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CARLOS RODRÍGUEZ




CARLOS RODRÍGUEZ

San José

20 de mayo del 2024


Yo vengo de los Barrios del Sur, nací en La Carit, me crié en Barrio Los Ángeles, por la parada de Puntarenas. Toda la vida viví ahí, mi niñez y mi adolescencia, hasta que me fui de la casa y me casé. Yo vengo de un hogar muy pobre. 

    

Mi papá se casa con mi mamá por torta. Ya mi mamá tenía a mi hermano. Los papás de él tenían un bar restaurante, y mi papá se dedicaba a ser mesero en las noches y a veces se iba a jugar naipe y a jugar pool. Él fue campeón nacional de pool. Después se dedicó a jugar naipe, a jugar casino y perdió el negocio. Tomaba, era muy agresivo y le intentó pegar dos veces a mi mamá y la tercera vez mamá agarró una olla con potasa caliente y dice “bueno, usted se acerca y lo quemo”. Así que déjeme sacar las cosas y me voy”. Sacó las cosas y nos fuimos a vivir con mi abuela. Después mi mamá se fue a trabajar a Estados Unidos de sirvienta o de oficios domésticos, de “mojada”. Me crió mi abuela, nos crió a un primo, a mi hermano mayor y a mi. Nosotros tres somos la familia. Ellos son mayores que yo. 


Yo no fui al kinder porque no teníamos plata para que yo fuera al kinder, no tenía para el uniforme y en esa época, se tenía que ir con uniforme. Tampoco tuve juguetes. Cuento así la historia medio novelesca pero es que sí tiene mucho que ver con otras cosas más adelante, (como ante la ausencia de cosas, utilizar la imaginación y la creatividad). Entonces yo me hacía los juguetes. Para ponerte un ejemplo, digamos, sobraba esa hoja, entonces yo agarraba la hoja y hacía dos palitos y una bolilla y entonces era un muñeco. Recuerdo eso, nunca lo olvidaré porque son cosas que te marcan, cuando yo estaba en la escuela... resulta que yo conozco la plasticina, en primer grado. Antes no sabía lo que era la plastilina. Entonces yo lo que hacía era que en el borrador del lápiz pegaba la plasticina y la traía para la casa. Y así fui haciendo mis barritas de plasticina. Y mi abuela fumaba, entonces las cajas de fósforos eran de madera en esa época… vea qué historia más interesante: yo agarré e hice un muñequillo y le pegué una capota y afuera le pegué, de una revista que tenía mi hermanillo de Superman, le pegué la cara de Superman. Entonces vos abrías la caja de fósforos y ahí estaba Superman. Yo llego a la escuela y todos los chiquillos “a ver a ver” y entonces dice un compañero: “se lo cambio por un lápiz bicolor que me trajeron de Estados Unidos”. Un lápiz bicolor de esos... “diay sí, vámonos”. Lo que pasa es que yo no contaba con que mi abuela me revisaba todos los días el bulto. Al día siguiente, cuando mi abuela me dice “voy a ir con vos a la escuela”. Nosotros vivíamos muy cerca de la escuela, se llamaba la Escuela Juan Rudín, ahora es el ADEP (Asociación de Educadores Pensionados) ahí en Barrio Los Ángeles. Entonces, yo voy con mi abuela a la escuela, cuando mi abuela entra y dice “Niña Lidieth”, “sí, qué pasó doña Odilia”, “es que yo vengo a hablar con el grupo”, entonces dice “¿qué pasó?” y dice “¿este lápiz de quién es?”, entonces un compañerillo lo vio y levanta la mano y dice “es que yo se lo cambié por un muñeco”, y dice “tome. Nosotros somos “pobres pero honrados, en mi casa nadie lleva una cosa que no es de él”. ¿Te imaginás, verdad? Cuento esta historia porque yo nunca tuve juguetes. 


A los 15 años, casi 16, mamá me manda un carrito de bomberos con una persona que vino de Estados Unidos. O sea, ella ni tenía la dimensión de dónde estaba yo ni cuánto tenía. Mamá mandaba plata para la manutención de mi hermano y mía. Mi abuela nos llevaba a un lugar por La Castellana, La Esquina del Ahorro se llamaba, entonces en diciembre mi abuela decía “bueno vamos a comprarte una mudada”. Entonces una camisa, un pantalón y los zapatos negros de escuela, no había zapatos de otro color. Y la misma mudada del 24 es la misma que la del 31, lo único que cambiaba, tal vez, eran los calzoncillos. Y eso si le agarrábamos mucho. 


Entonces, yo me construía mis cosillas. Yo agarraba un tuco y hacía una carajada, yo solo, porque mi hermano es un poquito mayor que yo y él estaba en otra dimensión con respecto a mí. Yo me crié muy solo. 


Mi abuela fue enfermera, no se pensionó ni nada, tuvo que retirarse para criarnos a nosotros, y ella era la que le ponía inyecciones a toda la gente en el barrio. La que ponía inyecciones y sueros. Entonces le pagaban con un pedazo de queso, con huevos. Entonces mi abuela dice “bueno, yo los voy a dejar aquí a ustedes dos, voy a cerrar la puerta”, nosotros no teníamos televisor ni nada de eso, “se quedan acá y yo vengo en algún momento”. Mi abuela llegaba a las 2, 3 de la mañana, porque le fue a poner un suero a un señor hasta que terminara el suero ella venía y traía alguna cosa, porque no teníamos refri tampoco. 

La única persona que estudió en una universidad fui yo. Mi hermano se jaló torta muy temprano, muy jovencito, entonces se fue a trabajar, a sus empleos, ahí donde podía agarrarla, se metía en una cosa, en otra, en otra, nunca pegaba. Posteriormente a esto una tía mía, que estaba en Estados Unidos con mamá, agarró a mi primo de 12 años y se lo llevó a Estados Unidos. Entonces yo me quedé solo con mi abuela, ella fue la que me crió, la que me enseñó algunas cosillas de trabajos manuales.

Yo tenía como 18 o 19 años cuando mi mamá volvió de Estados Unidos, cuidó a mi abuela hasta el fin de sus días. Ya muere abuela, mamá se queda ahí en la casa, y me cuenta un día que mi hermano estaba tomando mucho y que se lo había encontrado en un caño y ella lo fue a recoger. Eso me partió la vida a mi y a ella peor.


Mamá fue una mujer muy fuerte, pero fumaba como loca, no te podés imaginar cómo fumaba mi madre y ella nunca se quejaba, nunca decía que le dolía nada. Un 12 de septiembre, algo así, me dice “mirá”, tenía mucha tos y me dice “mirá voy a ir un toquecito a la clínica”, fue un 12 de septiembre. “Voy a ir ahí porque tengo mucha tos”, le digo yo “bueno, está bien”. Cuando estoy trabajando me llaman de la clínica, “¿usted es Carlos Rodríguez?”, “sí”, “es que su mamá está aquí y la vamos a trasladar en una ambulancia”, el 14 de septiembre me dice un carajo: “es que el doctor quiere hablar con vos”. Entonces me voy a hablar con el doctor, y dice “mirá, “tu mamá está muy mal. Le quedan pocas horas”. El 16 de septiembre yo me quedé con ella hasta que murió.


Mucha pobreza… Yo recuerdo que cuando yo me gradué de bachiller, yo le pedí la camisa a un compañero porque yo no tenía camisa de manga larga, solo usaba camisetas. Yo me gradué en la Universidad Nacional. Ya cuando saqué bachillerato y entré a licenciatura, me la tenía que jugar con la cuestión de los pases. En mi casa no tenían la mínima idea qué era que yo estuviera en la universidad.

Pasamos carencias en la universidad. Nunca olvido cuando una compañera llevaba una bolsa de manzanilla y pedíamos tres tazas de agua caliente para tomar un té de manzanilla a las 6 de la tarde porque entrábamos a las 6:30. Un cigarro para 5. Todas esas cosas la vivimos

Yo gané el examen de admisión pero como no me dio el promedio para entrar a la UCR, entonces entré a la UNA. Entro a Generales, perdidititico a nivel de orientación vocacional. Esa carajada que uno no sabe qué estudiar. Estoy hablando de los años 80. Yo llevaba lo que se llama Propedéutico de Ciencias Sociales, aparte de Generales. Y llevé propedéutico de letras también... yo, “alguna carajada tengo que pegar”. Hago el examen de ciencias sociales, de economía, y lo gano. Yo salgo me voy a fumar un cigarro y a tomarme un café en una sodita y dice: “entrevista y examen de orientación para orientadores” y yo “qué buena nota ser orientador”. 

Yo me acuerdo de mis orientadores... A partir de ahí empecé a estudiar, me empecé a entusiasmar. Nuestro énfasis fue muy psicológico. Era muy interesante. El título mío dice “Licenciado en Ciencias de la Educación con énfasis en orientación”. Saco bachillerato, y no hay trabajo. Yo había ido al Ministerio de Educación Pública para hablar con un carajo que se llamaba Joselino Rodríguez, él era el jefe de Recursos Humanos y Personal del Ministerio de Educación Pública. Entonces me dice: “sí, tiene cita tiene cita para julio” y yo había ido a hablar en febrero. 

Y diay “me voy a meter a licenciatura”, a ver si esto me produce trabajo. Entonces entró el profesor y dice “¿cómo van?, vamos a presentarnos, yo no los conozco a todos, y dice el carajo “mi nombre es  fulano, yo vengo a sacar licenciatura, porque tengo bachillerato”.  Cuando salimos al receso, le digo “mae usted es Joselino”. En el recreo le digo “mae vieras que yo fui al MEP...”, “llegate mañana”, y en 15 días, a los 15 que estábamos ahí nos puso a trabajar. 

Conocí a Lucía luego me casé, éramos muy activos. Hicimos un grupo con otro compañero, que era profesor de francés y fue director también del Monseñor Ruben Odio. Con él, Lucía y yo hicimos un grupo que se llamaba Trapo Trabajos Artísticos Populares. Hicimos una obra de teatro cubana, nosotros construimos todo. Hicimos los títeres, nos presentamos en el auditorio del Hospital de Niños. Una obra cubana. La abuela Jicotea, que era una tortuga de Galápagos, le decía a su nieto que ella necesitaba tres deseos para poder seguir viviendo. Una flor que nunca muera, una gota de rocío y un pedacito de cielo azul. Entonces la tortuguilla iba por todo lado a buscar, se encontraba un cangrejo, se encontraba un perro... Entonces al final el cangrejo le dice: ¿sabe dónde está la magia? En los dibujos que hacen los niños, ahí está la magia. Entonces salen todos los personajes, les dan hojas a todos los niños, y todos los niños tienen que dibujar los tres deseos. La presentamos en el Hospital de Niños, en la sección de niños quemados. Luego hicimos un poco de teatro callejero también. Yo toqué en un grupo de música. Sí, yo estuve en un grupillo de música protesta que se llamaba “o yi yic tec”, que significa Canto al hombre.

Cuando yo empecé en el MEP, a mi me duraron 6 meses sin salario... a mi me ayudaban las conserjes. El Dobles Segreda en la Sabana es el primer colegio al que llegué. Apenas me siento con el director, le digo “mirá, aquí traigo el telegrama, soy orientador”, “¿¡Cómo me mandan a un orientador!? ¡Yo estoy pidiendo dos conserjes!”. Imaginate yo jovencito, cómo me voy a sentir. Yo sentía ganas como de meterme no sé dónde. 

Había tres orientadoras, que pasaban viendo revistas, muertas de risa. Tenían una oficina grande. Entonces les digo yo “¿cómo hacen aquí para atender individualmente?” , “viene ahí, el chiquillo se sienta”. Entonces digo yo “pero va a estar el carajillo llorando aquí, el otro ahí, y el otro contando el problema”. Ahí empecé a trabajar y ellas no daban lecciones de orientación, o lo que era la hora de orientación colectiva. Entonces pensé yo, “no, no puede ser”. No por ser sapo, sino porque yo quería otro tipo de cosa. Entonces empecé a darle duro, a enganchar con los chiquillos, a encantarlos un poco. Se llenaba aquella oficina y ellas decían “mucho escándalo Carlos”. A mi me gustaba más trabajar afuera de la oficina. O sea, irme allá al monte y sentarme con 20. Hacer lecciones diferentes. Cuando terminó en diciembre me dice el señor “bueno, Carlos, me parece que hiciste un buen trabajo, más bien perdoná que te tratara mal, pero vos sabés cómo estábamos aquí. Yo quiero que te quedés” y le digo yo “no, mirá, me voy”. Y me fui para Calle Fallas de Desamparados. 

Era una unidad pedagógica que en ese tiempo tenía kinder, escuela y colegio. A mi me tocó kinder, primer grado de escuela y 5to año de colegio. Los dos orientadores que habían ahí, bellísima gente, yo de esa gente aprendí a trabajar. Y en ese tiempo no existía computadora y uno con la máquina, a darle duro, y a mano. Y visitas los miércoles... “vamos a aquél lado que era un precario fatal”, y en una tira íbamos y hacíamos entrevistas para becas. O sea, todo eso lo aprendí ahí. Ahí tuve que aprender a hacer terapia de juego. 

Me llegó un caso de un chico con marcas, así como espirales, entonces la maestra me dice “vieras qué raro, yo le veo como unas señas ahí”. Un chiquito de kinder. Y empezamos a investigar, yo empecé a jugar con él con plastilina, que nunca me ha faltado en mi oficina,  y entonces él me contaba las historias con la plasticina, hasta que me contó la historia de la familia y que le quemaban las manitas con una planchita... y de ahí denuncia para el PANI. Le quemaban las manos... El asunto es que llegaba, él se sentaba, entonces hacíamos  para obtener mejor información , un día le hice yo un dibujo, un pitufo, y le digo “tome”, “¡ah, gracias!” y se fue. En el recreo había una fila con todos los chiquillos con una hoja y lápiz, que yo les hiciera el dibujo. Vieras qué vacilón. Son cosas muy lindas. Ahí duré dos años. Después me fui a otro colegio, interino. Fue una experiencia lindísima ahí también. 

Teníamos un equipo de gente más curtida. Pero el vacilón es que con un carajo que habíamos sido compañeros en el colegio y en la universidad habíamos jugado juntos fútbol, ya nos conocíamos muy bien... cuando llegamos “¡mae le tocó aquí! ¡a mí también!”. Y dice el carajo: “yo vengo aquí de jefe del departamento”. Él llegaba de jefe de departamento pero ya habían 6 orientadoras y 4 ya tenían muchos años de trabajar ahí. Y nosotros dos llegábamos nuevos. Esa época fue muy bonita porque ese colegio era como un colegio modelo para ciertas cosas. Incluso ganó Antorcha y ganó un montón de cosas en aquél entonces. Era una época muy interesante.

De ahí me fui un año. Me dice un compañero que trabajaba en el MEP: “Carlos, yo tengo que moverte para darte propiedad. Pero para moverte y darte propiedad, te tengo que mover a Cartago”. Tenía que venirme hasta la Asamblea Legislativa, ahí se abordaba el bus a Cartago. A las 6 de la mañana tenía que agarrarlo. Si yo no agarraba el bus de las 6, 6:05, ya llegaba tarde en Cartago.

En 1990, el colegio era la repela de todos los colegios. El que no pegaba en ninguna parte llegaba al ese colegio. Yo tenía 17 séptimos a cargo. Y era la única persona que viajaba de San José a Cartago. ¡Todas las experiencias que tuve ahí! Una vez me mandaron a una chiquita. Me dice una profesora de educación física “mirá, vos que sos el orientador de séptimos, tengo una chiquilla que yo la veo medio rara, ahí, no sé qué, como que se descompone, yo le veo la pancilla rara”. Tenía 12 años... Estaba embarazada del papá.. un señor que tenía como 60 años. Vivían en un precario. La señora era un poco más joven, había tenido un montón de abortos y esta era la chiquita que le había pegado. Costó que hablara. Porque ella me decía “es que yo duermo en un cuarto y a veces se rompía el candado del cuarto. Cuando voy a la casa, era un precario que se caía, investigamos y tuve que, junto a la directora, ir a poner la denuncia. Porque ya nosotros no podíamos pasar más allá. Eso fue como de llorar. Fue uno de los casos más duros porque un día me dice: “dígame una cosa, ¿yo tengo que querer lo que tengo aquí, es que yo no sé si tengo que querer lo que tengo aquí, fué muy dura esa situación sobretodo por la falta de compromiso de las instituciones que debían colaborar.

La gente llega y lo primero que piensa es que vos sos orientador: “venga para contarle, don Carlos, es que mi hijo..”. Y muchas veces yo me sentaba, esto se lo he contado a muchos orientadores, yo me sentaba con una madre de familia, la señora hablaba y hablaba, a los 40 minutos se paraba y decía “muchas gracias don Carlos”, y yo no dije nada. A veces ni le entendía qué me estaba diciendo, eso es parte del trabajo. La posición de orientador era permanentemente ayudando a los otros, resolviendo, ayudando y apoyando a los demás. 

Trabajé un año en Cartago luego me casé. Eso fue en el 90. Y entonces cuando me casé  de ahí agarre la propiedad  en un colegio técnico , soy el único orientador, son 750 alumnos a cargo”. Yo llego a ese colegio y había mucha gente mayor, porque en ese tiempo existían lo que se llamaban salidas colaterales, eso significaba que vos eras bachiller en cualquier colegio académico, y podías irte dos años ahí y sacar un técnico medio. Entonces vos salías de 17, 18 años y llegabas ahí, cuarto, quinto y sexto, ¡había gente de 21 años metida ahí! Todos los colegios técnicos son así. Duré 10 años como único orientador. Después llegó una colega. 

El trabajo ahí era muy difícil, al principio con este problema de gente muy mayor. Empezamos a buscar una identidad diferente en el colegio. Se robaba mucho, se perdían muchas cosas, y empezamos a buscar una cultura diferente. Entonces usted llegaba al colegio y ahí estaban tirados los bultos por todo lado, y ya nadie robaba. Eso se logró hacer. Se logró hacer mucho la cuestión de unificar. Los festivales de las artes fueron fenomenales, o sea, nosotros hicimos muchas cosas por el festival de las artes. A mi me servía muchísimo. Si habían 750 alumnos ojalá que la mayoría estuvieran involucrados. Desde escenografías, luces, todo. “Es que  yo no sé hacer nada”, “usted sabe hacer algo, tiene que saber, ¿nunca ha escrito un poema?” “tengo unas frases ahí medias locas”, “okey, usted le da las frases y él rapea”. Y lo que hicimos es que todos los festivales de las artes yo diseñaba  las medallas o trofeos y un compañero los hacía. Diseñamos una especie de medallón con el escudo del colegio. Entonces hacíamos 700 de esos. Todos los que participaban, hasta el conserje, hasta el que cortaba zacate. Mi oficina tenía instrumentos musicales, pinturas, de todo. Todo lo que hacían. Caricaturas de los chiquillos, todo en mi oficina. 

En otro momento, se iba a hacer una actividad... iban a llegar 300 orientadores, entonces hicimos una canción, la canción empezaba con un arpegio, y entonces se oía “profe, es que quiero hablar con usted”, “profe, es que estoy embarazada”, “es que estoy con unas broncas en las drogas”. Mientras iban diciendo los chiquillos, iba pasando las fotos de las 300 orientadoras. Entonces cuando iban cantando los chiquillos, en una pantalla iban proyectando todas las fotos. Vieras qué bonito. Y eran chiquillos del cole, y eso lo armábamos en el colegio. 

Lo presentamos en la Casa Italia. Nunca lo olvidaré porque llegó la ministra y nos sacó una foto, y que estaba muy complacida con lo que habíamos hecho. Ahí lo que hice también fue unir un verso de un chiquillo, que es una historia muy bonita. Era de electromecánica, súper callado, tímido. Ese chiquillo lo metimos mucho, yo lo agarré con la profesora de español, “vieras qué bonito que escribe, ayudalo. Cuando se graduó, le dice al “papá, aquí está el título. Quiero decírselo delante de don Carlos, yo voy a entrar a Filología a la universidad, yo no quiero estudiar nada más”. Y ahí está el carajillo. Ahí me lo he encontrado. Son cosas que uno se satisface del trabajo, verdad, porque no era solamente que un carajillo pintara e hiciera, sino cómo atraerlo. Decía Jacques Sagot que en Educación hay que encantar. Y al alumno, hay que encantarlo. 

Cuando estuve en el colegio a mi me mandaron tres veces a orientación: una vez porque estábamos fumando afuera del colegio; otra vez porque me metí en una bronca por una huelga; y otra vez porque estaba muerto de risa porque un carajo hizo una de esas loqueras y bueno, yo solté la risa. Por esas tres cosas me mandaron a orientación. Y siempre la misma “ah, es que vos… vamos a llamar a tus papás”. Entonces a partir de ahí yo dije “no puede ser, yo no puedo ser eso”. O sea, estás aquí por algo, si él  o la chica llega aquí y se sienta aquí, él necesita a alguien. 

Yo les decía a los profesores “vea, mi oficina no es el taller de Gepetto, que le mandan el muñequito chocho y se lo devuelvo ya bueno. No, aquí todos tenemos que trabajar. Entonces si vos querés que este carajillo se concentre más, entonces tenemos que trabajar. Hacer este producto más “encantable”. 

Y ahí era mucho trabajo pero esa era la parte que a mi me gustaba, producir con los muchachos. Yo puse a todo el colegio a pintar. Porque todos los que pintaron fueron todos los alumnos tímidos de todas las aulas, para aquél que nunca hablaba: “tengo una cuestión para usted”, “¿qué?”, “venga, aquí está este caballete y esto. El viernes vamos a pintar todos. Entonces usted escoja el lugar que le dé la gana y escoja lo que quiera hacer y vamos a hacer un concurso, todos van a ganar, pero va a ser un concurso.” 

Yo siempre trataba de sacar lo mejor de los otros. Eso, de resolver el asunto poniéndole al otro “tu realidad es esta”. Me acuerdo una vez que una profesora me llama y me dice “vea, Fabián me parece que está alcoholizado o está drogado. Si lo ve el director, lo echan.” Me fui a verlo. Estaba en un árbol, tirado. Y entonces llego y le digo “¿qué te pasa?”, y dice “no nada, usted sabe cómo es la vara” y le digo “yo te voy a ir a dejar a tu casa, vamos”. Él vivía en Hatillo. Entonces salimos y cuando llegamos a la casa ya ahí se suelta, “es que yo estoy solo, mi tata está caneando en La Reforma y mi mamá anda…”. Entonces ya uno empieza a darse cuenta. Yo le decía “vea, usted tiene que salir de eso, si usted se queda, va a ser parte mañana de la misma carajada” y salió. A revienta cincha, ahí, jalando. “Voy a tratar de que el profe de Estudios le repita el examen pero usted tiene que ponerle porque si le repite el examen es porque va a salir bien”. Lo motivamos…  y encontrarlo años después… no tiene precio. 

Un día me llega un alumno, me lo manda una profesora de español porque me dice “fijate que ese chiquillo acaba de entrar, Carlos, y cada vez que suena la sirena hace así, de lo más raro” y yo, “diay mandámelo para hablar con él”. Empezamos a hablar ahí, y cuando estábamos hablando viene y hace así y le digo “¿te provoca algo?” y me dice “sí, yo le voy a contar la verdad de la historia”, era que los papás vendían droga. Entonces un día estaban en San Antonio de Escazú en un chozón con piscina y a las tres de la mañana rompen los portones, está la sirena, la policía, se cargan al papá, se cargan a la mamá, a ellos los dejaron donde una tía en Barrio Cuba. Entonces dice que oía una ambulancia, oía una patrulla, una sirena, y él se sentía mal. Y dice “pero yo trato, usted no sabe, yo trato de disimular y me hago así y sudo y todo”, por esa cuestión. Cuando él ya está en sexto me dice: “profe, es que yo me gradúo este año, y yo quisiera que mis papás vinieran, necesito que firme estos documentos”, era uno para la Reforma y la otra para el Buen Pastor, para que les dieran permiso. Entonces yo les conseguí, al señor una jacket y a la señora una carajada ahí para que se cubrieran las esposas, les hicimos un lugar especial para que ellos se sentaran. Y muy bien, se graduó el chiquillo primero, y después se graduó el segundo, el hermano. En diciembre vengo yo caminando con Abril y pita un carro, yo ni sabía quien era, Abril dice que yo parezco tica linda. Y paró, y se bajó y ya me abrazó y “sí, ahí estamos, mi mama y mi tata ya salieron. Ya mi tata está en Guatemala y mi mamá está muy enferma en el hospital,” me dice. “Sí, sí, ya está para morir, está muy mal”, “¿y tu hermano?”, “mi hermano está con papá en Guatemala, él sacó una ingeniería en no sé qué, y yo también”. 

Historias… También recuerdo, esto nunca lo olvidaré, una vez que fuimos a un proyecto que organizó el Mep para la prevención del uso de drogas, y entonces yo me llevé dos chiquillos que habían estado metidos en drogas. La mamá de uno de ellos vendía... Cada colegio llevaba alumnos para que expusieran los pequeños proyectos de prevención que hacían. Entonces los chiquillos me dicen “¿entonces nosotros qué hacemos?” y les digo “cuenten su vida, y cuenten por qué están en el colegio a pesar de todo lo que tienen ustedes alrededor”, y se levanta el carajillo y dice “yo tengo todo, yo podía tener la mejor computadora de mi vida ahí, mañana me la daban, yo podía tener el mejor reloj, pero mi mamá vendía drogas, ¿por qué yo no me dediqué a las drogas y decidí seguir los estudios¿ Por un futuro mejor. Eso a todo el mundo le impactó. Y yo decía, claro, el colegio quedó altísimo.

Eso, esa satisfacción nada ni nadie te lo paga. 

Cuando yo veo los videos de esos de pleitos en los colegios, yo digo “¿es que no hay nadie ahí?” Nosotros sabíamos cuando alguien se iba a agarrar, antes de que se agarraran. Ya cuando se iban a agarrar ya nosotros estábamos ahí. Digo nosotros, tres o cuatro que estábamos ya atentos a la cuestión. Que no agarrábamos un recreo para comer o meternos a la sala de profesores, sino que nos íbamos a andar por todo el campo, por todo lado. Saber que llegaba un mae a repartir marihuana, y estar uno atento ahí, porque llegaba con una bolsa de McDonalds dizque para dársela al hermano. Todas esas cosas. Uno tiene que estar en una institución. Yo siempre he dicho que era Harvard del Sur, porque vos entrabas ahí y tenías una gran posibilidad de que ningún colegio académico alrededor le daba, que era la posibilidad de entrar un año extra y salir directamente al mercado laboral. Eso nadie te lo podía dar en esa zona, salvo este tipo de colegios. Entonces la oportunidad, yo le decía a los chiquillos, “usted está aquí, usted va a estar un año más, no importa, pero usted sale de aquí y casi está seguro de que en un 80% usted se queda trabajando, entonces haga el esfuerzo. Ya lo que haga usted después de eso ya tendrá que saber, esa es su toma de decisiones, pero aquí hay que hacer el esfuerzo”. 

Era muy difícil, porque a veces uno trabajaba solo, habían cosas que solamente yo sabía. En Orientación uno llega a una institución y hereda lo que otros orientadores han hecho, lo que la institución educativa te pide, lo que la cotidianidad de los estudiantes te demanda y la realidad socioeconómica  que se enfrenta, y las cosas que muchas veces yo asumía. Una cosa son las decisiones que se toman en el Ministerio de Educación Pública “por ocurrencia”, o por política, y otra cosa es lo que se da realmente en los colegios. La realidad institucional es muy diferente a la que ven allá, yo creo que se ven con ojos diferentes. Entonces a veces se lanzan en spray las cosas, los proyectos se lanzan en spray y no puede ser así. Uno tiene que adecuarse a la realidad institucional. No es lo mismo el Liceo del Sur, Ricardo Fernández, que el técnico de San Sebastián aunque estén así pegados a menos de un kilómetro. No puede ser lo mismo. Igual, el Liceo de Costa Rica no es el mismo que el de Señoritas, ni es lo mismo que el Seminario, pero cuando se lanza todo en spray, que hay que hacer un proyecto de no sé qué, entonces todos tienen que hacerlo igual. La vivencia es muy diferente en mi colegio, entonces no podés tirar proyectos en spray. Esa es una de las cosas que se siguen dando todavía. Y otra cosa es que sigo insistiendo, una cosa es lo que se mira en el Ministerio y otra cosa es lo que se mira en la realidad institucional. 

Y sigo con la frase que siempre me motivó a mí, que es de Jacques Sagot, que dice: “la educación tiene que encantar”. Porque si vos vas a dar una lección, entramos a un grupo y hay 40 alumnos, 39 están con el celular, en cualquier lado pero están con el celular, ¿cómo sacarlos de ahí y que me pongan atención? Ese es el gran reto, y es el reto que tiene el profesor de mate, el profesor de esto, el profesor de lo otro. Y si yo nada más voy “a + b es igual al cuadrado de no sé qué” y a este alumno nada más le dicen “bueno cómo se abre esta ecuación, vamos a ver quién la hace” y con el chat GPT en 2 segundos ya la tiene lista, ¿de qué valió? 

Es ese encantar, es ese traer al carajillo no solamente a nivel académico sino también emocional, y atraerlo a cualquier otro nivel. Así se logra sacar a esta gente, sino nunca lo vas a sacar. 

2018-2019 fue la huelga y ahí me pensioné. Hace 5 años. En algún momento me dolió muchísimo porque uno está acostumbrado a un régimen de vida muy rápido, y yo llego a mi casa y me encuentro solo. Porque mi hija está en el cole, mi esposa está trabajando, entonces yo me encuentro con que todo mundo se fue hasta las 5 de la tarde, todos los días. Y yo no encontraba qué hacer. 

 Un hermano mío está enfermo, entonces hay que cuidarlo, no es que esté grave, pero se le fue una enfermedad a la cabeza y quedó con ciertas condiciones y hay que cuidarlo. Entonces el que lo cuida es el otro, y yo cuido esa casa. Esa fue la herencia de mi madre. Ellos son los dos mayores, uno cuida al otro, y yo tengo que cuidar de ellos dos. 

Una de las cosas que hago, ahora que estoy pensionado es que camino mucho. Ya pensionado, la vida cambia. A veces uno se siente…Yo estaba acostumbrado a un régimen de dependencia de la gente, que “Carlos hay que hacer esto”, “Charly hay que hacer esto otro”. Entonces uno está acostumbrado a todo eso, de un momento a otro te sentís como que nada. Algo hace falta,

Y dije yo, bueno, a mi siempre me gustó el arte. Voy a empezar a hacer cosillas. En 1992, hubo un festival de las artes, y había venido un argentino y yo le había comprado una escultura en fósforos. Entonces fui, revisé donde estaba, y vi que todavía estaba bien. Me dieron ganas de hacer esto y empecé. Se me quebraron 20, hacía una más o menos, hasta que logré y ya empecé a hacer un poco, mi hija me dice “papá voy a hacerte una paginilla en Instagram, que se llama Fosfoticos” entonces la abrió y ahí está. Entonces he hecho varias esculturas. En el Dei hicimos una exposición. Y hace unos días llegó JM de “Más que Noticias” a hacer una entrevista y a tomar unas fotos y sale esta semana o la otra, el corto que me tomaron en la casa haciendo esculturas en fósforos. 

La pensión es todo un tema, a mi me lo decían pero yo nunca hice caso. Y nadie se prepara para la pensión. Y yo creo que yo no me preparé nunca porque no lo vi tan cerca. Pero ahora empiezo a darme cuenta que en un momento determinado, al principio, del 19, 20, la pandemia, no lo sentí tanto, entonces estábamos todos recluidos, todo el 20 recluidos, el 21 empezamos a despegarnos, el 22 también, 23 se vuelve todo más normal, ya podemos manejarnos más, y ya estamos en el 24. 

Un día me puse ahí con una aguja a hacer unos muñequillos en tiza, pasé varios días haciendo, como viendo, voy desechando, botando, como que me empezó a entusiasmar esa parte. Después lo del fósforo. Y ahí empecé con ese proyecto, me empecé a entusiasmar y a meterme, y entonces ya me doy cuenta de que tengo varios y alguna gente  me pide que les venda.


Cuando vos abrís los ojos ahora, y te das cuenta del recuento de los años, y uno dice “jue.., sí, ya mi mamá y mi papá murieron, mi abuela, que era un sostén murió, mis hermanos dependen mucho de mí en muchos sentidos”. Mi hija todavía adolescente y mi esposa son ahora mi proyecto más importante , que muchas veces dejé en segundo plano por el trabajo.

 A veces voy al gimnasio un rato, me mantengo ahí físicamente, porque siempre me gustó un poco hacer ejercicio. Camino todo lo que puedo, disfruto todo lo que puedo

Todo lo que tiene que ver con mi infancia, las carencias y la creatividad en cómo viví la adolescencia, tiene que ver con cómo fui profesionalmente como Orientador.

Pero sí, la satisfacción es esta, uno tiene una pensión, una linda familia, y tiene una vida por delante para vivirla lo más creativamente posible y lo más interesante es el reconocimiento de ex alumnos y padres de familia en la calle a pesar del paso de los años. Nada paga eso……


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  Santa Rosa de Turrialba, Cartago 27 de marzo de 2024 Mi nombre es Yadira Garita Astúa, tengo 63 años y estoy jubilada hace un año y tres meses.   Nací en San José porque mi mamá se tuvo que ir para allá por el embarazo, pero soy nativa de Santa Cruz del Carmen de Turrialba. Mi papá era trabajador del campo, tenía su finquita de café y aparte trabajaba jornaleando. Mi mamá, ama de casa. Somos seis hermanos, yo soy la mayor. Nací en 1960 y de ahí vienen todos seguidos, tres mujeres más y los dos hombres son los menores.   Dentro de la pobreza que vivieron ellos, uno muy limitado a muchas cosas, nunca nos faltó nada. No había luz, no había agua, el agua se tomaba de los ojos de agua. Éramos muy humildes, pero nunca nos faltó el arroz, los frijoles; siempre había una vaquilla ahí para ordeñar, y nunca, nunca nos faltó… Eso sí tenía papá, que nunca pasamos hambre. Él, donde fuera, trabajaba, y nunca nos faltó.   Había gallinillas, entonces había huevitos, sí, de...

PRESENTACIÓN

       Desde hace más de un siglo Costa Rica se vanagloria de las altas tasas de alfabetización de su población, resultado de un sistema educativo público desarrollado pacientemente por gobiernos de distinto signo político. La conocida frase de que en el país hay "más maestros que soldados" resume esta creencia y habla del orgullo y la satisfacción que solía producir la educación pública en el país.  Los tiempos han cambiado y hoy leemos a menudo de un sistema educativo en crisis. No es este el lugar para debatir las razones de esta crisis -múltiples y complejas, sin duda alguna-, pero quizás venga al caso recordar que el Ministerio de Educación Pública de Costa Rica es la institución con mayor número de funcionarios de toda Centroamérica, lo que dice mucho de su complejidad burocrática, de la diversidad de personas que laboran ahí y de los desafíos que supone su liderazgo, gerencia y administración, entre otros temas.     Quienquiera que se lo propong...

HILDANA HIDALGO

HILDANA HIDALGO San José 4 de junio del 2024   Nací en 1957, soy de Zaragoza de Palmares de Alajuela, un área cafetalera y tabacalera. Nosotros fuimos doce hermanos, se murieron tres pequeñitos, quedamos siete mujeres y dos hombres, en ese tiempo se morían de raquitismo. Mi papá era el único que trabajaba, era maestro de obras, entonces llegó un momento en que ya crecieron todos y mi papá ya no podía mantener a tanta gente, y dijo: “nos vamos para San José”. En el campo las mujeres solo trabajaban en las casas, y a papá nunca le gustó eso de que mis hermanas trabajaran en casas, porque él decía que los hombres les faltaban el respeto. Estudié en la escuela Doctor Ricardo Moreno Cañas en Zaragoza de Palmares, ¡bellísima! Le daban a uno comida todo el día. Y parte de la comida que nos daban era la que sembrábamos, porque había huerta. ¡Sembrábamos de todo! Todo tipo de hortalizas. Era bonito sentarse a la mesa y comer lo que habíamos cosechado. En el campo lo que más sobra e...