de un tramo en el mercado, ellos tenían una soda. Nos
conocimos, pero el papá no la dejaba tener novio. Entonces en marzo, cuando
iban a empezar las clases, digo yo: la oportunidad para verla a ella es
matricularme en el mismo colegio nocturno donde ella estudiaba.
Entonces con 19 años, retomé los estudios
de secundaria, matriculé séptimo, y no tanto porque yo quisiera estudiar, si no
porque quería ir atrás de la muchacha.
Y para buenaventura mía,
llego al colegio y me doy cuenta de que ella es una excelente estudiante, con
calificaciones casi que de 100 corridos. Entonces me tocó portarme bien en el
colegio y desde séptimo ya estaba metido en el gobierno estudiantil, metido en la
directiva, generando muchas actividades deportivas, y también con muy buenas
calificaciones, tal vez no excelentes, pero mis calificaciones eran de 90 para
arriba. Me gustaba estudiar.
Éramos novios a
escondidas, porque el señor no lo permitía, entonces nosotros nos veíamos en el
colegio. Era una relación muy bonita, duramos como tres años de novios, y de
pronto ella se gradúa… porque cuando yo entré, ella estaba en cuarto y yo
estaba en séptimo, entonces ella salió graduada con bachiller de honor y yo
quedé ahí. Cuando ella salió de quinto yo quedé en octavo, entonces fui a
noveno ya solo, pero ese año que estuve en noveno ella estaba estudiando en la
universidad y se complicó la situación económica, porque cuando ella
sale del colegio, el papá se dio cuenta de que nosotros teníamos el noviazgo… Era un señor, que en paz descanse, un señor muy violento, entonces la
castigó muy groseramente y yo tuve un conflicto
personal con el señor. Hay cosas que ni quiero mencionar, fue algo muy grotesco.
Entonces yo me hice responsable de ella; aunque no vivíamos juntos, ella se fue
de donde el papá porque el papá y la mamá no vivían juntos, entonces ella se
fue a vivir con la mamá. Ya ella no trabajaba y entonces yo tomé la decisión de
hacerme cargo de ella de ahí en adelante. Ahí la relación ya fue un poco más
seria, más formal, ya nos veíamos más, yo me quedaba en la casa de la mamá, hasta
que decidimos, como se dice popularmente, juntarnos. Empezamos a vivir en unión
libre y viene el primer hijo.
Entonces yo digo: ya
saqué noveno y hay que tomar una
decisión. ¿Sigo estudiando yo o sigue estudiando ella? Y por mi machismo, por
el machismo que llevo dentro, tomé la decisión de que fuera ella la que
siguiera estudiando, pues siempre he pensado que la mujer tiene que estar mejor
preparada que el hombre, porque el hombre si tiene que ir a volar el machete,
va, y si tiene que ir a la construcción y si tiene que ir a cualquier cosa, va…
Entonces, en aquel tiempo, hace 26 años, tomamos la decisión de que ella
siguiera la universidad y yo salí y me puse a trabajar en lo que se pudiera.
Ahí viene otra etapa de
trabajar en muchas cosas. Fui uno de los primeros expresseros que hubo
en Pérez Zeledón. Me dicen: “Ahí está esa moto, aquí está esta dirección,
vaya…” Entonces a entregar pollito y hamburguesas y emparedados y todo eso y
empecé a trabajar en el express. Tenía por entonces como como 24 o 25 años, por ahí… Y ya viene otro hijo, una hija,
mientras mi esposa todavía estaba en la universidad terminando la carrera. Ella
es educadora, profesora de inglés, y logró que le dieran un nombramiento con
poquitas lecciones. Entonces empezó a ayudar un poquito, era diferente, y a mí
se me presenta la oportunidad de hacer el reclutamiento para entrar a la Fuerza
Pública. Yo pensaba que eso era más rápido y más sencillo, y me voy para San
José (porque antes había que ir a hacer los exámenes a la Escuela de Policía).
Me hacen los primeros exámenes, los gano y me dejan fecha para hacer exámenes
físicos en San Isidro; hago los exámenes físicos y los gano también, y entonces
me dan fecha para hacer los últimos exámenes, los psicológicos, ya para
ingresar propiamente, pero esos son mucho tiempo después y yo necesitaba
trabajo de inmediato.
Entonces me fui para San José nuevamente a buscar trabajo y empecé a trabajar en seguridad privada. Presenté documentos en una empresa muy sólida en aquellos años, que tenía como clientes al Banco Crédito Agrícola y al Banco Nacional, una empresa especializada en seguridad bancaria y empresarial. Me asignaron a las oficinas centrales del Banco Nacional, en aquellos años uno lo volvía a ver: el edificio más alto de Costa Rica, y se sentía orgulloso de estar ahí. Como al año y medio de estar trabajando ahí en ese en ese edificio (fue el único edificio donde trabajé, las oficinas centrales del Banco Nacional) ya me habían ascendido a supervisor. Entonces yo estaba un poquito más tranquilo.
La gente propiamente del
Banco estaba muy contenta con mi labor, pero había una limitante para
contratarme: yo no tenía el bachillerato. Entonces ellos me decían: “Chino,
termine el bachiller para poderlo meter a trabajar al banco, porque es
requisito, sino no podemos…” E hice un esfuercito… Cuando salí de noveno del
colegio, el siguiente año, hice examen
de bachillerato por madurez, los hice todos y perdí solamente matemáticas,
entonces quedé debiendo mate… Estando en el Banco hice cinco veces el examen de
matemáticas para poder obtener el título de bachiller y no pude obtener el
bachiller. Algunos compañeros compraron el título en una academia muy
reconocida, y los del Banco se dieron cuenta de que eran títulos comprados…
Gracias a Dios no hice el fraude. Me parecía muy incorrecto, entonces no
lo hice.
A pesar de que no tenía
el bachiller, tenía la confianza de los jefes de seguridad del Banco.
Entonces, en el momento en que se va el supervisor de esa oficina, ellos hacen
una terna para ver a quién eligen, pero uno de los requisitos era que tuviera
el título de bachillerato, pero el jefe del Banco pidió que me dejaran a mí. Ahí
no hubo discusión, ellos eran los que pateaban el gato, entonces gracias a esa
confianza, fui jefe de seguridad en la oficina principal del Banco Nacional, y
con el paso de los años me nombraron supervisor de 13 edificios más…
En
San José yo vivía donde mi tía; ella vivía solamente con el marido y tenía una
casa grande, amplia, con tres cuartos para alquilar y me alquilaba un cuarto y
me vendía la comida, tipo pensión. Viajaba a San Isidro todos los fines de
semana, o cada 15 días, según el rol de trabajo, y mientras trabajaba allá, vino
el tercer hijo. Ya había estabilidad económica, ya mi esposa estaba ejerciendo
en el Ministerio de Educación.
La situación familiar
empezó a ser un poquito incómoda, extrañando los hijos y a toda mi familia. Entonces
empiezo a solicitarle al jefe del Banco que me haga un traslado a San Isidro, ya
tenía como seis meses de estarle pidiendo a mi jefe el traslado para San Isidro
y como me decían que no, les dije que iba a tener que poner la renuncia,
entonces al final me trasladaron a trabajar a San Isidro a la oficina del Banco
Nacional.
Después se me presenta
la oportunidad con un señor que me dice que él me puede ayudar a viajar a Estados
Unidos; entonces me agarro de las amistades que tengo en el Banco y vamos a
solicitar visa con mi esposa… Ningún pero. Nosotros llegamos, “¿para dónde
van?, ¿qué van a hacer?”, “está bien, venga por su visa a las 3:30 de la
tarde”. Listo, entonces renuncio a trabajar en seguridad. Trabajé seis años en
San José y cinco en San Isidro; fueron once años en seguridad.
Me voy solo para Estados
Unidos porque mi esposa tenía su profesión aquí y los niños estaban pequeños; me
voy legal. Yo en realidad nunca pensé en ese sueño americano ni en nada de eso,
pero llegaron y lo sembraron y floreció muy rápido. Un octubre viajamos
directamente para Nueva York y a los cuatro días bajamos para Carolina del Sur,
que fue donde nos establecimos en el primer momento a trabajar. Fue sumamente
difícil no por el tiempo que pasé allá, sino porque yo soy una persona muy
sentimental, soy una persona demasiado amorosa, de esos hijos que aman a su
madre, que aman a sus hijos, que les han dedicado tiempo de calidad, entonces
fue sumamente difícil esa época que pasé en Estados Unidos.
Trabajaba en aislamiento o lo que llaman insulación, es una palabra poco conocida en español, pero trabajaban en insulación en Carolina del Sur. Eso es como forrar las casas con fibra de vidrio para que no entre el calor ni el frío… Como experiencia económica fue muy mala; estuve tres años y medio en Estados Unidos pero hice muy poco dinero, ganancias no traje, compré algunas cositas, compré una propiedad aquí y pagué algunas deudas, pero no como para decir que venía con dinero, pero experiencias de vida tuve muchísimas.
Llegué a trabajar con uno de esos costarricenses que se establecen allá y logran hacer sus papeles y se dedican a estafar costarricenses. Entonces yo fui uno más, fui uno más de ellos. Cuando llegué, nosotros durante la semana nos ganábamos 5.000 dólares; él me decía que nos habíamos ganado mil y me decía de esos mil (porque él ganaba el 60% y yo el 40%) eran 400 míos; entonces de esos $ 400 eran $100 para la renta, $50 para comida, $50 para agua luz y todo esto…Y él por su lado ganaba los 4.000 más lo que ganaba por aquí, entonces no me empezó yendo muy bien. Con el tiempo empecé a conocer a otros costarricenses que me explicaron como se trabajaba ahí… Había diferentes tipos de material; pagaban $5 por esta bolsa, $7 por aquella y $3 por esta, entonces, dependiendo de la cantidad de bolsas que usted colocara, al final del día se había ganado tanto. Y yo empiezo a hacerle números y le digo: "no mire, caballero. No me parece. Yo voy a irme a trabajar con otra persona…" Empecé a llamar a Costa Rica y empezaron a contactarme, entonces me fui para para New Jersey. Vivía en Trenton y trabajaba en unas empacadoras y trabajaba en panadería y trabaja en un restaurante y lo que hacemos los ticos cuando andamos por allá, trabajando en "de todo". Con otro tico conseguí trabajo con un hondureño, que fue posiblemente la mejor época que tuve. Me fui a trabajar con él en remodelación de departamentos y en el famoso Brooklyn… Era un trabajo bastante pesado, bastante duro, pero empecé a ganar bien. Fue cuando tuve la oportunidad de ahorrar un poquito, pagar algunas deudas que tenía aquí, comprar un lotecito a la par donde tenía mi casa para hacer la propiedad un poquito más grande… Pero el señor, el hondureño, tuvo un accidente y tuvo que dejar de trabajar y él era el que se encargaba de todo y se varó la compañía. Entonces fue cuando tuve que viajar a Miami, bajé a Hialea donde un primo que logré localizar, entonces los últimos dos años los pasé en Orlando, en la Península, trabajando con mi primo. Y como dicen “no hay peor cuña que la del mismo palo”, es una persona media enredada y me decía que el trabajo valía tanto y que le habían dado tanto y que me iba a dar mil dólares y me iba a quedar debiendo 2000… La misma historia, pero por lo menos ese me decía que me quedaba debiendo la plata, no como el otro.
Al final de cuentas la
situación familiar se fue complicando, eran tres años de estar allá. Mi esposa
fue a visitarme tres veces, pero la distancia genera mucho conflicto
matrimonial, entonces tomo la decisión de venirme. Cuando me iba a venir, mi
primo me está debiendo 26.000 dólares y 15 años después sigo esperándolos.
Me vine casi que con una mano atrás y otra delante. Fue una época muy difícil cuando llegué a Costa Rica, porque volver a
buscar enlaces, amistades para empezar a trabajar, y a todo esto mi relación
matrimonial se había debilitado muchísimo, se me hizo muy difícil conseguir
trabajo.
Había una finca familiar en la parte de la reserva indígena en Cabagra, y
tomo la decisión de irme para la finca, empezar a hacer la finca, hacer cercas,
hacer potreros, hacer rondas... Ahí no hay agua, no hay luz, es territorio
indígena, entonces yo salía cada mes, cada dos meses, sacaba frijoles, maíz,
algunas cositas, algunas vaquillas que teníamos yo las asistía.
El tiempo cobra factura,
y como yo no estaba produciendo y de Estados Unidos no había venido muy bien,
mi matrimonio se debilitó mucho y decidimos terminar la relación… Entonces fue
cuando yo me veo en la situación de no tener nada a pesar de todo lo que había
vivido. Mientras estaba casado tenía mi casa propia, tenía la finca, teníamos
otra propiedad por allá, teníamos el carrito y teníamos todo lo que se tiene en
el hogar, pero en el momento en que se toma la decisión de romper el matrimonio, yo
salgo de mi casa sin absolutamente nada, salgo con la ropa que tenía.
Entonces yo, con 35
años, me voy a vivir donde mi hermana a Villa Ligia, ahí mismo en San Isidro,
y entro en un colapso psicológico y emocional. Al tiempo consigo trabajo de
taxista. El trabajo de taxista son 12 horas, yo recibía el taxi a las 3 de la
tarde y entregaba a las 3 de la mañana. Llegaba a la casa y lo que hacía
desde que llegaba hasta que salía a recibir el taxi otra vez, era
llorar. Pasaba encerrado en el cuarto llorando, no comía, dormía mal, hasta que
yo no sé de dónde mi hermana, un día muy brava, muy enojada, entra al cuarto
donde yo estaba y me dice: “¿Pero usted qué piensa hacer de su vida? ¿Seguir
llorando ahí lo que le resta, y quizás la otra está feliz porque ya usted no
está estorbando en esa casa y usted aquí muriéndose… No, usted tiene que pensar
qué es lo que va a hacer de su vida de aquí en adelante, tomar una decisión,
buscar un trabajo y hacerlo bien o ponerse a estudiar o ver qué es lo que va a
hacer…”
Yo no sé qué tanto lo
pensé o si en realidad lo pensé, pero de pronto tomé la determinación de
terminar el estudio que tenía pendiente todavía, hacer el examen de matemática, y digo “voy a ponerme a estudiar”. Tomé la decisión de estudiar y me voy para
la Regional del Ministerio de Educación ahí en Pérez Zeledón y “vengo a
matricular, necesito ver qué materias debo”. Entonces buscan por ahí entre el
poco telarañas, pues ya hacía muchos años que no estudiaba, y
me dicen “Bueno, usted debe Matemáticas y debe Educación Cívica”. Y está bien, me
matriculo y me compré un disco un CD con prácticas de matemáticas. Me acuerdo
que fue una de las primeras cosas que aprendí a hacer en computadora: el disco
venía programado para que usted lo abriera con fecha el 15 de agosto, pero si usted lo abría el 16, ya no le abría las
prácticas del 15, entonces me dice un compañero, un taxista, me dice: “Chino, ¿sabe
qué tiene que hacer usted con eso? Que le cambien la fecha a la computadora a cualquier
fecha antes. Entonces, como la computadora está atrasada sí va a permitirle
abrir los archivos.” Entonces le hicimos ese trinquete a la computadora y me
puse a practicar.
Llegaba a las 3 de la
mañana a mi casa y me ponía a estudiar. Yo vi que no era
suficiente, entonces me matriculé en un instituto para que me ayudaran, tuve un profesor que no sé si por el momento de mi
vida o porque él era un excelente profesor (posiblemente las dos cosas), yo
logré comprender matemática muy bien, pero me dediqué tanto a las matemáticas
que se me olvidó Educación Cívica y era la otra semana. Me pongo a medio leer
un libro que me habían prestado por ahí, y fui e hice los dos exámenes y gané
los dos. Anteriormente ya había hecho cinco veces Matemáticas y había fallado.
Cuando me entregan el
resultado veo que gané, que soy bachiller. Eso fue una emoción extraña, porque
digo: soy bachiller, ¿y ahora qué? Mi sueño de chiquillo era ser ingeniero
civil, yo me soñaba creando puentes, creando edificios, creando carreteras,
pero con 35 años no era momento para
eso. ¿Entonces, qué hago? ¿Qué estudio? Digo yo: Educación. Entonces me fui
para la universidad y pedí ver cuáles eran las carreras que ellos tenían.
Español nunca fue mi fuerte, pero me gustó: vamos a estudiar Español.
Así entré a la Universidad Internacional San Isidro Labrador, UISIL, y seguía siendo taxista. Yo la verdad que no sabía ni a qué iba, con tantos años de no estudiar. ¿Tecnología? La mínima. Hacía muchos años, cuando trabajé en el Banco, me tocaba hacer informes todos los días, pero me dijeron: “Usted abre esta página, hace el informe y lo envía así.” Ese era el acercamiento con la computación que había tenido. Cuando me vine de Estados Unidos me traje una laptop, no sé para qué pero ahí venía, que fue con la que llevé mis estudios en la universidad y empecé mis años acá en el Ministerio…
El primer día de clases
llego al aula y ya había un grupo de estudiantes adentro. Después, con el
tiempo, ellas (porque era un grupo de puras mujeres), me dicen que cuando me
vieron llegar al aula pensaron que yo era el profesor, porque yo era un señor
de 35 años y en ese grupo habían cinco maestras, cinco señoras que ya estaban
ejerciendo, y 16 muchachas que venían saliendo del colegio de 18, 19 años… Puras
mujeres y solamente yo ahí sentadito.
La universidad fue una
experiencia muy enriquecedora. Al principio fue muy difícil por el bullyng,
una palabra que a mí no me gusta, pero ahora en todos lados aplican… En el primer cuatrimestre me pusieron
hacer un trabajo con esas señoras que eran profesionales y ellas no quisieron
hacer el trabajo conmigo, me quedé por fuera y le expliqué a la profesora y
ella me asignó un trabajo por aparte. Y las chiquillas, ese grupo de muchachas, me adoptaron de una manera
maravillosa: "venga, usted hace el trabajo con nosotros" y "venga Chino", venga para
acá y venga para allá…
El siguiente
cuatrimestre ya se matriculó un muchacho
de la edad de ellos, pero un muchacho, un varón, un muchacho también demasiado
carga que es profesor aquí en el colegio de Uvita. Todos ellos me llevaron, me
ayudaron, me levantaron: cómo hacer una presentación, cómo hacer un trabajo en
Word, cómo utilizar Excel, cómo PowerPoint, para empezar a
involucrarme en el estudio nuevamente, porque yo estaba frío…Fue un grupo un
grupo maravilloso de compañeras excepto las cinco, que ellas solitas tomaron la
decisión de no regresar con el grupo. Este grupo de jóvenes adolescentes me
adoptaron y me ayudaron a irme preparando… Y ya yo empecé a darme cuenta que
tengo una facilidad de palabra increíble, que absorbo conocimiento con relativa
facilidad. Entonces teníamos la dinámica de los grupos: usted hace este
trabajo, usted hace este otro, usted va a exponer… Yo era el que exponía porque
tenía buen manejo de aula y facilidad de palabra también.
Cuando mi esposa se da
cuenta de que yo ya era bachiller y estaba en la universidad, me busca.
Entonces lo intentamos nuevamente, volví a la casa, pero estaba muy lastimada
la relación, mi esposa sumamente celosa y al ver que yo compartía con esas muchachas me decía “Es que usted solo con ellas”, y esto y lo otro. El
tiempo que viví con ella yo trabajaba de 3 de la tarde 3 de la mañana; como
ella es educadora se levantaba a las 6 de la mañana, se alistaba y se
iba… Yo me tenía que levantar a las 6 de la mañana para alistar a mis hijos,
llevarlos al centro educativo y regresar a atender la casa, los
quehaceres del hogar, barrer y limpiar y todos esos asuntos, dejar preparado el
almuerzo para cuando regresaran mis hijos, y a las 2 de la tarde salir a recoger
el taxi para trabajar. Tuve un patrón en el taxi muy carga, muy especial. Él
entendió mi situación y me dijo: “el día que usted no puede trabajar en la
noche, yo trabajo", pero entonces me tocaba trabajar el resto del fin de semana.
Fue un tiempo sumamente agotador.
Fueron seis años para
terminar la licenciatura y el MT6 después, una de las categorías del MEP. Con
el bachiller uno sale con MT5 y tiene que llevar otros cursos más en la
universidad para obtener el MT6.
Mi primer nombramiento
fue cuando terminé los estudios, una incapacidad por maternidad. Una de mis
profesoras me ayudó para que me nombraran en Las Mercedes de Cajón, en
Pérez Zeledón. Esa fue la primera vez que tuve contacto con estudiantes.
Gracias a eso después me nombraron, hice otra incapacidad de un mes en el
Colegio de Palmares, también en Pérez.
Eso fue terminando el año, y el siguiente año me dieron un nombramiento
completo aquí en Palmar Norte. Eso fue hace 8 años, mi primer año en el colegio
nocturno de profesor de Español… Venía yo, imagínese, de 41 años a entrar a un
aula por primera vez a dar clases… Toda una ilusión, algo no esperado, la
verdad, porque yo con 35 años no tenía el bachiller de secundaria, y en realidad
no espera uno que haya un cambio relativamente drástico.
Lo que
trabajaba ahí eran tres noches; todas las noches que me correspondía trabajar
venía desde San Isidro hasta Palmar Norte. En ese entonces tenía un Toyota
Corolla que de alguna manera fue heredado por mi padre, porque el restaurante
que mi padre tenía cuando estaba en vida, nosotros lo vendimos muchos años
después porque la patente estaba a nombre de mi padre. Cuando se hizo todo el
proceso legal la pasaron a nombre de nosotros, y como ninguno se quería irse a
San José, entre los tres hermanos tomamos la determinación de venderla. Con la
parte que me correspondió yo compré ese Toyota Corolla que era con el que
anteriormente iba mi esposa a trabajar y con el que movía a la familia y, en el
momento en que me corresponde trabajar acá, con el que yo vengo los primeros
años.
Luego me di cuenta de que había lecciones aquí en el Liceo Pacífico Sur a mediados de año, entonces vine y hablé con don Eric Molina, el director de acá, y me dijo: “Sí, ahí hay unas lecciones lo voy a meter aquí, vamos a ver qué sucede…” Y después de vacaciones de 15 días llegó el nombramiento. Entonces ese primer año estaba trabajando en el día aquí y en el nocturno en la noche, eran 15 lecciones en cada lado. Entraba a las a las 7 de la mañana y tenía que dar dos o tres lecciones y luego tenía que trabajar en la noche, entonces me parqueaba en cualquier parte a esperar que se hiciera la noche para cumplir el rol, salir a las 10 de la noche e irme para San Isidro, llegar allá más o menos a medianoche para levantarme al día siguiente y salir a las 5 de la mañana para estar aquí a las 7 de la mañana. Me la jugué lo que quedó del año así.
El siguiente año me
vuelven a nombrar en el nocturno y me vuelven a nombrar acá, pero el gasto que
se estaba generando con el transporte, el combustible, ir y venir, no era… Entonces tomo la decisión de alquilar un
apartamento acá… Error, porque me tenía que quedar casi toda la semana; no
trabajaba los lunes, pero me tenía que quedar de martes a viernes, entonces el tiempo en familia era
poco y ya empezamos otra vez a tener conflictos con mi esposa y la relación se complicó demasiado, pero muchísimo.
Después de mucho conflicto yo le dije: “No, esta situación no es ni buena para mí ni para usted ni para mis hijos…” Fueron mis hijos los que me hicieron recapacitar de que lo que ellos estaban viviendo no era algo sano para ellos, preferían que si yo me tenía que venir a vivir acá, lo hiciera, antes de estar viendo lo que estábamos viviendo como pareja. Entonces tomé o tomamos la decisión de separarnos nuevamente. De eso hace seis años. Entonces ya prácticamente estoy viviendo acá, viajo poco a San Isidro aunque prácticamente toda mi familia está allá, aquí no tengo ningún pariente cercano.
Son ocho años desde que
estoy trabajando en el Ministerio; mis hijos están grandes ‒el menor de mi
matrimonio tiene 21 años, porque tengo una hija menor que tiene 18, pero no es
de mi matrimonio‒. Mi hija estudia en Heredia, mi hijo es profesional, es
profesor de Educación Física y profesor de Español también, él trabaja aquí en
Uvita, y mi hijo menor trabaja y está estudiando educación, también está
estudiando la Enseñanza de Estudios Sociales. Así es que la mamá es profesora
de Inglés, mi hijo mayor profesor de Educación Física y de Español, mi hija
está estudiando la Enseñanza de la Matemática, mi hijo está estudiando Estudios
Sociales y yo profesor de Español. Todos estamos en el gremio de la educación,
pero ya están grandes, entonces voy a San Isidro y ellos están trabajando, la
otra está allá, el otro muchacho aquí, entonces no hay mucho que ir a visitar a
San Isidro, en realidad voy poco, cada 22 días o cada mes a visitar a mi madre
o hago que ella venga, así también se distrae un poquito. No lo acepto todavía,
pero me estoy volviendo vecino de Ciudad Cortés. Ya son seis años de estar
viviendo permanentemente aquí.
Siempre había trabajado en el sector privado y una de las cosas que me hacen gracia, entre comillas, es de lo que se quejan aquí en el MEP. Se quejan de muchísimas cosas. En el sector privado usted no tiene derecho a quejarse, le gustó o no le gustó, lo despedimos y listo, pero aquí no, aquí se quejan de todo… No quiero que se me malinterprete, pero cuesta mucho encontrar un educador que quiera dar un poquito más allá del reloj… Si usted tiene que venir a trabajar por la institución un sábado, o dos o tres horas fuera su horario lectivo, ya no, porque mi horario termina a la una… A la una agarro mi computadora y salgo y me voy, no tengo por qué quedarme aquí hasta las 3.
De los educadores que he conocido hay una mayoría que puedo encasillar ahí. Hay unos que sí son muy activos, que sí se entregan mucho por la institución, que sí les gusta aportar un poquito más, que no les importa si es sábado o si es domingo: si hay que venir a colaborar, venimos. Es algo que yo hago con gratitud, porque para mí estar aquí en el MEP es un cambio total y absolutamente drástico con respecto a todo lo que yo he vivido anteriormente.
Lo que yo tenía conocido de ser un educador
era llegar y pararse a escribir en una pizarra y transmitir ese conocimiento y
listo, pero cuando usted está al frente de la pizarra es diferente, usted tiene
que preparar todo un material, tiene ahí todo un trabajo extra… No son solamente las horas que yo estoy dentro de una institución, tengo
que llevarme los exámenes para revisarlos, hacer los exámenes en mi casa,
planear mis lecciones… Es trabajo que en ocasiones uno lo hace sábados y
domingos. En ocasiones yo me he sentado a revisar pruebas tipo 9 de la mañana
después de un desayuno y cuando me doy cuenta son las 3, las 4 de la tarde y
no he almorzado. Es normal en los educadores, es un tiempo extra que pienso que
el ciudadano común que no tiene que ver con educación no entiende…
A veces nuestro gremio
no es tan bien apreciado, pero sí hay mucho trabajo extra, el tener que lidiar,
en esta zona donde me ha correspondido trabajar, con las diferentes situaciones
sociales, con las diferentes situaciones económicas que viven los estudiantes,
lo hace a uno ser más humano, lo hace a uno entender. Por eso yo digo que mi Señor
me preparó a mí con este montón de vivencias para venir aquí y no solamente
enseñar Español, no solamente enseñar literatura, sino tratar de aportar un
poquito más para la vida de los muchachos…
En estos momentos que
estamos viviendo en la historia del país, y pienso que también a nivel mundial,
uno tiene que tener mucho conocimiento general y mucha empatía. Estamos
en una etapa de la “generación de cristal”, que dicen que cualquier cosita los
quiebra. He sentido que no es una situación de adolescentes, porque tengo
muchos compañeros, muchos conocidos que son personas adultas, personas de mi
edad, que también son frágiles.
Yo trato que mis
estudiantes aprendan que ellos tienen que ser fuertes, que ellos se tienen que
amar y se tienen que valorar sin importar si son gordos, si son flacos, si son
negros si son blancos, si son nicaragüenses, si son cuatro ojos, si son… O sea,
a nosotros nos van a molestar por todo, pero si yo digo que me están haciendo
bullying, esa palabra va a venir calando en mí y me va a hacer más propenso al
estrés, más propenso a la ansiedad, más propenso a… Estas palabras tampoco me
gusta utilizarlas, porque pienso que también trabajan en mi mente…
Ahorita tengo 49 años y
hasta este momento no he logrado entender por qué (y ya hace tiempo tomé la decisión de dejar de tratar de entender el por qué), pero desde que yo
me acuerdo, desde que yo tengo uso de recuerdos, la gente me busca como apoyo,
me buscan porque tienen confianza, me buscan porque están viviendo alguna
situación personal y me dicen: "mire Freddy, necesito conversar con alguien…" Gracias
a esa virtud ‒no sé cómo llamarle a esa situación de vida‒ he conocido
personas a maravillosas con unos conflictos inmensos, pero han tenido la
confianza de acercarse. Aquí he tenido padres de familia que llegan y se me
acercan y me dicen: “Mire, profe, yo no sé qué hacer con mi hijo, no sé qué
hacer con mi hija, necesito que usted me
ayude.”
Uno de los principales
factores con los que hay que luchar aquí es el factor social. Ciudad Cortés todavía tiene una mentalidad de
pobrecito. Yo la mayor parte de mi vida la pasé en
Pérez Zeledón: Pérez Zeledón tiene una mentalidad de comerse a cualquiera. Ahí
usted habla con los adolescentes y ellos quiere ser doctores, quieren ser
abogados, quieren ser ingenieros, quieren ser de todo y luchan por agarrar
campos en los mejores colegios porque ellos
quieren sobresalir, quieren tener esto y quieren tener aquello y quieren
tener de todo… Aquí no, aquí usted le pone un reto a un estudiante y “no, es
que yo no puedo”. Y cuando usted presiona a un estudiante, inmediatamente viene
la mamá, viene el papá, viene el encargado legal: “es que usted me está
presionando mucho a mi chiquito.” Es algo en lo que uno tiene que trabajar
sistemáticamente con el estudiante, con el padre de familia e incluso en
ocasiones con algunos compañeros profesores para que nos demos cuenta de que si
yo no tengo retos en la vida, difícilmente me voy a hacer una persona fuerte. Ahí es donde viene el bullying, el estrés, la
ansiedad, porque yo no soy una persona fuerte, porque me están acostumbrando a
que si tengo un inconveniente, papi y mami vienen a solucionarlo…
Pienso que nosotros
tenemos que fortalecer nuestra mente, nuestra forma de pensar para que los
adolescentes empiecen a cambiar su forma de pensar. Creo que parte de la culpa para
que la generación sea así, es nuestra, porque ¿quién está creando esa
generación? Nosotros.
Situaciones que he vivido aquí en el colegio: una estudiante que viene del sistema regular entra el Programa de Bachillerato Internacional. De allá viene acostumbrada a tener calificaciones de 90 para arriba; viene aquí, a un sistema totalmente diferente, y cuando recibe su primer ronda de calificaciones de las pruebas, son cincuentas, cuarentas, sesentas. ¿Normal? Normal dentro del Programa de Bachillerato Internacional. Ella colapsó, no supo aceptar sus calificaciones…
Esas situaciones para mí
son más importantes de trabajar con mis estudiantes que el hecho de que
aprendan a analizar una obra, de que aprendan a desarmar una
oración, de que se aprendan el paradigma verbal. Lo digo como persona, como
profesional. Por supuesto me encargo de que mis estudiantes vayan lo mejor
preparados a las pruebas, y gracias a Dios mis resultados me respaldan. En los ocho
años que tengo que trabajar, solamente el primer año trabajé con séptimo y
octavo; el director de la institución algo vio en mí y desde entonces me puso a
dar cuartos y quintos para que prepare a los muchachos para el bachillerato. Ahora
estoy en este programa de Bachillerato Internacional y gracias a Dios mis
resultados me respaldan. No digo que sean excelentes, pero son muy buenos
resultados.
Definitivamente la pandemia vino a generar
todavía mayor debilidad. El estudiante se acostumbró a no hacer nada, me consta
que muchos estudiantes pagaban a hacer las benditas guías, entonces usted
recibía tal vez todas las guías del grupo, pero eran fotocopias, ¿y quiénes generaban eso? Los mismos padres de familia. Eso vino a
generar todavía un mayor debilitamiento en el estudiante. Los que se
graduaron en pandemia y los que se graduaron todavía el año pasado se acostumbraron
a eso, a que todo era sencillo, todo era fácil, nada más mandaban las copias y
ya tengo mi título de bachiller. Dejamos la pandemia
solamente hace un par de años atrás, entonces el estudiante está empezando otra
vez a acostumbrarse a que tiene que hacer sus trabajos, tiene que venir al
colegio, tiene que producir conocimiento para seguir avanzando.
Me ha tocado trabajar
con poblaciones estudiantiles muy diferentes, porque acá en el Liceo trabajo
solamente con estudiantes del Programa Bachillerato Internacional, que quiérase
o no son estudiantes que vienen con una mentalidad diferente, vienen con la
mentalidad de salir un poco más preparados para optar por carreras
universitarias, incluso en el extranjero…En el Colegio Nocturno de Osa, donde
trabajé también por 8 años, es una población totalmente diferente: ahí viene el
padre de familia, viene una persona ya de cuarenta y tantos años, más
responsable, con ganas de estudiar, con ganas de prepararse, con todas esas
ganas de salir adelante…O el otro sector que son los niños que salen del
sistema diurno porque los papás ya no los soportan, ya no quieren luchar con
ellos para que terminen su educación en el diurno, entonces los mandan a la
deriva a un sistema nocturno, donde lo que sucede (creo yo que no solamente en
esta parte del país) es que los ámbitos nocturnos, no solamente en educación, están siendo tomados por la drogadicción, por las
pandillas, no sé si está bien empleada la palabra, pero por estos grupitos que
andan generando la venta drogas y el trasiego y todo eso, y ya entonces
empezamos a hablar de sexo, empezamos a hablar incluso de prostitución y no
solamente prostitución femenina, sino prostitución masculina… He tenido estudiantes varones que me dicen,
“Es que, profe, usted sabe que por la plata baila el mono y si él está pagando,
yo hago lo que él quiera…”
Y está también toda esta
situación social con respecto al sexo, que ahora usted no puede decirle a un
muchacho ni mucho ni muy poco tampoco, porque no sabe si son hombres o son
mujeres o si son elles o ellas o toda esa situación que se genera. Me ha tocado
que llego a un aula y digo, “Hoy van a exponer las mujeres”, y se levanta
alguien que para mi concepto es un varón y dice: “Profesor, yo voy a exponer
hoy porque me considero mujer”, y entonces entra en el conflicto de: “Usted
me tiene que respetar porque es mi forma de pensar, y si yo me siento mujer,
usted me tiene que permitir exponer porque…” Está bien, yo no voy a entrar en
ningún conflicto con usted, yo respeto su forma de pensar y usted respeta la
mía. Usted de pronto ve un muchachito
venir y es una niña o hay varones también que se dejan crecer el pelo y ya
quieren venir con aretes y maquillados y andan carterita porque ellos se
sienten mujeres. Me decía mi hijo, que es un muchacho joven todavía, que hay
muchas situaciones de estas que se dan por moda, no porque la adolescente se
sienta homosexual sino porque es una moda, porque hay chiquitas que se andan
besuqueando y entonces como ellas lo hacen yo lo voy a hacer aunque a mí me
gusta un chiquito, y lo mismo los varones adoptan esa moda por encajar. Sabemos
que eso no es de ahorita, eso viene desde el principio de la vida, pienso yo
que nosotros vamos adoptando ciertas posiciones para encajar en los círculos
sociales a los cuales queremos pertenecer.
Vine a caer al Programa
de Bachillerato Internacional porque le hicieron la propuesta al colegio. “¿Cuáles
profesores quieren ir a capacitarse para el Programa de Bachillerato
Internacional?” Todos estamos así en fila; todos dieron un paso para atrás y yo
me quedé delante; no fue que yo di el paso adelante, sino que me quedé ahí. “Está
bien, deme su nombre, deme sus datos para apuntarlo. Dentro de 15 días vamos
para San José a la capacitación…” Fue un año y resto de capacitación para poder
entrar al programa, preparando documentación, preparando la infraestructura,
porque nosotros somos empleados del MEP pero no nos evalúa el MEP, nosotros
somos evaluados por este ente de Bachillerato Internacional…Vienen evaluadores
de otros países a verificar nuestro trabajo. No digo que soy el mejor, pienso
que hay muchísimos profesores mejores que yo y me doy cuenta cuando hacemos la
reunión de profesores de literatura: el conocimiento que tienen y todo esto…
Y yo digo, aquí voy,
aquí estoy tratando de dar lo mejor de mí, tratando de ser responsable,
tratando de generar cosas positivas en la vida de los muchachos y de los
compañeros, y con este programa incluso de la comunidad, porque aquí hemos
estado restaurando parques infantiles, lugares de recreo para la juventud del
cantón; hemos estado trabajando en escuelas en Uvita, hemos estado trabajando
en diferentes lugares, no solamente acá, y los muchachos ya empiezan a hacerlo
porque ellos ven que uno también produce… Porque si usted no da el ejemplo, ¿cómo
entonces?
En vacaciones de 15 días
vine a pintar un pabellón la semana antes de entrar a clases. Cuando
ellos llegaron estaba todo el pabellón pintado, y llegan y me preguntan los
estudiantes: “Profe, ¿pero cuándo vino usted a pintar esto?” “Ahora en vacaciones”. Me dicen: “¿Pero le pagaban esos días?” Les digo: “No,
yo vine porque estaba en vacaciones, dedico mi tiempo libre a lo que yo
quiera. Le pedí permiso al Director y él me dio las llaves.” Y me dicen, “Pero
¿por qué lo hace si no le están pagando?” “¿Por qué lo hago?”, digo yo, “Porque
hay que sembrar, porque hay que predicar con el ejemplo… ¿Cómo les voy a
decir a ustedes que tienen que hacer buenas obras para las demás personas si no
estoy dando el ejemplo?” A través de todas esas cositas va generando uno
confianza.
Trato de entregarme como
profesional lo más que puedo, trato de ser profesional en mi trabajo, pero para
mí es sumamente importante que el estudiante se vaya con herramientas
necesarias para poder enfrentar la vida en adelante. Yo me pregunto: el
muchacho se va de aquí, ¿cuándo otra vez en su vida va a tener que analizar una
obra literaria? Probablemente nunca. ¿Pero cuántas veces va a tener que
enfrentar un inconveniente en su vida, cuántas veces ese inconveniente puede
escalar y convertirse en un problema? La universidad es todavía más complicada que el colegio; el trabajo y la
vida laboral son todavía más complicadas que la universidad, y si nosotros no
generamos un poquito de herramientas para que estos muchachos se vayan
preparando para enfrentar eso, ¿qué sembramos en ellos?
Definitivamente me siento sumamente satisfecho. Ese sueño de ser ingeniero, pues ahí queda como aquella cosita tal vez de juventud, de adolescente, pero yo he aprendido de la vida que no puedo vivir en los “hubiera”, porque mi vida a partir de los cinco años, cuando mueren mi padre y mi madre, a partir de ahí mi vida ha sido venir perdiendo, perdiendo, perdiendo y perdiendo… Pero ¿qué es lo que pasa? Que hubo un momento donde me di cuenta que los sentimientos los cargo yo… Tuve mucho rencor con uno de mis tíos de los Jiménez, y fue un rencor también que posiblemente me lo sembraron. Yo era un niño de 5 años que no entendía nada y me sembraron ese rencor. Comprendí eso y decidí dejar de cargar eso.
Lo mismo ha pasado con
todas estas situaciones en que todo era perder. De pronto yo me di cuenta que
no podía vivir en los “hubiera”; me detengo, hago una introspección y me pongo
a ver: es cierto que he perdido, pero cada pérdida de esas ha generado una
victoria… Y a como un día dormí en la calle cobijado con cartones, porque lo
tuve que hacer, otro día estaba en Nueva York recibiendo el Año Nuevo en Times
Square. Entonces, ¿qué tengo que valorar yo en mi vida? ¿Aquel día que dormía
en cartones, claro, como experiencia de vida, o el 31 de diciembre en Times Square, un icono a
nivel mundial para recibir el fin de año? Por supuesto que esto. Aprendí a
valorar todas mis cosas positivas y me di cuenta que todo ese “perder, perder,
perder…”en realidad fue un “ganar, ganar, ganar…”, hasta el punto en que creo
que mi Creador me estaba preparando para tenerme aquí.
Siento que estoy
aprovechando el momento de vida donde estoy, aunque estoy abierto a cambios. No
sé si de pronto dejo de ser profesor y empiezo a ejercer otra profesión, otra
carrera, otro oficio. Siempre me ha gustado trabajar en manualidades, tengo
muchas artesanías realizadas por mí, me gusta pintar, me gusta trabajar en
madera… Entonces de pronto estoy terminando con mi responsabilidad de vida, mis
hijos ya son profesionales, mis hijos ya están grandes, entonces no hay que
generar tanto dinero. Yo agradezco el platito de arroz y frijoles que tengo
sobre mi mesa, entonces no necesito acumular riqueza, entonces de pronto tal vez puedo, no tan cerquita, pero de pronto ahorita tal vez llega un momento
en que pueda dedicarme a hacer otras cositas diferentes… No es que quiera en
este momento dejar educación, ahorita me siento pleno, me siento
satisfecho… Yo me siento feliz, no me
siento satisfecho.
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