San Isidro de Heredia
13 de mayo del 2024.
Mi nombre es Angie Fonseca Cascante, tengo 44 años. Soy orientadora educativa de colegio, tengo 22 años de trabajar. Soy de Lagunilla de Heredia. Hija de papá comerciante. Mi mamá fue jefa, administradora del hogar. Tuvieron cuatro hijos, yo soy la segunda de mayor a menor. Papi ya no está con nosotros, pero como familia seguimos todos juntos. Mis hermanos son profesionales, todos por el esfuerzo de ellos y de Diosito que ahí estuvo presente siempre. Pero sí, el esfuerzo de mi papá y mi mamá que económicamente les costaba mucho pero todos tuvimos la oportunidad de estudiar e ir a la universidad. Todos, los cuatro hermanos somos de la Universidad Nacional, todos becados.
Mi infancia muy bonita porque como éramos cuatro hermanos, entonces muy sana, con amiguillos del barrio, vecinos, jugábamos en la plaza, en la pulpería. Jugábamos de pulpería, de cocinita, de barbies, de todo eso. En realidad nunca tuve exceso de cosas, pero si muy feliz y la disfrutamos mucho.
Estuve en la escuela del barrio. Era una niña muy cariñosa... en el kínder la maestra me pasaba alzada. Tenía amiguitas, era un poquito dispersa, yo chupaba dedo y tenía una cobijita que me duró años. Eso fue kínder y escuela. Hice años de escuela normal, cerca de mis hermanas, siempre rodeada de gente. En todo salía, bailes típicos… en todo. Desde ahí yo era como defensora de los chicos que no tenían algo. Por ejemplo, me acuerdo que hicimos un intercambio, había que dar algo y un compañero llevó unos bananos envueltos en un periódico y la chiquita que le tocó ese regalo lloraba y pegaba gritos y el compañerito lloraba y yo lloraba con él. Eso era maltrato... De hecho mi compañero es indigente ahora...
También recuerdo que mi papá vendía embutidos, iba a Puriscal, a Guápiles a vender embutidos en pulperías de pueblos. Entonces, en mi casa no teníamos lujos, era sencilla, pero en mi casa había un congelador gigante que tenía embutidos entonces yo me enteraba que alguna compañera estaba con hambre o estaban pasándola mal, entonces yo le decía: “papi, es que se quedó sin trabajo el papá de fulana”, “llevales”, decía. Entonces yo cogía un bolsón y echaba.
Después, estuve primero en un colegio pero no me fue muy bien, era muy dispersa y me peleaba con las compañeras, no me concentraba. Luego mami nos pasó al Señoritas, era el anhelo de mami... La historia de mi vida, unos años impresionantemente lindos, aprendí muchísimo, estudié con mujeres, aprendí mucho de género. Imagínese que yo me gradué en el 2006. Fueron muy bonitos momentos.
Sí hubo una situación con mi papá, que él, cuando ya fuimos adolescentes, yo estaba en 5to año del colegio, él empezó a tomar de nuevo. Mi papá era alcohólico, había dejado de tomar 17 años. Cuando yo llegué a los 17, él empezó de nuevo, porque ya veía como que todos estábamos grandes. Y entonces sí tuvimos una etapa difícil, como 10 años difíciles donde él perdió el negocio, el problema de alcoholismo fue muy fuerte.
Ya a los 21 años yo trabajaba, ya había salido de la universidad, y mi hermana mayor también, y los otros dos, todavía estudiando. Pero ya a los 21 a mi me tocó mantener la casa, con un pequeño aporte de mi hermana mayor, porque ella ya se había casado. Pero sí me tocó mantener la casa: recibos de agua, luz. Mi papá dejó de trabajar para consumir alcohol y perdió dos carritos que tenía, perdió el trabajo, la ruta que tenía… y nosotros, tras de que había que mantener la casa, había que ayudarle a él económicamente para que viviera en un cuartillo, porque él se puso agresivo, entonces ya no lo podíamos tener en casa. Así estuvo por 10 años. Ya ahí se complicó, le dio una enfermedad EPOC, y diay, falleció... La pasamos muy difícil esos 10 años.
Mami se casó con un alcohólico, ella se enamoró y no se dio cuenta, no lo veía claramente. Era divertido salir con él, a bailar y pasear y así. Papi fue muy responsable con la casa, con nosotros. Y diay, cuatro hijos de un solo verdad, todos seguidillos. Entonces mami dice que él se dedicó a trabajar y a trabajar y a trabajar. Mi papá trabajaba de 4 de la mañana a 11 de la noche; iba a Puntarenas, a Puriscal, a Guápiles, a vender embutidos en calles de lastre. ¡Trabajaba muchísimo! Pero cuando ya llegó a los 40 y resto, dice mami, él empezó con diabetes, entonces ya empezó como físicamente a decaer y otra vez, no sé, como para reafirmarse en su masculinidad y esas cosas, empezó nuevamente a tomar.
Él estuvo muy entregado a la Iglesia Evangélica muchos años, eso fue lo que lo sostuvo del licor, pero extremo, porque mi papá era de extremos. Después dejó la iglesia y empezó a tomar. Y de mis 17 a mis 27 fue la etapa donde él perdió todo. No perdió familia porque gracias a Dios estábamos grandes, nosotros ya éramos adolescentes y casi adultas, por dicha. Mami, gracias a Dios, es una mujer muy fuerte que estuvo presente para todos, muy trabajadora, muy empoderada, siempre estuvo ahí y muy clara en todo, entonces ahí pudimos sobrevivir a la situación.
Papi falleció cuando yo me había casado, de hecho falleció el día que cumplí un año de casada... Cada vez que cumplo años de casada me acuerdo. Cuando uno tiene un alcohólico en la casa, escucha una ambulancia y piensa que es por esa persona, es así, es la realidad. Pero gracias a Dios tuvimos ese año y medio para estar con él.
Debido a la situación económica de mi familia, yo a los 20 estaba en bachillerato de la U, y necesitaba trabajar. Siempre trabajaba en vacaciones en las tiendas, pero ya para los 21 ocupaba mantener la casa. Entonces en mi familia hay algo muy particular, no hay nadie educador, ni una sola persona, yo soy la única educadora, entonces no tenía con quien apoyarme para esos temas. Yo iba a estudiar orientación o enfermería, esa es mi historia.
Estudié en el Colegio de Señoritas. Cuando salí de quinto, no sabía qué hacer, no lo tenía muy claro, y fui a Generales a la U, y cuando ya estaba en Generales, apliqué en la UCR en enfermería y en la Nacional en orientación. Orientación porque tuve una excelente orientadora, la mejor de todas, doña Leda, ella es del Señoritas. Soy orientadora porque para mí ella fue increíble. Pasaba cerca de ella, ayudando. Apliqué, tenía dos oportunidades, en las dos entré.
Y yo soy herediana, entonces me quedaba muy fácil orientación. Es muy cómico, porque un día íbamos con mami en bus para San José, y me dice mami: “ahí va la enfermera del pueblo, siéntese con ella para conversar sobre en qué consiste enfermería”. Yo tenía claro qué era una orientadora, porque había tenido una muy buena, pero no enfermería. Según yo, siempre quise ser enfermera o el área de salud. Y me senté con ella... y le digo yo a mami después, “mami, ya sé qué es lo que quiero estudiar”, y me dice “¿qué?” con una sonrisa, y le digo yo: "Educación, quiero ser orientadora". La cara de mi mamá cambió, verde, se puso de todos los colores, porque la que quería estudiar enfermería era ella, yo entendí que era ella la que quería, no yo.
Ella muy joven trabajó en un hospital de ascensorista, luego en la cocina, hizo amigos, estaba realizada pero, diay, se casó y tuvo chicos, entonces siempre tuvo ese anhelo. Pero bueno, me decidí por orientación, por dicha, porque en realidad siempre he amado lo que hago, no me equivoqué.
Entonces ahí empezó la aventura. A los 20 ya estaba en bachillerato, tenía que trabajar, y fui al Ministerio de Educación a preguntar cómo hacía para que me dieran trabajo en algún lado. Dejé un currículum de una página sin nada, ni experiencia ni nada, solo que había trabajado en una tienda, y me llamaron. Me llamaron para un primero de febrero para trabajar en una incapacidad de maternidad, en el colegio Mario Vindas aquí en San Pablo de Heredia. Y lo hice, de jefa, sin saber nada de nada. Me acuerdo que me dijeron “las adecuaciones, esto”, y para mi era otro idioma, pero bueno, ahí aprendí. Ahí estuve unos meses, ya después cuando se acabó la incapacidad volví a ir al Ministerio a ver quién me daba trabajo, entonces me dieron en Rincón Grande de Pavas. La señora me dijo: “hay una plaza en un colegio donde nadie quiere ir, donde es muy peligroso, donde es mucho el riesgo”. Ni sabía yo dónde, ahí empezó la aventura. Tres años en ese colegio. Me acuerdo que los nombramientos los hacían a máquina, y así le daban a uno un papelito con un sellito y con eso yo llegaba al colegio, y con eso ya era válido.
El primer año trabajé mientras hacía la licenciatura… quise abandonar la licenciatura un día y dije “ay no, ya no puedo” porque además la responsabilidad familiar, la parte de viajar, el colegio. Y no me dejaron mis compañeros, verdad, me dijeron: “termina y termina”. Y la cosa es que terminé.
En el colegio fue increíble. Es un colegio de atención prioritaria. Yo no había tenido contacto con precarios. Soy de zona urbana, no clase alta -porque no-, pero no de precario, entonces no sabía lo que era andar por los precarios, no sabía que existía la pobreza a ese punto, el hambre, la delincuencia, los vicios. Me tuve que capacitar mucho porque era una zona difícil, entonces nos mandaban a muchos cursos, y a mi me encantaba eso. Por ejemplo con el tema de VIH, en aquel entonces, que estábamos empezando; sobre violencia, estábamos en muchas redes, entonces aprendí mucho, me dieron bastantes títulos. Eso me encantaba. Y con los chicos también tuve un acercamiento a la población migrante, que me enamoró, porque tampoco tenía esa particularidad de haber trabajado con tanto chico extranjero, nicaragüenses.
De hecho, mi tesis fue con estudiantes nicaragüenses, sobre el rol del orientador en el proceso de adaptación cultural de los niños extranjeros al sistema educativo costarricense. Nos costó muchísimo porque no había material, bibliografía no había, no había internet en aquel entonces, y la bibliografía que había era escueta, alguno que otro estudio, pero nada muy grande, fue todo un reto. Tuvimos que hacer una parte de las entrevistas en la escuela de Guararí. Encontré en ellos una población lindísima, sumamente trabajadora, muy agradecidos los chicos, muy inteligentes, muchas historias difíciles, desarraigo, todo lo que traen de familia, toda la separación que sufren ellos, la pobreza en la que viven, pero aún así son maravillosos, entonces yo me enamoré de esa población y por eso hice la tesis con ellos.
Esa fue mi escuela. En Rincón Grande me dieron contracturas musculares terribles, tuve infección de las glándulas, me dio un día una cistitis, todo eso me dio porque yo trabajaba tanto que me desatendía, yo no tomaba agua, no me cuidaba físicamente porque diay, con 21 años y con tanto trabajo y tanta cosa que hacer... Yo me aboqué demasiado a eso, me descuidé. Los problemas de los chicos, que eran muchos, yo los asumía, cosas que ahora entiendo que no me tocaban, las hacía, porque no tenía experiencia, pero también porque había que hacer algo.
Por ejemplo, me doy cuenta que una niña de sétimo año, vive sola con un hermanito de kínder, solos en una casa. Solos. Y ya, yo le digo “¿por qué usted andaba en el Parque de Diversiones?” porque le veo los brazos sellados, entonces “Usted falta mucho, ¿dónde estaba?”, y no era el Parque de Diversiones, ella iba a ver a la mamá a la cárcel... Entonces empiezo a preguntar, y ella no tiene qué comer, comía de casa en casa con su hermanito, y aún así lo mandaba a la escuela. Después se quedó sin agua, sin luz, no había comida. Y yo me dedico casi todo un año a buscar en las pulperías de ahí, a buscar diario. Una semana iba a una pulpería, otra semana iba a otra, para que tuvieran un diario pequeñito para ellos. Yo asumo eso, más un montón de cosas más.
También una niña con VIH; después asesinaron a una niña embarazada, los polacos, en aquel entonces. Otro día tuvimos que salir con unos trapos con vinagre porque había gases. Ver las bandas afuera. Enfrentarme, meterme, porque uno es imprudente, a esa edad yo era imprudente. Eso que hice con esa niña, eso no se puede hacer: con tal de que no la separaran, preferí ayudarles. Años después, me topo a esa niña con la mamá afuera. “Vea mami, ella es”, entonces la señora me agradeció y yo ya sentí tranquilidad.
Otra historia que tengo de ahí, que me llena de satisfacción, que no se me olvida: hacíamos bailes. En San Juan adentro, en un salón comunal. Como el cole era tan nuevo no había comedor. Entonces mi compañera y yo dijimos “hagamos un baile”. Buscamos una discomóvil baratísima, con lo mismo que cobrábamos pagábamos la discomóvil y nos prestaron el salón comunal. Y eso fue… Yo no sé cómo no pasó un accidente, no sé cómo no se armó una balacera, no sé. Pero, diay, llego yo al colegio con una gran bolsa de plata, de moneditas y todo que los chiquitos pagaron, y se los doy a la Junta para que compren algo, una olla o algo. Y aquí estoy esperando la olla. Yo no conté el dinero, yo no vi el resultado de ese baile, nada. Simplemente confié en una Junta Administrativa... Se lo robaron todo. Después, le propuse a la directora: “¿me deja ir a unos colegios privados?” Y me dice “sí”. Y fui, al Lincoln, llevé una carta, donde les decía la población y qué necesidades tenían. Pedíamos comida, útiles, cosas así. Diay, resulta que un día me llegan y me dicen “profesora, ¿ustedes pueden venir con un camión? es que les tenemos algo”. Y fuimos, y había no sé cuántas, incontable cantidad de latas, de bolsas de arroz y bolsas de frijoles. Los cuartos y quintos recogieron dinero y yo me vine como con 250 mil colones para el colegio. Entonces empezamos a armar diarios, a repartirle a los chiquitos... ¡Era demasiado dinero!
Me acuerdo que llegó una huelga en ese entonces y aún así buscábamos, y les dábamos a chicos atunes, las bolsas de arroz, frijoles y aún así quedaba mucho arroz y frijoles. Y compré sartén eléctrico, ollas arroceras, platos, vasos, y antes de irme dejé instalado un mini comedor. Entonces me dieron propiedad en San Carlos. Cuando me fui, el siguiente año ya empezaron a hacer desayunos, nada más traían pan o hacían café o huevitos. Ahí aprendí, vi la realidad. Vi lo que había en la calle de a la par, como dicen, porque una siempre vive como en una burbuja.
Yo estudié en el Señoritas, tenía compañeras de esas zonas, pero no iba a sus casas, no sabía tanto. Uno tal vez a esa edad no pensaba en los otros, como pensaba ya siendo orientadora.
Después de ahí me mandaron a Santa Rosa de Pocosol. Y yo pegaba gritos porque a mi siempre me ha gustado Guanacaste, y yo juraba que era Santa Rosa de Guanacaste y me dice el señor del MEP “no, eso es San Carlos” y yo, "¿San Carlos?" Tampoco conocía mucho, porque yo no había viajado mucho por Costa Rica. La cosa es que me fui a conocer, y era larguísimo, casi por la frontera, por Los Chiles. Me fui para allá, muy asustada, lloré una semana, lo que hice fue comprarme un celular.
Aquello era otro mundo que no conocía. Los niños se limpiaban los zapatos antes de entrar al portón, se echaban desodorante antes de poner un pie en el portón. Caminaban hora y media, o iban a ordeñar vacas y después iban para el colegio. Y no querían entrar sucios.
Pienso que ahí yo llegué agotada después de tres años en Pavas... Ya en San Carlos era como estar de vacaciones. Me decían: “Angie tiene que bajar el nivel, tiene que bajarle una rayita o dos rayitas porque es muy fuerte”. Allá en Santa Rosa de Pocosol hice algo que me gustó mucho: yo no sabía que eso existía el papalomoyo, un zancudo horrible que hace unos huecos en la piel. Cuando llego ahí y empiezo a ver todo ese montón de niños con llagas por todo lado, en las piernas, en los brazos, a mi me entraba esa desesperación. Y yo dije: esto no puede ser, ¿por qué estos niños están así? Entonces un día tuve que llevar un chiquillo a la clínica, tuve que acompañarlo... y ahí saludé un doctor que conocí, y le dije que es que estaba muy preocupada, muchos casos y a partir de ahí me dieron 10 campos todas las semanas para llevar chiquitos a la clínica.
Estuve un año en San Carlos, donde me enamoré de las plantas, los animales. Hice buenos amigos ahí. Pedí traslado porque estaba muy lejos. Económicamente también era difícil porque tenía que ayudar a mi familia en Heredia y pagar allá, entonces era el doble. Además, extrañaba a mi familia, en realidad, yo siempre fui de casa, entonces me vine. Pedí traslado. Me llamaron…
De los lugares que yo había marcado, que sabía que estaban libres, me fui para el Anastasio Alfaro, un cole grande. Tenía sus particularidades. Hijos de educadores, abogados, profesionales pero con mañas. En aquel entonces yo estaba sorprendida: los chiquillos vendían cosas, muchos como comerciantes, según yo, y era que iban al mall a robar. Pero bueno, también una aprende. En el "Tacho" estuve dos años, era asistente. Trabajábamos con el Ebais, con el Área de Salud en Montes de Oca.
A mi me gusta trabajar en equipo, me gusta el trabajo interdisciplinario, el trabajo con cualquier organización que traiga un proyecto, no me gusta estar así como estática. Era difícil porque habían profesores que tenían muchos años de trabajar ahí, entonces eran como vacas sagradas o dinosaurios, costaba mucho moverlos. La directora era excepcional, doña Olga, muy buena.
Después pedí traslado porque para mí era difícil, me gusta trabajar donde a uno lo dejan ser y hacer, pero en ese colegio era un poquito difícil. Es un colegio que no tiene comunidad educativa porque vienen de muchos lugares.... A veces es mejor trabajar en zonas urbano-marginales que en esos colegios.
Después me pasé al Julio Fonseca, en la Uruca, y yo como era de Heredia, entonces me quedaba más cerca. Ahí fue otra escuela, algo muy parecido a Rincón Grande. Un colegio más o menos pequeño, éramos como 800 en el 2007. Ahí duré ocho años. En el Julio Fonseca trabajé con una compañera, Laura, otra orientadora impresionantemente buena. Hicimos muy buena yunta, hicimos muchas locuras. Por ejemplo, llegué ahí y no tenía oficina, mi oficina era un servicio sanitario, olía espantoso, a tanque séptico. Entonces un papá me decía “profesora, ¿cómo hace?”, Un día le dije a la directora que yo había soñado que tenía un lugar más grande… Entonces me dijo “hagamos algo, busquemos un espacio”. Y había ahí como un pasillo que estaba cerrado, había sido una soda. Nos quedó lindísimo, hasta nos compramos una grabadora para tener música para los chiquillos.
Trabajamos recuperando muchos chicos. Lo primero fue buscarlos en las casas, ir a hacer todo ese recorrido por los barrios de la León XIII y la Carpio. Hacíamos visitas a la Carpio con los profes para que vieran. A mi me encantaba eso, eso era importantísimo. Arreglar el colegio, que los chiquillos sintieran que estaba bonito. Había muchos profesores muy buenos, Cecilia Menjívar, Rubí, Martita, que eran muy apuntadillos para todo.
Yo soy técnico docente. Nosotros en orientación tenemos una lección, una lección con un programa específico para cada nivel, entonces uno tiene que ajustarse. La realidad es que uno planea, para inventar un número, 30 lecciones y se dan 15. Es una cosa así. Pero cuando se da, se aprovechan mucho. Es bonito porque no tenemos evaluación cuantitativa, sino que el ver los chicos relacionarse, interactuar, opinar y de una u otra forma, cuando los llevamos de sétimo a quinto es una belleza, porque usted saca ya muchachos y muchachas con un proyecto, con una meta, es muy lindo. Es lindo verlos crecer y convencerse de que ellos tienen posibilidades y todo el panorama que tienen afuera, y todos los planes que tienen que ir haciendo.
Al dar una lección por semana, nosotros somos un poquito docentes y un poquito técnicos. Tenemos que ver con la prevención; trabajamos por componentes, con la comunidad, con los padres, con los estudiantes, con los docentes, y trabajamos la parte de prevención. También la parte vocacional, que es nuestro fuerte.
El trabajo con los profesores es muy bonito, a veces se encuentra uno un profesor o varios que hacen química con uno, entonces echamos pa’lante con los proyectos. Porque hay gente que es igual que una. Además estamos pendientes de la asistencia de los chicos, de resolver problemas, tenemos que trabajar con guías y con la parte administrativa, los auxiliares, por ejemplo. Entonces un orientador trabaja con todo el mundo: se hace una comunidad, desde el guarda -tiene que ser aliado suyo-, las conserjes, la bibliotecóloga para que nos preste el equipo, los profes para que dejen a los estudiantes trabajar, la dirección, los permisos...
Fueron ocho años hermosísimos en el Julio Fonseca... Cansados, porque ahí vi muchas cosas muy difíciles... Los chicos caían de un pronto a otro en drogas, por ejemplo. Tuve chicos que quedaron privados de libertad por 15 años, otros que él y su papá y sus hermanos eran sicarios. Ver la pobreza extrema, ver aquella chica que vivía en un basurero, las aguas negras les pasa por la sala, la tuberculosis en esos barrios, el hambre... Es muy difícil. Niños que perdían los papás. Pero también es maravilloso saber que de tal generación del Julio, tengo como cinco chicos -Angie, Danilo, Jesús, todos nicaragüenses-, que fueron al TEC, a la UCR.
Había un muchacho... él me cuenta que tenía un búnker. Le digo: "Pero si usted tiene 14 años, ¿cómo tiene un búnker si usted es un niño?" Él se encargaba de distribuir droga. O sea, él tenía un ranchillo en la León XIII donde distribuía drogas. A él se la traían, él la empacaba, piedras, bolsitas, puros, todo, y ahí llegaba la gente a recoger para ir a vender a menudeo. Y yo le decía, “¿y su mamá?” y me decía “diay, es que ella, como está teniendo bebé”. Ya cuando lo vi otra vez tenía 16 y venía saliendo de Zurquí. Después no volví a saber de él. Del Julio Fonseca pedí traslado. Era cansado ver que la gente no se ponía las pilas, que a la gente "le valía"...
Entonces me llamaron una semana antes de entrar a clases en febrero, que me habían dado el Señoritas, porque me había enterado de que estaba libre un puesto y yo soy egresada del Señoritas... No es algo que siempre anhelé, pero en ese momento me entraron las ganas, y me fui, feliz. Era otra cosa, otro mundo. Trabajar solo con mujeres es muy bonito.
Tuve una directora muy fuerte, muy estructurada; es un colegio donde todo está hecho, todo está planeado con un año de anticipación, entonces cuando llega el momento de hacer algo, ya todo está ordenado y listo. En ese colegio aprendí, crecí mucho como profesional, me tuve que ordenar, tuve que aprender a hacer las cosas mejor porque tenía una jefatura así. Había mucho protocolo, mucha tradición, el orden, la directora era muy fuerte, me enseñó mucho, aprendí mucho de género, pude refrescar muchas cosas... me dejaron ir a unas capacitaciones que da la Nacional sobre género, todos los años la directora me dejaba ir, yo después reponía tiempos. Son cosas que a una le llenan mucho.
El trabajo era muy fuerte en eso. Y el trabajo de aula en el Señoritas es impresionantemente bueno. Ellas son maravillosas en el aula; usted llega y ellas están esperando que llegue. Y “¿qué vamos a hacer?” Entonces usted da la clase con un gusto impresionante, es lindísimo. Y no hay tanta situación psicosocial emergente, hay cosillas que se pueden ir manejando tranquilamente, no como en otros colegios donde todo es emergencia. Uno puede trabajar muy bien.
En los últimos años que estuve ahí me dieron la jefatura, ahí pude estrenarme, aprender. Creo que es de las mejores experiencias, porque no solamente hice buen trabajo desde lo que yo creo, sino que también lo disfruté mucho.
En el Señoritas estuvimos en pandemia, y con mucho orgullo puedo decir que no perdimos una sola estudiante. Los únicos dos o tres casos que tuvimos, fue que se fueron a Nicaragua. Fueron ocho años en total.
En el Señoritas se trabaja para ellas y por ellas. Nada más. O sea, ahí no hay competencia porque ahí no están los chicos. Al no haber hombres, ellas no compiten por llamar la atención de nadie; se ve el esfuerzo de ellas, y jalan a las chicas, y “vengan”. Son muy sororas en esa parte. En la parte económica es muy difícil, son chicas de barrios del sur, pero se quieren, hay un ambiente muy bonito. Sí existe el bullying, sí existe como en todo lado, pero no son tan agresivas, las chicas solas no son agresivas, porque ahí no pelean por chicos.
Me encantaba trabajar ahí. Pero… El “pero” es que yo siempre he querido ascender, me gusta liderar. Entonces yo había concursado, y salió en concurso la plaza 2, gané la plaza, me brinqué dos puestos por concurso, pero en el Colegio México. La planta física es poco accesible, muy fea, abandonada. Ya no hay escuela, porque cuando la pandemia no había chiquitos casi, se los llevaron, entonces dejaron solo el colegio. En ese momento había como 250 estudiantes si acaso.
Y han pasado directores terribles por ahí, juntas administrativas horribles. Entonces en ese colegio no hay nada, nada, ni siquiera para comer. No hay verjas, no hay marcos de ventanas. ¡Se llevaron hasta los marcos de las ventanas! Ahí solo queda el cemento. No hay equipo, no hay material. Todo es “no hay”.
Me dieron propiedad, tuve que decir que sí. Lloré en vacaciones porque no quería dejar el Seño, me dolía mucho. A mi me gustan los cambios, pero no quería ir ahí, porque ya teníamos conocimiento de que la directora era muy difícil. Hay muchas denuncias... la directora salió esposada de ahí por situaciones económicas. Era una cosa terrible, los compañeros colapsaban, se iban. En mes y medio se fue una asistente de dirección, una secretaria, un auxiliar. Y yo aguanté seis.
Arreglé el hueco que me dieron de oficina. La puerta se caía, la ventana estaba mala, no tenía equipo. Pero insistí tanto en una compu que me arreglaron un pedazo y me la dieron. Me servía para lo que una hace, cartas. Después arreglé, decoré un poquito, la limpié, arreglé la puerta y las ventanas. Hice muy buena amistad con Marjorie, la orientadora que quedaba ahí, trabajamos muy bien, nos pusimos de acuerdo y le dije “aquí sacamos la tarea como sea”. Fue fuerte ahí también, muchos chicos, todos de Purral. Tras de eso, en ese entonces hubo muchos casos de violencia ahí… Murió un estudiante, tenía como cáncer en la pierna, pero no sabíamos. Había otro chico que había reventado una ventana con el codo y se había quitado la camisa y con un vidrio en la mano, tratando de metérselo a otro.
Ahí es muy violento. Una siente que está en un lugar equivocado y que puede salir lastimada. Entonces yo realmente ahí sobreviví. Yo llegué, y al mes y medio de estar ahí me llegó un comunicado diciendo que de "orientadora 2" pasaba a "orientadora 1", que me descendían porque no había cantidad de estudiantes. Entonces me ofrecían traslado horizontal, a una plaza 2 en el Señoritas o ascenso en propiedad. Y yo dije “ascenso”. Y sabía que aquí por mi casa estaba la plaza 3, del Liceo de San Isidro. Entonces la pedí y me la dieron.
En el Liceo de San Isidro hay unos 1200 estudiantes. Son unas instalaciones preciosísimas, todo es impecable. Los chiquillos muy educados; ahí no se ven rayones ni basura, las zonas verdes están lindísimas. Todavía en esa parte es un pueblo. Todas las aulas tienen murales bonitos. Ahí no hay nada mal pintado, nada que se esté cayendo. Hay una Junta Administrativa buena, tiene cancha de fútbol sintética de zacate, más un gimnasio grande. Entonces genera recursos. Yo no lo conocía, vine a este colegio porque está cerca de la casa, pero también porque me habían dicho que a nivel de Heredia todo el mundo quería trabajar en San Isidro.
Y aquí estoy. Me ha costado un poquito, es diferente. Es diferente a lo que creí porque yo dije: “idiay es pueblo”, pero algunos papás son muy difíciles porque son alcahuetes, son papás que tratan de escudar a los hijos, los tapan: “Mi hijo jamás”... A mi me golpean la mesa y me dicen “Aquí yo sé lo que tengo” o entran a la oficina diciéndome “¿A quién tengo que demandar?” Así entran ahora.
Tuve que activar un protocolo por acoso sexual de un conserje a una estudiante, yo hacía ese protocolo y a mi me temblaban las manos no porque no quisiera o no supiera hacerlo, o no creyera que estaba bien, sino por lo que implicaba. Ese día yo no le dije a la directora: “aquí le traigo esto”, yo estaba segura de lo que estaba haciendo.
La dirección es la que hace que uno se mueva o no se mueva, disfrute u odie su trabajo, se enferme. Ahora uno lee en redes que hay gente que se quiere hasta morir, quieren abandonar su trabajo, se sienten frustrados, quieren dejarlo todo. La gente está desesperada. Los educadores estamos mal ahorita. Lo digo con tristeza, pero antes yo decía, “¿Yo, pensionarme? N’hombres, seguro yo soy de las que llego a quién sabe qué edad”. Y ahora yo digo: "¿cuántos años me faltarán?" Pienso que el año pasado me cayó el burnout, pero no fue eso, sino que se me juntó todo, y por primera vez tuve que pegar con pared. Nunca había tenido esa experiencia.
A nivel emocional tras de eso la Caja no quiere atendernos. Cuando yo estuve con esa crisis yo dije “yo voy a ir” porque mejor irse preparando, y fui a la Caja y me dicen “no, es que eso es un riesgo laboral suyo, tiene que sacarlo”, y le digo yo “¿Y cómo voy al INS?”, “pídale a la directora que le haga una colilla para que la atiendan”. ¿Usted cree que yo se lo iba a pedir? Yo ante el orgullo no lo iba a hacer, porque gracias a Dios pude manejar la situación. ¿Pero y si no hubiera podido? ¿Usted se imagina?
Esos profesores se vuelven un mueble. Todo el que dice que tiene problemas emocionales en un colegio, se esquinean, un mueble. Y están deseando que uno se equivoque para que tenga que irse, porque es un riesgo tener a alguien psiquiátrico. Entonces la gente se pone peor. Entonces yo dije “no, yo muero con las botas puestas”. Yo no bajo la cabeza, y yo me enderezo y yo no le suelto una lágrima. Claro, la pasé… Me acuerdo, físicamente, a mi me brincaba el cuerpo en las mañanas, yo me bañaba y me hacía así, y mis hijas viéndome y mi esposo. Pero bueno, maravillosos. Ahora lo que tomo son la fluoxetina, nada más, pero es una, yo me la seguiré tomando ahí, de por si viene la menopausia, dijo la doctora, y tengo, que no tenía antes, tengo fibromialgia.
Yo pienso que hace unos cinco años para acá todo es más difícil. Más difícil. Tanto papeleo, tanto control interno, se trabaja con miedo. Por ejemplo, tuve otra situación el año pasado. Es que fueron tres: la operación de mi hija, la directora y esto. La directora me apoyó, eso sí. Yo dije, Dios mío qué estamos haciendo ahora, para qué estoy trabajando si no se ve el resultado.
Había un chiquillo que era terrible que me tocó el año pasado, terrible de drogas, que el papá..., imagínese... pero conmigo se llevaba bien el chiquillo, digamos, teníamos buena relación. Y ese chiquillo agarra del cuello al muchacho hasta que se puso morado. Casi lo matan dentro del baño. Entonces el chico viene y le cuenta a un guarda, y el guarda algo dice. Entonces lo llamamos, le preguntamos y dice “fueron estos, estos y estos”. El tema de que estuvieron dentro de un baño, uno le pegó un puñete, otro una patada, otro fue el que lo ahorcó. Todos hicieron algo. Pero uno de esos chiquitos, cuando llegó la mamá, la atendimos. “Ahora nos toca a nosotros hacer un protocolo”, porque esta agresión que se dio fue terrible, esto no puede ser, esto es agresión física, pudo haber pasado… Vamos a mandar a fiscalía, porque esto pudo haber sido un delito, no lo es en el momento en que no pasó a más pero fue un intento. La mamá recibió la información como si nada, “sí, está bien”. Y ya se levanta y se va.
Ah, pues dice que el chiquito llegó a llorar a la casa porque yo lo presioné tanto que él tuvo una crisis de ansiedad en casa. Y porque también le dije que el protocolo… Y al final de la carta que decía eso, decía “y por favor que se le aplique la ley 9999. La ley 99, seguro usted ya sabe lo que es, la ley 99 es la que dice que los educadores no pueden maltratar a los estudiantes bajo ninguna circunstancia. Entonces eso que yo hice, según la señora, fue maltrato. Entonces la directora se le para la peluca y me dice “Angie tráigame todo lo que hizo con respecto a…” y empiezo yo a sacar papeles. Atención 1, atención 2, atención de todos los chiquitos, el protocolo, saque y saque porque hay que hacer bitácora de eso. Eso que yo hice, para ella fue agresión entonces la directora tuvo que sacarme del proceso a mí y a la otra compañera, dárselo a otras personas, que ellas trataran de resolver y de revisar dónde hubo error, donde no hubo error. Bueno. Todo eso para mi significó dos meses sin dormir. Entonces ahí fue donde yo ya detoné. Yo tuve que medicarme porque fue demasiado. Porque nosotros los educadores somos abogados, somos psicólogos, somos enfermeras, somos psiquiatras. O sea, es una cosa inmanejable, nosotros no podemos. Ya lo que menos se hace es dar clases, eso es lo que menos hace un profesor. Más ahora, cada protocolo hay que darle seguimiento de seis meses. Todas las citas del juzgado, todo esto, llamar, buscar…
Y los chicos les tienen horror a los papás, porque pueblo chico, infierno grande. ¿Qué pasa? Como aquí nada puede pasar, que es un pueblo muy conservador, entonces “yo no fumo marihuana, yo no esto, yo no lo otro”. Entonces nada, el chico nada. Sí hay mucho narco, hay mucha familia narcotraficante donde te meten cosas de… Entonces tienen a los hijos así, puestos así.
Claro. El año pasado, como siempre, ya uno por la escuela que trae, y empiezo a ver que el guarda, por ejemplo, siempre hay un chico con el guarda ahí, todo el día ahí, uno de quinto. Y yo decía qué raro, un muchacho de quinto y todo el día está ahí, qué raro. Diay me doy cuenta de que empiezan a pelear con ese estudiante mío, que tuve que sacar de una u otra forma, con PANI y con todo, porque vendía drogas al descaro verdad, y era sumamente agresivo, pleitos y golpes y todo. ¿Y por qué era que peleaban? Porque eran de dos bandas. El guarda al final tuvieron que reubicarlo en la noche, pasarlo a la noche, porque en el día lo que tenía era… él los ayudaba a vender.
Un estudiante se fue porque le habían puesto precio a la cabeza. Otro estudiante era un chico muy peligroso, el chiquillo sumamente violento. No entraba a clases y si entraba hacía como una tontera, como para que le hicieran una boleta y lo sacaran, o sea llegó el momento en que nadie le daba pelota. Solo hacía daños en los pasillos. Él también estaba en peligro, porque se peleó con otro, se golpearon, se dieron fuertísimo. ¿Por qué? Porque eran dos bandas, es un papá que ahí lo tengo, por supuesto, conmigo es muy respetuoso. Pero ese papá pelea con el papá del otro, porque eran bandas aquí. Y yo sí venía con las revoluciones más bajas porque en el Señoritas no teníamos ese tipo de cosas.
Entonces al final pienso que yo hice mi trabajo, me fueron viendo, me fueron conociendo Yo digo, si mi trabajo es preventivo, si mi trabajo es alertar a un padre, a una madre, aún sin tener pruebas, yo como madre agradecería. Y tengo papás que han sido increíbles aquí, maravillosos. El que haga más, más problema tiene. El trabajo se vuelve un arma contra mi misma, contra mi familia, contra mi patrimonio.
Podemos enseñar todo lo que viene en los libros, lo que dice la teoría. Tire mientras usted no opine. Porque lo que usted opina no es lo que los papás opinan entonces no es. Y todo es interpretado depende de la historia de un niño. Un día de estos una compañera me dice “Angie estoy en un temblor pero de la cólera”, dice que llamó a un padre de familia. Entonces el chiquito fue seis veces, fue seis veces a preguntarle “pero profe, ¿qué va a decirle a mi mamá? y entonces ella a la primera le dijo “vea mi amor, vamos a hablar sobre lo que sucedió en clases”. Un chiquito de sétimo, son cosas más preventivas, uno rápido lo resuelve. Dice que cuando ya llegó a la sexta ya ella estaba cansada, cansada de que el chiquito llegara. Y le dijo: “no, tranquilo, vamos a hablar con su mamá. El que no debe no teme”. Entonces “ya, vaya, vaya, vamos a conversar porque lo tenemos que hacer pero no hay ningún proceso abierto, tranquilo, no hay boleta, es simplemente algo para que su mamá se entere”. Al día siguiente la mamá llegó enojada. Porque dijo que eso no era una frase adecuada para un niño, el que no debe no teme, entonces ella se quedó así como “señora, ¿lo afecté?”, “sí, ha llorado por esa frase”. Pero la cosa es que al final ya ella no pudo abordar lo que tenía que decirle a la mamá porque fue defenderse de la mamá por haber dicho eso. Así estamos trabajando, entonces es muy difícil. Todo es terrible ahora, todo es interpretado según lo que traen cada día de la casa ellos. Usted no se imagina los profesores, se incapacitan y todo del estrés tan terrible.
Yo pienso que ahora no puede darse a respetar, poder opinar, poder hacerlos pensar, poder llevarlos más allá. Todo el mundo está atemorizado, todo el mundo. Ahora, por ejemplo, me contaron un día de estos, que un padre de familia denunció a una conserje porque cada vez que veía a la chiquita, que tenía una discapacidad, una niña con adecuación significativa, le decía “ay qué linda que se ve hoy mi amor”, “ay, qué lindas colitas”. ¿Por qué? La conserje lo que estaba haciendo era reforzando el autoestima de la niña. Desde sus capacidades como conserje. Ah pues la denunció por acoso sexual. Así estamos ahora. Entonces hasta hemos perdido ese contacto con los niños. Ya usted no le puede tocar el hombro. Si usted le toca el hombro a un chiquito hasta le tiembla la mano a usted. O un chiquito viene a usted a abrazarla o a saludarla contento y usted siente que se le cae encima el mundo porque dice “me van a echar, me van a echar”. Eso es lo que usted piensa, eso es lo que usted piensa. Sentarse un niño con usted…Yo, por ejemplo, con un varón a solas, a mi me tiembla todo.
O los profesores dicen “que no me cuente, que no me cuente ese chiquito”. Digamos que el chiquito dice “vengo a contarle algo a la profesora, algo que tengo que denunciar”. Y los profesores quieren llorar porque hay que levantar un proceso, hay que hacer todo un protocolo, que usted se vaya en una sola letra porque después a usted la denuncian. O sea, usted no puede hacer porque nunca queda bien. Entonces ellos les dicen “vaya donde la orientadora” entonces yo me vuelvo donde él y digo “compañero disculpe pero usted va a estar re victimizando, la señora y la chiquita le contaron a usted, levante el protocolo, porque si no yo tengo que ir a decirle a la directora que por usted yo la estoy re victimizando”. ¿Usted cree que esas sean buenas relaciones al final? Nadie quiere atender nada.
Estamos desbordados de trabajo, pero más que todo de trabajo administrativo. Por ejemplo, usted entrega un examen y “firme aquí que se lo dí”. Y al día siguiente “tráiganme la firma, de que se lo firmaron”. En eso, todos los días, todos los estudiantes, se le van un montón de lecciones, en vez de coger el examen y revisarlo y corregirlo. ¿Por qué? Porque el papá después viene y le dice a usted “no, mi hijo no se queda. Él no se queda porque yo nunca vi un exámen de él quedado. Usted no me avisó”. ¿Usted sabe? Así estamos trabajando ahora, todo es firma, todo es apunte, todo es bitácora. Y hay hasta tres tipos de plataformas donde usted tiene que meter la información. Todo es así, y para los directores, y para la asistente, y para el auxiliar y para nosotras. Todo eso así. Entonces llega un momento en que se ha vuelto tan pesado que usted la atención que le da a un estudiante no es de calidad. Yo me siento con un estudiante a conversar y si yo estoy disfrutando mucho de la conversación se me olvida a veces escribir. Ah no, Dios guarde no lo deje por escrito… Yo no puedo grabar tampoco. Son muchas cosas. Ahora son los estudiantes los que nos graban cuando quieran. Todo lo que usted dice en clases está grabado. Y después llegan y dicen “es que esta profesora…”
Como que perdimos el rumbo. Perdimos el rumbo y los profesores desean dar clases, porque ellos están ahí pero no están dando clases. Ellos no pueden brindar la información, ellos no le pueden explicar dos, tres veces a un chiquito porque la lección se les va en eso. “Apunte”, “no se me puede olvidar en la bitácora”. Es una cosa inmanejable. Y si hablamos de adecuaciones... Una locura.
Entonces yo sí creo que ha decaído la educación, definitivamente. A mi lo que me preocupa es lo que venga. A mi me faltan 15 años para pensionarme. Cumplo 45, sí, como a los 57, algo así. Pero de aquí a allá hay que ver, me asusta. Y me asusta qué van a saber los chicos y qué no van a saber, yo veo que cada vez saben menos, cada vez se les puede exigir menos. Me asusta. Me desmotiva un poco.
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