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JESSICA GARCÍA CÉSPEDES

 






Carrillo, Guanacaste


5 de abril del 2024


    Nací en Nicoya, hija de padres muy humildes. Mi papá trabajaba en Acueductos y Alcantarillados como peón, de esos que arreglan las calles, y mi mamá, ama de casa. Soy la mayor de cinco hijos. Tuve una infancia ¡muy bonita! Nos criamos, como dicen, “a pata pelada”, jugando en la calle, nos reuníamos todos los vecinos, en ese entonces, y eran las 10 de la noche y todavía estábamos “volando pata”, como dice la gente, jugando escondido, fútbol… Era todo lo más bonito. Después en fines de semana, con mi papá nos íbamos en bicicleta, mami preparaba la comida y nos íbamos para los ríos.  

 Fui la primera que comenzó a estudiar, tengo una licenciatura en Administración con énfasis en Contabilidad de la Universidad Nacional y luego se me dio estudiar Educación, graduada en la Universidad Nacional en Nicoya... Eso cuando no había campus, sino que íbamos al colegio, al CTP, a recibir clases ahí. Fuimos una de las primeras generaciones.

 Mi sueño siempre fue ser médico, pero por situaciones económicas, por más que yo rogué, no me pudieron pagar el examen de la UCR.  En el momento no había cómo, antes no había las facilidades que hay ahora, entonces no quedó más de otra que yo investigar, porque mis papás siempre me apoyaron, pero no sabían cómo ayudarme para que yo pudiera estudiar. Entonces yo solita busqué una beca, por lo menos que no me cobraran los créditos. Lo que ofrecía la Universidad Nacional en ese entonces era administración o educación, pedagogía, y yo no quería ser pedagoga. 

Lo mío son los números, yo quería planificación económica y social o administración, pero cerraron planificación y solo habían dos opciones de carrera, o era educación o administración. Entonces estudié administración y ahí saqué mi licenciatura de administración, pero en el transcurso del tiempo quedé embarazada, y en lo que había más trabajo era en educación, entonces comencé a estudiar educación. Entonces llevaba dos carreras y trabajaba en las mañanas en una pulpería. Luego comencé barriendo y limpiando una oficina y después el señor, don Cruz Díaz, contador, me comenzó a enseñar a hacer cosas y con él trabajé ocho años, hasta que ya comencé a trabajar en educación. 

Estudié para maestra de primaria. Era lo que había. Siempre he dicho que Dios me lo puso en el camino, porque conseguí trabajo, gracias a Dios. He andado por todas partes, trato de dar lo mejor de mí. Siempre he dicho que si uno hace algo, tiene que hacerlo bien. Y aquí estoy, 20 años después. 

Estudié con dos hijas, eso fue muy duro, porque no salí de donde mis papás, sino que me mantuve ahí. De  mis hermano, una estudió educación, también, casi dos son educadores: uno es profesor de ciencias y la otra es de primaria. Yo fui la impulsora de que “usted tiene que estudiar”. Y logré que terminaran de estudiar. Mi hermano, el tercero, ese estudió porque yo le dije “bueno papi, ya yo comencé a trabajar”, ya era educadora, entonces “usted, ya sacó su bachiller, ahora sí, ¿qué va a hacer de su vida? Usted tiene que estudiar, yo le pago el primer año”. Entonces el primer año comencé a ayudarle, ya el segundo año ya mi papá ayudaba un mes, yo otro. Ya cuando él y yo estábamos trabajando, la vida de la familia cambió, porque entonces él compraba una cosa, yo todavía estaba donde mis papás con mis hijas, y compraba otra cosa. Y entonces fue cuando pudimos salir un poquito más adelante. 

Trabajé en una escuela que no queda tan largo de aquí, pero en ese entonces tenía que dar la vuelta por Jicaral, porque fue hace 20 años, en el 2004. Yo entraba los domingos y salía los viernes, entonces mis niñas se criaron con mi mamá. La mayor tenía cinco años y la chiquita tenía dos años. Tenía que agarrar un bus a las 5 p.m. de la tarde los domingos, y ese bus a veces llegaba a las 11 p.m., a veces ni siquiera llegaba. Una vez dormimos en un bar de Playa Maderos, como a diez kilómetros, todos los maestros que viajábamos en el bus, porque el bus no subió, no llegó. Entonces esperamos a que amaneciera para poder comenzar a caminar y llegar a nuestros trabajos. Era… es una escuela chiquitita, en ese entonces tenía 36 estudiantes, muy rural. Muy bonito. Ahí estuve 6 años.

En el MEP uno concursa y dice qué zonas quiere trabajar. Por la situación económica de uno, que necesita trabajar, uno marca “abierto”: todo Guanacaste, Puntarenas, Alajuela, Heredia, San José… Solo Limón nunca marqué. Limón y San José no los marcaba porque no me gusta la ciudad y Limón me daba mucho miedo. Todas las demás provincias las marcaba. Entonces el MEP llama y ofrece “interina”, dice: “se le nombró en tal lado, ¿acepta o no acepta?”. Después de 6 años ahí me ofrecen en una escuela en Puntarenas y yo acepto. Es una población más grande, ahí fui a trabajar con dos grupos, de lunes a viernes hasta que me dieron propiedad en La Fortuna de San Carlos. 

Podría decir que en la Fortuna de San Carlos fue mi mejor experiencia: una gente muy linda, muy humana, muy buena, muy… como que adoptan bien a las personas. Un jefe súper bueno. Fui a trabajar solo con un grupo, y poco a poco me fui ganando la confianza de mi jefe, entonces me fue dando más recargos. Me dio un grupo, luego me dio comité de apoyo, luego me quita el comité de apoyo pero me da una tutoría de matemáticas, entonces ya mi salario fue mejorando. Es el lugar más bello en que he trabajado, la gente más linda con la que he trabajado, los niños súper buenos también. 

 hí la gran mayoría trabaja en turismo, es una zona meramente turística. El que no es camarero, es guarda, el que no, es mantenimiento. Tenía dos o tres papás bien acomodados que prácticamente sostenían el grupo, porque ellos llegaban y decían: “Todo lo que esos niños necesiten, usted nos lo pide a nosotros”. Esos papás siempre se hacían cargo de los niños del hogarcito, y creo que así era casi que en toda la escuela, siempre había alguien que se hacía cargo de la responsabilidad de los niños del hogarcito. El  hogarcito es un orfanatorio que hay ahí. Es duro. No es lo mismo trabajar en la costa que trabajar en un pueblo de montaña.

Solicito un traslado porque yo viajaba todos los fines de semana desde San Carlos por mis hijas, y además quería estudiar. Había sacado el bachiller en la Universidad Nacional, comienzo a trabajar como bachiller y digo “no me puedo quedar como bachiller, tengo que superarme”, entonces saqué una licenciatura en primer y segundo ciclo y saqué una maestría en administración educativa. De la Fortuna me trasladaron a otra escuela en el cantón de Nicoya. Es una escuela de atención prioritaria, igual a la de San Carlos, pero totalmente diferente.  

Ahí me dan un quinto grado muy disperso, muy diverso, donde tengo chicos de 10, 11, 13, 14, 15 años. Muy difícil. Académicamente no muy bien, y disciplinariamente, cero. Y me dan un aula donde había un hueco en el techo. O sea, no había zinc. Casi no tenía pupitres. Nos tuvieron en esa aulita hasta que la supervisora llegó, hizo algunas gestiones, conseguimos algunos pupitres, se pintó el aula, se arregló, y ya pudimos trabajar.   

A mediados de año me quitan de ahí porque la van a arreglar y se la van a dar a una maestra de preescolar y me pasan a otra aula donde estaba sin pintar, y otra vez a pasarnos. Estuve debajo de un árbol dando clases. Y la disciplina muy difícil, muy muy difícil, no hallaba cómo entrarles, muy malcriados. Chiquillos que llegaban y me tiraban la mesa. Sin embargo, ahí anduve…

Soy un poquito estricta, por eso me ha costado mucho, soy estricta y no encontraba la forma. ¡Y llegó un momento en que estaba tan cansada! Hubo un montón de situaciones difíciles. Entonces dije: “aquí tengo que ver cómo hago”. Había una canchita de baloncesto al fondo, entonces solicité unas bolas de baloncesto y otras cosas. Entonces nos íbamos a jugar baloncesto, me llevaba el reguero de chiquillos, eran como 35. Y a mi me gusta el baloncesto, juego baloncesto desde chiquitilla, era uno de los deportes del barrio, entonces jugando baloncesto me gané el respeto con ellos. Gracias al Señor todopoderoso, ese año, el 12 de diciembre, yo salí de esa escuela con propiedad. El MEP me ofrece una escuela unidocente, también en el cantón de Nicoya: estaba más cerca de mi casa, fue el primer año que pude dormir con mis hijas desde que comencé a trabajar.

Me vine para esa escuela, donde hay cinco niños de tres grados distintos. Y yo ¡Dios mío! Ya me dio la chochera, yo lloraba, porque ¿qué hago? Tenía varios años de trabajar con grupos grandes, en La Fortuna de San Carlos tenía treinta y algo de chiquillos, en la otra tenía 35 o 36, y yo digo, Dios mío, ¿qué voy a hacer con cinco chiquitos? El cambio fue drástico.

Nunca había tenido una escuela a mi cargo, siempre tenía un jefe. Creo que esa escuela unidocente marcó bastante mi historia, porque llego como administradora y trato de cambiar las cosas, las hago a mi manera. Pienso que ahí me di a conocer bastante dentro de la Dirección Regional de Nicoya, porque comenzamos a participar en Bandera Azul Ecológica, entonces los chiquillos sembraban sus lechugas, sus chiles, culantritos, teníamos una huertita de plantas medicinales. Comenzamos con una estrella, con dos, hasta que llegamos a tener cuatro estrellas. A trabajar en el ahorro, entonces comencé a traer gente a que diera charlas, una cosa, que otra, que aquí… Siempre se presentaron ángeles para que la escuela progresara. Se hizo un mural bien bonito y había que presentarlo en Teletica, fuimos una de las escuelas que lo presentó.

La escuela unidocente, para mí, es una de las mejores experiencias porque tenemos el apoyo de los padres de familia. La comunidad es muy organizada, le dan la importancia que merece una institución educativa, que es lo que yo siempre peleo. Está la iglesia, el salón comunal, todo lo que pueda haber, pero -será porque soy docente- yo digo que lo más importante en una comunidad es el centro educativo, y es en lo que tienen que invertir. Del centro educativo de ahí van a salir los futuros ciudadanos de ese pueblo. Y depende de cómo apoyemos a la institución, esos estudiantes van a apoyar al pueblo. Pero no todos los pueblos piensan igual. Esa es una comunidad que gracias a Dios cree en la educación y piensa en los maestros.

Tuve mucho apoyo en el pueblo, por la Asociación de Desarrollo, por Acueductos y por los padres de familia. Se hicieron muchos proyectos. Esa comunidad marcó mucho mi forma de vida como docente, a pesar de que fue poco. De hecho, cuando a mí me llaman y me dicen “traslado” ‒porque yo estaba interina ahí‒, yo dije ¡uy! Yo pensaba que me lo iba a dejar en propiedad, y no. Caigo a una Dirección 1…

Aquí la experiencia fue diferente, porque siento que siempre ha sido administrar. Entonces acepto, pero ese es un reto totalmente diferente.

En realidad, el Director 1 da clases y es director. En este momento estoy dando quinto y segundo: trabajo de 7 a tal hora con un grupo, y en la tarde con el otro grupo. Y el resto lo hago en mi casa, sin paga alguna, porque gano exactamente igual que lo que gana un docente. Solo los directores 2, que ya no dan clases, tienen un salario diferente al de nosotros. Anda en sus 300 o 400 mil colones la diferencia. 

Si en algún momento de la vida se presentara, trabajaría con una dirección 2 pequeña, sería lo que sueño. ¿Por qué? Porque una de Dirección 3 hay más personal, y el personal es muy difícil de trabajarlo, porque todas las personas somos tan diferentes. Como en todo, hay personas que están muy dedicadas a su trabajo y piensan, como yo, que la escuela es “mi” escuela, es mi casa, es mi hogar, es lo que me da de comer, tengo que dar lo mejor de mi…, pero no todos tenemos esa visión. Si yo tengo que quedarme haciendo algo después de las 4 de la tarde, yo me quedo tranquila. A la escuela viajo todos los días; son como 50 minutos o una hora hasta donde vivo. 

Llego acá y todo es muy diferente porque tengo que manejar el personal, algo a lo que no estaba acostumbrada. Está la conserje, hay cocinera pagada por el Estado, tenemos profesor de inglés, tenemos preescolar, tenemos una docente más de primero y segundo ciclo, tenemos problemas de aprendizaje, tenemos informática, que ahora se llama formación tecnológica, educación física. Y ya no tengo más porque el horario no me da.

Ahorita tenemos 76 estudiantes. Tenemos 24 en preescolar y el resto nos lo dividimos entre la compañera y yo. Tengo a cargo 17 niños y ella tiene al resto. Es muy duro para ella porque trabaja con cuatro grupos, dos en la mañana y dos en la tarde. Los trabaja juntos, como una escuela unidocente, algo parecido. En el MEP se trabaja por cantidades, entonces hasta que yo no llegue a 67 solo en primaria, no me asignan un docente más. Para pasar a una Dirección 2 -porque están por rangos-, tengo que tener 90 estudiantes por una cierta cantidad de tiempo... para que me den un docente más y a mí me pasen solo como directora. 

Nosotros somos una comunidad estacionaria, diría yo. Mientras haya trabajo, hay más cantidad de niños, pero cuando llega la temporada de invierno ya no hay trabajos, entonces se comienzan a trasladar; luego vuelven a venir, y así estamos. Hay mucha movilidad. Las familias que viven por acá trabajan en los hoteles y en construcción. Por ejemplo, ahora, después de Semana Santa, me ingresan dos niños más, y está por ingresar otro niño. 

Entro aquí en el 2020 y se viene la pandemia. Trabajé febrero y marzo y no conocí a la población hasta en el 2021, pero en el 2021 nos tiran un horario diferente. entonces yo trabajaba todos los días porque venían unos por la mañana y otros por la tarde, porque eran dos metros de distancia. La compañera que estaba entonces trabajaba tres días con un grupo, dos días con otro, porque no nos alcanzaban en el aula. 

 En pandemia trabajamos a puras guías escritas. Las entregábamos una vez al mes, porque no todas las casas tenían Internet, entonces no podíamos dar clases virtuales. 

Han tratado de ir cerrando la brecha digital, por ejemplo las computadoras con la Fundación Omar Dengo, pero ahora que la Fundación caducó, nos dejaron prácticamente sin nada. Nosotros recogimos las computadoras y ahora están acá en la escuela, porque antes las tenían los niños. El problema es que esas computadoras ya son muy viejas, entonces se van dañando, además de que no son de muy buena calidad, se fueron dañando; entonces, de todas, hay 10 que pueden usarse.

Al día de hoy, tengo estudiantes ya graduados como contadores, otros que no estudiaron pero son muy buenos muchachos; la satisfacción de verlos realizarse y que uno haya marcado. La satisfacción es eso, ver que a pesar de toda dificultad y toda situación, los chicos lo recuerdan a uno con ese cariño, con ese amor que ellos sintieron, que han encontrado en un centro educativo esa protección…

Y uno a ellos también los recuerda… En La Fortuna tuve una situación con un niño y yo me pregunto: ¿qué habrá pasado de la vida de él? Era un niño del hogarcito… Yo lloraba cuando él me contaba cosas, y uno sin poder hacer nada porque ya el gobierno se había encargado de ellos. Una niñez que lo había marcado y lo va a marcar para toda la vida y no saber qué pasó después de que yo lo dejé. En esas cosas uno se queda pensando: niños que tuvieron problemas en algún momento o alguna situación especial, pero que han marcado la vida a uno.

Y están los logros que uno ha tenido, la satisfacción de marcarse una meta y sobrepasar esa meta. Eso es muy importante, aunque a veces uno dice “Dios mío, ya no puedo más”, pues el cuerpo ya no es el mismo, la juventud no es la misma, los ojos ya no son los mismos. Y ya uno se siente un poco más cansado. Para mí es una de las profesiones más cansadas que hay, porque usted trabaja 24 horas. 

Pienso que tiene que llegar un momento en que digan que el maestro sea maestro y el administrativo, que sea administrativo. A nosotros a veces nos llega una circular para hoy y tiene que resolverla para mañana, y si estoy dando clases… Bueno, ahora quitaron mucho lo de las capacitaciones y todo eso, pero por ejemplo, yo para entregar documentos, tengo que ir a Pilangosta de Hojancha, y a veces dicen “antes de las 3, aquí”. 

Casi siempre uno se organiza, trabajo mucho de noche, por eso tal vez estoy muy cansada. Yo le digo a mami: “mami usted se podrá montar a un bus de Sámara y la gente va a dec:r: ‘uy, esa maestra, esa directora sí es brava’, pero nunca va a escuchar que soy irresponsable, que soy vaga”. 

Una escuela unidocente es muy linda porque uno la puede administrar diferente; a pesar de que puede dar los 6 grados, uno se acomoda y los niños aprenden a trabajar ellos solitos. Además se trabaja con un horario más amplio, tiene su espacio también, porque ahí si hay un espacio para trabajar la parte administrativa y puede desarrollar más; la atención es más individualizada y los papás eran muy preocupados, pues el aprendizaje es de solidaridad, de unión, de sentirse como familia. Acá es un poquito más disperso, ha costado mucho. Lo que pasa es que los papás trabajan todo el día.

En la escuela unidocente los papás podían trabajar todo el día pero las mamás no, las mamás se dedicaban a limpiar casas. Entonces ellas iban de 8 a 12, limpiaban casas y tenían la tardecita libre. Algunas sí trabajaban, pero hacían un sacrificio para ir a una reunioncita. Y es más fácil, siempre, coordinar 10 que coordinar 70. Entre más grande una institución, es más difícil coordinar. 

Me gusta mucho que mis niños aprendan que hay un mundo afuera de donde están, que sepan que no están hechos para ser camareros, que no están hechos para ser constructores, que no están hechos para quedarse en lo mismo, sino que ellos están hechos para conocer un mundo, para comerse un mundo, que hay un mundo y que ahora hay muchas posibilidades. Esa es una de las cosas que les inculco desde que llego a una institución, que ellos van a llegar a ser grandes y que ellos tienen que ser mejores de lo que son sus papás, y que deben aprender lo bueno de sus papás y lo malo dejarlo ahí.

Siempre les cuento la historia de mi casa, cómo era mi casa, y cómo hemos ido cambiando y todo lo poquito que yo he logrado. Porque por ejemplo, mi casa era una casa de un solo cuarto, con servicio de hueco, piso de tierra... la cocina era un fogón; había una cama por aquí y otra por aquí y una cama por allá. Era prestada y estaba a la venta. Yo me acuerdo que cada vez que llegaba alguien a verla yo lloraba y le decía a mamá (mamá era mi abuelita): “llegó alguien a ver la casa” y yo, rece y rece: “señor que no la compre, que no la compre”. Hasta que mi papá la pudo comprar.

Mi papá se hizo un préstamo y logró comprar el terrenito, entonces compramos la casita vieja e hicimos una casita un poquito mejor. Pasamos muchas necesidades después de eso porque papi ganaba muy poquito. Una vez le llegó un cheque de 95 colones y entonces mi mamá comenzó a trabajar, y como yo soy la hija mayor, yo era la encargada de estar con mis hermanos hasta que mami regresara del trabajo.  Ahora yo estoy con un préstamo, igual, pagando mi casa que todavía la debo, ahí va. Siempre dije: “quiero una mejor casa, una mejor vida”. Lo único que a mi me permitió salir adelante fueron los estudios, y ahora hay muchas posibilidades para estudiar.

Siempre he dicho eso, que uno tiene que siempre ser mejor de lo que es. Y la única forma que me va a mi a ayudar a ser mejor, es trabajando y estudiando, es lo único que el papá le puede dar a uno. De uno depende si quiere o si no quiere lograr esas metas. Esa es mi forma de pensar. Y se la trato de transmitir a mis niños. 

Mi papá solo sacó el sexto y mi mamá sí sacó bachiller. Ella quería estudiar, y mi mamá es muy buena académicamente, es muy buena, pero no tuvo las posibilidades porque mi abuelita no podía... También tenía sueños frustrados, ella quería ser enfermera… Ahora está estudiando, tiene 65 y está en la sección nocturna del CTP sacando costura, porque a ella le encanta coser.

Mis hijas están grandes. Mi hija mayor estudió ingeniería civil y ya comenzó a trabajar y ahorita está formando su familia. Y mi hija menor estudió ingeniería hidrológica, está recién salida, con honores, gracias a Dios, una licenciatura de honor. Ya están trabajando en un artículo para ver si lo mandan a Estados Unidos.

    Hay un mundo afuera.


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